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Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (33 page)

BOOK: Los mundos perdidos
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Toda la planta palpitaba como un capullo que respirase; y el pasmo con el que los exploradores involuntarios la contemplaban no puede expresarse con palabras. Todos se veían obligados a reconocer que, más allá de sus proporciones sin paralelo y del modo de crecimiento, la cosa no podía asociarse en ningún sentido con género alguno de la botánica terrestre. Y a Gaillard, además de al resto, se le ocurrió la idea de que se trataba de un organismo inteligente, y de que la masa palpitante que ahora contemplaban era el cerebro, o el ganglio central, de su desconocido sistema nervioso.

Los enormes ojos que retenían la luz como colosales gotas de rocío, parecían devolver su escrutinio con una inteligencia sobrehumana e indescifrable; y Gaillard se sintió obsesionado por la idea de que unos conocimientos sobrenaturales y una sabiduría rayana en la omnisciencia habitaban en aquellas profundidades hialinas.

La nave comenzó a descender y se posó verticalmente en una especie de valle cercano a la montañosa cabeza, donde el follaje de dos tallos que se alejaban había dejado una especie de claro. Era como un claro de bosque, con selva impenetrable por tres lados y un escabroso despeñadero por el cuarto. Aquí, por primera vez durante la experiencia de sus ocupantes, la nave tocó suelo marciano, descendiendo con una delicada flotación, sin vibraciones ni sacudidas; y, casi inmediatamente después de su aterrizaje, las válvulas de la puerta principal se abrieron, y la escalera de metal descendió hasta el suelo, evidentemente preparada para que desembarcasen sus pasajeros humanos.

Uno por uno, algunos con precauciones y timidez, otros con ansiedad aventurera, los hombres descendieron de la nave y comenzaron a inspeccionar sus contornos. Descubrieron que el aire marciano era un poco diferente del que habían estado respirando en la nave espacial; y que, a aquella hora, cuando el sol aún brillaba desde el oeste sobre el extraño valle, la temperatura era moderadamente cálida.

Era una escena impensable y fantástica; y los detalles eran por completo diferentes de los de cualquier paisaje terrestre. Bajo sus pies había un suelo suave y resistente, parecido a una especie de limo húmedo, por completo privado de hierbas, hongos, líquenes o cualquier otra forma de vida menor vegetal. Las hojas de la gigantesca parra colgaban a una gran altura sobre el claro como de antiguos árboles perennes, y temblaban en aquel aire sin brisas a causa del latido de los tallos.

Cerca de ellos se levantaba la vasta pared, color carne, de la gran cabeza central, que se elevaba como una colina hacia los ocultos ojos y que estaba, sin duda, profundamente enterrada y enraizada en el suelo marciano. Acercándose a la masa viviente, los terrícolas vieron que la superficie estaba cubierta de una red de millones de reticulaciones parecidas a arrugas, y contenía grandes poros que recordaban los de la piel de un animal bajo un microscopio extremadamente poderoso. Efectuaron su inspección en un silencio lleno de pasmo; y, durante algún tiempo, nadie se sintió capaz de expresar en voz alta las extraordinarias conclusiones a las que todos ellos se habían visto empujados.

Las emociones de Gaillard eran casi religiosas mientras contemplaba la apenas imaginable amplitud de esta forma de vida extraterrestre, que parecía mostrar atributos más cercanos a la divinidad que los que había encontrado en ninguna otra manifestación del principio vital.

En él, veía la apoteosis combinada del reino animal y vegetal. La cosa era tan perfecta y completa, tan autosuficiente, tan independiente de formas de vida menores en su crecimiento, que abarcaba el mundo. Desprendía una impresión de longevidad de eones, quizá de inmortalidad. ¡Y qué conciencia, arcana y cósmica, podría haber alcanzado durante los ciclos de su desarrollo! ¡Qué facultades y sentidos sobrehumanos podría poseer! ¡Qué poderes y potencialidades más allá de los logros de otras formas más limitadas y finitas!

En un grado menor, muchos de entre sus compañeros tenían unos sentimientos similares. En presencia de esta portentosa y sublime anormalidad, casi se olvidaron del enigma aún sin solucionar de la nave espacial y de su viaje por inmensidades nunca antes recorridas. Pero Stilton y los demás conservadores estaban muy escandalizados por la naturaleza inexplicable de todo ello; y, si hubiesen tenido mentalidad religiosa, habrían expresado su sensación de violación e indignación diciendo que la planta monstruosa, al igual que los acontecimientos sin paralelo en los que habían representado un involuntario papel, estaban manchados con la más grave herejía y la más flagrante blasfemia.

Gresham, quien había estado contemplando los contornos con pomposa y confundida solemnidad, fue el primero en romper el silencio.

—Me pregunto dónde para el gobierno local —dijo—, y, por cierto, ¿quién coño manda aquí? Oiga, señor Gaillard, ustedes los astrónomos saben muchas cosas sobre Marte. ¿No hay algún consulado de los Estados Unidos en alguna parte de este agujero abandonado de la mano de Dios?

Gaillard se sintió obligado a informarle de que no había un servicio consular en Marte, y de que la forma de gobierno del planeta, junto con su sede oficial, eran aún una cuestión abierta.

—Sin embargo —continuó—, no me sorprendería descubrir que estamos ahora en presencia del gobernante, único y supremo, de Marte.

—¡Huu! Yo no veo a nadie —gruñó Gresham con una expresión de preocupación, mientras contemplaba las masas temblorosas de follaje y la cabeza, como un monte elevado, de la gran planta. El sentido del comentario de Gaillard quedaba muy por encima de su órbita intelectual.

Gaillard había estado inspeccionando la pared de color carne de la cabeza, con un interés y una fascinación supremos. A cierta distancia a un lado, notó ciertos crecimientos peculiares, o encogidos o atrofiados, como cuernos caídos o flácidos. Eran tan grandes como el cuerpo de un hombre, y podrían en algún otro momento haber sido más grandes. Parecía como si la planta los hubiese hecho crecer para algún propósito desconocido, y, al haberse cumplido dicho propósito, hubiese permitido que se marchitasen. Aún sugerían, de una manera pasmosa, partes y miembros semihumanos, extraños apéndices, mitad brazos, mitad tentáculos, como si hubiesen sido modelados partiendo de una forma de vida marciana animal, sin paralelo y aún por descubrir.

Justo bajo ellos, en el suelo, Gaillard se fijó en un grupo de extraños instrumentos metálicos, con toscas hojas y lingotes sin forma del mismo metal cobrizo con el que se había construido la nave espacial.

De alguna manera, aquel lugar sugería un astillero abandonado, aunque no había andamiajes como los que normalmente se emplean en la construcción de una nave. Una rara intuición de la verdad apareció en la mente de Gaillard mientras examinaba los restos metálicos, pero estaba demasiado pasmado por todo lo que había visto, además de por todo lo que había supuesto y conjeturado, como para comunicar sus hipótesis a los otros sabios.

Mientras tanto, todo el grupo había vagabundeado por el claro, que comprendía un área de varios cientos de yardas. Uno de los astrónomos, Philip Colton, que había realizado estudios adicionales de botánica, estaba examinando las hojas serradas de la gigantesca parra con una mezcla de interés y de la perplejidad más completa. Las frondas o ramas estaban forradas con agujas como de pino, cubiertas de un vello largo y sedoso; y cada una de estas agujas tenía por lo menos cuatro pies de longitud y tres o cuatro pulgadas de grosor, posiblemente con una estructura hueca o tubular. Las frondas crecían a un nivel uniforme desde el tallo principal, llenando el aire como un bosque horizontal, y alcanzando el propio suelo en un orden unido y enlazado.

Colton sacó una navaja de su bolsillo e intentó cortar un trozo de una de esas hojas. Al primer contacto de la afilada hoja, toda la fronda se retiró de su alcance; y entonces, volviendo, le propinó un tremendo golpe que le lanzó al suelo y arrojó el cuchillo de entre sus dedos a una distancia considerable.

De no ser por la menor gravedad marciana, habría resultado severamente dañado por el golpe y la caída. Tal y como fue, se quedó tumbado, amoratado y jadeante, mirando con ridícula sorpresa la gran rama, que había recuperado su posición inicial entre sus compañeras, y ahora no daba señal de otro movimiento que el singular temblor producido por la palpitación rítmica del tallo al que estaba unida.

La situación de Colton había sido notada por sus compañeros, y, de repente, todas sus lenguas se soltaron por este acontecimiento; una confusa discusión se inició entre ellos; ya no resultaba posible para nadie dudar de la naturaleza animada o medio animal de la planta, e incluso el indignado y colérico Stilton, quien consideraba que las leyes más sagradas de las posibilidades científicas estaban siendo violadas, se vio obligado a admitir la existencia de un enigma biológico que no podría explicarse en los términos de la morfología ortodoxa.

Gaillard no tenía ganas de desempeñar ningún papel en la discusión, prefiriendo sus propias ideas y conjeturas, y continuó vigilando la carne palpitante. Se quedó un poco separado de los demás, y más cerca que ellos de la carnosa y porosa cuesta de la enorme cabeza; y, de repente, vio el crecimiento de lo que parecía ser un nuevo tentáculo desde su superficie, a una distancia de unos cuatro pies del suelo.

La cosa crecía como en una película a cámara lenta, alargándose y creciendo visiblemente, con un nudo bulboso en su extremo. Este nudo se convirtió enseguida en una gran masa, ligeramente arrugada, cuya silueta confundía y tentaba a Gaillard con la silueta de algo que una vez había visto pero que no conseguía recordar ahora. Había una extraña sugestión de miembros en formación y miembros que enseguida se volvieron más concretos; y entonces, con una especie de impacto, se dio cuenta de que la cosa parecía ¡un feto humano!

Su involuntaria exclamación de sorpresa atrajo la atención de los otros; y pronto toda la delegación estuvo agrupada en torno a él, contemplando, con el aliento contenido, el increíble desarrollo del nuevo brote. A la cosa le habían salido dos piernas bien formadas, que ahora descansaban en el suelo, sosteniendo con sus pies de cinco dedos el erguido cuerpo, en el cual la cabeza y los brazos ya estaban del todo evolucionados, aunque aún no habían alcanzado tamaño adulto.

El proceso continuó, y, simultáneamente, una especie de cadarzo lanoso empezó a aparecer en torno al tronco, los brazos y las piernas, como el rápido tejerse de un enorme capullo. Las manos y el cuello estaban desnudos; pero los pies se hallaban cubiertos con un material diferente, que tomó la apariencia de cuero verde.

Cuando el cadarzo se engrosó y se oscureció hasta un tono gris perla, y adquirió una apariencia bastante a la moda, resultó evidente que la silueta estaba siendo vestida con prendas como las que portaban los hombres de la Tierra, probablemente en deferencia a las ideas humanas sobre el pudor.

La cosa era increíble; y aún más extraño e increíble era el parecido que Gaillard y sus compañeros estaban descubriendo en la cara de la figura que aún seguía creciendo. Gaillard se sentía como si estuviese mirando en un espejo, ¡porque todos los rasgos esenciales de la cara eran los suyos!

Las prendas y los zapatos eran réplicas fieles de los que él mismo llevaba; ¡y cada parte y cada miembro de este extraño ser, incluso la yema de los dedos, estaban proporcionados como los suyos!

Los científicos vieron que el proceso de crecimiento estaba aparentemente completado. La figura se hallaba de pie con los ojos cerrados y un aspecto en blanco y sin expresión en sus facciones, como un hombre que aún no se ha despertado de su letargo. Estaba aún unido por un grueso tentáculo al palpitante nódulo montañoso; y este tentáculo salía de la base del cerebro como un cordón umbilical extrañamente situado.

La figura abrió los ojos y miró a Gaillard lanzándole una mirada profunda, larga, calmada y penetrante, que sirvió para aumentar su emoción y estupefacción. Sostuvo la mirada con la más extraña sensación imaginable..., la sensación de que tenía enfrente a su alter ego, un Doppelgänger en el que se encontraba el alma y la inteligencia de una entidad extraña y mayor. En la mirada de los ojos crípticos sintió el mismo misterio, profundo y sublime, que había visto desde las brillantes órbitas, semejantes a lagos de rocío brillante o de cristal, en la cabeza de la planta.

La figura levantó su mano derecha y pareció llamarle. Gaillard avanzó lentamente hasta que él y su milagroso doble se encontraron cara a cara. Entonces, el extraño ser colocó la mano sobre su frente, y a Gaillard le pareció que un hechizo mesmérico descendía sobre él en ese momento. Casi sin voluntad propia, para un fin que no le permitió comprender en ese momento, comenzó a hablar; y la figura, imitando cada tono y cada cadencia, repetía las palabras por él pronunciadas.

Transcurrieron muchos minutos hasta que Gaillard se dio cuenta del verdadero sentido y significado de este notable coloquio. Entonces, con un fogonazo de conciencia clara, se dio cuenta de que ¡le estaba dando a la figura lecciones de lengua inglesa! Estaba vertiendo un torrente, fluido e ininterrumpido, que contenía el vocabulario principal del idioma, junto con sus reglas gramaticales. Y, de alguna manera, por un milagro de inteligencia superior, todo lo que decía era comprendido y recordado por su interlocutor.

Debieron transcurrir horas en este proceso; y el sol marciano se estaba vertiendo ahora por la aserrada hojarasca. Mareado y exhausto, Gaillard se dio cuenta de que la larga lección había terminado; porque el ser retiró la mano de su frente y se dirigió a él, en un inglés educado y bien modulado.

—Muchas gracias. He aprendido todo lo que necesitaba saber para propósitos de comunicación lingüística. Si tú y tus compañeros me escucháis ahora, os explicaré todo lo que os ha confundido, y declararé las razones por las que habéis sido traídos desde vuestro planeta propio hasta el suelo de un planeta extraño.

Como hombres en un sueño, apenas capaces de creer la fantástica evidencia de sus sentidos y sin embargo incapaces de refutarla o de repudiarla, los terrícolas escucharon mientras el sorprendente doble de Gaillard continuaba.

—El ser por medio del que hablo, hecho a semejanza de uno de vuestro grupo, es un simple órgano especial que he desarrollado para poder comunicarme con vosotros. Yo, la entidad creadora, que combino en mí mismo el más profundo genio y energía de esas dos divisiones de la vida que son conocidas para vosotros como vegetal y animal... Yo que poseo la virtual omnisciencia y omnipotencia de un dios, no he tenido la necesidad de un lenguaje articulado o formal en ningún momento previo de mi existencia. Pero, dado que incluyo en mi interior todas las potencialidades de la evolución junto con poderes mentales que rayan en la omnisciencia, no he tenido la menor dificultad en adquirir esta nueva capacidad. Fui yo quien construyó, mediante otros órganos especiales que había desarrollado para este propósito, la nave espacial que descendió sobre vuestro planeta y después volvió a mí con una delegación, compuesta en su mayoría, como he descubierto, por la fraternidad científica de la humanidad. La construcción de la nave, junto a su modo de control, quedarán en claro una vez que explique que soy el amo de muchas energías cósmicas, que van más allá de los rayos y de las radiaciones conocidas a los sabios de la Tierra. Estas fuerzas puedo extraerlas del aire, del suelo o del éter a voluntad, o incluso puedo invocarlas desde estrellas remotas y nebulosas. La nave espacial fue construida con metal que había integrado partiendo de moléculas que flotaban al azar en el aire; y utilicé rayos solares, en forma concentrada, para crear la temperatura que haría que esos metales se fundiesen en una sola lámina. La energía empleada para impulsar y guiar la nave es una especie de energía supereléctrica cuya naturaleza no entraré a elucidar sino para decir que está asociada con la fuerza básica de la gravedad, y además con ciertas propiedades radiactivas del éter interestelar que no pueden detectarse con los instrumentos que vosotros poseéis. Establecí en la nave la gravedad marciana, y la aprovisioné con aire y agua marcianos, además de con productos alimenticios sintetizados químicamente, para acostumbraros durante vuestro viaje a las condiciones dominantes en Marte. Yo soy, como podéis haber imaginado, el único habitante de este mundo. Podría multiplicarme si fuese necesario; pero, hasta el momento, por razones que enseguida comprenderéis, no he considerado que esto fuese deseable. Siendo completo y perfecto por mí mismo, no tengo necesidad de compañía con otras entidades, y, hace mucho tiempo, para mi propia comodidad y seguridad, me vi obligado a extirpar otras formas de vida vegetal rivales, y además a ciertos animales que se parecían levemente a la humanidad de vuestro mundo, y quienes, en el curso de su evolución, se estaban volviendo preocupantes y hasta peligrosos para mí. Con mis grandes ojos, que poseen un poder de magnificación óptica que queda más allá de vuestros más poderosos telescopios, he estudiado la Tierra y los otros planetas, durante las noches marcianas, y he aprendido mucho en relación a las condiciones que existen en cada uno. La vida en vuestro mundo, su historia, el estado de vuestra civilización, han sido de muchas maneras un libro abierto para mí; y también me he formado una idea precisa de los fenómenos geológicos, de la fauna y de la flora de vuestro mundo; comprendo vuestras imperfecciones, vuestra injusticia social y vuestros problemas de ajuste, y las múltiples enfermedades y miserias a las que estáis sujetos, debido a las disonantes múltiples entidades en las que la expresión de vuestro principio vital ha sido subdividida. De todos esos males y errores, yo estoy exento. He alcanzado un dominio y un conocimiento prácticamente absolutos; y ya no hay nada en el universo que yo tema, dejando a un lado el inevitable proceso de deshidratación y desecación al que Marte está viéndose lentamente sometido, al igual que todos los demás planetas que envejecen. Soy incapaz de retrasar este proceso, excepto de una manera limitada y parcial; y ya me he visto obligado a sondear las aguas artesianas del planeta en muchos lugares. Podría vivir solamente con la luz del sol y el aire; pero el agua es necesaria para mantener las propiedades alimenticias de la atmósfera, y, sin ella, mi inmortalidad fallaría con el paso del tiempo; mis tallos gigantes se encogerían y secarían, y mis vastas e innumerables hojas se secarían por falta del líquido vital. Vuestro mundo es joven, con mares superabundantes y arroyos y un aire cargado de humedad. Tenéis más de lo que necesitáis de un elemento que a mí me falta; y os he traído aquí, como representantes del género humano, para proponeros un intercambio que sólo puede resultar beneficioso para vosotros igual que para mí. A cambio de una módica cantidad del agua de vuestro mundo, os ofreceré los secretos de la vida terna y de la energía infinita, y os enseñaré cómo vencer vuestras imperfecciones sociales y a dominar por completo vuestro entorno planetario. A causa de mi gran tamaño, mis tallos y mis zarcillos que rodean el ecuador marciano y alcanzan hasta los polos, me resultaría imposible abandonar mi mundo natal; pero os enseñaré cómo colonizar otros planetas y a explorar el universo exterior. Para estos distintos fines, sugiero la creación de un tratado interplanetario y una alianza permanente entre yo mismo y los pueblos de la Tierra. Considerad bien lo que os ofrezco: porque la oportunidad es sin precedente ni paralelo. En relación a los hombres, soy como un dios en relación a los insectos. Los beneficios que puedo proporcionaros son inestimables; y, a cambio, sólo pido que establezcáis en la Tierra, según mis instrucciones, ciertas estaciones transmisoras utilizando una onda superpotente, por medio de las cuales los elementos esenciales del agua, menos sus indeseables propiedades salinas, puedan ser teleportados a Marte. La cantidad así retirada no causará diferencias, o éstas serán mínimas, en el nivel de vuestras mareas y en la humedad de vuestro aire; pero para mí es el medio de asegurarme una vida perdurable.

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