—¿Cuál era? —preguntó Zellaby.
—Simplemente, que Midwich no fue el único, ni siquiera el primero, de los lugares donde se produjo un Día Negro. Y también que, durante las tres semanas que rodearon esta fecha, se produjo un claro aumento de detecciones por radar de objetos volantes no identificados.
—Diablos —dijo Zellaby—. Oh, vanidad, vanidad... Así pues, hay otros grupos de Niños además de los nuestros. ¿Dónde?
Pero Bernard no queria ser interrumpido. Continuó pausadamente:
—Uno de los Días Negros se produjo en un pequeño poblado del territorio norte de Australia. Aparentemente, algo falló allí. Hubo treinta y tres embarazos, pero por alguna razón todos los Niños murieron, la mayor parte pocas horas después de nacer, el último sobreviviente a la semana.
»Hubo otro Día Negro en una colonia esquimal en la isla Victoria, al norte del Canadá. Los indígenas no han querido hablar mucho del asunto, pero hay razones para creer que se sintieron tan vejados y alarmados que, cuando los bebés nacieron, simplemente los dejaron expuestos al aire libre. Fuera como fuese, no hubo supervivientes. Al respecto es interesante hacer notar que, si relacionamos este hecho con la fecha de la vuelta de los bebés a Midwich, el poder de compulsión no se manifiesta hasta la edad de una o dos semanas, y que quizá sean tan sólo seres individuales hasta aquel momento. Otro Día Negro...
Zellaby levantó una mano.
—Déjeme adivinarlo. ¿Tras el telón de acero?
—Hay dos casos conocidos tras el telón de acero —precisó Bernard—. Uno en la región de Irkutsk, junto a la frontera con la Mongolia exterior. Una historia macabra. Se supuso que las mujeres habían fornicado con el demonio y las apalearon hasta matarlas, con los Niños en su seno. El otro caso se produjo mucho más al este, en un lugar llamado Gizhinsk, en las montañas al norte de Okhotsk. Pueden haberse producido otros de los que no hayamos oído hablar. Es casi seguro que casos similares se produjeron en América del Sur y en Africa, pero es difícil verificarlo. Las gentes tienen tendencia a ocultarlo. Es incluso posible que algún pueblo aislado tenga su Día Negro sin darse cuenta de ello, y en ese caso el nacimiento de esos Niños sería aún más turbador. En la mayor parte de los casos que conocemos, los bebés eran considerados como auténticos abortos y muertos, pero tenemos la sospecha de que en algunos casos los Niños hayan sido ocultados.
—Pero, por lo que creo comprender, no en Gizhinsk —interrumpió Zellaby.
Bernard le miró con una mueca de su boca.
—No se le escapa una, ¿eh, Zellaby? Tiene usted razón: no en Gihinsk. El Día Negro se produjo allí una semana antes que el de Midwich. Fuimos advertidos de ello tres o cuatro días más tarde. Los rusos se sentían desconcertados. Eso nos consoló un poco cuando la cosa llegó aquí: sabíamos al menos que no eran ellos los responsables. En cuanto a ellos, por lo que sé, supieron lo ocurrido en Midwich poco tiempo después, y también se sintieron aliviados. Mientras tanto, nuestro agente se mantenía atento con respecto a Gizhinsk y, en su momento, nos comunicó que, como dato curioso, todas las mujeres del lugar habían quedado encinta simultáneamente. No comprendimos inmediatamente el significado de este hecho, nos pareció algo fuera de lugar, extraño, todo lo más curiosamente divertido, pero muy pronto supimos lo que ocurría en Midwich y comenzamos a interesarnos de más cerca. Por el tiempo del nacimiento de los bebés, la actuación de los rusos había sido más drástica que la nuestra: simplemente aislaron Gizhinsk, que es dos veces más grande que Midwich, y nuestras informaciones cesaron prácticamente. Por nuestra parte no podíamos aislar totalmente Midwich, debíamos actuar de otro modo, y en estas circunstancias creo que nuestra actuación no ha sido mala.
Zellaby agitó la cabeza.
—Entiendo. El ministerio de la Guerra consideraba que no podía comprender exactamente lo que tenían aquí, ni tampoco lo que los rusos tenían allá abajo. Pero si resultaba que los rusos tenían a su disposición un tropel de genios en potencia, ¿no nos sería acaso útil tener un tropel semejante que oponerles?
—Eso es más o menos. Muy pronto nos dimos cuenta de que los Niños estaban muy lejos de ser niños normales.
—Hubiera debido imaginarlo —dijo Zellaby. Agitó humildemente la cabeza—. Nunca se me ha ocurrido pensar que Midwich pudiera no ser único. De todos modos, pienso que algo ha debido ocurrir para llevarlo a esta conclusión. No acabo de ver cómo pueden justificarla los acontecimientos de aquí, y en consecuencia es muy probable que haya ocurrido algo en otro lado... ¿en Gizhinsk tal vez? ¿Ha ocurrido allí algo que pueda proporcionarnos alguna indicación sobre el comportamiento futuro de los Niños?
Bernard colocó cuidadosamente su tenedor y su cuchillo sobre su servilleta, los miró un instante, y luego levantó la cabeza.
—El ejército del Este —dijo suavemente ha sido equipado recientemente con un nuevo tipo de cañón atómico medio, de un alcance del orden de los cien kilómetros. La semana pasada efectuaron las primeras pruebas. La ciudad de Gizhinsk ya no existe...
Abrimos mucho los ojos. Con una expresión de horror, Anthea se inclinó hacia delante.
—¿Quiere decir... todo el mundo? —dijo, incrédula.
Bernard asintió.
—Todo el mundo. Toda la ciudad. Nadie podía ser advertido sin que los Niños lo supieran también. Además, del modo cómo fue efectuada la operación, siempre podrán atribuir oficialmente el desastre a un error de cálculo, incluso a un sabotaje.
Se detuvo de nuevo.
—Oficialmente —repitió—, y para consumo local y general. No obstante, hemos recibido informes cuidadosamente canalizados provinentes de fuentes rusas. No son explícitos en los detalles y las particularidades, pero sin la menor duda hacen alusión a Gizhinsk, y fueron transmitidos probablemente al mismo tiempo que se estaba llevando a cabo la operación. No mencionan tampoco explícitamente a Midwich, pero su tono demuestra que se trata de una advertencia muy seria. Tras una descripción que se aplica perfectamente a los Niños, habla de ellos como de grupos que representan no solamente un peligro para la nación donde se hallan ubicados, sino también un peligro muy grave para la especie. Esos informes concluyen con una llamada urgiendo a todos los gobiernos para que "neutralicen" a todos los grupos en el tiempo más breve posible... y esto en un tono casi de pánico. Repiten insistentemente, en un tono implorante, que esas medidas deben ser tomadas inmediatamente, no tan sólo en interés de las naciones o los bloques ideológicos, sino también porque los Niños representan una amenaza para todo el género humano.
Zellaby permaneció unos instantes siguiendo con el dedo los dibujos del mantel antes de levantar la cabeza y decir:
—¿Y cuál ha sido la reacción de los Servicios de Inteligencia? Preguntarse cuál era esta vez la sucia maniobra de los rusos, supongo. —Siguió trazando arabescos en el mantel.
—La mayor parte de nosotros sí —admitió Bernard—. Algunos, no.
Zellaby levantó de nuevo la cabeza.
—Realizaron sus maniobras en Gizhinsk la semana pasada, dice usted. ¿Qué día?
—El martes 2 de julio —dijo Bernard.
Zellaby agitó varias veces la cabeza, suavemente.
—Interesante —dijo—. Pero me pregunto cómo han sabido los nuestros...
Tras la comida, Bernard manifestó su intención de volver a la Granja.
—No he tenido ocasión de hablar con Torrance mientras Sir John estaba allá, y tras lo ocurrido ambos necesitábamos un poco de aire fresco.
—Supongo que no puede usted darnos una idea de lo que piensan hacer con respecto a los Niños —dijo.
Bernard agitó la cabeza.
—Si tuviera alguna idea —dijo—, tengo la impresión de que debería ser considerada como secreto oficial. Pero estoy en blanco. Voy a ver si Torrance puede hacer algunas sugerencias a partir de lo que conoce de ellos. Espero regresar en una o dos horas —añadió al irse.
Al salir de Kyle Manos se dirigió instintivamente hacia su coche, pero en el momento de ir a abrir la portezuela cambió de opinión. Un pequeño paseo, pensó, le haría bien, de modo que descendió por el camino con un paso alegre.
Justo en el momento en que franqueaba la verja, una mujer pequeña, con un vestido de lana azul, le miró, vaciló, luego avanzó hacia él. Enrojeció ligeramente, pero se acercó con paso decidido. Bernard la saludó con una inclinación de cabeza.
—Usted no me conoce. Soy la señorita Lamb. Pero todos nosotros sí sabemos quién es usted, coronel Westcott.
Bernard tomó conocimiento de aquella introducción con un ligero asentimiento, preguntándose qué era lo que sabían "todos nosotros" (probablemente todos Los habitantes de Midwrich) con respecto a él, y desde cuánto tiempo estaban al corriente. Preguntó en qué podía serle útil.
—Es con respecto a los Niños, coronel. ¿Qué va a pasar con ellos?
Le respondió, con toda sinceridad, que aún no había sido tomada ninguna decisión al respecto. Ella le escuchó con los ojos fijos en él, juntando sus enguantadas manos.
—Espero que no se tomen medidas draconianas —dijo—. Oh, sé que ayer por la noche fue algo horrible, pero no fue culpa de ellos. No pueden comprender aún. Son tan jóvenes, ¿sabe? Me doy cuenta de que parecen tener dos veces su edad, pero aunque así fuera eso no es tampoco ser tan mayor. No tenían intención de hacer tanto daño. Sentían miedo. ¿Acaso cualquiera de nosotros no hubiera sentido también miedo viendo acercarse una multitud de incendiarios? Claro que sí. Tenemos derecho a defendernos, y nadie puede reprochárnoslo. Le juro que si los demás del pueblo vinieran a mi casa de este modo, la defendería con todo lo que cayera a mis manos, quizá incluso con un hacha.
Bernard no estaba muy seguro de ello La imagen de aquella buena mujer precipitándose a golpes de hacha contra una multitud no era fácil de imaginarla.
—Su respuesta fue más bien desproporcionada —le recordó educadamente.
—Lo sé, pero cuando uno es joven y tiene miedo, se ve inclinado a usar una mayor cantidad de violencia de la que querría. Recuerdo que cuando yo era niña, algunas injusticias encendían mi sangre. Si hubiera tenido los medios y la fuerza de hacer lo que quería, hubiera sido terrible, realmente terrible, se lo aseguro.
—Desgraciadamente —hizo notar él—, los niños poseen esos medios y esa fuerza, y debe convenir usted conmigo que no podemos permitirles el utilizarla.
—No —dijo ella—. Pero no la utilizarán cuando tengan la edad suficiente para comprender. Estoy segura de que las cosas cambiarán. La gente dice que hay que echarlos. Pero ustedes no lo harán, ¿verdad? Son tan jóvenes. Sé que son muy independientes, pero pese a todo nos necesitan. No son malos. Lo único que ocurre es que han pasado mucho miedo. No era así antes. Si pudieran quedarse aquí, les enseñaríamos la ternura y la bondad, les mostraríamos que en el fondo nadie les quiere mal...
Levantó la cabeza hacia él, las manos juntas, suplicantes, los ojos implorantes, al borde de las lágrimas.
Bernard le devolvió inquieto aquella mirada, maravillándose ante aquella devoción que permitía considerar como una travesura infantil la muerte de seis personas y un buen número de heridas graves. Podía casi ver en el pensamiento de su interlocutora la frágil silueta adorada de dorados ojos que llenaba su mente. Siempre encontraría alguna excusa, no dejaría jamás de adorarlos, no comprendería jamás... No había habido más que un solo maravilloso milagro en toda su vida... Sintió pena por la señorita Lamb.
Tan sólo pudo explicarle que no era de su competencia tomar decisiones, y asegurarle, aunque procurando evitar darle falsas esperanzas, que mencionaría en su informe todo lo que ella acababa de decirle. Luego, despidiéndose de ella con toda la gentileza que le fue posible, siguió su camino, sintiendo fija en su espalda una mirada llena de inquietud y de reproches El pueblo, cuando lo atravesó, tenía un aspecto triste y desierto. Debía haber, pensó, un profundo resentimiento contra el bloqueo, pero las pocas personas que encontró, a excepción de algunas parejas charlando, tenían toda la apariencia de dedicarse normalmente a sus asuntos habituales. El único policía que hacía su ronda por el Parque se aburría a todas luces mortalmente. La lección número uno que les habían infligido los Niños, es decir, que era peligroso formar grupos, había tenido sus consecuencias. Era una medida dictatorial eficaz... no era sorprendente que los rusos hubieran limpiado Gizhinsk.
En la carretera de Hickham, a veinte metros del pueblo, tropezó con dos Niños. Estaban sentados en un banco al lado de la carretera, con los ojos fijos hacia arriba y al oeste con una tal atención que ni siquiera se dieron cuenta de su aproximación.
Bernard se detuvo y giró la cabeza en dirección a su mirada, captando al mismo tiempo un ruido de motores a reacción. El avión era fácilmente visible, una forma plateada contra el azul cielo de verano, volando a mil metros. En el momento en que lo vio, varios puntos negros aparecieron bajo el avión. Varios paracaídas blancos se abrieron casi inmediatamente, y comenzaron a descender con lentitud. El aparato siguió volando en línea recta.
Dirigió una nueva mirada a los Niños, a tiempo para verles intercambiar una sonrisa de visible satisfacción. Miró de nuevo al aparato, que proseguía tranquilamente su rumbo, y tras él las cinco manchas blancas que descendían suavemente. No era experto en aviación, pero estaba casi seguro que aquel avión era un Carey, un bombardero ligero de gran radio de acción... que normalmente llevaba una tripulación de cinco hombres. Miró pensativamente a los dos Niños y, en aquel mismo momento, ellos se dieron cuenta de su presencia. Los tres se examinaron mutuamente mientras el bombardero pasaba rugiendo justo sobre sus cabezas.
—Esta máquina —dijo Bernard— vale mucho dinero. Alguien se sentirá seguramente muy contrariado por su pérdida.
—Es una advertencia. Pero probablemente van a perder muchas más antes de empezar a creer —dijo el chico.
—Es posible. Sois realmente muy fuertes. —Se detuvo, examinándolos aún—. No queréis que ningún avión vuele sobre vosotros, ¿no es eso?
—Sí —admitió el chico.
Bernard asintió.
—Os comprendo. Pero decidme: ¿por qué vuestras advertencias son siempre tan severas, por qué lo hacéis todo más duro de lo necesario? ¿No hubierais podido simplemente desviarlo?
—También hubiéramos podido hacerlo estrellarse contra el suelo —dijo la chica.