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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (27 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—No cabe duda de que alguien ha estado aquí, y de eso hace mucho menos de treinta años.

Han se inclinó y recogió algo del musgo.

El objeto brilló con un sucio destello amarillento bajo el haz de su luminador. Era tan grande como la uña de su pulgar, y poseía una curiosa cualidad mate y reluciente al mismo tiempo. La superficie estaba recubierta por un complejo trazado de líneas oscuras.

—Xileno —dijo Han—. Un chip de memoria… Si el viejo Plett realmente fue el genio de la botánica que todo el mundo afirma que era, este sitio tenía que estar lleno de secuenciadores, tanques y demás cachivaches. No me extraña que la gente viniera aquí para llevarse todo ese equipo. —Han separó el extremo del cable de seguridad de su cinturón y dejó que colgara delante de la boca del túnel—. ¿A qué precio se cotiza el xileno en el mercado abierto últimamente, Chewie?

El wookie negó poseer cualquier tipo de conocimiento especializado sobre esas materias, pero Han sabía que el recubrimiento de xileno de ese viejo chip de memoria habría bastado como mínimo para adquirir varios vestidos iguales al que Leia había llevado aquella tarde. Se lo guardó en el bolsillo.

—No me extraña nada que el viejo Nubblyk quisiera mantenerlo en secreto.

El haz del luminador fue revelando los contornos llenos de irregularidades de las paredes que rezumaban humedad y la baja arcada del techo lleno de musgos. Algo negro y reluciente del tamaño del pie de Han se deslizó velozmente a través del musgo para desvanecerse por la entrada del pasadizo. Han no pudo evitar dar un respingo y Chewie, que estaba encorvado para que su cabeza no rozara el techo, deslizó nerviosamente una manaza peluda sobre su melena, como si sospechara que algo se había desprendido del musgo que crecía sobre él y estaba arrastrándose por entre su pelaje.

El wookie gruñó una pregunta.

—No sé —dijo Han—. Lo único que podría haber acabado con el comercio de chips, y con cualquier otra cosa que pudieran estar sacando de toda esa vieja maquinaria, es que hubieran dejado limpio todo el lugar. A juzgar por lo que estaban diciendo en los bares, eso debió de ocurrir el año siguiente a la batalla de Endor.

Otro retumbar interrogativo.

—Sí, Drub trabajaba para él como transportista, pero el Slita siempre lo controlaba todo al máximo —replicó Han—. Mi teoría es que sólo él sabía dónde se encontraba la entrada a este lugar, y tal vez hubiera más de uno. Maldición —añadió cuando llegaron al comienzo de una empinada rampa en zigzag—. Para que luego hablen de los sitios que son más grandes por dentro que por fuera…

El túnel subía poco a poco e iba siguiendo el complejo de antiguos pasajes volcánicos y lechos de ríos subterráneos que acababan saliendo a la superficie en el gran abismo de la Fisura de Plawal. Al comienzo de la rampa había un corto túnel que atravesaba la roca, pero el otro extremo estaba bloqueado.

—Apuesto a que ahí está la puerta que Leia vio y que daba acceso a la Casa.

Volvieron sobre sus pasos y avanzaron por el túnel principal, con Chewie soltando gruñidos mientras ajustaba su arco de energía y su rifle desintegrador sobre sus hombros intentando colocarlos en una posición que le resultara más cómoda.

—Sí, aquí estamos… Esta pequeña fisura probablemente termina justo debajo del hielo.

Siguieron las señales y arañazos del suelo hasta llegar a una gran caverna, y cruzaron un angosto puente de madera que salvaba un abismo del que surgían vapores y el acre aliento de los gases subterráneos, que formaban un muro asfixiante. Las rocas del otro lado, allí donde el túnel se ensanchaba para convertirse en un vasto espacio irregular repleto de oscuridad, estaban recubiertas por complejos laberintos de duras formaciones blancas llenas de arrugas y ondulaciones compuestas por depósitos minerales. El suelo estaba salpicado por los agujeros de fumarolas extinguidas hacía ya mucho tiempo, y era acuchillado por arroyos humeantes que apenas podían abrirse paso a través de los depósitos minerales teñidos por mil extraños colores. Varios tentáculos blancos que parecían gusanos achatados surgieron de una fumarola y avanzaron hacia sus pies, pero desaparecieron casi al instante con un chasquido líquido en cuanto Han y Chewbacca retrocedieron alarmados.

Al final de la caverna alguien había tallado una especie de sala en la roca. El pequeño recinto estaba lleno de cajas de plástico y de los paquetitos que los contrabandistas usaban para guardar los artículos cuando los escondían detrás de los paneles del casco o debajo de las secciones del suelo de una nave. La gran mayoría habían sido roídos y mordisqueados hasta quedar medio destrozados. Un kretch de pequeñas dimensiones y no más largo que el pulgar de Han se apresuró a huir de la trayectoria de su luz.

—Hilo de oro…

Han hurgó entre el basurero de plástico con la puntera de su bota y después se arrodilló para extraer algo metálico que relució con un sucio destellar bajo la luz. Estaba retorcido y doblado, y resultaba obvio que había sido estirado a partir de su configuración original y que luego había sido enrollado para guardarlo allí. Las gruesas capas de depósitos minerales que se le habían ido adhiriendo relucieron con reflejos de un rosa dorado bajo el haz del luminador.

—Y es de calidad comercial.

Han deslizó el haz luminoso sobre las otras dos puertas de la sala, que llevaban a una escalera y a un túnel respectivamente. Los techos, bastante bajos, exhibían una dentadura de estalactitas y un abundante pelaje de depósitos de sodio y sílice que parecían cabellos. Las capas de liquen brillaban en hebras azules, verdes y carmesíes sobre las paredes, y serpientes de neblina se enroscaban en el suelo.

—Vamos a ver qué más hay aquí.

Brisas calientes y acres removieron la cabellera empapada por el sudor de Han y el pelaje del wookie mientras avanzaban por el sistema de grietas y fisuras. Pequeños cursos de agua goteaban a través de las formaciones de las paredes, y el azufre y el hedor a kretch hacían que la oscuridad se volviera opresiva y casi irrespirable. Llegaron a otra sala abierta en la pared del túnel y la luz de Han brilló sobre un montón de envolturas metálicas y tableros de circuitos, y arrancó destellos a los vacíos ojos de cristal de la cabeza cilíndrica de un viejo androide APD-40.

—¿Por qué dejaron de fabricar la serie APD, Chewie?

Han se puso en cuclillas para inspeccionar las planchas metálicas. Todos los chips habían sido arrancados, y no quedaba ni una sola célula de energía.

El wookie aventuró la hipótesis de que había sido a causa de las Guerras Clónicas, pero no entró en la sala. Permaneció inmóvil en el umbral con forma de rectángulo achaparrado, aguzando el oído para captar cualquier sonido que pudiera llegar de la negrura del túnel y la cámara de ecos de la caverna anterior. Han sólo podía oír el gorgoteo distante del agua en alguna parte, pero sabía que su amigo tenía unas orejas mucho más agudas que las suyas.

—Sí, ya lo había pensado… Los sustituyeron por la serie C Tres porque los APD utilizaban hilo de oro y puntos de xileno. Este modelo es bastante antiguo. —Han deslizó el haz del luminador por encima del amasijo de tableros saqueados y cajas metálicas desfondadas—. Bueno, toda esta chatarra tiene que haber salido de seis u ocho androides como mínimo. No cabe duda de que esto era lo que andaban buscando.

Encontraron las joyas en la siguiente sala de aquel pasillo.

-¿Qué…?

El luminador de Han creó un sinfín de arcos iris sobre las tres cajas alineadas a lo largo de la pared, y los abigarrados torrentes de colores rebotaron en ellas para esparcir una rociada de fuego sobre el techo. Han se inclinó y empezó a extraer pendientes, cadenas, pectorales y colgantes, todos sucios y recubiertos de costras minerales.

Chewie gruñó una observación y le enseñó una caja de plástico medio llena de chips de xileno.

Los ojos de Han se encontraron con los del wookie, y vieron en ellos la misma perplejidad que estaba sintiendo.

—Esto no tiene ningún sentido. —Han hundió los dedos en los chips. Estaban mezclados con chatarra electrónica que aún podía ser utilizada, desde hilo de oro hasta células de energía pasando por fragmentos de selenio—. Tiene que haber como tres cuartos de millón de créditos en esta habitación. —Desvió el haz del luminador hacia el umbral interior, y la claridad se fue moviendo sobre los ángulos precisos y cortantes de masas de maquinaria, pantallas oscurecidas y los pulidos y curvos brazos de los procesadores y las bombas—. Y todo esto sigue intacto. No puedo imaginarme a Nubblyk dándose la vuelta y saliendo de aquí sin…

Chewie alzó una manaza peluda y volvió la cabeza hacia la puerta exterior. Después movió un dedo indicándole que apagara el luminador.

Silencio, y una oscuridad impenetrable. El
hursh-hursh
lejano del agua creaba ecos en las irregularidades del techo pegado a sus cabezas.

Un horrible ruido de arañazos y el repugnante hedor dulzón de los kretchs hicieron que Han tuviera que esforzarse para expulsar de su mente la espantosa fantasía de que una docena de esas criaturas habían empezado a trepar por sus botas un segundo después de que apagara el luminador.

Han avanzó cautelosamente hasta el sitio en el que sabía que Chewie seguía inmóvil delante de la entrada. Su mano extendida acabó entrando en contacto con el pelaje del wookie. Si su compañero hubiera sido humano, Han habría susurrado su nombre para evitar encontrarse con un cuchillo entre las costillas, pero el wookie reconocería su olor. Chewie no gruñó, pero Han sintió cómo el pelaje del brazo de su amigo se erizaba entre sus dedos.

Estaba claro que había algo en el pasillo.

Una ráfaga de aire caliente que vagabundeaba por los túneles trajo consigo una pestilencia a fiera tan terrible que Han casi sufrió un acceso de náuseas. Fuera lo que fuese, una cantidad de olor tan considerable sólo podía surgir de algo muy grande.

Después hubo un grito y un repentino arañar de garras. Han gritó «¡Luz!» para advertir a Chewbacca y lanzó el haz a plena potencia directamente sobre la fuente del sonido. El resplandor ardió con una dureza diamantina sobre unos ojos amarillentos y unos dientes marrones que ya se preparaban para morder y desgarrar. El haz desintegrador de Chewbacca falló el blanco y se dispersó, rebotando locamente en el angosto espacio mientras la criatura, una masa de pelos sucios y cubiertos de moho que aullaba y rugía, se lanzaba sobre el wookie.

No se podía ni pensar en hacer un segundo disparo, y Han atacó con su cuchillo, hundiéndolo en la espalda de la criatura mientras el impacto de su carga hacía que Chewbacca cayera al suelo. El ser gritó y se debatió entre las manos de Chewie mientras lanzaba zarpazos contra Han, y el luminador que había caído al suelo reveló un movimiento en la oscuridad. Otras criaturas se aproximaban a la carrera con los ojos llameando, y el techo lleno de agujeros y protuberancias resonó repentinamente con el eco de sus gritos.

Han logró apartarse del primer atacante cuando su cuerpo se quedó nacidamente inmóvil. Cogió el luminador y el rifle que se había escurrido de entre los dedos de Chewbacca, y el wookie rodó sobre sí mismo hasta quedar en pie, saltó sobre el cadáver e inició una veloz huida en la oscuridad. Han echó a correr detrás de él. Lanzó un disparo a su espalda, y el haz desintegrador fue de una pared a otra con un estridente siseo para mostrar con la fugacidad del rayo a las repugnantes criaturas que le pisaban los talones.

—¡Por ahí!

Chewie se limitó a soltar un rugido mientras sus largas piernas le iban dando cada vez más ventaja y le llevaban por el laberinto serpenteante del túnel rocoso. El haz del luminador saltaba locamente sobre los muros recubiertos de moho, deslizándose a través de umbrales que se abrían a la tenebrosa oscuridad de salas talladas en la piedra, transformando las estalagmitas de la gran caverna en atacantes y los viejos agujeros volcánicos y las formaciones de lava en pozos sin fondo. Han y Chewbacca siguieron corriendo, resbalando sobre la delgada capa de barro que cubría el suelo y avanzando en una loca carrera hacia la hendidura oscura de la entrada al túnel que llevaba hasta el pozo… Y entonces el haz del luminador les mostró los destellos de algo inmóvil en el túnel, un reluciente cuerpo redondeado que brillaba como una joya negra o las escamas de alguna criatura monstruosa; algo que relucía como una masa de adoquines mojados que de repente pareció extenderse por todo el túnel abarcando paredes, techo y suelo; algo que no había estado allí antes.

Kretchs.

El túnel que llevaba al pozo estaba atestado de kretchs.

Han y Chewie se quedaron inmóviles durante un momento, aturdidos y perplejos, y contemplaron aquel pesadillesco hervir de cuerpos de insectos que llenaba el pasadizo con una alfombra viva de casi treinta centímetros de grosor. Entonces, como si una mano invisible acabara de quitar un tapón, el río de kretchs empezó a fluir hacia adelante.

Han gritó algo totalmente inadecuado dadas las circunstancias y echó a correr hacia la izquierda y los bultos medio desmoronados de viejas formaciones de lava y pequeños cráteres que dejaban escapar nubéculas de vapores, con Chewie detrás de él y todas las legiones de la oscuridad aullando a sus espaldas.

—Tenemos que encontrar una forma de volver al pozo —jadeó desesperadamente mientras las frágiles capas de depósitos minerales y las retorcidas estructuras cristalinas crujían y se desmoronaban bajo sus pies y los retazos de liquen fosforescente palpitaban y se agitaban como ascuas arcoirisadas al sentir el viento a su paso. El aire de aquella zona estaba tan saturado de gases volátiles y del hedor del azufre que parecía arder. El calor asfixiante y la mordedura de aquella atmósfera que intentaba roerle los pulmones hicieron que Han tosiera y se atragantara—. Hay que volver a las bóvedas… Puede que por aquí…

Más gritos, y dos formas negras surgieron de la nada para entrar en la claridad del luminador allí donde se desparramaba sobre la ladera de un viejo cono de restos volcánicos que brotaba del suelo delante de ellos.

—Pensándolo mejor, vayamos por aquí…

Chewie le cogió del brazo, deteniéndole, y rugió un desafío a la masa de oscuridad que tenían delante.

La oscuridad respondió con un ensordecedor grito de desafío.

—Estupendo —dijo Han.

Alzó el luminador y deslizó el haz sobre las lisas terrazas redondeadas de lo que habían sido pozos de barro superrecalentado y que se habían ido enfriando hasta formar pistas de baile de extraños y abigarrados colores que aún se encontraban rodeadas por los restos de las últimas burbujas…, y allí estaban.

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