Los Reyes Sacerdotes de Gor (24 page)

BOOK: Los Reyes Sacerdotes de Gor
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Los Reyes Sacerdotes partidarios de Sarm se detuvieron. El mensaje de Misk a Sarm brotó por el mismo traductor de Sarm:

—Desobedeciste a la Madre —dijo Misk.

Sarm no contestó.

—Tu Gur ha sido rechazado —dijo Misk—. Vete.

—Traeremos tubos de plata —amenazó Sarm.

—Vete —repitió Misk.

De pronto, una voz muy extraña resonó en todos los traductores de la sala, y pronunció estas palabras:

—Lo recuerdo... nunca lo olvidé... en el cielo... en el cielo... tenía alas como una lluvia de oro.

No pude entender el sentido de las palabras, pero Misk sin prestar atención a Sarm y a sus secuaces, o a los restantes Reyes Sacerdotes, corrió hacia la Plataforma de la Madre.

Otro Rey Sacerdote y después otro, se acercaron, y yo los acompañé hasta la plataforma.

—Como lluvia de oro —repitió la Madre. La anciana criatura yacente en la plataforma, pardusca y arrugada, alzó las antenas y miró la cámara, y contempló a sus hijos. —Sí —dijo—, él tenía alas como lluvia de oro.

—La Madre se muere —dijo Misk.

Los Reyes Sacerdotes reunidos en la sala repitieron incrédulos el mensaje.

—No puede ser —dijo uno.

—El Nido es eterno —dijo otro.

Las débiles antenas temblaron. —Hablaré —dijo— con quien salvó a mi hijo.

Me pareció extraño que ella hablase así de ese poderoso ser dorado que era Misk.

Me acerqué a la antigua criatura.

—Yo soy —dije.

—¿Eres un mul? —preguntó.

—No, soy libre —dije.

En ese momento dos Reyes Sacerdotes que llevaban jeringas pasaron entre sus hermanos y trataron de aproximarse a la plataforma.

Cuando quisieron inyectar en el antiguo cuerpo alguno más de los muchos líquidos que sin duda le habían aplicado mil veces, ella meneó las antenas y lo impidió.

—No —dijo.

Uno de los Reyes Sacerdotes se dispuso a inyectar el suero a pesar de la negativa, pero Misk se lo impidió con su pata delantera.

El otro Rey Sacerdote que había llegado con una jeringa examinó las antenas y los ojos pardos y apagados.

Indicó a su compañero que no insistiese. —A lo sumo, sólo retrasará el fin —dijo.

Oí detrás la voz de uno de los Reyes Sacerdotes que repetía: El Nido es eterno.

Misk depositó un traductor sobre la plataforma, junto a la criatura moribunda.

—Sólo él —dijo la Madre.

Misk apartó a los médicos y depositó el traductor sobre la plataforma. Acerqué el oído al artefacto.

Alcancé a escuchar el mensaje, que dicho con voz muy débil no llegaba a los restantes traductores de la sala.

—Fui perversa —dijo la Madre—. Quería ser la única Madre de los Reyes Sacerdotes y escuché a mi Primogénito, que quiso ser el único Primogénito de una Madre de Reyes Sacerdotes.

El cuerpo anciano se estremeció, no sé si a causa del dolor o la pena.

—Ahora —dijo—, muero, y la raza de los Reyes Sacerdotes no debe morir conmigo.

Apenas alcanzaba a oír las palabras del traductor.

—Hace mucho —continuó—, mi hijo Misk robó el huevo de un varón, y lo ocultó para evitar que lo encuentren Sarm y otros que no desean que haya otro Nido.

—Lo sé —dije en voz baja.

—No hace mucho, quizá no más de cuatro de tus siglos, me dijo lo que había hecho y sus razones para hacerlo. Medité lo que él había dicho, y finalmente... uniéndome al Segundogénito que después sucumbió a los placeres del Escarabajo de Oro, separé un huevo femenino y lo oculté de Sarm, fuera del Nido.

—¿Dónde está ese huevo? —pregunté.

Pareció que no entendía mi pregunta, y su cuerpo pardo comenzó a sufrir temblores espasmódicos, y temí que allí mismo terminara su vida.

Uno de los médicos se acercó y clavó su jeringa de modo que el contenido llegase a los fluidos del tórax. Un momento después, los temblores se calmaron.

De nuevo oí la voz que brotaba del traductor. —Dos humanos retiraron del Nido ese huevo —dijo ella—, hombres libres... como tú... y lo ocultaron.

—¿Dónde?

—Esos hombres volvieron a sus ciudades sin revelar a nadie la verdad, como se les había ordenado. Afrontaron peligros y privaciones, e hicieron bien su trabajo.

—¿Dónde está el huevo? —insistí.

—Pero sus ciudades se declararon la guerra —dijo la voz anciana—, y en la batalla esos hombres se mataron, y con ellos se perdió el secreto. Tu especie es muy extraña —dijo la Madre—. Medio larl medio Rey Sacerdote.

—No —dije—, medio larl, medio hombre.

Durante un momento no dijo nada, y después volvió a oírse la voz.

—Tú eres Tarl Cabot, de Ko-ro-ba —dijo.

—Sí.

—Me agradas.

Las viejas antenas se inclinaron hacia mí y yo las sostuve suavemente en las manos.

—Dame Gur —dijo.

Sorprendido, me aparté de ella y me acerqué al gran cuenco dorado, extraje unas gotas del precioso líquido sobre la palma de la mano, y regresé a ella.

Intentó alzar la cabeza, pero no pudo hacerlo. Las grandes mandíbulas se separaron lentamente, mostrando la lengua larga y suave.

—Quieres saber del huevo —dijo.

—Si deseas decírmelo.

—¿Lo destruirás?

—No lo sé.

—Dame Gur.

Metí la mano entre las antiguas mandíbulas suavemente, y con la palma le toqué la lengua, de modo que ella pudiese saborear la sustancia adherida.

—Acude a los Pueblos del Carro, Tarl de Ko-ro-ba —dijo—. Acude a los Pueblos del Carro.

—Pero, ¿dónde están?

Ante mis ojos horrorizados el cuerpo de la antigua Madre comenzó a temblar; yo retrocedí varios pasos mientras ella se incorporaba y alcanzaba la altura propia de un Rey Sacerdote, y sus antenas se extendían y enroscaban, tratando de sentir algo. Y de pronto, agobiada por el delirio y el sentimiento de poder, sentí que ella era la Madre de una gran raza, muy bella y fuerte y espléndida.

Y de los mil traductores distribuidos en la sala brotó el último mensaje de la Madre a sus hijos.

—Lo veo, lo veo, y sus alas son como lluvias doradas —dijo.

Después, lentamente, la enorme forma se desplomó sobre la plataforma y el cuerpo dejó de temblar; las antenas yacieron inertes sobre la piedra.

Misk se acercó y la rozó suavemente con las antenas.

Se volvió hacia los Reyes Sacerdotes.

—La Madre ha muerto —dijo.

28. DESTRUCCIÓN GRAVITATORIA

Corría la quinta semana de la Guerra en el Nido, y el resultado aún estaba indeciso.

Después de la muerte de la Madre, Sarm y sus partidarios —la mayoría de los Reyes Sacerdotes porque él era el Primogénito— se alejaron velozmente de la cámara para apoderarse de los tubos de plata.

Eran armas cilíndricas, que se operaban manualmente, pero que incorporaban principios muy semejantes a los de la Muerte Llameante. Durante muchos siglos no se habían usado, y se guardaban envueltas en recipientes de plástico; pero cuando se abrieron esos recipientes y los irritados Reyes Sacerdotes comenzaron a manipularlas, se hallaban en perfectas condiciones para ejecutar su siniestro trabajo.

A lo sumo un centenar de Reyes Sacerdotes acudieron a la llamada de Misk, y esa tropa contaba sólo con poco más de una docena de tubos de plata.

El cuartel general de las fuerzas de Misk estaba en el compartimento de mi amigo, y desde allí él organizaba la defensa.

Las fuerzas de Sarm creyeron que nos derrotarían fácilmente, y avanzaron en sus discos de transporte, a través de túneles y plazas; pero los Reyes Sacerdotes de Misk, ocultos en las habitaciones, atrincherados detrás de los portales, y haciendo fuego desde las rampas y los techos de los edificios, pronto obligaron a retroceder a las tropas excesivamente confiadas de Sarm.

En esta guerra, las fuerzas mucho más numerosas del Primogénito podían ser neutralizadas, y comenzó a crearse una situación de infiltración y contrainfiltración, con frecuentes tiroteos y ocasionales escaramuzas.

El segundo día de la batalla, después que las fuerzas de Sarm se habían retirado, ocupé un disco de transporte y atravesé la tierra de nadie, dirigiéndome al Vivero.

De pronto, sorprendido, oí un canto lejano en el túnel y un canto que a medida que me aproximaba cobraba mayor volumen. Detuve el disco de transporte y esperé, el arma preparada.

Mientras esperaba, el túnel, y según supe después, todo el complejo, quedó sumido en sombras. Por primera vez quizá en siglos los bulbos de energía estaban apagados.

Pero el canto continuaba. Era como si la oscuridad no hubiese variado la situación. De pronto, en el túnel vi el súbito resplandor azul de una antorcha, y después otra y otra más.

Eran los portadores de Gur, que habían salido de sus cámaras. Contemplé atónito la larga procesión de criaturas humanoides, que marchaban de a dos, los pies pegados al techo del túnel.

—Salud, Tarl Cabot —dijo una voz que venía del suelo.

Hasta ese momento no había visto a quien me saludaba, tan absorto estaba en la extraña procesión que marchaba con los pies pegados al techo.

—¡Mul-Al-Ka! —exclamé.

Se acercó al disco y me estrechó firmemente la mano.

—Al-Ka —dijo—. He decidido que ya no seré un mul.

Al-Ka alzó un brazo y señaló las criaturas que pendían del techo.

—También ellos —dijo— han decidido liberarse.

Una voz fina pero firme, como proveniente de un ser al mismo tiempo anciano y niño, resonó desde lo alto.

—Hemos esperado quince mil años este momento —dijo.

Y otra voz pidió:

—Dinos qué debemos hacer.

—Ahora no traen Gur —explicó Al-Ka— sino agua y hongos.

—Bien —dije—, pero explícales que esta guerra no es su guerra, sino una disputa entre los Reyes Sacerdotes, y que si lo desean pueden regresar a la seguridad de sus cámaras.

—El Nido se muere —dijo una de las criaturas— y hemos decidido que moriremos libres.

Al-Ka me miró a la luz de las antorchas. —Los admiro —dijo Al-Ka—, porque pueden ver a mil metros en la oscuridad, a la luz de una sola antorcha, y pueden vivir con un puñado de hongos y un trago de agua por día, y porque son valerosos y dignos.

Miré a Al-Ka. —¿Dónde está Mul-Ba-Ta? —pregunté. Era la primera vez que veía separados a los dos hombres.

—Fue a los Prados y las Cámaras de Hongos —dijo Al-Ka.

—¿Solo?

—Por supuesto —dijo Al-Ka—, de ese modo podemos realizar doble tarea.

—Espero verlo pronto —dije.

—Así será —contestó Al-Ka—, pues las luces se apagaron. Los Reyes Sacerdotes no necesitan luz, pero los humanos se ven en dificultades cuando reinan las sombras.

—En ese caso —dije— apagaron las luces a causa de los muls.

—Los muls están rebelándose —dijo sencillamente Al-Ka.

—Necesitarán luz —dije.

—En el Nido hay humanos que saben de esto —sostuvo Al-Ka—. Tendremos luz apenas pueda armarse el equipo necesario.

Al-Ka había hablado con absoluta seguridad y firmeza, como quien está muy seguro de lo que dice.

—¿Adónde vas? —preguntó Al-Ka.

—A uno de los Viveros —dije— en busca de una mul hembra.

—Excelente idea —dijo Al-Ka—. Quizá también yo un día de estos vaya a buscar a una mul hembra.

Y así, se formó una extraña procesión que caminó detrás del disco de transporte, ahora pilotado por Al-Ka en dirección al Vivero.

Allí, en la hilera correspondiente, encontré la caja de Vika de Treve. Ella estaba agazapada en un rincón, lejos de la puerta, en la oscuridad, y la vi a través del plástico, iluminada por la luz azul de la antorcha.

Aún con la cabeza afeitada me pareció increíblemente bella, y muy atemorizada, ataviada apenas con la túnica de plástico que era el único atuendo permitido a las muls hembras.

Retiré de mi cuello la llave de metal, y la introduje en el pesado mecanismo de la cerradura.

Abrí la caja.

—¿Amo? —preguntó.

—Sí.

De sus labios brotó un tierno grito de alegría. Pero sus ojos al mismo tiempo mostraban desconfianza pues no sabía cuáles eran mis intenciones, y por qué había regresado a buscarla.

La presencia de las extrañas criaturas colgadas del techo no contribuía a aliviar su temor.

—¿Quiénes son? —murmuró.

—Hombres con extrañas características —dije.

Vika contempló los cuerpos redondos y pequeños, las piernas largas de pies acolchados, y las manos de dedos largos con anchas palmas.

Centenares de ojos grandes, redondos y oscuros estaban fijos en ella, y Vika se estremeció.

Pensé si valdría la pena retirarla de la caja. Los hombros le temblaban mientras esperaba mi decisión definitiva.

No deseaba que continuase confinada allí, en vista de la situación que prevalecía en el Nido. A pesar de la caja de plástico estaría más segura con las fuerzas de Misk. Por otra parte, los ayudantes del Vivero habían desaparecido y las restantes cajas estaban vacías, de modo que en poco tiempo más comenzaría a pasar hambre y sed. No deseaba regresar periódicamente al Vivero para alimentarla, e imaginaba que si era necesario podía encontrarle un encierro apropiado cerca del cuartel general de Misk. Si no hallaba otra solución, pensé que siempre podría tenerla encadenada en mi propia habitación.

Deseaba confiar en ella, pero al mismo tiempo sabía que eso no era posible.

—Vika de Treve, esclava, vine a buscarte —dije con voz severa—, y a retirarte de la caja.

—Gracias, amo —dijo con voz baja, humildemente. Los ojos se le llenaron de lágrimas.

—Llámame Cabot —ordené—, como hacías antes.

—Muy bien, Cabot, mi amo —dijo Vika.

Después de unos minutos le dije con voz severa:

—Ahora, debemos salir de aquí.

Me volví y salí de la caja, y como correspondía Vika me siguió a dos pasos de distancia.

Descendimos la rampa y nos acercamos al disco de transporte. Al-Ka examinó atentamente a Vika.

—Es muy sana —dijo.

—Sus piernas no parecen muy fuertes —observó Al-Ka después de examinar atentamente los muslos, las pantorrillas y los tobillos de la esclava.

—Pero eso no me preocupa —expliqué.

—Tampoco a mí —dijo Al-Ka—. Después de todo, uno puede ordenarle que suba y baje escaleras para fortalecerlas.

—Muy cierto —contesté.

—Creo que uno de estos días —explicó Al-Ka—, también yo me buscaré una mul hembra. —Después agregó—: Pero con las piernas más fuertes.

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