Lugares donde se calma el dolor (77 page)

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Authors: Cesar Antonio Molina

Tags: #Relato, Viajes

BOOK: Lugares donde se calma el dolor
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Bajo el Imperio austrohúngaro los judíos estuvieron en una relativa paz y protección. Ese edicto de asimilación también los hacía súbditos directos del emperador. Kafka en todo momento de su vida fue consciente de su compleja situación, pero hubo quizá un instante donde se dio cuenta de que aquella paz aparente comenzaba a sucumbir. Finalizada la primera guerra mundial, Kafka ya no era súbdito del emperador, ni pertenecía su país a un imperio. Era checo y estaba bajo la protección de la recién nacida Checoslovaquia. Corre el año 1919. Kafka tiene treinta y seis años y acaba de redactar la
Carta al padre
, la carta a su progenitor judío: «Querido padre, hace poco tiempo me preguntaste por qué afirmo que te tengo miedo. Como siempre, no supe qué decir; por otra parte, precisamente, por el miedo que te tengo; por la otra porque en la explicación de dicho miedo intervienen demasiados detalles para poder exponerlos…». Checoslovaquia fue, igual que el imperio, un estado plurirracial y lingüístico. Pero la presencia nacionalista checa se dejaba sentir de una manera más impositiva. El antisemitismo, apaciguado durante décadas, resurgió con inusitada violencia y el presidente Masaryk, defensor como abogado de los judíos y amigo de ellos, no pudo hacer nada para evitarlo. Kafka, cuatro años antes de su muerte, encontrándose ya enfermo, le escribe tristemente a Milena: «Estoy pasando todas las tardes por las calles, bañándome en el odio contra los judíos. Hace poco oí llamar a los judíos una “raza inmunda”. ¿No es lógico que uno se vaya de donde lo odian tanto? (No hace falta para eso ni el sionismo ni el sentimiento nacional). El heroísmo de los que a pesar de todo se quedan es el de las cucarachas, que tampoco pueden extirparse del cuarto de baño. Acabo de mirar por la ventana: la policía a caballo, la gendarmería dispuesta para cargar con bayoneta calada, multitudes que gritan y se dispersan, y aquí arriba, en la ventana, la repugnante vergüenza de vivir constantemente protegido».

En
La tradición oculta
, Arendt dedica muchas referencias a Kafka y al menos dos ensayos de enjundia. En «Franz Kafka: el hombre de buena voluntad», se refiere a la figura del paria en su primer relato «Descripción de una lucha» y su novela
El castillo
. En «Franz Kafka» analiza El proceso. Ambos textos son magníficos pero pecan de su visión únicamente judía cuando Kafka es un autor que habla de ese individuo que es cualquier ser humano, judío o no. En una de las cartas a Max Brod le dice: «La definición del escritor, de un escritor de este tipo, y la explicación de su influencia, si es que existe una influencia:
es el chivo expiatorio de la humanidad..»
.

¿Qué tengo que ver con los judíos? se había preguntado infinidad de veces Franz Kafka. Toda persona, al nacer, recibe algo de carácter contingente y no escogido. Kafka era judío incluso a su pesar. No es que no quisiera serlo, sino que estaba o estuvo en guerra con su manera de ser laica, secularizada. Lo mismo nos ocurre a nosotros, los cristianos, a pesar de nuestro agnosticismo, que necesita serlo de algo, y ese algo es nuestro referente religioso mayoritario y cultural. Como escribía Hannah Arendt: «La subjetividad es siempre un relato y jamás la revelación de una esencia; y ello porque la historia no es una ontología». El 19 de julio de 1916, Kafka anotaba en su diario estos versos: «Sueña y llora, pobre raza, / no hay camino, lo has perdido. / ¡Ay!, es tu saludo por la noche y también por la mañana…».

Kutná Hora (Chequia)

Uno de los más grandes poetas y diaristas del pasado siglo fue el checo Jirí Orten. Murió, en el año 1941, el mismo día que cumplía veintidós años de edad. Caminando por el borde del río Moldava fue atropellado por una ambulancia alemana. Sus ocupantes, al comprobar que era judío, no le prestaron auxilio. Tampoco fue admitido en ningún hospital de Praga. Días antes, en el mes de agosto, en el «Cuaderno rojo» había escrito los siguientes versos: «… Y así fui por el adoquinado muelle, / como si el camino nunca se acabara, / como si la matanza no hubiera acabado, / cuando empieza a buscar en la sangre el título de la obra»
(Solo al atardecer
, edición de Clara Janés, Pre-Textos). Expulsado de todos los domicilios, de su trabajo como periodista, escribiendo y publicando bajo seudónimo, encontró su último refugio en el número 66 del Bulevar Rasín. Recorro todos estos lugares de la capital checa y, al día siguiente, decido peregrinar al territorio de su nacimiento, en Kutná Hora. Esta ciudad se encuentra situada a unos setenta kilómetros al este de Praga. Orten mantuvo una estrecha relación con su pueblo natal, pues en él siguió viviendo su madre, una buena y esforzada mujer, atenta al cuidado del hijo. Por la lectura de sus diarios pensé que Kutná Hora era una villa, o quizá, más bien, una aldea. Orten no hace ninguna mención a la historia o al arte de la ciudad y sólo se recrea en los productos hortícolas que le pide a su madre, así como en la reclamación de libros y ropas limpias que ésta, pacientemente, le va suministrando. «Querida mamá: Ayer por la tarde recibí en perfecto estado tu enorme paquete. Cuántas gracias te doy, eso lo sabes tú muy bien. Estas hermosas peras, en las que no quiero hincar el diente de lo bonitas que son, y el pan de especias, y los bollos y los cigarrillos ¡y todo!» El verano de 1940 Orten lo pasó en Kutná Hora, pero en vez de quedarse allí —su madre también fue perseguida— regresó a Praga, «donde se decidirá mi suerte […] ¿Para ser enviado a algún lugar desconocido y a la muerte? […] Praga resulta ajena».

Desde Praga, por una carretera estrecha pero bellísima, atravieso campos repletos de árboles frutales. Los bosques de manzanos y perales se asoman al borde del camino, así como también extensas tierras de patatas y maizales en los que ya se perciben las mazorcas. Cada tanto aparecen los
rybník
, lagos artificiales en donde pacientes pescadores tratan de hacerse con algunas carpas. Al divisar Kutná Hora desde la distancia, me doy cuenta de lo muy equivocado que estaba. Al entrar en su casco antiguo, mi sospecha se confirma de una manera rotunda. La ciudad de Orten es una de las más altas consecuciones del Barroco, si bien su larga historia proviene de muchos siglos antes. Fue la segunda ciudad del reino checo y su arquitectura y patrimonio artístico, a pesar de los tiempos y los conflictos bélicos, está intacto. La Unesco la declaró Patrimonio de la Humanidad. Durante el neolítico aportó lo que se conoce como Cultura de Bylany. De la Edad del Bronce y de la del Hierro proviene la tumba prehistórica de Karlov. Los celtas trajeron la metalurgia. Luego fueron expulsados por los germanos. Éstos, a su vez, recibieron el mismo trato de los eslavos. Pero la historia contemporánea de esta ciudad se inicia cuando a un monje del monasterio cisterciense de Sedlec (antes en las afueras de la urbe y hoy integrado en ella), mientras leía sus oraciones en un bosque cercano, le nacieron de la tierra sobre la cual estaba echado, tres altas varillas de plata. En este lugar se excavó la primera mina de plata. Posteriormente, tras haber sido explotado este filón, se levantó la iglesia de Todos los Santos. Desde la época de los Slavníkovci y los Premislitas (siglo X) hubo una fábrica de moneda. En el siglo XIV, terminada la construcción de la Corte Italiana, este bellísimo edificio sirvió como Real Casa de la Moneda. Aquí se acuñaron los famosos
gross
praguenses.
Hora
significa «montaña» y
Kutna
, «cogulla», hábito de los monjes. Así se la conoce desde el siglo XIII. El rey Juan de Luxemburgo le otorgó, a través de un fuero firmado en el año 1318, el título de Real Ciudad Minera. Estos yacimientos trajeron riquezas pero también crueles guerras. El rey Wenceslao II, a comienzos del siglo XIV, publicó el Real Código de Minas, el
Ius Regale Montanorum
. Carlos IV declaró a Kutná Hora,
Maiestas Carolina
, como ya lo había hecho con Praga, Bratislava y Budysín.

Wenceslao IV fue un entusiasta de Kutná Hora. Terminó el majestuoso edificio de la Corte Italiana y de él hizo un palacio real al que le añadió una preciosa capilla. El palacio está situado por encima de un gran peñasco, sobre el diminuto río Vrchlice. El primer destino que tuvo este inmueble fue depósito de la plata. En el siglo XIV, durante el reinado de Wenceslao IV, de la dinastía de los Luxemburgo, se llevó a cabo la reconstrucción definitiva y la ampliación. Se levantó igualmente la capilla palaciega de San Wenceslao, en estilo gótico, encima de la tesorería real. La bóveda se apoya sobre una gruesa y esbelta columna pintada, como todo el techo, con motivos religiosos y de la monarquía. Son pinturas historicistas llevadas a cabo durante una de las últimas rehabilitaciones, realizadas en el siglo XIX. La sala real de audiencias se encuentra en la primera planta. El artesonado es el original de la época del rey Wenceslao IV. El resto de la sala es neogótica. Tras el escaño está colgado un gran cuadro que representa la elección de Ladislao Jagellón como rey checo (1471). Ahora sirve de sala de juntas del Ayuntamiento. Detrás de la Corte Italiana, frente a la fachada sur del templo de Santiago, está el edificio del arzobispado, de finales del siglo XVI. Destaca por su formidable portal renacentista. Delante de la Corte Italiana hay una pequeña plaza ajardinada. La preside una estatua romántica de Karel Havlécek Borovsky (18211856). El escritor y editor independentista, responsable de la revista
Slovan
(El eslavo) está de pie, en piedra, sobre un alto plinto. Fue esculpida por el artista local Josef Strachovsky.

Durante casi toda la primera mitad del siglo XV, Kutná Hora fue un campo de batalla. Católicos y reformistas dirimieron sus diferencias con las armas. La ciudad fue incendiada en el año 1422 por el rey Segismundo de Luxemburgo. Dos años después los ejércitos husitas (reformistas) de Jan Zizka hicieron lo mismo. La mayor parte de los husitas acabaron en la horca. También durante este siglo y posteriores hubo graves sublevaciones de los mineros. A estos esforzados trabajadores se les debe la construcción de una de las más bellas iglesias que he visto en mi vida: Santa Bárbara. Por fuera gótica y por dentro, sobre todo en su decoración, barroca. Pagada por los mineros, comenzó a levantarse en el siglo XIV. La bóveda estrellada de este gótico tardío (finales del XV) es obra de Matiás Reisek. Benedicto Ried fue el arquitecto responsable. Las vidrieras, muy posteriores, del siglo XIX, contienen historias de santos locales relacionados con la ciudad. La barandilla del presbiterio está ricamente decorada con pedrería y con las iniciales “W” y “L”, de Wenceslao Jagellón y Ludovico, su hijo. En la parte superior del coro se han conservado algunas de las pinturas góticas originales, que representan a los ángeles músicos y a los profetas del Antiguo Testamento. En la pared de una de las capillas más bellas, la de Santa Dorotea, hay una gran pintura gótica dedicada a san Cristóbal. Es un fresco que todavía mantiene todo su colorido. El santo peregrino carga sobre sus hombros al Niño Jesús. Se apoya en un tronco cuyas raíces conserva. Da la sensación de que en su camino está, en ese momento, atravesando un río (quizá el riachuelo de Vrchlice que transcurre a los pies de este monumento). Un gran pez y otros más diminutos saltan por entre sus piernas, mientras un cangrejo flota inmóvil. Hay otra figura, no sé muy bien si masculina o femenina, que sostiene en su mano izquierda una especie de red. El trazo del dibujo del santo es firme y los pliegues de su túnica se achican para atravesar las aguas, cuyos pies ni siquiera las tocan. San Cristobal (denominado así por Cristo, portador de Cristo) antes se llamaba Réprobo. Además de llevar al Salvador sobre sus espaldas, como en la pintura, lo portó también de otras tres maneras: en su cuerpo, por medio de la mortificación; en su alma, por la devoción, y en su boca, mediante la confesión y predicación de la doctrina. Era de origen cananeo y tenía —como muy bien lo representa este fresco— una gran altura y corpulencia. Ayudaba a las gentes a atravesar un peligroso río apoyado en un varal como báculo. Una vez cargó con un niño cuyo peso —según confesión suya— equivalía «al mundo entero y al creador de ese mundo». El muchacho respondió «Yo soy Cristo, tu rey». Para confirmárselo le pidió que hincara en la tierra el varal. Al día siguiente se había convertido en una palmera cuajada de dátiles. San Cristóbal sufrió martirio. Ni siquiera dos rameras de profesión, Nicea y Aquilina, lograron tentarlo para que abandonara la fe. Por el contrario, ambas también se convirtieron. La primera fue decapitada, como el mismo santo; la otra fue colgada. Las pinturas de la bellísima capilla Smískovská fueron igualmente realizadas a finales del siglo XV. Unas tienen influencia flamenca, mientras otras son deudoras de la escuela renacentista italiana.
La Crucifixión
, la obra más llamativa, tiene las mismas características y colorido que otras pinturas salidas de la paleta de artistas de los Países Bajos. Los personajes masculinos y femeninos que acompañan al Cristo ensangrentado en la cruz, llevan vestidos contemporáneos a la obra; mientras que el paisaje del fondo se corresponde con una fortificación, con torre cúbica y almenas, semejante a las que pudo tener Kutná Hora. Hay otro fresco muy curioso. Representa la preparación para la misa. Hay tres hombres en una habitación, en una sacristía. Uno está encendiendo una alta vela (quizá es la imagen del administrador de las minas, Michal Smísek), mientras el otro prepara las lecturas. Un tercero parece sostener otro candelabro. El escudo de los Smísek deja constancia de la influencia de esta poderosa familia. Me sorprende, en medio de la iglesia, la estatua policromada de un minero. Va cubierto con su ropaje blanco, desde la cabeza a los pies, y con todos los elementos instrumentales para su labor. La figura, de tamaño natural y de un gran realismo, sostiene con el brazo izquierdo extendido una candela, símbolo del trabajo y el esfuerzo de estos trabajadores para conseguir dinero y levantar tan deslumbrante templo. Los escaños de madera del coro son típicamente góticos. En las altas galerías, por encima de las naves laterales, están colocadas alegorías barrocas de madera. Son grandes estatuas que representan las cuatro Virtudes Teologales.

Jiri Orten no se lamenta de su destino, «poco a poco me he acostumbrado a la soledad», le escribe a su madre en la primavera del año de su muerte. En la misiva le sugiere que vaya «a la parroquia de Kutná Hora y vuelve a preguntar si realmente no está mi fe de bautismo, si realmente me han tachado del registro civil». ¿Era la iglesia de Santa Bárbara la sede parroquial por aquel entonces? Esta santa fue ejecutada por su propio padre, Dióscoro, al negarse ella a volver a la fe pagana. Otras antiguas iglesias del pueblo son la de Santiago, la de san Juan Nepomuceno ola de la Virgen María de Námét. La iglesia de Santiago se distingue por su alta torre, de casi noventa metros. El templo es gótico-renacentista-barroco. A los pies pasa el río Vrchlice. El púlpito es barroco. En el altar mayor cuelgan dos destacadas pinturas:
La decapitación de Santiago
, de Francisco Javier Palko, y
La Santísima Trinidad
de Petr Brandi.

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