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Authors: Barbara Hambly

Tags: #Ciencia Ficción

Los hijos de los Jedi (62 page)

BOOK: Los hijos de los Jedi
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—¿Quieres decir que tal vez no podamos detener al Ojo o controlarlo después?

La negrura de obsidiana de sus ojos chispeó con destellos de serpiente, enfurecida ante la estupidez que se atrevía a frustar sus planes.

Keldor torció el gesto.

—Existe esa posibilidad.

—Entonces espera aquí. —Roganda se metió por una puerta cercana entre un revoloteo de tela blanca. Irek se acercó un poco más a Leia y alzó su espada de luz en un ademán amenazador. La concubina volvió a aparecer un momento después con una pesada caja negra suspendida de una tira colgando de su hombro. Sus ojos implacables y despectivos se clavaron en Leia—. Más pragmatismo —dijo secamente—. Si hay una lección que aprendí cuando escapé de Coruscant antes de que llegaran los rebeldes, fue la de que nunca debes permitir que te falte el dinero.

El desprecio había vuelto a aparecer en su voz y era todavía más audible que antes, y además del desprecio había todo un mundo de resentimiento callado, el resentimiento de una mujer que ha sabido lo que significa ser pobre. «Como si yo no hubiera tenido que huir de una estrella a otra con mi cabeza puesta a precio», pensó Leia.

Pero Roganda era incapaz de verlo. Roganda estaba viendo la gran recepción del Emperador y veía a la última princesa de Alderaan, privilegiada y mimada, cuyas tías ni siquiera se dignaban dirigir la palabra a una concubina imperial, y solo veía a los últimos representantes de todas esas Antiguas Casas que le lanzaban miradas desdeñosas porque no sabía escoger bien los vinos.

Y Leia alzó la cabeza, adoptando la misma actitud que tanto había odiado cuando la veía en cada mocosa rica y malcriada con la que había ido a la escuela, y reunió hasta el último átomo de sus burlas estridentes para que impregnara su voz.

—Lo necesitarás —dijo despectivamente—, si tu estúpida incompetencia en estas circunstancias provoca la muerte de los líderes de todas las Antiguas Casas.

Roganda la abofeteó. El golpe no fue muy fuerte, pero Leia agarró la muñeca de la pequeña y delicada concubina y tiró, interponiendo su cuerpo entre Irek y ella, y después recorrió a la carrera los dos o tres metros de pasillo que la separaban de uno de los botones de alarma rojos incrustados en la pared. Lo golpeó salvajemente con el canto de su mano y giró sobre sus talones, alzando las manos en el mismo instante en que Keldor levantaba su desintegrador…

Y antes de que Keldor tuviera tiempo de pensar y alterar su respuesta automática de no disparar en caso de rendición, Lord Garonnin apareció corriendo por el pasillo con el desintegrador en la mano.

—¿Mi señora? ¿Qué…?

—¡Van a traicionaros! —gritó Leia—. ¡Quieren huir y dejaros abandonado aquí! ¡Esa luna de combate va a destruir todo este lugar, y quieren irse en la última nave que queda!

Después se dio la vuelta y arrojó una lanzada de la Fuerza contra el cerrojo de la caja negra de Roganda.

El pánico, la falta de adiestramiento y el agotamiento y la desorientación de las drogas hicieron que su puntería no fuese perfecta, pero el resultado fue el mismo. La tira se partió y la caja —que Leia podía ver era extremadamente pesada— cayó ruidosamente al suelo, el cerrojo se abrió y…

Y las gemas, el dinero y los valores negociables se esparcieron por el suelo entre Roganda y su aristocrático jefe de seguridad.

—Estúpida traidora —murmuró Garonnin después de haber mantenido la mirada clavada en el pálido rostro de Roganda durante un segundo interminable, y alzó su comunicador.

Fue el último movimiento consciente que llevó a cabo. Irek dio un paso hacia adelante con una agilidad y una rapidez casi sobrenaturales y partió su cuerpo en dos desde el hombro derecho hasta la cadera izquierda. La espada de luz cortó y cauterizó la carne y el hueso como un alambre al rojo vivo abriéndose paso a través de la arcilla.

Leia alargó la mano mientras el desintegrador de Garonnin se desprendía de los dedos muertos que lo sujetaban, y lo cogió al vuelo con la palma. Mientras lo hacía se lanzó al suelo para rodar sobre sí misma, y el haz desintegrador de Keldor se esparció sobre la roca allí donde Leia había estado de pie sólo un instante antes. Después echó a correr por el pasillo más cercano.

—¡Mátala! ¡Se lo dirá a los demás! —oyó chillar a Irek, y un segundo después oyó ruido de pies lanzados en su persecución.

Leia huyó por una escalera, subiendo los peldaños de dos en dos, y después corrió por un pasillo, dejando atrás habitaciones vacías o umbrales sellados que olían a moho y estaban iluminados por la claridad intermitente de paneles luminosos que habían ¡do perdiendo su potente resplandor inicial con el paso del tiempo. Se metió por lo que creyó era otro pasillo y se encontró en una larga sala cuyo único ventanal daba a la oscuridad exterior salpicada por los guiños de las lámparas. Fue corriendo hasta el marco, y al otro lado del grueso panel de plex vio el promontorio rocoso que sobresalía por debajo del ventanal, el espeso telón de lianas…, y un lecho colgante de lianas de café iluminado por el resplandor de las luces de trabajo a menos de tres metros de distancia.

«Lechos colgantes. La plataforma de aprovisionamiento. Una escalerilla de emergencia que lleva hasta el fondo del valle…»

Estaba preparada para destrozar los cerrojos de la ventana de un disparo, pero no fue necesario. Estaban un poco duros, pero no habían sido bloqueados. Gritos, pies que corrían de un lado a otro en el exterior… Leia seguía teniendo dificultades para respirar y estaba un poco mareada debido a los estimulantes que le habían administrado, pero sabía que no le quedaba otra elección. Avanzó retorciéndose por la diminuta abertura hasta llegar a la roca que formaba aquel mínimo de alféizar— asegurándose de que no miraba abajo en ningún momento—, cerró su mano sobre una liana y se colgó de ella.

La liana tembló y cedió medio metro debajo de su peso, pero sin que supiera muy bien cómo descubrió que la enorme cesta de acero del lecho estaba debajo de ella, ofreciéndole un refugio seguro al que podía llegar sin dificultad. Alargó la mano hacia un cable de soporte y se agarró a él, soltándose de la liana sin dejar de jadear y temblar ni un solo momento. Leia alzó la mirada hacia los oscuros laberintos de los rieles, los harapos de neblina que flotaban a la deriva por entre los montajes de cables y poleas que sostenían las góndolas de los lechos y, por encima de todo ello, los fríos fragmentos blancos de hielo azotado por el viento que patinaban sobre la cúpula de plex. Sabía que no debería mirar hacia abajo, pero lo hizo y vio el lento girar de un mar de niebla roto por las formas oscuras de los árboles y las frágiles lámparas de una ciudad hundida.

Tremendamente lejos por debajo de ella.

Leia corrió ágilmente a lo largo de la angosta pasarela que recorría todo el lecho.

La estación de aprovisionamiento sujeta a la cara del risco, con sus gruesos lechos de cultivo festoneados de lianas, parecía estar imposiblemente distante.

Las góndolas de acero que sostenían los lechos colgantes medían diez o doce metros por seis, y estaban llenas de tierra de la que sobresalían y se desparramaban las pesadas lianas de café o de seda cargadas de hojas. Aquella era un lecho de cultivo de lianas de cafe, con gruesas aglomeraciones de bayas oscuras medio ocultas entre las hojas rayadas, y el olor agridulce del follaje no tardó en impregnar los pulmones de Leia. Estrechas pasarelas corrían por entre los lechos, poco más que escalerillas suspendidas de cadenas y colocadas encima de rollos que se extendían o se contraían cuando los lechos eran bajados y subidos, o que podían ser separadas y recogidas por completo si un lecho era desplazado en sentido lateral hasta dejarlo unido a una de las estaciones de aprovisionamiento que había en la cara del risco. La mera idea de ir por una de ellas hizo que Leia se sintiera paralizada de terror, pero eran el único medio para ir de un lecho a otro hasta que llegara a la estación.

El lecho tembló, osciló y se bamboleó de un lado a otro. Leia giró sobre sí misma y vio que Irek acababa de salir por la ventana tal como había hecho ella, y que estaba corriendo con grácil rapidez por la pasarela hacia ella, la espada de luz ardiendo en su mano con un resplandor rojizo.

Leia disparó su desintegrador y falló. El muchacho se agachó ágilmente y desapareció entre las lianas. En vez de enfrentarse a él —sin saber exactamente a qué tendría que enfrentarse si lo hacía—, Leia huyó, encogiéndose sobre sí misma y echando a correr por la primera de aquellas pasarelas que parecían las hebras de una telaraña, agarrándose al cable de seguridad que formaba una frágil barandilla para el angosto pasaje mientras lo hacía. Temía que Irek cortara el puente por detrás de ella y tratara de hacerla caer, pero el muchacho no lo hizo, probablemente porque sabía que podría agarrarse a la escalerilla y trepar. Leia sintió su peso en la pasarela detrás de ella, pero no se atrevió a detenerse y darse la vuelta hasta que tuvo el siguiente lecho temblando y balanceándose debajo de sus pies. Entonces se volvió, justo a tiempo para ver cómo Irek saltaba de la pasarela y desaparecía entre las lianas.

Volvió a disparar, pero el desintegrador vibró en su mano con un tirón tan repentino que casi se le escapó de entre los dedos, y Leia tuvo que agacharse para esquivar el tajo de la hoja de energía y lo sintió pasar lo bastante cerca de ella para poder notar el frío que emanaba. Las lianas de café se enredaron en sus pies, pero se movió rápidamente y siguió esquivando los ataques de Irek, zigzagueando y saltando de un lado a otro. Volvió a esquivar su acometida, y un segundo después dos de las gruesas estacas que sostenían los tallos de las plantas se desprendieron del suelo y se lanzaron contra su cabeza como garrotes arrojados por una mano invisible. Irek estaba intentando hacerla caer de la góndola. El segundo disparo de Leia falló, y pudo sentir la presión de la mente de Irek sobre la suya. Sus pulmones parecían estar fallando, y estaba empezando a notar una creciente opresión en la garganta. Leia los relajó con un deliberado esfuerzo consciente y volvió a abrirlos, rechazando lo que Irek estaba intentando hacerle.

Un haz desintegrador cruzó el aire con un gemido estridente y se llevó un trozo de acero del borde de la góndola, dejando una masa de lianas que despedían humos acres entre ellos. Irek retrocedió y miró a su alrededor. Leia disparó desde una distancia inferior a los dos metros y medio, y la mente de Irek sólo reaccionó en el último segundo e intentó volver a arrancarle el desintegrador de la mano. El haz creó un desgarrón humeante en el hombro de la chaqueta del muchacho.

—¡La tengo! —gritó la voz de Reidor en ese mismo momento—. La he…

Irek reaccionó lanzándose sobre Leia y la empujó hacia el borde de la góndola, y entonces hubo un terrible crujido en la capa de plex que se extendía sobre sus cabezas y el panel se agrietó. Chorros de aire helado entraron por el orificio que había producido el desintegrador, y se convirtieron al instante en una columna de niebla que giraba a gran velocidad y dentro de la que flotaban fragmentos de nieve que chispeaban con destellos malévolos bajo las luces semejantes a estrellas.

Leia se agachó y atravesó la pantalla momentánea de niebla hasta la siguiente pasarela. Echó a correr por ella, aunque estaba ligeramente inclinada hacia abajo y su extremo apuntaba a un lecho de lianas de seda que se encontraba unos cuantos metros por debajo de ella y casi a diez metros en sentido lateral.

Esta vez Irek sí cortó la pasarela. Leia dejó caer el desintegrador y se agarró desesperadamente mientras la estructura metálica se inclinaba hacia abajo con una velocidad vertiginosa. La violenta sacudida y el tirón que la hizo temblar cuando llegó al final de su arco fueron espantosas, y le revolvieron el estómago y le helaron el corazón. La pasarela siguió oscilando y sacudiéndose, y Leia necesitó recurrir a todas sus reservas de valor para conseguir que sus dedos aflojaran su rígida presa el tiempo suficiente para empezar a trepar, pero sabía que era un blanco muy fácil. Un haz desintegrador quemó las puntas de las lianas a su izquierda.

—¡La tengo! —oyó que volvía a gritar Reidor.

Leia se arrastró sobre el extremo de la jaula de acero y cayó entre las masas de las lianas, quedando envuelta en sus penetrantes olores. Arrancó una de las gruesas estacas que sujetaban las plantas, sabiendo que resultaría prácticamente inútil contra la espada de luz o el desintegrador, pero era la única arma que tenía al alcance. Fin ese mismo instante el lecho se sacudió y empezó a moverse, avanzando por el techo con un sordo gruñido a lo largo de sus guías y bamboleándose de un lado a otro con la inercia de su creciente aceleración. Leia se pegó al suelo y hundió los dedos entre las lianas mientras el lecho oscilaba y bailaba locamente al rozar las pasarelas que lo unían con los lechos de los alrededores primero, y se desviaba peligrosamente después cuando las delgadas escalerillas de acero se fueron rompiendo una detrás de otra.

«No mires abajo», se ordenó a sí misma, pero cuando alzó la vista vio dónde se cruzaban los rieles.

Otra góndola surgió de la nada y se deslizó a lo largo de sus guías, avanzando a toda velocidad hacia ella como un carguero fuera de control envuelto en una agitación de lianas colgantes. Leia volvió a pegarse al suelo, y la góndola hendió el aire a medio metro por encima de su cabeza. Los cables rechinaron cuando todo el lecho se inclinó bruscamente en un intento de llevársela consigo. Un instante después el lecho en el que se encontraba empezó a moverse cada vez más deprisa, bamboleándose locamente de un lado a otro mientras doblaba esquinas, subía y bajaba…

Oyó otro zumbido quejumbroso surgido de un desintegrador cuando un brusco giro la sacó de entre las masas de neblina y la introdujo en lo que Keldor consideraba era el radio de acción efectivo de su arma.

—¡Aquí! ¡Está aquí!

El lecho vibró, se detuvo e invirtió su dirección.

Leia pudo ver a Irek de pie sobre otra góndola, ligeramente por encima de ella, una silueta iluminada por detrás entre los remolinos de niebla con la espada de luz ardiendo como una llama ambarina en sus manos.

Había niebla por todas partes, una confusión grisácea que escupía nuevos chorros de vapores mezclados con nieve a medida que el aire frío seguía entrando por la grieta de la cúpula. Otro lecho de lianas de seda se lanzó sobre ella siguiendo un curso de colisión. Leia evaluó la posibilidad de dar un salto que la llevara hasta ella, pero no se atrevió a correr el riesgo. Se tiró a! suelo y se pegó a él mientras la góndola chocaba pesadamente contra el lado de su lecho de lianas con un impacto tan potente que estuvo a punto de hacerla salir despedida, para alejarse tan rápidamente como había venido después. En un momento dado Leia estaba tambaleándose sobre un vertiginoso panorama de árboles, nubes y lucecitas perdidas en la lejanía por debajo de ella, y al siguiente se encontraba sumergida entre oscuros remolinos de niebla a través de los que las luces de su lecho de lianas brillaban como si fuesen piedras preciosas.

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