Las llanuras del tránsito (53 page)

BOOK: Las llanuras del tránsito
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–Pero no comáis demasiado –agregó Tholie–. Esta noche habrá un gran festín para celebrar el regreso de Jondalar.

No agregó que era también en honor de Ayla, que había ayudado a Roshario. La mujer aún dormía y nadie deseaba tentar a la suerte mencionando el asunto en voz alta antes de que se supiera que había despertado y que sanaría.

–Gracias, Tholie, por todo –manifestó Jondalar. Después, sonrió a la niña. Ella inclinó la cabeza y se acercó todavía más a su madre, pero continuó mirando a Jondalar–. Parece que los últimos rastros de la quemadura en la cara de Shamio han desaparecido. Ni siquiera veo indicios.

Tholie alzó en brazos a la niña, de modo que Jondalar la pudiese ver mejor.

–Si la miras muy atentamente, puedes ver dónde está la quemadura, pero es apenas visible. Me siento agradecida porque la Madre fue buena con ella.

–Es una hermosa niña –confirmó Ayla, sonriendo y mirando con sincera pasión a la pequeña–. Eres muy afortunada. Me gustaría tener algún día una hija como ella. –Ayla comenzó a alejarse del estanque. Las aguas la habían refrescado, pero el ambiente estaba demasiado fresco y no deseaba permanecer allí demasiado tiempo–. ¿Has dicho que se llama Shamio?

–Sí, y, en efecto, me siento afortunada de tenerla –expresó la joven madre, depositando en el suelo a la niña. Tholie no pudo quedarse insensible al cumplido dedicado a su hija, y sonrió cálidamente a la mujer alta y hermosa, la que, sin embargo, no era lo que afirmaba ser. Tholie había decidido tratarla con reserva y cautela hasta que supiese más sobre ella.

Ayla cogió uno de los cueros y comenzó a secarse.

–Es tan suave... Me gusta secarme con él –dijo, y después se lo ciñó a la cintura y aseguró un extremo metiéndolo bajo el borde superior. Tomó otro cuero para secarse los cabellos, y después se lo envolvió alrededor de la cabeza. Había observado que Shamio miraba al lobo, y aunque se mantenía pegada a su madre, era indudable que sentía curiosidad. Lobo también estaba interesado en ella y se agitaba expectante, pero sin moverse del lugar donde debía permanecer. Ayla ordenó al animal que se acercase, después dobló una rodilla y le rodeó el cuello con un brazo.

–¿Shamio desea conocer a Lobo? –preguntó Ayla a la niña. Cuando ella asintió, Ayla miró a la madre, como pidiendo su aprobación. Tholie miró aprensiva al enorme animal de afilados dientes–. Tholie, no le hará daño. Lobo ama a los niños. Creció con los niños del Campamento del León.

Shamio ya se había apartado de su madre y avanzado con paso inseguro hacia ellos, fascinada por la criatura que la miraba con idéntica fascinación. La niña miraba al animal con ojos solemnes y serios, y el lobo gemía ansioso. Finalmente, la niña avanzó otro paso y extendió las dos manos hacia el lobo. Tholie contuvo apenas una exclamación, pero el sonido quedó ahogado por las risitas de Shamio cuando Lobo le lamió la cara. La niña apartó el hocico del lobo, aferró un mechón de pelo, perdió el equilibrio y cayó sobre el animal. El lobo esperó paciente que la niña se incorporase, y después le lamió otra vez la cara, lo que provocó una nueva serie de risas complacidas.

–Vamos, Lobito –dijo la niña, cogiéndolo del pelaje del cuello y tirando para obligarlo a ir con ella; era evidente que ya lo consideraba como un juguete viviente.

Lobo miró a Ayla, y emitió un breve ladrido de cachorro. Aún no le había ordenado que se moviese.

–Lobo, puedes ir con Shamio –concedió Ayla, e hizo el gesto que él estaba esperando. Ayla casi creyó que la mirada de Lobo expresaba gratitud, pero en todo caso la complacencia con que siguió a la niña fue inequívoca. E incluso Tholie sonrió.

Jondalar había estado observando con interés el episodio mientras se secaba. Recogió sus ropas y caminó hacia la piedra arenisca que se extendía sobre las dos mujeres. Tholie, por precaución, no apartaba los ojos de Shamio y Lobo, pero también ella se sentía intrigada por el animal domesticado. No era la única. Muchas personas observaban a la niña y al lobo. Cuando un niño un poco mayor que Shamio se acercó, también recibió una húmeda invitación a unirse al grupo. Entonces, dos niños salieron de una de las viviendas, jugando con un objeto de madera. El más pequeño lo arrojó lejos para evitar que el otro lo cogiera; Lobo interpretó el gesto como la señal de que los pequeños deseaban jugar a uno de los juegos favoritos del animal. Corrió tras el palo curvo, lo trajo y lo depositó en el suelo, la lengua afuera y meneando la cola, dispuesto a jugar otra vez. El niño recogió el palo y lo arrojó de nuevo.

–Creo que tienes razón..., está jugando con ellos. Sin duda le agradan los niños –dijo Tholie–. Pero ¿por qué le gusta jugar? ¡Es un lobo!

–Los lobos y las personas se parecen en ciertas cosas –reveló Ayla–. A los lobos les agrada jugar. Desde que son cachorros, los hermanos de una misma camada juegan y a los lobos medianos y adultos les encanta jugar con los pequeños. Lobo no tenía hermanos cuando lo encontré; era el único que quedaba con vida y apenas había abierto los ojos. No creció en una manada, sino jugando con niños.

–Pero míralo. Es tan tolerante, incluso gentil. Estoy segura de que cuando Shamio le tira del pelo, le duele. ¿Por qué lo soporta? –preguntó Tholie, que aún intentaba comprender.

–Para un lobo adulto es natural mostrarse bueno con los pequeños de la manada, y por eso, Tholie, no fue difícil enseñarle a ser delicado. Es especialmente gentil con los niños pequeños y los bebés y les tolera casi todo. Eso no se lo enseñé yo, él es así. Si se muestran muy brutales, se aleja, pero vuelve más tarde. No es tan paciente con los niños mayores, y parece conocer la diferencia entre el que le lastima sin querer y el que le hace daño con intención. En realidad, nunca hirió a nadie; se limita a morder un poco, un pequeño pellizco con los dientes, para recordar a un niño mayor que está tirándole de la cola o arrancándole pelos, y que esas cosas duelen.

–Es difícil imaginar que alguien, sobre todo un niño, piense en la posibilidad de tirar de la cola a un lobo... o por lo menos hasta hoy me parecía difícil –dijo Tholie–. Y yo hubiera dicho que jamás vería el día en que Shamio jugase con un lobo. Ayla..., Ayla de los mamutoi, has conseguido obligar a reflexionar a alguna gente.

Tholie quiso decir más, formular ciertas preguntas, pero, por otra parte, no deseaba acusarla de haber mentido a esa mujer, sobre todo después de lo que había hecho por Roshario, o por lo menos lo que parecía que había hecho. Nadie estaba aún seguro del desenlace.

Ayla percibía las reservas de Tholie y lamentaba que las tuviese. Creaba una tácita tensión entre ellas, y eso que a Ayla le agradaba aquella mujer mamutoi regordeta y de corta estatura. Caminaron unos pasos en silencio, observaron a Lobo acompañado por Shamio y los restantes niños, y Ayla se dijo de nuevo que le habría gustado mucho tener una hija como la de Tholie..., que la próxima vez fuese una hija, no un varón. Era una niña tan hermosa, y el nombre le cuadraba bien.

–Tholie, Shamio es un hermoso nombre, y original. Suena como un nombre sharamudoi, pero también mamutoi –indicó Ayla.

Tholie no pudo resistir la tentación de sonreír otra vez.

–Tienes razón. No todos lo saben, pero es lo que intenté conseguir. Se la hubiera llamado Shamie si era mamutoi, aunque no es un nombre que uno pueda encontrar en cualquier campamento. Viene de la lengua sharamudoi, de modo que su nombre representa las dos cosas. Tal vez ahora yo sea sharamudoi, pero nací en el Hogar del Ciervo Rojo, de una estirpe importante. Mi madre insistió en que la gente de Markeno pagase por mí un buen precio nupcial, aunque él ni siquiera era mamutoi. Shamio puede sentirse tan orgullosa de su linaje mamutoi como de la herencia sharamudoi. Por eso quise que las dos cosas se expresaran en su nombre.

Tholie se detuvo porque, de pronto, se le ocurrió algo. Se volvió para mirar a la visitante.

–Ayla también es un nombre poco usual. ¿En qué hogar naciste? –dijo, mientras pensaba: «Bien, ahora me gustaría que explicaras ese nombre».

–Tholie, yo no nací mamutoi. Fui adoptada en el Hogar del Mamut –dijo Ayla, contenta porque la mujer había comenzado a formular las preguntas que sin duda la inquietaban.

Tholie tuvo la certeza de que había cogido a la mujer en una mentira.

–El Hogar del Mamut no adopta gente –afirmó–. Es el Hogar de los Mamutoi. La gente elige el camino de los espíritus; puede ser aceptada por el Hogar del Mamut, pero no adoptada.

–Tholie, ésa es la costumbre, pero Ayla fue adoptada –afirmó Jondalar–. Yo lo vi. Talut quería adoptarla en su Hogar del León, pero Mamut sorprendió a todos y la adoptó como propia en el Hogar del Mamut. Vio algo en ella y por eso estuvo enseñándole. Afirmó que había nacido en el Hogar del Mamut y que no importaba si había nacido o no mamutoi.

–¿Adoptada por el Hogar del Mamut? ¿Viniendo de fuera? –inquirió Tholie, sorprendida, pero no puso en duda la afirmación de Jondalar. Después de todo, le conocía y era su pariente; pero ahora estaba más interesada que nunca. Ahora que ya no se sentía obligada a mostrarse vigilante y prudente, su curiosidad natural y franca se manifestó sin rodeos–. ¿De quién has nacido, Ayla?

–No lo sé, Tholie. Mi gente murió en un terremoto cuando yo era una niña que no tenía mucha más edad que la de Shamio. Me crio el clan –dijo.

Tholie nunca había oído hablar de un pueblo llamado clan. Pensó que era una de esas tribus del este. Eso explicaba muchas cosas. No podía sorprender que ella tuviese un acento tan extraño, aunque, en realidad, hablaba bien la lengua, tratándose de una forastera. Ese anciano Mamut del Campamento del León era un viejo sabio y astuto. Al parecer, siempre había sido viejo. Incluso cuando Tholie era una niña, nadie podía recordar la juventud de ese hombre y nadie dudaba de sus conocimientos.

Con el instinto natural de una madre, Tholie miró alrededor en busca de su hija. Al ver a Lobo, pensó de nuevo que era muy extraño que el animal prefiriese relacionarse con la gente. Después desvió los ojos hacia los caballos que pastaban tranquilamente y satisfechos en el campo, cerca de las viviendas. El control que Ayla ejercía sobre los animales no sólo era sorprendente, sino que también era interesante porque parecía que estaban consagrados a esa mujer. Se hubiera dicho que el lobo la adoraba.

Y Jondalar. Era evidente que se sentía cautivado por la hermosa mujer rubia, y Tholie no creía que fuese sólo porque ella era hermosa. Serenio había sido bella, y Tholie había conocido a muchas mujeres atractivas que habían tratado de despertar su interés y llevarlo a establecer un vínculo serio. Jondalar había mantenido relaciones más estrechas con su hermano, y Tholie recordaba que ella misma se había preguntado si una mujer llegaría a apoderarse del corazón de Jondalar; pero esta mujer lo había conseguido. Incluso sin sus evidentes cualidades como curadora, parecía poseer ciertos rasgos poco usuales. El viejo Mamut seguramente había acertado. Probablemente el destino de Ayla era pertenecer al Hogar del Mamut.

En el interior de la vivienda, Ayla se peinó los cabellos, los ató con un pedazo de cuero suave y se puso la túnica limpia y los pantalones cortos que había reservado para el caso de que se encontrasen con otras personas; así, no tendría que seguir llevando sus manchadas prendas de viaje para hacer visitas. Después fue a ver a Roshario. Sonrió a Darvalo, que estaba sentado frente a la vivienda, e hizo un gesto a Dolando cuando entró y se aproximó a la mujer acostada. La examinó brevemente, para asegurarse de que estaba bien.

–¿Ha de continuar durmiendo? –preguntó Dolando, con un gesto de preocupación.

–Está bien. Dormirá todavía un poco. –Ayla examinó sus saquitos de medicinas; después llegó a la conclusión de que era conveniente recoger algunos ingredientes frescos para preparar una infusión tonificante que ayudase a Roshario a salir del sueño provocado por la datura cuando comenzara a despertar–. Cuando venía hacia aquí he visto un tilo. Necesito algunas flores para preparar una infusión y, si puedo encontrarlas, también traeré otras hierbas. Si Roshario despierta antes de que yo retorne, podéis darle un poco de agua. Parecerá un tanto aturdida y mareada. Las tablillas mantendrán en su lugar el brazo, pero no le permitáis moverlo mucho.

–¿Podrás encontrar tu camino? –preguntó Dolando–. Tal vez Darvo debería ir contigo.

Ayla estaba segura de que encontraría el camino sin dificultad, pero decidió que, de todos modos, convenía que el muchacho la acompañara. A causa de todos los problemas originados con el asunto de Roshario, le habían descuidado un poco, y también él estaba preocupado por el destino de la mujer.

–Gracias, acepto que me acompañe –dijo Ayla.

Darvalo había escuchado la conversación; estaba de pie y dispuesto para irse con Ayla, complacido porque podía ser útil.

–Creo que sé dónde está ese tilo –confesó–. En esta época del año siempre tiene muchas abejas.

–Es el momento más oportuno para recoger las flores –dijo Ayla–, cuando huelen a miel. ¿Sabes dónde puedo encontrar un canasto para traerlas?

–Roshario amontona ahí sus canastos –indicó Darvalo, mientras mostraba a Ayla un lugar destinado a guardar cosas detrás de la vivienda. Eligieron un par de recipientes.

Cuando abandonaban la protección del saliente, Ayla advirtió que Lobo la observaba, y llamó al animal. Todavía no se sentía cómoda dejando solo al lobo con aquella gente, aunque los niños se decepcionaron cuando partió. Más tarde, cuando todos estuvieran más familiarizados con los animales, sería distinto.

Jondalar estaba en el campo con los caballos y los hombres. Ayla caminó hacia ellos para informar adónde iba. Lobo se adelantó a la carrera y todos se volvieron para mirar cuando él y Whinney se frotaron los hocicos, mientras la yegua emitía un saludo. Después, el lobo adoptó una postura juguetona y dirigió un ladrido de cachorro al corcel joven. Corredor alzó la cabeza, relinchó y golpeó el suelo con los cascos, correspondiendo al gesto juguetón. Después, la yegua se acercó a Ayla y apoyó la cabeza sobre el hombro de la mujer. Ella rodeó con los brazos el cuello de Whinney y las dos se apoyaron una contra la otra, en un gesto usual de confortamiento y seguridad. Corredor se adelantó unos pocos pasos y frotó el hocico contra Ayla y Whinney, porque también él deseaba estar en contacto. Ayla le acarició el cuello y después le palmeó, pues comprendió que todos recibían de buena gana la presencia conocida de los otros, en ese lugar en que había tantos extraños.

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