Libertad (27 page)

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Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Novela

BOOK: Libertad
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—No tiene por qué.

—No puedo evitarlo.

—No hay ninguna razón para eso.

Eso era lo que ella no quería oír. —Voy a tomarme sólo este vaso —dijo.

—Te equivocas. Me importa un carajo lo que bebes.

Ella movió la cabeza en señal de asentimiento. —Vale. Muy bien. Bueno es saberlo.

—¿Has estado deseando una copa todo este tiempo? Dios mío. Tómate una copa.

—Es lo que estoy haciendo.

—Eres muy rara, ¿sabes? Y lo digo como un cumplido.

—Y así me lo tomo.

—Walter tuvo mucha, mucha suerte.

—Ya, en fin, he ahí la desgracia, ¿no? No sé si él sigue viéndolo de esa manera.

—Desde luego que sí. Créeme, lo ve así.

Ella negó con la cabeza. —Iba a decir que dudo que le gusten esas cosas raras en mi. Sí le gusta lo raro bueno, pero no está muy contento con lo raro malo, y últimamente lo que recibe es sobre todo lo raro malo. Iba a decir que resulta curioso que tú, a quien no parece importarle lo raro malo, no seas la persona con quien me casé.

—Tú no querrías estar casada conmigo.

—No, seguro que iría muy mal. Ya he oído tus historias.

—Lamento saberlo, aunque no me sorprende.

—Walter me lo cuenta todo.

—No me cabe duda.

En el lago un pato graznaba como respondiendo a algo. En el extremo más alejado, entre los juncos, anidaban ánades reales.

—¿Walter te ha contado que rajé los neumáticos de nieve de los Blake? —preguntó Patty.

Richard enarcó las cejas, y ella se lo contó.

—Eso sí que es estar mal del coco —dijo él con admiración cuando acabó.

—Lo sé. ¿Verdad que sí?

—¿Walter lo sabe?

—Mmm. Buena pregunta.

—Deduzco que no se lo cuentas todo.

—Vamos, Richard, por Dios, no le cuento nada.

—Pues podrías, creo yo. Quizá descubrieras que sabe muchas más cosas de lo que crees.

Patty respiró hondo y preguntó qué clase de secretos sabía Walter sobre ella.

—Sabe que no eres feliz.

—Sinceramente, no creo que eso requiera un gran poder de discernimiento. ¿Qué más?

—Sabe que lo culpas a él de que Joey se haya marchado de casa.

—Ah, eso. Eso se lo he dicho yo, más o menos, así que no vale.

—De acuerdo. Pues entonces, ¿por qué no me lo cuentas tú? Aparte del hecho de que te dedicas a rajar neumáticos, ¿qué más no sabe de ti?

Cuando Patty se detuvo a pensar en la pregunta, lo único que vio fue el gran vacío de su vida, el vacío de su nido, el sinsentido de su existencia ahora que los chicos habían alzado el vuelo. El jerez la había entristecido. —¿Por qué no me cantas una canción mientras yo sirvo la cena? ¿Quieres?

—No lo sé contestó Richard—. Me resulta un poco raro.

—¿Por qué?

—No lo sé. Sencillamente me resulta raro.

—Eres cantante. A eso te dedicas, a cantar.

—Creo que siempre he tenido la sensación de que no te gusta especialmente lo que canto.

—Cántame
El lado oscuro del bar
. Esa me encanta.

Richard suspiró y agachó la cabeza y se cruzó de brazos y pareció dormirse.

—Y bien —dijo ella.

—Creo que me iré mañana, si no te importa.

—Vale.

—No quedan más de un par de días de trabajo. La terraza ya puede utlizarse tal como está ahora.

—Vale. —Patty se levantó y dejó el vaso de jerez en el fregadero. —Pero ¿puedo preguntarte el motivo? Lo digo porque es muy agradable tenerte aquí.

—Pienso que es mejor que me vaya, sólo eso.

—Vale. Lo que más te convenga. Creo que al pollo le faltan otros diez minutos, por si quieres ir poniendo la mesa.

Él no se movió de la silla. —Molly compuso esa canción —dijo al cabo de un rato—. La verdad es que no tenía ningún derecho a grabarla. Fue una cabronada por mi parte. Una cabronada con toda la intención y mala fe.

—Es muy triste y bonita. ¿Qué ibas a hacer? ¿No usarla?

—Pues sí, eso: no usarla. Habría sido lo correcto.

—Lamento lo vuestro. Estuvisteis juntos mucho tiempo.

—Lo estábamos y no lo estábamos.

—Sí, ya lo sé, pero aun así...

El se quedó cavilando mientras ella ponía la mesa, revolvía la ensalada y trinchaba el pollo. Pensaba que no tendría apetito, pero en cuanto comió un trozo de pollo, recordó que no probaba bocado desde la noche anterior, y que su día había empezado a las cinco de la mañana. Richard también comió, en silencio. En un momento dado, el silencio pasó a ser perceptible y emocionante, y luego, al cabo de un rato, agotador y descorazonador. Ella recogió la mesa, guardó las sobras, lavo los platos y vio que Richard se había retirado a fumar al pequeño porche cerrado con mosquiteras. El sol por fin se había puesto, pero el cielo seguía iluminado. Sí, pensó Patty, era mejor que se fuese. Mejor, mejor, mejor.

Salió al porche. —Me parece que me voy a la cama a leer un rato —anunció.

Richard asintió. —Buena idea. Ya nos veremos por la mañana.

—Los atardeceres son larguísimos —dijo ella—. La luz se niega a extinguirse.

—Ha sido maravilloso estar en un sitio como éste. Habéis sido muy generosos.

—Ah, eso fue cosa de Walter. A mí no se me ocurrió ofrecértelo, la verdad.

—Él confía en ti —dijo Richard—. Si tú confías en él, todo irá bien.

—Ya, bueno, puede que sí, puede que no.

—¿No quieres estar con él?

Ésa era una buena pregunta.

—No quiero perderlo —contestó ella—, si te refieres a eso. No me paso la vida pensando en dejarlo. Más bien cuento los días que tardará Joey en hartarse de los Monaghan. Todavía le queda todo un año de instituto.

—No acabo de entender qué quieres decir con eso.

—Sólo que sigo comprometida con mi familia.

—Eso está bien. Es una familia fantástica.

—En fin, ya nos veremos por la mañana.

—Patty. —Richard apagó el cigarrillo en el cuenco navideño danés de Dorothy que empleaba como cenicero—. No voy a ser yo quien destruya el matrimonio de mi mejor amigo.

—¡No! ¡Por Dios! ¡Claro que no! —Casi rompió a llorar por la decepción—. A ver, Richard, perdona pero, en serio, ¿yo qué he dicho? Sólo he dicho que me iba a la cama y que ya nos veremos por la mañana. ¡No he dicho nada más! He dicho que me importa mi familia. Eso es lo que he dicho exactamente.

Él le lanzó una mirada de extrema impaciencia y escepticismo.

—¡Es la verdad! —dijo Patty.

—Vale, sí —dijo él—. No pretendía dar nada por supuesto. Sólo intentaba entender la tensión en el ambiente. Recordarás que ya tuvimos en su día una conversación como ésta. Lo recuerdo, sí. Y he pensado que era preferible comentarlo a no comentarlo.

—Me parece bien. Te lo agradezco. Eres un buen amigo, desde luego. Y no debes sentirte obligado a marcharte mañana por mí. Aquí no hay nada que temer. No hay razón para que huyas.

—Gracias. Pero es posible que me vaya igualmente.

—Me parece bien.

Y entró a acostarse en la cama de Dorothy, que Richard había estado usando hasta que Walter y ella llegaron y lo echaron. El aire fresco salía de los rincones donde se había escondido durante el largo día, pero el crepúsculo azul persistía en todas las ventanas. Era una luz de ensueño, una luz delirante, se negaba a desaparecer. Para atenuarla, encendió una lámpara. ¡Los combatientes de la resistencia habían quedado al descubierto! ¡Se acabó lo que se daba! Se tendió con su pijama de franela y reprodujo todo lo que había dicho en las últimas horas, y la mayor parte la horrorizó. Oyó la resonancia armoniosa del inodoro mientras Richard vaciaba la vejiga, y luego la cadena, y el agua armoniosa en las cañerías, y la bomba de agua activándose por un momento con voz más grave. Por la mera necesidad de darse un respiro de sí misma, cogió
Guerra y paz
y leyó durante largo rato.

La autobiógrafa se pregunta si las cosas se habrían desarrollado de otra manera en el caso de que ella no hubiese llegado precisamente a las páginas en que Natasha Rostov, destinada sin lugar a dudas al torpe y bonachón Pierre, se enamora de su gran amigo el superguay príncipe Andréi. Patty no lo había visto venir. La pérdida de Pierre se desplegó ante ella, mientras la leía, como una catástrofe en cámara lenta. Probablemente los acontecimientos no se habrían desarrollado de una manera distinta, pero el efecto que ejercieron esas páginas en ella, su pertinencia, fue casi psicodélico. Leyó hasta pasadas las doce de la noche, absorta ahora incluso en la parte militar, y vio con alivio, al apagar la lamparilla, que por fin la luz crepuscular había desaparecido.

Dormida, a alguna hora todavía oscura después de ese momento, se levantó de la cama y, dejándose llevar, salió al pasillo, entró en la habitación de Richard y se metió en su cama. La habitación estaba fría, y se arrimó a él.

—Patty —dijo Richard.

Pero ella estaba dormida y cabeceó, resistiéndose a despertar, y no había manera de oponerse a ella, tal era su determinación en el sueño. Se extendió sobre él y en torno a él, intentando maximizar el contacto, sintiéndose tan grande como para cubrirlo por entero, apretando la cara contra su cabeza.

—Patty.

—Mmm.

—Si estás dormida, tienes que despertarte.

—No; estoy dormida... estoy durmiendo. No me despiertes.

El pene de Richard forcejeaba por escapar del calzoncillo. Ella se lo frotó con el vientre.

—Lo siento —dijo él, revolviéndose bajo ella—. Tienes que despertarte.

—No, no me despiertes. Sólo fóllame.

—Por Dios. —Intentó apartarse, pero ella se pegó a él como una lapa.

La agarró por las muñecas para mantenerla a distancia—. Personas en estado de inconsciencia: lo creas o no, es ahí donde pongo el límite.

—Mmm —dijo ella, mientras se desabrochaba el pijama—. Estamos los dos dormidos. Estamos teniendo los dos un sueño maravilloso.

—Sí, pero la gente se despierta por la mañana y se acuerda de los sueños.

—Pero si son sólo sueños... estoy soñando. Me vuelvo a dormir. Tú duérmete también. Duerme. Dormiremos los dos... y luego me iré.

El hecho de que pudiera decir todo esto, y no sólo decirlo, sino recordarlo más tarde con claridad, arroja dudas, debe admitirse, sobre la autenticidad de su sonambulismo. Pero la autobiógrafa es rotunda al insistir en que no estaba despierta en el momento en que traicionó a Walter y sintió que su amigo la abría en dos. Tal vez fuera por la forma en que emulaba al proverbial avestruz y mantenía los ojos firmemente cerrados, o tal vez fuera por la circunstancia de que luego no conservó recuerdo alguno de un placer concreto, sino sólo la conciencia abstracta del acto realizado, pero si lleva a cabo un experimento mental e imagina que suena un teléfono en medio de ese acto, el estado al que imagina que es lanzada por el sobresalto es uno de vigilia, de lo que se desprende lógicamente, a falta de un teléfono sonando, que el estado en que le hallaba era de sueño.

Sólo después de consumado el acto despertó realmente, un tanto alarmada, se obligó a reflexionar y se obligó a volver rápidamente a su cama. No tuvo conciencia de nada más hasta que vio luz por las ventanas. Oyó a Richard levantarse y hacer pis en el cuarto de baño.

Aguzó el oído para descifrar los sonidos que él producía a continuación: si estaba cargando sus bártulos en la pickup o si reanudaba el trabajo. ¡Daba la impresión de que reanudaba el trabajo!

Cuando por fin Patty reunió valor para salir de su escondrijo, lo encontró arrodillado en la parte de atrás de la casa, ordenando una pila de tablones sobrantes. Brillaba el sol, pero no era más que un disco tenue entre nubes vaporosas. Un cambio de tiempo rizaba la superficie del lago. Sin el juego de luces y sombras de los días anteriores, el bosque parecía menos espeso y más vacío.

—Eh, buenos días —saludó Patty.

—Buenos días —contestó Richard sin levantar la vista hacia ella.

—¿Has desayunado? ¿Te apetece desayunar? ¿Te preparo unos huevos?

—Ya he tomado un café, gracias.

—Te prepararé unos huevos.

El se irguió, poniéndose en jarras, y examinó los tablones, todavía sin mirarla.

—Estoy poniendo esto en orden para Walter; así sabrá lo que hay.

—Vale.

—Tardaré un par de horas en recoger mis cosas. Mejor será que tú sigas con lo tuyo.

—Vale. ¿Necesitas ayuda?

Richard negó con la cabeza.

—¿Y seguro que no quieres desayunar?

A eso no respondió.

En la mente de Patty cobró forma con curiosa nitidez una especie de lista de nombres en PowerPoint ordenada de mayor a menor conforme a la bondad de cada uno de ellos, encabezada naturalmente por Walter, seguido de cerca por Jessica y, ya a cierta distancia, por Joey y Richard, y luego, muy abajo, en el sótano, en último y solitario lugar, aparecía su propio y vil nombre.

Se llevó el café a su habitación y se sentó a escuchar los sonidos de Richard mientras organizaba el material, el tintineo de los clavos al guardarlos, el ruido de las cajas de herramientas. A última hora de la mañana se atrevió a salir para preguntarle si al menos se quedaría a comer algo antes de marcharse. El contestó con un gesto de asentimiento, aunque no de manera cordial. Ella, asustada como estaba, ni siquiera tenía ganas de llorar, así que fue a hervir unos huevos para una ensalada. Su plan o su esperanza o su fantasía, en la medida en que se permitió ser consciente de que lo tenía, era que Richard olvidase su propósito de marcharse aquel día, y poder volver ella a su estado de sonambulismo esa noche, y que al día siguiente todo fuera de nuevo agradable y tácito, y luego más sonambulismo, y luego otro día agradable, y que luego Richard cargara su pickup y regresara a Nueva York, y mucho más adelante en la vida ella recordaría los sueños asombrosos e intensos que había tenido durante unas noches en el lago Sin Nombre, y se preguntaría sin riesgo si había ocurrido algo. Este viejo plan (o esperanza, o fantasía) se había ido al garete. Su nuevo plan le exigía un denodado esfuerzo para olvidar la noche anterior y fingir que no había ocurrido.

Lo que desde luego no incluía su plan —y puede afirmarse sin riesgo alguno— es que el almuerzo quedaría a medio comer en la mesa y de pronto ella se encontraría con los vaqueros en el suelo y la entrepierna del bañador dolorosamente apartada a un lado mientras él la llevaba a embestidas hasta el éxtasis contra la pared inocentemente empapelada de la antigua sala de estar de Dorothy, a plena luz del día y estando ella tan despierta como podía estarlo un ser humano. No quedó ninguna marca en la pared, y sin embargo el punto permaneció allí, claro e inconfundible, para siempre. Era una pequeña coordenada del universo permanentemente colmada de sentido y alterada por su propia historia. Dicho punto se convirtió en una silenciosa tercera presencia en la sala, junto con ella y Walter, los fines de semana que más tarde pasaron allí solos, en todo caso, a Patty le pareció que por primera vez en su vida follaba de verdad. Le abrió los ojos, por así decirlo. Y a partir de ese momento estuvo perdida, aunque tardó un tiempo en darse cuenta.

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