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Authors: J.R.R. Tolkien

Tags: #Fantasía

Los hijos de Húrin (17 page)

BOOK: Los hijos de Húrin
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Entonces Túrin y Beleg, con los diez hombres que les quedaban, retrocedieron hasta el centro de la cima, donde se alzaba una piedra erguida, y, formando un anillo a su alrededor, se defendieron hasta que todos cayeron muertos, excepto Beleg y Túrin, porque los Orcos no dispararon, sino que los cazaron con redes. A Túrin lo ataron y se lo llevaron; a Beleg, que estaba herido, lo ataron también, pero lo dejaron en el suelo, con las muñecas y los tobillos amarrados a unos clavos de hierro hincados en la roca.

Los Orcos que encontraron el acceso mediante la escalera secreta, abandonaron la cima y entraron en Bar-en-Danwedh, y la profanaron y saquearon. No encontraron a Mîm, que acechaba escondido en las cavernas, pero cuando hubieron partido de Amon Rûdh, subió a la cumbre y, dirigiéndose a donde Beleg yacía postrado e inmóvil, se burló de su sufrimiento mientras afilaba un cuchillo.

Sin embargo, Mîm y Beleg no eran las únicas criaturas vivientes en la cumbre de piedra. Andróg, aunque herido de muerte, se arrastró entre los cadáveres hacia ellos, y tomando una espada se la arrojó al Enano. Gritando aterrorizado, Mîm corrió hacia el borde del barranco y desapareció: huyó por un sendero de cabras, abrupto y difícil que conocía. Andróg, haciendo acopio de sus últimas fuerzas, cortó las ligaduras de las muñecas y los tobillos de Beleg, y lo liberó; al morir le dijo:

—Mis heridas son demasiado profundas incluso para tus dotes de curación.

9
La muerte de Beleg

B
eleg buscó a Túrin entre los muertos para enterrarlo, pero no pudo encontrar su cuerpo. Supo entonces que el hijo de Húrin seguía con vida, y que se lo habían llevado a Angband; sin embargo, se vio obligado a quedarse en Bar-en-Danwedh hasta que sanó de sus heridas. Partió entonces con escasas esperanzas de encontrar el rastro de los Orcos, pero se topó con sus huellas cerca de los Cruces del Teiglin. Allí el río se dividía, pues algunos brazos seguían las estribaciones del Bosque de Brethil hacia el Vado de Brithiach, y otros se alejaban en dirección oeste; a Beleg le pareció evidente que debía seguir los que iban directos y a mayor velocidad hacia Angband, en dirección al Paso de Anach. Por tanto, atravesó Dimbar, y subió al Paso de Anach en Ered Gorgoroth, las Montañas del Terror, llegando así a las tierras altas de Taur-nu-Fuin, el Bosque bajo la Noche, una región de terror y encantamientos oscuros, de vagabundeo y desesperación.

Perdido en aquella tierra maligna, Beleg vio por casualidad una pequeña luz entre los árboles, y, dirigiéndose hacia ella, encontró a un Elfo dormido bajo un gran árbol muerto: junto a su cabeza había una lámpara, y el trapo que la cubría se había deslizado. Entonces Beleg despertó al durmiente, le dio
lembas
, y le preguntó qué destino lo había llevado a aquel terrible lugar. Él dijo que su nombre era Gwindor, hijo de Guilin.

Beleg lo contempló apenado, porque Gwindor no era ya sino una pequeña sombra encorvada del que había sido, cuando en la Batalla de las Lágrimas Innumerables, ese señor de Nargothrond cabalgó hasta las mismas puertas de Angband, donde fue capturado. Porque pocos eran los Noldor a los que Morgoth daba muerte, a causa de su habilidad en los metales y las gemas; así hizo con Gwindor, no lo mató sino que lo puso a trabajar en las minas del Norte. Los Noldor poseían muchas de las lámparas fëanorianas, que eran cristales colgados de una fina red de cadenillas que brillaban continuamente con un maravilloso resplandor azul que les permitía encontrar el camino en la oscuridad de la noche o los túneles; ni siquiera ellos conocían el secreto de estas lámparas. Muchos de los Elfos de las minas escaparon de aquella oscuridad, precisamente porque fueron capaces de encontrar el camino de salida; Gwindor sin embargo, obtuvo una pequeña espada de uno que trabajaba en las forjas, y, cuando estaba con un grupo, extrayendo piedra, se enfrentó de repente con los guardias. Pudo escapar, pero con una mano cortada; y ahora yacía exhausto bajo los grandes pinos de Taur-nu-Fuin.

Por Gwindor supo Beleg que la pequeña compañía de Orcos que tenían por delante, y de la que él se había escondido, no llevaba cautivos y marchaba con rapidez: una guardia avanzada, quizá, que llevaba noticias a Angband. Al saber esto, Beleg se desesperó, porque supuso que las huellas que había visto alejarse hacia el oeste después de los Cruces del Teiglin eran las de una hueste mayor, que, a la manera orca, habría ido a saquear las tierras en busca de alimento y botín, y ahora podría estar regresando a Angband por «la Tierra Estrecha», el largo desfiladero del Sirion, mucho más al oeste. En ese caso, su única esperanza era volver al Vado de Brithiach, y luego dirigirse al norte hacia Tol Sirion. Pero aún no se había decidido cuando oyeron el sonido de un gran ejército que se aproximaba por el bosque desde el sur y, escondiéndose entre las ramas de un árbol, observaron pasar a los siervos de Morgoth, que avanzaban lentamente, cargados con botín y cautivos, y rodeados de lobos. Y vieron a Túrin, con las manos encadenadas, empujado a latigazos.

Entonces Beleg le contó a Gwindor lo que lo había llevado a Taur-nu-Fuin, y éste trató de disuadirlo, diciendo que sólo lograría sumarse a Túrin en la desdicha que lo aguardaba. Pero Beleg no estaba dispuesto a abandonar a su amigo, y aun desesperado, logró despertar de nuevo esperanzas en el corazón de Gwindor, y juntos continuaron, siguiendo a los Orcos hasta que salieron del bosque y llegaron a las altas pendientes que bajaban hasta las dunas desiertas de Anfauglith. Allí, a la vista de los picos de Thangorodrim, en un valle baldío, los Orcos montaron el campamento, y pusieron lobos como centinelas alrededor. Celebraron y festejaron el botín y, después de torturar a los prisioneros, la mayoría cayeron dormidos y borrachos. Para entonces, el día decaía y lo hacía sumido en una intensa oscuridad. Una gran tormenta venía desde el oeste, y los relámpagos resplandecían a lo lejos mientras Beleg y Gwindor se arrastraban hacia el campamento.

Cuando todos estuvieron dormidos, Beleg tomó el arco y disparó a oscuras sobre cuatro de los lobos centinelas del lado meridional; fueron cayendo uno a uno y en silencio. Luego, con gran peligro Gwindor y él, se adelantaron hasta encontrar a Túrin engrillado de pies y manos y atado a un árbol. En el tronco estaban clavados los cuchillos que le habían arrojado sus torturadores, pero él no estaba herido, aunque sí sin sentido, narcotizado o bien profundamente dormido debido al agotamiento. Entonces, Beleg y Gwindor cortaron sus ligaduras, y sacaron a Túrin del campamento. Sin embargo, pesaba demasiado como para llevarlo muy lejos, y no pudieron llegar más que a una maleza de espinos de las pendientes que quedaban por encima del campamento. Allí lo depositaron en el suelo. Ahora la tormenta estaba más cerca, y un relámpago iluminó Thangorodrim. Beleg desenvainó la espada Anglachel, y con ella cortó los grillos que sujetaban a Túrin;pero ese día el destino pudo más, porque la hoja de Eöl, el Elfo Oscuro, resbaló de la mano de Beleg e hirió a Túrin en un pie.

Entonces Túrin despertó de repente, lleno de rabia y miedo, y, al ver una forma inclinada sobre él en las tinieblas con una hoja desnuda en la mano, se levantó de un salto con un gran alarido al creer que los Orcos habían empezado otra vez a atormentarlo y, debatiéndose con su amigo en la oscuridad, tomó a Anglachel y mató con ella a Beleg Cúthalion tomándolo por un enemigo.

Pero al incorporarse, libre ya de ataduras y dispuesto a vender cara la vida, el gran fulgor de un relámpago estalló en lo alto, y a su luz vio el rostro de Beleg. Entonces Túrin se quedó callado e inmóvil como una piedra, contemplando aquella espantosa muerte, consciente de lo que había hecho; y tan terrible era su rostro, iluminado por los relámpagos que estallaban alrededor, que Gwindor se echó al suelo y no se atrevió a alzar la vista.

Mientras, en el campamento de abajo los Orcos habían despertado, por la tormenta y por el grito de Túrin, y descubrieron que éste había desaparecido; sin embargo, no lo buscaron, porque estaban aterrorizados por un trueno que vino del oeste, y que creyeron dirigido contra ellos por los grandes Enemigos de más allá del Mar. Entonces se levantó un gran viento, y cayeron fuertes lluvias, y el agua descendió en torrentes desde las alturas de Taur-nu-Fuin; y aunque Gwindor le gritó a Túrin, avisándole del extremo peligro en que se encontraban, éste no respondió, sino que permaneció allí, sentado, inmóvil y con los ojos secos junto al cuerpo de Beleg Cúthalion, que había muerto por su mano cuando estaba liberándolo de la esclavitud.

Cuando llegó la mañana, la tormenta se había desplazado hacia el este sobre Lothlann, y el sol del otoño se alzaba cálido y brillante; pero los Orcos, que odiaban a este astro casi tanto como al trueno, y creyendo que Túrin habría huido lejos de aquel lugar y las huellas de su huida habrían desaparecido, partieron de prisa, impacientes por regresar a Angband. Gwindor los vio a la distancia mientras se alejaban hacia el norte por las arenas humeantes de Anfauglith. Así fue como volvieron a Morgoth con las manos vacías, y dejaron atrás al hijo de Húrin, que seguía sentado, desesperado y aturdido, en las laderas de Taur-nu-Fuin, soportando una carga más pesada que sus cadenas.

Cuando Gwindor llamó a Túrin para que lo ayudara a dar sepultura a Beleg, él se incorporó como quien anda en sueños, y juntos tendieron a Beleg en una tumba poco profunda, y pusieron junto a él a Belthronding, su gran arco, que estaba hecho de madera de tejo negro. Pero Gwindor no añadió sin embargo la terrible espada Anglachel, diciendo que sería mejor utilizarla para vengarse con ella de los siervos de Morgoth que abandonarla inútil en la tierra; y tomó también las
lembas
de Melian para que los fortaleciera en las tierras salvajes.

Así fue el fin de Beleg Arcofirme, el más fiel de los amigos, el más hábil de todos cuantos se cobijaron en los bosques de Beleriand en los Días Antiguos; por mano de quien más quería. Y ese dolor se grabó en el rostro de Túrin y nunca se borró de él.

Pero el Elfo de Nargothrond había ido recuperando el coraje y la fuerza, y, dejando Taur-nu-Fuin, se llevó lejos de allí a Túrin. Ni una vez habló éste mientras erraron juntos por caminos largos y penosos, y caminaba como quien no tiene deseos ni propósitos, mientras el año menguaba y el invierno se acercaba a las tierras septentrionales. Sin embargo, Gwindor estaba siempre a su lado para protegerlo y guiarlo; y así se dirigieron hacia el oeste, cruzando el Sirion y llegaron por fin a la Laguna Hermosa y Eithel Ivrin, las fuentes donde nacía el Narog bajo las Montañas de la Sombra. Allí Gwindor le habló a Túrin, diciendo:

-¡Despierta, Túrin, hijo de Húrin! El lago de Ivrin ríe sin cesar. Se alimenta de fuentes cristalinas que nunca dejan de manar, y Ulmo, el Señor de las Aguas, que creó su belleza en los Días Antiguos, cuida de que nada las perturbe.

Entonces Túrin se arrodilló y bebió de aquellas aguas; y una vez lo hubo hecho, súbitamente se echó de bruces, y las lágrimas corrieron por fin, y sanó de su locura.

Allí compuso una canción para Beleg, y la llamó Laer Cú Beleg, el Canto del Gran Arquero, cantándolo en alta voz, sin importarle el peligro. Y Gwindor puso en sus manos la espada Anglachel, y Túrin notó que era pesada y fuerte y que tenía un gran poder; pero la hoja estaba negra, opaca y sin filo. Entonces Gwindor dijo:

—Ésta es una hoja extraña, y no se asemeja a ninguna otra que haya visto en la Tierra Media. Guarda luto por Beleg, lo mismo que tú. Pero consuélate; porque voy de regreso a Nargothrond, de la Casa de Finarfin, donde nací y viví antes de mi pesar. Vendrás conmigo, y allí te curarás y recuperarás.

—¿Quién eres? —preguntó Túrin.

—Un Elfo errante, un esclavo fugado, a quien Beleg encontró y confortó —respondió Gwindor—. Pero otrora fui Gwindor, hijo de Guilin, un señor de Nargothrond, hasta que fui a la Nirnaeth Arnoediad y me esclavizaron en Angband.

—Entonces habrás visto a Húrin, hijo de Galdor, el guerrero de Dor-lómin —quiso saber Túrin.

—No lo he visto —contestó Gwindor—, pero en Angband corre el rumor de que aún desafía a Morgoth; y de que éste le ha echado una maldición, a él y a todo su linaje.

—Lo creo —dijo Túrin.

Y poniéndose en pie, abandonaron Eithel Ivrin y viajaron hacia el sur a lo largo de las orillas del Narog, hasta que los exploradores de los Elfos los atraparon y los llevaron cautivos a la fortaleza escondida.

Así fue cómo Túrin llegó a Nargothrond.

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