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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (54 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—No hay ninguna razón para ello, desde luego —replicó Nichos—. Un androide no puede ir contra su programación básica o contra restricciones impuestas a su programación si no entran en conflicto con el nivel más profundo de sus limitadores motivacionales. Pero creo que Nichos lo habría hecho.

—Está dormida.

Luke fue tan consciente de que Callista había entrado en la habitación como si lo hubiera hecho por la puerta cerrada que le separaba del diminuto despacho. Estaba solo. Inmóvil entre aquellas densas sombras —las pilas de la lámpara por fin se habían agotado, y la única claridad procedía de la grasa de emergencia que ardía gracias a pabilos improvisados en dos grandes cuencos de plástico rojo traídos del comedor y colocados sobre el banco de trabajo—, casi pudo engañarse a sí mismo para convencerse de que la veía, alta y delgada, con su cabellera castaña colgando a lo largo de su espalda en una cola tan larga y gruesa como su brazo.

«No puedo permitir que sea destruida», pensó, y un espasmo de desesperación le desgarró el corazón.

—¿Y Nichos? ¿Se encuentra bien?

Luke empezó a asentir, pero después se interrumpió a mitad del gesto y acabó meneando la cabeza.

—Nichos… es un androide —dijo.

—Lo sé.

Sintió su presencia junto a él, como si Callista se hubiera sentado a su lado sobre el borde del banco de trabajo, con las botas oscilando de un lado a otro, tal como estaba sentado él. El calor de su carne, la fuerza llena de pasión con la que se había aferrado a él y la dulzura de su boca bajo la suya volvieron repentinamente a sus pensamientos desde la lejanía del sueño.

—Luke… —murmuró Callista—. A veces no se puede hacer nada.

Luke dejó escapar el aliento en un resoplido de irritación y apretó los puños, pero aun así tardó unos momentos en hablar. Cuando lo hizo fue únicamente para susurrar «Lo sé», y un instante después comprendió que hacía dos semanas no lo había sabido. En algunos aspectos, el aprendizaje con los Señores del Sith y los clones del Emperador había resultado mucho más sencillo.

—Supongo que el truco está en llegar a saber en qué momentos no se puede hacer nada —dijo con una sonrisa torcida.

—Djinn Altis solía enseñárnoslo —dijo Callista en voz baja y suave—. «Durante diez mil años hemos sido los guardianes de la paz y la justicia en la galaxia.» Siempre empezaba sus historias y sus enseñanzas con esas palabras, como si fueran un prólogo a lo que diría después… «Pero en algunas ocasiones la mejor manera de servir a la justicia consiste en saber cuándo hay que quedarse cruzado de brazos.» Y después nos contaba alguna historia sacada de los archivos o de las tradiciones orales de los Jedi sobre algún incidente en el que lo que parecía estar ocurriendo no era lo que estaba ocurriendo en realidad, y la utilizaba como ejemplo de lo que quería decir.

Luke sintió los ecos melancólicos de su risa.

—Oh, solía sacarme de quicio, créeme, pero… ¿Sabes qué decía? «Cada estudiante está obligado a cometer mil ochenta errores realmente importantes. Cuanto más pronto los cometas, más pronto te verás libre de la obligación de tener que cometerlos.» Le pedí una lista. «Pensar que hay una lista es el error número cuatro», me respondió.

—¿Cuánto tiempo estuviste con él?

—Cinco años. Apenas un comienzo, y ni mucho menos el tiempo suficiente.

—No, claro —dijo Luke, y pensó en las pocas semanas que había pasado en Dagobah y volvió a suspirar—. Pero desearía que algunos de esos mil ochenta errores no tuvieran nada que ver con el enseñar a tus estudiantes ni con el enseñar a los Jedi, transmitir el poder o la capacidad para utilizar la Fuerza. Mi ignorancia, mi propia inexperiencia… Bueno, ya han hecho que uno de mis estudiantes perdiera la vida, y arrojaron a otro en los brazos del lado oscuro y causaron unos daños tan terribles en la galaxia que no quiero ni volver a pensar en ellos. Todo ese asunto, y me refiero a la Academia y a recuperar las artes de los Jedi, es demasiado importante para…, para que podamos emplear el sistema «Aprenda Mientras Da Clases». Ése es… —Luke titubeó, no queriendo decir aquello de su maestro pero sabiendo que tenía que decirlo—. Ése es el error que cometió Ben cuando tuvo a mi padre como discípulo.

El silencio volvió a adueñarse de la habitación, aunque Callista estaba tan cerca de él como lo había estado en el deslizador sobre el borde del cañón, cuando los binoculares iban de sus manos a las de ella mientras buscaban algún rastro del Pueblo de las Arenas.

—Si Ben no hubiera enseñado a tu padre a emplear la Fuerza —acabó murmurando Callista—, tu padre probablemente no habría sido lo bastante fuerte para matar a Palpatine…, y tampoco habría estado en situación de hacerlo. Tú no podrías haberlo hecho —añadió.

—No… Entonces no podría haberlo hecho.

Nunca se le había ocurrido considerarlo desde ese punto de vista.

—Estoy grabando todo lo que recuerdo sobre las enseñanzas de Djinn —siguió diciendo Callista en voz muy baja, como si estuviera ofreciendo un regalo sin estar muy segura de si sería bien recibido—. He estado trabajando en ello siempre que tenía algún momento libre desde que me hablaste por primera vez de lo que estabas haciendo. Técnicas, ejercicios, meditaciones, teorías…, a veces solamente las historias que contaba. Todo lo que recuerdo, Luke… Son cosas que creo no deberían perderse, cosas que te ayudarían. Ya sé que una gran parte de las técnicas, una gran parte de los poderes mentales y las formas de utilizar la Fuerza no pueden ser… descritas y sólo pueden ser mostradas por una persona a otra, pero aun así… Bien, tal vez puedan servirte de algo después de que te hayas ido de aquí.

—Callista… —empezó a decir Luke con desesperación, y Callista siguió hablando y su voz se impuso a la suya con firme decisión.

—No soy un Maestro Jedi y mi percepción de todas esas cosas no es la que tendría un Maestro… Pero es todo el adiestramiento formal que no tuviste la ocasión de recibir. Me asegurare de que tengas las losetas de datos con la mayor cantidad de grabaciones que consiga terminar antes de que te marches.

—Callista, no puedo…

Luke sintió su mirada sobre él, gris como la lluvia y tan inconmoviblemente tranquila como cuando había mirado a Geith, y fue incapaz de seguir hablando.

—No puedes permitir que esta estructura de combate caiga en las manos de quienquiera que ha aprendido a utilizar la Fuerza para influir sobre las mentes electrónicas —dijo Callista. Era tan real y había tenido que retroceder una distancia tan grande para poder estar con él que Luke habría jurado que pudo sentir el roce de su mano sobre la suya—. Di mi vida para que el
Ojo de Palpatine
no pudiera ser utilizado hace treinta años, y ahora daría la tuya y la de Cray y la de cualquier otra persona que estuviera a bordo si tuviera…, si tuviéramos que hacerlo. ¿Dónde enviaste a los demás?

Luke comprendió que Callista estaba cambiando deliberadamente de tema y que desviaba la mirada de la comprensión de que tendría que destruirla. Un instante después pensó que tal vez fuera sencillamente que sabía —como él— que el tiempo del que disponían era demasiado escaso para malgastarlo con palabras cuando los dos eran conscientes de que ella tenía razón.

Respiró hondo y trató de poner algo de orden en sus pensamientos.

—Al comedor principal —respondió—. Creo que sé cómo podemos neutralizar al Pueblo de las Arenas y llegar hasta las lanzaderas.

—Si está enfadada contigo sólo porque hiciste lo que tenías que hacer —dijo Triv Pothman, y su suave voz de bajo creó un sinfín de extraños ecos en el silencio absoluto de los pasillos oscurecidos—, entonces ni siquiera querrá verme la cara. ¡Y no la culpo!

Los sensores auditivos hiperagudos de Cetrespeó diseccionaron la tensa estridencia de la angustia que impregnaba su voz, y los sensores de su mano izquierda —que el humano estrechaba entre sus dedos, ya que el pasillo estaba sumido en las tinieblas más impenetrables— registraron tanto un frío anormal como una rigidez muscular superior a la habitual, ambas señales de tensión.

Que Pothman estuviera tenso dadas las circunstancias resultaba muy comprensible, por supuesto. Cetrespeó había descubierto hacía ya mucho tiempo que la oscuridad total creaba desorientación y síntomas de miedo incluso cuando el humano involucrado sabía que no corría el más mínimo peligro, lo cual ciertamente no era el caso en aquel espantoso navío. Pero el contexto de las palabras le hizo suponer que la oscuridad, el saber que el aire ya no circulaba por aquellas cubiertas y que los suministros de oxígeno disponibles se agotarían en ocho meses —incluso con la pequeña cantidad de fotosíntesis que estaba siendo producida por los affitecanos—, y que el Pueblo de las Arenas se había esparcido por toda la nave, no eran las fuentes principales de la preocupación del ex soldado de las tropas de asalto, aunque en opinión de Cetrespeó seguramente tendrían que haberlo sido.

—Estoy seguro de que comprende que el proceso de adoctrinamiento le volvió tan incapaz de actuar independientemente como lo era Nichos mientras se hallaba bajo la influencia del perno de sujeción.

Cetrespeó mantuvo sus circuitos vocales sintonizados en los dieciocho decibelios, muy por debajo del umbral auditivo tanto de los gamorreanos como del Pueblo de las Arenas, y ajustó la intensidad para que las ondas sónicas recorrieran exactamente los setenta y cinco centímetros que separaban su altavoz de la oreja de Pothman y ni un solo centímetro más.

—La golpeé. Yo… La insulté… Le dije cosas que… ¡Bueno, antes preferiría cortarme la lengua que decirle ese tipo de cosas a una joven dama!

—Ella también había sido sometida al adoctrinamiento, y estará familiarizada con la personalidad secundaria estándar impuesta por la programación.

—A veces eso no importa, Cetrespeó —dijo la voz suave e impasible de Nichos desde la oscuridad que tenían detrás.

Una pálida claridad fue ribeteando las tinieblas que había delante de ellos, delineando la esquina de un pasillo de cruce y la increíble confusión de objetos y restos esparcidos por el suelo: bandejas, androides PU y MSE destripados, casquillos de granadas, mangos de hacha rotos, comida y café derramados… Los mortts correteaban por entre los desperdicios y su pestilencia dulzona, tan parecida a la de la ropa sucia, incrementaba todavía más la repugnancia general que provocaba el espectáculo. El suave murmullo del equipo de circulación del aire se volvió audible, suponiendo que se fuera capaz de separarlo del realmente impresionante clamor que procedía del comedor y que estaba formado por chillidos, alaridos y voces ebrias que cantaban «Saqueando una aldea detrás de otra»

Pothman alzó los ojos hacia el techo con una mezcla de dolor e incomodidad avergonzada.

—Bueno, veo que todo el mundo ha conseguido regresar de la batalla —observó Nichos.

—Lo peor es que sospecho que Kinfarg y sus muchachos están haciendo exactamente lo mismo en la Cubierta Diecinueve —dijo Pothman—. Mugshub estaba bastante enfadada con ellos por que no cumplían con sus deberes conyugales de jabalíes y no se peleaban con todos los que se les ponían por delante.

—Realmente, dudo mucho que llegue a comprender alguna vez los procesos del pensamiento de base orgánica —dijo Cetrespeó con puntillosa desaprobación.

—Será mejor que te quedes en el pasillo —murmuró Nichos volviéndose hacia Pothman.

El trineo antigravitatorio cabeceaba lentamente detrás de ellos como un bote atracado en un muelle bajo la débil claridad que surgía de la puerta del comedor, la única zona de la Cubierta 12 que seguía contando con algún suministro de energía. La sobrecarga que había tenido que soportar en el pozo del ascensor acabó averiando un estabilizador, pero remolcarlo seguía resultando más fácil que transportar a cuestas lo que Luke les había dicho que debían llevar hasta los laboratorios de montaje.

—Cetrespeó y yo somos percibidos como androides, lo cual significa que somos algo de lo que no deben preocuparse. —Con la delicada tela de rejilla metálica que había cubierto sus articulaciones y su cuello arrancada y colgando en parches irregulares para dejar al descubierto las conexiones y servomecanismos que había debajo, Nichos tenía más aspecto de androide que nunca—. Creo que ni siquiera se lijarán en nosotros o nos preguntarán qué estamos haciendo. En cambio, tú podrías ser reconocido como un klagg.

Pothman asintió. La armadura blanca de las tropas de asalto y el desintegrador que colgaba junto a su costado habrían hecho que pareciese un robot resplandeciente de no ser por su rostro delgado y moreno surcado de arrugas, sus ojos afables y dulces y su cabellera canosa.

—Me aseguraré de que no nos cortan la retirada —dijo, y sus labios se curvaron en una tímida media sonrisa—. Tened mucho cuidado ahí dentro, chicos.

Cetrespeó se quedó inmóvil antes de haber completado la media vuelta que había iniciado y llevó a cabo un veloz sondeo de intenciones posibles para determinar si la ligera sensación de ofensa que acababa de experimentar era adecuada, pero Nichos, en un raro y repentino destello de humanidad, respondió a las palabras de Pothman con una sonrisa.

La celebración del comedor estaba en pleno apogeo. Las estructuras de combate y los cruceros imperiales estaban equipados con limitadores automáticos de la cantidad total de alcohol que podían llegar a producir en cualquier momento, pero los diseñadores del
Ojo de Palpatine
no habían tomado en consideración las habilidades destiladoras de las hembras gamorreanas. Un cuenco rebosante de potente cerveza potwa detrás de otro estaba siendo sacado del gigantesco barril de plástico que antes había contenido aceite y que se alzaba en el centro de la sala. Las mesas estaban llenas de estofados, bistecs y fragmentos de pan empapado. Un cuenco de cerveza rebotó ruidosamente en la pared al lado de Cetrespeó apenas asomó la cabeza por el hueco de la puerta, y el androide de protocolo se apresuró a retroceder.

El comedor resonó con un nuevo estallido de gritos.

—¡Le he dado!

—¡No, no le has dado!

—¡Bueno, pues la próxima vez sí que le daré!

—Vamos, Cetrespeó —dijo Nichos con resignación—. Nuestros circuitos están sellados. Acabemos con esto lo más pronto posible, ¿de acuerdo?

—Oh, realmente lo que tengo que llegar a aguantar es…

Cetrespeó hizo un visible acopio de valor y volvió a cruzar el umbral. Un diluvio de cuencos de cerveza y bandejas lanzadas como si fueran discos repiqueteó y rebotó en la pared junio a él mientras avanzaba hacia las ranuras de los alimentadores con Nichos detrás de él. Los gamorreanos tenían tan mala puntería con la vajilla como con las carabinas láser o las pistolas desintegradoras. Un cuenco rozó la espalda del androide dorado y le administró una ducha de cerveza, pero eso fue todo. Una violenta discusión sobre si debía considerarse que el lanzamiento había dado en el blanco o no surgió al instante entre los gamorreanos, y no tardó en volverse realmente encarnizada. Los gakfedds empezaron a golpearse entre sí con bandejas, hachas y sillas, chillando y gritando mientras Matonak se recostaba en su asiento y sonreía benevolentemente, contemplando la escena con la más profunda satisfacción imaginable.

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