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Authors: Clark Ashton Smith

Los mundos perdidos (30 page)

BOOK: Los mundos perdidos
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Lo terrible de mi destino se ha cerrado sobre mí hoy. Ninguno más de los bastones andantes ha acudido Creo que todos han muerto..., las criaturas efímeras de este diminuto mundo que me está llevando con él a un rumbo ártico del sistema solar. Sin duda, sus vidas se corresponden con su verano, con su perihelio.

Pequeñas nubes se han formado en el oscuro aire, y cae nieve como un polvo fino. Siento una tristeza inexpresable con palabras..., una fatiga sobre la que no puedo escribir. El aparato de calefacción del Selenita está todavía en buen estado de funcionamiento.

Pero el frío negro del espacio ha caído sobre mi espíritu.

Extraño..., no me sentía tan completamente solo y abandonado cuando la gente insecto venía cada día. Ahora que ya no vienen, parece que he sido alcanzado por el horror definitivo de la soledad, por el gélido horror de una alienación más allá de la vida. Ya no puedo escribir más, porque me fallan el cerebro y el corazón.

Parece que aún sigo vivo, tras una eternidad de niebla y locura en la nave, de muerte e invierno en el mundo exterior.

Durante este tiempo, no he escrito en el diario; y no sé qué impulso oscuro me impulsa a una práctica tan irracional y fútil.

Creo que es el sol, pasando en un arco más alto y más largo sobre el paisaje muerto, el que me ha llamado de las profundidades de la desesperación. La nieve se ha derretido sobre las rocas, formando pequeños arroyos y charcos de agua; y extraños brotes de plantas están naciendo del suelo arenoso. Mientras las miro, se levantan y se hinchan de un modo visible. Estoy más allá de la esperanza, más allá de la vida, en un extraño vacío; pero veo las cosas como las ve un condenado cautivo que ve los movimientos de la vida más allá de su celda. Despiertan en mí una emoción de la que he olvidado hasta el nombre.

Mis suministros de comida son escasos, y los de aire todavía más escasos. Me da miedo calcular cuánto tiempo más van a durarme. He intentado romper las escotillas de neocristal, utilizando como martillo una llave inglesa grande; pero los golpes, debido en parte a mi propia carencia de peso, son tan inútiles como el toque de una pluma. De todos modos, lo más probable es que el aire exterior fuese demasiado tenue como para ser respirado por seres humanos.

El pueblo de los bastones andantes ha vuelto a aparecer ante la nave. Estoy seguro, por su menor estatura, su color más brillante y el desarrollo inmaduro de ciertos órganos, que representan una nueva generación. Ninguno de mis anteriores visitantes ha sobrevivido al invierno; pero, de alguna manera, los nuevos parecen mirar el Selenita con la misma reverencia y curiosidad que sus mayores. También ellos han empezado a traer regalos de frutas de aspecto insustancial, y dejan flores filiformes bajo el casco... Me pregunto cómo se reproducen, y cómo transmiten sus conocimientos de una generación a otra...

Las enredaderas planas, parecidas a hongos, están ascendiendo por las rocas, están trepando sobre el casco del Selenita. Los jóvenes bastones andantes se reúnen diariamente para adorar, hacen esos gestos enigmáticos que nunca he entendido, y se mueven dando vueltas rápidas en torno a la nave, como en los pasos de una danza hierática... Yo, el perdido y condenado, he sido un dios para dos generaciones. Quizá me sigan adorando después de que haya muerto. Creo que el aire casi se ha acabado..., tengo la cabeza más ligera que de costumbre y siento una extraña constricción en la garganta y en los pulmones...

Quizá esté un poco delirante y haya empezado a imaginarme cosas; pero acabo de notar un extraño fenómeno que no había notado hasta ahora. No sé lo que es. Una delgada niebla como una columna, moviéndose y retorciéndose como una serpiente, con colores opalinos que cambian a cada momento, ha aparecido entre las rocas y comienza a dirigirse hacia la nave. Parece algo vivo..., una entidad vaporosa; y, de alguna manera, es venenosa y hostil. Se desliza hacia adelante, levantándose por encima de la multitud de phasmidae, quienes se han postrado como si tuviesen miedo. Ahora puedo verlo más claramente: es medio transparente, con una red de hebras grises entre sus cambiantes colores; y está estirando un tentáculo largo y tembloroso.

Es alguna forma de vida rara, desconocida para la ciencia terrestre; y ni siquiera puedo conjeturar cuál es su naturaleza y cuáles son sus atributos. Sin duda, acaba de descubrir la presencia del Selenita, y ha sido atraído por la curiosidad, como el pueblo de los bastones andantes.

El tentáculo ha tocado el casco..., ha alcanzado la escotilla detrás de la cual me encuentro escribiendo estas palabras. Las fibras grises en el tentáculo brillan como con un fuego repentino. ¡Dios mío!... Está atravesando la lente de neocristal...

SIEMBRA DE MARTE

Fue en el otoño de 1.947, tres días antes del encuentro de balompié anual entre Stanford y la Universidad de California, cuando el extraño visitante procedente del espacio exterior aterrizó en mitad del enorme estadio en Berkeley donde debía celebrarse el encuentro.

Descendiendo con una curiosa intención, fue visto y señalado por multitudes en los pueblos que bordean la bahía de San Francisco, en Berkeley, en Oakland, en Alameda y en el propio San Francisco. Brillando con una luz rojiza, de un tono cobre dorado, flotó descendiendo desde un cielo azul celeste sin nubes, dejándose caer en una especie de lenta espiral sobre el estadio. Era completamente diferente de cualquier otro tipo de nave aérea y tenía casi cien pies de longitud.

La forma general era ovoide, y, más o menos, angular, con una superficie dividida en docenas de planos distintos, además de muchas escotillas, con forma de diamante, de un material de color purpúreo, diferente del que se había empleado para construir el cuerpo de la nave. Incluso a primera vista, sugería el genio inventivo y la artesanía de un mundo extraterrestre, de una gente cuyas ideas sobre la simetría mecánica habían sido condicionadas por necesidades evolutivas y por sentidos y facultades distintos de los nuestros.

Sin embargo, cuando la extraña nave hubo aterrizado en el anfiteatro, muchas teorías conflictivas en relación a su origen y a su propósito se propagaron por los pueblos de la bahía. Había quien temía la invasión de algún enemigo extranjero, y quien pensó que la extraña nave era la vanguardia de algún ataque, planeado durante mucho tiempo, desde los soviets de Rusia y China, o incluso desde Alemania, cuyas intenciones eran aún sospechosas, y muchos de entre los que postulaban un origen ultraplanetario estaban también preocupados, considerando que quizá el visitante fuese hostil, y podría señalar el comienzo de alguna incursión desde otros mundos.

Mientras tanto, completamente inmóvil y en silencio, y sin signos de vida o de ocupación, la nave reposaba sobre el estadio, donde las multitudes empezaron a amontonarse para mirarla. Estas multitudes, sin embargo, fueron pronto dispersadas por orden de las autoridades civiles, ya que la naturaleza e intenciones del extraño eran tan indeclaradas como sospechosas. El estadio fue cerrado al público; y, para el caso de manifestaciones de hostilidad, se montaron nidos de ametralladoras en las gradas superiores con la presencia de una compañía de infantes de marina, y con bombarderos revoloteando preparados para soltar su letal carga sobre la brillante masa cobriza.

El interés más intenso fue sentido por la hermandad científica, y un gran grupo de profesores, de químicos, de metalúrgicos, de astrónomos y de biólogos fue organizado para visitar y estudiar el objeto desconocido. Cuando, a la tarde siguiente a su aterrizaje, los observatorios locales emitieron un boletín indicando que la nave había sido vista acercándose a la Tierra desde el espacio traslunar la noche anterior a su aterrizaje, quedó establecido, más allá de cualquier discusión, el hecho de su génesis no terrestre a los ojos de la mayoría; y la discusión se centró en sobre si había venido de Marte, Venus, Mercurio o uno de los planetas superiores; o si, quizá, se trataba de un vagabundo que procedía de un sistema solar distinto del nuestro.

Pero, por supuesto, los planetas más cercanos eran preferidos en esta discusión por la mayoría, especialmente Marte; porque, según podían determinar los que habían observado con mayor exactitud, la línea de acercamiento de la nave habría formado una trayectoria al planeta rojo.

Durante todo aquel día, mientras hervían las discusiones, mientras números extras con titulares vívidamente especulativos y fantásticos eran editados tanto por la prensa local como por la prensa de todo el mundo civilizado, cuando el sentimiento del público estaba dividido entre el miedo y la curiosidad, y los infantes y pilotos de guardia continuaban expectantes ante signos de posible hostilidad, la nave sin identificar mantenía su silencio e inmovilidad iniciales.

Los telescopios y catalejos estaban fijos sobre ella desde las colinas próximas sobre el estadio; pero incluso éstas mostraban poco en relación a su carácter. Aquellos que la estudiaban vieron que sus ventanas numerosas estaban hechas con algún tipo de material vítreo, más o menos transparente; pero nada se movía detrás de aquél, y las imágenes de rara maquinaria que permitían ver en el interior de la nave carecían de sentido para los observadores. Una de las ventanas, más grande que las demás, se creía que era una especie de puerta o escotilla; pero nadie se acercó para abrirla; y, detrás de ella, había una extraña fila de bastones inmóviles, muelles y pistones, que impedían ver más lejos.

Fue considerado que sin duda los ocupantes de la nave eran tan cautelosos ante el entorno extraterrestre como las gentes de la bahía ante la nave. Quizá tenían miedo de mostrarse ante los ojos humanos; quizá tenían dudas respecto a la atmósfera terrestre y del efecto que podría tener en ellos; o quizá estaban sencillamente al acecho y planeando algún ataque demoníaco con armas inconcebibles o ingenios de destrucción.

Aparte de los miedos de algunos, y el asombro y las especulaciones de otros, una tercera división de los sentimientos del público comenzó a cristalizarse. En círculos estudiantiles y entre los amantes del deporte, el sentimiento era que la extraña nave se había tomado una libertad inadmisible al ocupar el estadio, especialmente en un momento tan próximo a un acontecimiento deportivo. Circuló una petición para que se retirase, y fue presentada a las autoridades de la ciudad. El gran casco metálico, se sentía, sin importar de dónde procediese o por qué, no debía ser permitido que se interfiriese con algo tan sacrosanto, o de tanta importancia, como un partido de balompié.

Sin embargo, a pesar de la intranquilidad que había creado, la nave se negó a moverse ni siquiera una fracción de pulgada. Muchos empezaron a creer que los ocupantes habían sido aplastados por las circunstancias de su tránsito a través del espacio; o quizá habían muerto, incapaces de soportar la atmósfera y la presión gravitatoria de la Tierra.

Se decidió no acercarse a la nave hasta la mañana del día siguiente, cuando el comité de investigación la visitara. Durante la tarde y la noche, científicos de muchos Estados se dirigieron a California por aeroplano o cohete para llegar a tiempo al acontecimiento.

Se consideró aconsejable limitar el número de miembros de este comité. Entre los sabios afortunados que habían sido seleccionados estaba John Gaillard, astrónomo asistente en el observatorio de Monte Wilson. Gaillard representaba la corriente más radical y libremente especulativa del pensamiento científico y se había hecho famoso por sus teorías concernientes a la inhabitabilidad de los planetas inferiores, especialmente Marte y Venus. Desde hacía largo tiempo, había defendido la idea de vida inteligente, y altamente desarrollada, en aquellos mundos, y había incluso publicado más de un tratado relativo a estos temas. Su emoción ante la noticia de la extraña nave fue intensa. Era uno de los que habían visto la mota, brillante e inclasificable, en el espacio más allá de la órbita de la luna, a última hora de la noche anterior; y había sentido, incluso entonces, una premonición de su verdadera naturaleza. Otros miembros del grupo también eran de mente libre y abierta, pero ninguno tenía un interés tan vital y profundo como Gaillard.

Godfrey Stilton, profesor de astronomía de la universidad de California, que también estaba en el comité, podía haber sido como la verdadera antítesis de Gaillard en sus ideas y tendencias. Estrecho, dogmático, escéptico de todo aquello que no pudiese demostrarse matemáticamente, despreciativo de todo aquello que quedase fuera de los límites del más estrecho empirismo, era contrario a admitir el origen extraterrestre de la nave, e incluso la posibilidad de vida orgánica en otro mundo que no fuese la Tierra. Varios de sus cofrades pertenecían al mismo tipo intelectual.

Aparte de estos dos hombres y sus compañeros científicos, el grupo incluía tres periodistas, además del jefe de policía local, William Polson, y el alcalde de Berkeley, James Gresham, ya que se consideraba que las fuerzas del gobierno deberían estar presentes. El comité al completo constaba de cuarenta hombres, y cierto número de mecánicos expertos, equipados con sopletes de acetileno e instrumentos de cortar, fueron mantenidos en reserva fuera del estadio para el caso de que fuese necesario abrir la nave a la fuerza.

A las nueve de la mañana, los investigadores entraron en el estadio y se acercaron al objeto brillante multiangular. Muchos sintieron la emoción que acompaña al acercarse a un imprevisible peligro; pero estaban animados por la más viva curiosidad y por sentimientos del más vivo asombro. Gaillard, especialmente, se sentía en presencia de un misterio de más allá de este mundo y se maravilló al acercarse a la masa cobriza dorada, su sentimiento aumentó hasta ser un auténtico vértigo, como sentiría quien contempla las simas insondables de los secretos arcanos y las pasmosas maravillas de un mundo extraterrestre. Le parecía estar en el mismo borde entre lo concreto y lo inconmensurable, entre lo finito y lo infinito.

Otros del grupo, en un grado menor, estaban poseídos por idéntica emoción. E incluso el duro y poco imaginativo Stilton se sintió algo afectado por un raro nerviosismo, que, con la mentalidad que tenía, atribuyó al tiempo que hacía... o a un toque de su úlcera.

La extraña nave reposaba en una completa tranquilidad, como antes. Los miedos de quienes esperaban a medias una mortífera emboscada se calmaron mientras se acercaban; y las esperanzas de los que contaban con una manifestación amistosa de ocupantes vivos quedaron insatisfechas. El grupo se reunió ante la puerta principal, que, como todas las demás, tenía la forma de un gran diamante. Se levantaba varios pies por encima de sus cabezas en un ángulo del casco; y se quedaron mirando, a través de su transparencia malva, los intrincados mecanismos, coloreados como los ricos paneles de una catedral medieval.

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