Los señores de la instrumentalidad

BOOK: Los señores de la instrumentalidad
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Paul Myron Anthony Linebarger, que es como realmente se llamaba Smith, ha sido una de las figuras más atípicas de la cf. Publicó en el seno del fandom, pero jamás formó parte de él. Nunca gozó de la fama de un Asimov o un Clarke, ni del prestigio de un Ballard o un Bradbury, y sin embargo su obra es una de las más complejas, hermosas y fascinantes que ha dado el género. Actualmente, no son muchos los aficionados a la cf que conozcan y aprecien sus relatos, pero su influencia es patente en muchos escritores, algunos tan meritorios como Gene Wolfe, cuyo
Libro del Sol Nuevo
guarda una estrecha relación con la obra de Smith.

La práctica totalidad de las historias de Cordwainer Smith se desarrolla en un universo coherente y homogéneo, lo que permite afirmar que el autor escribió eso que suele llamarse una «Historia del Futuro». Sin embargo, no se trata de una creación milimétricamente trazada, con mapas y esquemas, procurando rellenar huecos, al estilo de tantos otros autores. Muy al contrario, los relatos de Smith sólo muestran retazos de un universo más grande, fragmentos de una civilización inconcebiblemente vasta y compleja, y todo ello, además, a lo largo de varios milenios. Sin embargo, al leerlos, uno tiene la impresión de que lo que el autor se calla afecta de forma determinante a lo que cuenta, como si hubiera una estructura invisible que el lector sólo puede intuir.

Hay un curioso rasgo de estilo en Smith. Normalmente, los relatos ambientados en el mañana se cuentan como si fueran el presente de un futuro más o menos lejano. Smith, por el contrario, describe el futuro remoto como si fueran historias de un pasado inusitadamente distante, muchas veces legendario. Y esto no deja de ser lógico: se trata de una Historia del Futuro, y la Historia siempre se ha escrito desde el presente, mirando hacia el pasado.

Con frecuencia se ha acusado a Smith de ambigüedad (incluso de fascismo). ¿Quiénes son los Señores de la Instrumentalidad? A veces actúan de forma positiva, son héroes; pero en ocasiones se muestran maquiavélicos y odiosos, son malvados. Sea como fuere, siempre son manipuladores. Y, en cuanto a la Instrumentalidad, ¿qué es? ¿Una aristocracia? ¿O una tecnocracia, como su nombre da a entender? ¿O quizá una teocracia? Desde luego, no es una democracia. Smith era ambiguo, en efecto: exponía los hechos, esbozaba sutiles problemas morales, pero nunca tomaba partido, jamás juzgaba los actos de sus personajes. Esa tarea se la dejaba al lector.

Los Señores de la Instrumentalidad
es un inmenso fresco, voluntariamente incompleto, que narra los próximos quince milenios de la historia de la humanidad. Pero a Smith le interesaba muy poco describir con minuciosidad de notario esa sociedad futura, o su tecnología, o su sistema político. Lo que pretendía, y consiguió, fue transmitirnos el «sabor» del futuro, su textura, la exótica psicología de quienes nos sucederán en el tiempo. Ése ha sido quizá su mayor logro literario: convertir la extrañeza en arte. Se pueden leer una y mil veces los relatos de Smith, y cuanto más se lean, más consciente seremos de que hay algo que se nos escapa, de que tras ese universo existe una lógica, un sentido, que jamás podremos comprender del todo, igual que a un cromañón le resultaría imposible entendernos a nosotros y a nuestra cultura del siglo XXI.

Sin embargo, pese a la decidida extrañeza de sus relatos, el lector presiente que cuentan algo que nos concierne a todos, pues en el fondo hablan de ética, de lo que significa ser humano, del sentido de nuestra cultura, de religión, del precio que hay que pagar por la libertad... Creo sinceramente que ningún escritor, en la historia de la literatura occidental, ha llegado más lejos que Smith. Puede que otros hayan abierto caminos más perfectos, veredas más hermosas, pero estoy seguro de que nadie ha estado jamás en un lugar tan distante, extraño, otoñal y poético como es el universo creado por Cordwainer Smith. Ése es su billete de entrada al canon.

Cordwainer Smith

Los señores de la instrumentalidad

ePUB v1.0

Bercebus
06.09.12

Título original:
Instrumentality of Mankind

Cordwainer Smith, 1963.

Traducción: Carlos Gardini

Diseño/retoque portada: preferido

Editor original: Bercebus (v1.0)

ePub base v2.0

Piensa azul,
cuenta hasta dos

Los señores de la instrumentalidad - 1

Reseña

Los Señores de la Instrumentalidad es una monumental, sorprendente e irrepetible historia del futuro que maravilla por su poesía, sus personajes, y su riqueza temática. Está escrita como una serie de baladas, contadas con el distanciamiento y el estilo de un narrador que está explicando hechos antiguos, de los que se da por supuesto que existe, al mismo tiempo, un cierto conocimiento genérico y también la suficiente curiosidad por los detalles.

Su autor, uno de los más originales escritores de ciencia ficción de todos los tiempos, fue profesor universitario, catedrático de ciencia política, experto en asuntos del Lejano Oriente y asesor de información militar en varias confrontaciones bélicas.

Los Señores de la Instrumentalidad es una serie que ha creado verdaderos adeptos y resulta uno de los más inteligentes logros de la ciencia ficción de todos los tiempos.

"Cordwainer Smith fue uno de los más originales escritores de ciencia ficción." David Pringle. Las 100 mejores novelas de ciencia ficción.

Contenidos:

Introducción: "Cordwainer Smith: El creador de Mitos", por John J. Pierce

Cuentos, por Cordwainer Smith:

¡No, No, Rogov, No! (No, No, Not Rogov!, 1959)

Cuando llovió gente (When the People Fell, 1959)

Mark Elf (Mark Elf / Mark XI, 1957)

La reina de la tarde (The Queen of the Afternoon, 1978)

Los observadores no viven en vano (Scanners Live in Vain, 1950)

La dama que llevó El Alma (The Lady Who Sailed The Soul, 1960)

Piensa azul, cuenta hasta dos (Think Blue, Count Two, 1963)

El coronel volvió de la nada (The Colonel Came Back from Nothing-at-All, 1993)

El juego de la rata y el dragón (The Game of Rat and Dragon, 1955)

El abrasamiento del cerebro (The Burning of the Brain, 1958)

Del planeta Gustible (The Game of Rat and Dragon, 1955)

Solo en Anacrón (Himself in Anachron, 1993)

El crimen y la gloria del comandante Suzdal (The Crime and the Glory of Commander Suzdal, 1964)

Dorada era la nave... ¡oh! ¡oh! ¡oh! (Golden the Ship Was - Oh! Oh! Oh!, 1959)

Introducción

Cordwainer Smith - El creador de mitos

En 1950 una oscura y malograda revista llamada
Fantasy Book
publicó un cuento titulado
Los observadores viven en vano.

Nadie había oído hablar del autor, Cordwainer Smith. Y, durante un tiempo, pareció que nunca más se volvería a hablar de él en el mundo de la ciencia ficción.

Pero
Los observadores viven en vano
era un cuento que se negaba a morir, y su reedición en dos antologías alentó al huidizo Smith a presentar material en otros mercados de ciencia ficción.

Hoy se lo reconoce como uno de los autores de ciencia ficción más creativos de los
tiempos modernos. Pero, paradójicamente, es uno
de los menos leídos y comprendidos. Hasta poco antes de su muerte, su identidad misma constituía un secreto celosamente guardado.

No es que el doctor Paúl Myron Anthony Linebarger (1913-y 1966) se avergonzara de la ciencia ficción. Se sentía orgulloso del género, e incluso había declarado al
Baltimore Sun
que la ciencia ficción había atraído a más gente con título de doctor que ninguna otra rama de la ficción.

Pero Smith era un escritor sensible y emocional —y reacio a comprometerse con los lectores— y rehusaba «explicarse» de un modo que pudiera destruir la espontaneidad de su obra.

Al margen de eso, quizá disfrutaba al ser un hombre misterioso, tan evasivo como algunas alusiones de sus cuentos. Smith era un creador de mitos en la ciencia ficción, y quizá sea necesaria una Figura algo mítica para crear verdaderos mitos.

Un recién llegado que no supiera cuántas sílabas tenía el apellido Linebarger recibía por respuesta un ademán señalando los tres caracteres chinos de la corbata del doctor, y sólo después se enteraba de que los símbolos significaban Lin Bah Loh, «Floresta del Júbilo Incandescente», el nombre que le dio su padrino Sun Yat Sen, fundador de la República China.

La vida del doctor Linebarger no fue, por cierto, una vida común. A los diecisiete años, negoció un préstamo en plata para China en nombre de su padre, asesor legal de Sun y uno de los financiadores de la Revolución de 1911. Luego llegó a ser coronel de Inteligencia del Ejército de Estados Unidos, a pesar de su ceguera parcial y de su mala salud (una vez escandalizó a los invitados de una cena ingiriendo un «cóctel» de ácido clorhídrico para facilitar su digestión).

Aunque nació en Milwaukee —su padre quería que su hijo fuera ciudadano nativo para que pudiera optar a la candidatura de la presidencia—, Linebarger pasó su adolescencia y juventud en Japón, China, Francia y Alemania. Al llegar a la edad adulta dominaba seis idiomas y conocía a la perfección varias culturas, tanto orientales como occidentales.

Tenía sólo veintitrés años cuando obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas en la Johns Hopkins University, donde luego fue profesor de Política Asiática durante muchos años. Poco después, dejó de editar los libros de su padre para publicar muy respetables trabajos sobre el Lejano Oriente.

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, se sirvió de su posición en el Directorio de Planificación e Inteligencia de Operaciones para determinar ciertas características para un espía en China que sólo él podía reunir, y así fue a Chungking como teniente del Ejército. Al final de la guerra tenía el grado de mayor.

El doctor Linebarger volcó sus experiencias bélicas en
Psicológica Warfare,
que todavía hoy se considera el texto más autorizado en su especialidad. Traducido al castellano como
Guerra psicológica.
(Editorial Círculo Militar, Biblioteca del Oficial, Vol. 399, Buenos Aires, 1951.)
(N. del T.)

Como coronel, fue asesor de las fuerzas británicas en Malasia y del Octavo Ejército de Estados Unidos en Corea. Pero este «asesor en pequeñas guerras», como le gustaba llamarse, no intervino en Vietnam, pues consideró que la participación norteamericana era un error.

Sus viajes lo llevaron a Australia, Grecia, Egipto y muchos otros países; y su habilidad fue tan valorada que se convirtió en un miembro importantísimo de la Asociación de Política Exterior y en asesor del presidente Kennedy.

Pero ya desde la infancia le interesaba la ficción, e incluso la ciencia ficción. Como muchos incipientes escritores de ciencia ficción, descubrió el género a muy temprana edad. Como en ese momento vivía en Alemania, añadió el
Gigantón
de Alfred Doblin a su lista de favoritos, que ya incluía los clásicos de Verne, Wells y Doyle.

Tenía sólo quince años cuando se publicó su primer cuento de ciencia ficción,
La guerra número 81-Q.
Pero, por desgracia, nadie parece recordar dónde. Según su viuda, Genevieve, el cuento iba firmado con el nombre Anthony Bearden, un pseudónimo que utilizó más tarde para publicar poemas en revistas. [Las declaraciones de Genevieve Linebarger desorientaron a J. J. Pierce. En realidad, el cuento se publicó en una publicación estudiantil (
The Adjutant,
vol. IX, n.°1, junio de 1928) bajo el pseudónimo de Karloman Jungahr.
(N. del T.)]
Dos ejemplos de su poesía aparecen en la novela
Norstrilia.

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