Read Lujuria de vivir Online

Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

Lujuria de vivir (5 page)

BOOK: Lujuria de vivir
3.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Después de la comida, la familia se entretuvo jugando a las cartas. Vincent no sabía jugar, y sentándose en un rincón empezó a leer «La Historia de las Cruzadas» de Augusto Gruson. Desde donde se hallaba sentado podía observar la alegre sonrisa de su prima.

—¿Qué lees, primo Vincent? —preguntó Kay acercándosele.

El joven le dijo el titulo de la obra y añadió:

—Es un hermoso libro, y casi diría que está escrito con el sentimiento de Thys Maris.

Kay sonrió. Vincent acostumbraba hacer esa clase de graciosas alusiones literarias. —¿Y por qué de Thys Maris? —preguntó. —Lee esto y verás si no te recuerda un cuadro de Maris. El autor describe un antiguo castillo sobre una roca, con bosques en la lejanía, a la hora del crepúsculo, y en primer plano un campo que ara un campesino con un caballo blanco.

Kay lo miraba pensativamente.

—Sí —dijo— es verdad, se parece a Maris. Tanto el escritor como el pintor emplean su talento para expresar el mismo pensamiento.

Vincent buscó un párrafo en el libro y dijo a la joven:

—Y esto hubiera podido ser escrito por Michelet o Carlyle.

—¿Sabes, primo? Para un hombre que ha pasado tan poco tiempo en las aulas, eres muy instruido. ¿Sigues leyendo mucho?

—No, ahora no, aunque me agradaría poder hacerlo... Pero en realidad no lo necesito, pues todo se encuentra en la palabra de Cristo...

—Oh, Vincent —exclamó Kay con reproche— ¿por qué hablas así?

El joven la miró extrañado.

—Me agradas mucho más cuando vislumbras a Thys Maris en «La Historia de las Cruzadas» que cuando hablas como un clérigo provinciano, de mentalidad estrecha...

Vos se acercó a su mujer.

—Querida, ahora te toca jugar a ti.

La joven miró un instante los ojos ardientes de Vincent, y tomando el brazo de su esposo, se acercó a los demás jugadores.

LATIN Y GRIEGO

Mendes da Costa sabía que a Vincent, le agradaba hablar con él sobre tópicos que no fuesen sus estudios, y varias veces por semana, después de la lección, lo acompañaba a la ciudad, a fin de poder charlar juntos.

Un día lo llevó por un barrio muy interesante. Estaba lleno de aserraderos, de casitas humildes con sus jardincitos sencillos, donde vivía gran cantidad de gente. El barrio estaba cruzado por innumerables canales.

—Debe ser hermoso ejercer el sacerdocio en un barrio como este —comentó Vincent.

—Sí —repuso Mendes— esta gente necesita más de Dios y de la religión que nuestros aristocráticos amigos de la ciudad.

—¿Qué quiere usted decir, Mijnheer? —Esos trabajadores tienen la vida dura. Cuando llega la enfermedad no poseen dinero para médicos. Viven al día, sus casas son pequeñas y pobres y la miseria los acecha. Necesitan de la palabra de Dios para consolarse.

Vincent encendió su pipa.

—¿
Y los de la ciudad? —preguntó.

—Ellos tienen buena ropa, posición asegurada y dinero para hacer frente a la adversidad. Cuando piensan en Dios, se lo figuran como a un ser satisfecho de como van las cosas en la tierra hermosa de su creación.

Esa noche Vincent abrió sus libros de griego, pero se quedó mirando fijamente a la pared de su cuarto. Recordaba los barrios pobres de Londres con su sórdida pobreza y sufrimientos; recordaba el deseo que había sentido de convertirse en evangelista para ayudar a esa gente. Luego le pareció ver la iglesia de su tío Stricker. La congregación era escogida, rica y educada. Los sermones de Tío Stricker eran hermosos y confortantes, pero ¿quién necesitaba consuelo en aquella congregación?

Habían transcurrido seis meses desde su llegada a Amsterdam. Comenzaba a comprender que de poco vale el trabajo arduo cuando se carece de habilidad. Cerró sus libros de idiomas y abrió el de álgebra. A media noche entró su tío Jan.

—Vi luz bajo tu puerta, Vincent —dijo el vicealmirante— y el centinela me dijo que te vio caminando por afuera a las cuatro de la mañana. ¿Cuántas horas has estado estudiando?

—Entre dieciocho y veinte.

—¡Veinte! —exclamó el Tío Jan. Sintió que lo invadía una gran desilusión. Le costaba admitir que un Van Gogh fracasara.

—No debieras necesitar tantas —dijo por fin.

——Pero tengo que estudiar para cumplir, Tío Jan.

El vicealmirante meneó la cabeza.

—Prometí a tus padres velar por ti. Por lo tanto te ruego que de aquí en adelante no trabajes hasta tan tarde.

Vincent empujó sus libros de estudio. Lo que él necesitaba no era ni descanso, ni afecto, ni simpatía, sino estudiar su griego, su latín, su historia y su álgebra, a fin de poder pasar el examen e ingresar a la Universidad y recibirse de eclesiástico y servir en forma práctica a Dios sobre la Tierra.

MENDES DA COSTA

En mayo, un año exactamente después de su llegada a Amsterdam, Vincent comenzó a comprender que su dificultad para el estudio lo vencería. Admitía su derrota. Si hubiera sido una simple dificultad o ineptitud no se hubiera sentido tan turbado, pero la cuestión que lo preocupaba día y noche era esta: ¿Deseaba o no convertirse en un sacerdote como el Reverendo Stricker? ¿Qué sería entonces de su ideal de servir a los pobres y a los enfermos y desgraciados si aún debía pasar cinco años más estudiando declinaciones y fórmulas?

Una tarde, a fines de mayo, después de haber terminado su lección con Mendes, preguntó a su profesor:

—Mijnheer da Costa ¿podría usted venir a caminar un rato conmigo?

Mendes había notado la lucha que sostenía su alumno y adivinaba que el joven estaba a punto de tomar una determinación. —Estaré encantado de acompañarlo. Es agradable caminar después de ia lluvia.

Se envolvió en su bufanda y se puso su grueso abrigo negro. Una vez en la calle los dos hombres bordearon la sinagoga en donde tres siglos antes Baruch Spinoza había sido excomulgado, y luego pasaron la casa de Rembrandt que quedaba en la Zeestraat.

Murió olvidado y pobre —dijo Mendes al pasar por la antigua casa.

Vincent elevó la vista vivamente. Mendes tenía la costumbre de ir al grano del problema antes de que se mencionara siquiera. ¡Cuán distinto era del Tío Jan y Tío Stricker!

—Sin embargo, no murió desgraciado —dijo Vincent.

—No —repuso el maestro—. Se había expresado a sí mismo por completo y conocía el valor de su obra. Aunque era el único de su tiempo en reconocerlo.

—¿Y le parece que eso fue suficiente para él? ¿Y si se hubiese equivocado? ¿Si el mundo hubiera tenido razón en despreciar su obra?

—Lo que el mundo pensaba lo dejaba indiferente. Rembrandt sentía necesidad de pintar, una necesidad imperiosa. El valor principal del arte, Vincent, reside en la expresión que da al artista. Rembrandt realizó lo que él sabía era el propósito y la razón de ser de su vida; eso lo justificaba. Aún si su trabajo hubiese carecido de valor, hubiera tenido mucho más mérito su vida que si hubiese desechado su inclinación para convertirse en un rico comerciante.

—Comprendo.

—El hecho de que la obra de Rembrandt trae goces al mundo entero —prosiguió Mendes como si hablase consigo mismo— es enteramente fortuito. Triunfó en su vida a pesar de haber sido despreciado por sus contemporáneos. La calidad de su perseverancia y la lealtad a su idea fue lo principal, más importante aún que la calidad de su trabajo.

Siguieron caminando un rato, y luego Vincent dijo:

—¿Y cómo puede saber un joven que la carrera que ha elegido es la que le conviene? Por ejemplo, puede haber pensado hacer algo de particular en la vida y luego comprender que se ha equivocado.

Los ojos de Mendes brillaron, y designando el cielo y los mástiles de los barcos que se reflejaban en el agua dijo:

—Mire, Vincent, qué hermosas tonalidades tiene esta puesta de sol.

Llenó su pipa y pasó la tabaquera al joven.

—Gracias, ya estoy fumando, Mijnherr —repuso Vincent,

—Es verdad. ¿Quiere que sigamos por el dique de Zeeburg? El cementerio judío queda por ese lado, y podemos descansar un momento donde los míos están enterrados.

Siguieron caminando en silencio mientras fumaban sus pipas.

—Nunca se puede estar seguro de nada, Vincent —dijo Mendes—.Se debe tener el coraje y la fuerza de hacer lo que se cree bien. A veces puede resultar que uno está equivocado, pero al menos se habrá hecho, y eso es lo que importa. Debemos actuar según los dictados de nuestra razón, y dejar que Dios juzgue su valor. Si en este momento está usted seguro que quiere servir a nuestro Creador en una forma o en otra, entonces, deje que esa fe sea su guía futura. No tema poner su confianza en ella.

—¿Y si no estoy calificado para ello?

—¿Para servir a Dios? —inquirió Mendes mirándolo con leve sonrisa.

—No; quiero decir si no estoy calificado para convertirme en un sacerdote universitario, erudito y sabio.

Mendes no tenía interés en decir nada de particular acerca del problema personal de Vincent; sólo deseaba discutir sus fases más generales y dejar que el muchacho tomara su propia decisión. Ya habían llegado al cementerio judío; era un lugar muy sencillo con grandes lápidas de mármol cubiertas de inscripciones hebreas, y enormes árboles que se erguían entre el pasto oscuro. Cerca del lugar reservado para la familia Da Costa había un banco de piedra, donde los dos hombres tomaron asiento. A esas horas de la tarde, el cementerio se hallaba desierto y reinaba el mayor silencio.

—Cada uno de nosotros posee integridad, calidad de carácter, Vincent —dijo Mendes mirando las tumbas de su padre y su madre que se hallaban una al lado de la otra— Si nos tomamos el trabajo de observarla, hagamos lo que hagamos, lo haremos bien. Si usted hubiera permanecido en el comercio de cuadros, la integridad que hace de usted el hombre que es, lo hubiera convertido en un buen comerciante. Lo mismo se aplica a sus estudios. Algún día usted se expresará plenamente, sea cual sea el medio que escoja.

—¿Y si no permanezco en Amsterdam para recibirme de eclesiástico?

—No importa. Regresará a Londres como evangelista o trabajará en un negocio o se convertirá en campesino del Brabante. Haga lo que haga, usted lo hará bien. He tenido oportunidad de conocer la pasta de que está usted hecho y sé que es buena. Muchas veces en su vida creerá usted que ha fallado, pero terminará por expresarse a sí mismo, y esa expresión, justificará su vida.

—Gracias, Mijnherr da Costa. Sus palabras me alientan.

Mendes se estremeció ligeramente. El banco de piedra era frío y el sol se había ocultado por completo detrás del mar. Se puso de pie.

—¿Vamos, Vincent?

¿DONDE ESTA LA VERDADERA FUERZA?

Al día siguiente, al caer la tarde, Vincent, de pie ante su ventana, miraba hacia afuera. La pequeña avenida de álamos, con
sus
siluetas delicadas se destacaban netamente contra el cielo gris.

—¿Acaso porque no soy capaz de estudiar —se decía el joven— eso significa que no puedo ser de utilidad en este mundo? Después de todo ¿qué tiene que ver el latín y el griego con el amor a nuestros semejantes? Yo quiero servir a Dios prácticamente, pero no deseo tener una iglesia grande y predicar sermones eruditos. Pertenezco a los humildes y desgraciados.
¡Quiero servirlos ahora, no dentro de cinco años!

En ese momento sonó el pito señalando la hora de la salida de los obreros, quienes en tropel se dirigieron hacia el portón del arsenal. Vincent se alejó de su ventana. Comprendía que su padre y sus Tíos Jan y Stricker habían gastado mucho dinero en él durante ese último año, y que lo considerarían perdido si abandonaba sus estudios. Sin embargo él había hecho lo mejor. No podía estudiar más de veinte horas diarias. Era evidente que no estaba creado para la vida estudiosa. Había comenzado demasiado tarde. Si se convertía en evangelista ¿acaso podía llamarse eso un fracaso? Si curaba a los enfermos, consolaba a los pecadores, y convertía a los no creyentes ¿sería eso un fracaso?

Su familia lo consideraría así. Dirían que no era capaz de triunfar, que no servía para nada y que era un ingrato, es decir, la oveja negra de la familia Van Gogh.

—Haga lo que haga, usted lo hará bien —habíale dicho Mendes—. Terminará por expresarse a sí mismo, y esa expresión justificará su vida.

Kay, que era tan comprensiva, ya había sorprendido en él semillas de sacerdote de mentalidad estrecha. Sí, en eso se convertiría si permanecía en Amsterdam donde la verdadera voz se tornaba cada día más débil. Sabía cuál era su lugar en el mundo, y Mendes le había infundido el coraje de decidirse con seguridad su familia se enojaría, pero eso ya no le importaba. Todo lo haría por amor a Dios.

Arregló su valija rápidamente y partió sin siquiera despedirse.

ESCUELA EVANGÉLICA

El Comité Belga de Evangelización compuesto por los reverendos Van der Brink, de Jong y Pietersen, acababa de abrir una nueva escuela en Bruselas, donde la enseñanza era gratuita y los estudiantes sólo tenían que pagar una módica suma para la casa y comida. Vincent fue a visitar al Comité y lo aceptaron como alumno.

Después de tres meses —díjole el reverendo Pietersen— le daremos un puesto en algún lugar de Bélgica.

—Siempre que sea considerado competente —añadió el reverendo Jong.

Lo que se necesita en el trabajo evangélico, señor Van Gogh — dijo el Reverendo van der Brink— es talento para ofrecer al pueblo «lecturas atrayentes»

El Reverendo Pietersen lo acompañó afuera, y tomando el brazo del joven le dijo:

—Me siento feliz de tenerlo con nosotros, muchacho. Hay mucho trabajo que hacer en Bélgica y dado el entusiasmo que usted demuestra, estoy seguro de que usted será un buen elemento.

Vincent se sintió reconfortado por semejantes palabras, y en su turbación no supo qué contestar. Siguieron caminando por la calle hasta que el Reverendo se detuvo en una esquina diciendo:

—Aquí es donde debo doblar. Tome mi tarjeta, y cuando tenga una velada libre, venga a verme. Me complacerá charlar un poco con usted.

En la escuela Evangelista sólo había tres alumnos, contando a Vincent. Su maestro era el señor Bokma, hombrecito pequeño y enjuto con extraña cara hundida.

Los dos compañeros de Vincent eran muchachos de unos diecinueve años que venían del campo. Pronto se hicieron amigos entre sí, y para cimentar su amistad se divirtieron en ridiculizar a Vincent.

En un momento de expansión éste les había dicho:

BOOK: Lujuria de vivir
3.4Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Golden Hour by Margaret Wurtele
Disney in Shadow by Pearson, Ridley
Her Dark Knight by Sharon Cullen
Guilty Feet by Harte, Kelly
Victory Square by Olen Steinhauer
My Wishful Thinking by Shel Delisle
Clash of Star-Kings by Avram Davidson
The Willing by Moreau, JJ