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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Drama

Lujuria de vivir

BOOK: Lujuria de vivir
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Irving Stone, consagrado biógrafo de algunos personajes famosos de la historia, publicó «Lujuria de vivir» (Lust for life) tal su título en inglés, conocida en español como «Anhelo de Vivir», en 1934.

Es una gran novela en la que describe con crudeza e innegable talento narrativo, la exuberante y tumultuosa vida del pintor Vincent Van Gogh, genial y apasionado artista que murió en la miseria a los 37 años y que fue trágicamente ignorado por sus contemporáneos.

A lo largo de sus páginas va desplegándose la amarga vida del pintor, su rebeldía, sus fracasos laborales, su frustraciones amorosas, su fanatismo religioso y el progresivo y doloroso deterioro mental, que lo llevó a disparar contra sí mismo la bala que acabaría con su existencia. Conoceremos también, la estrecha y profunda relación que unió a Van Gogh con su hermano menor, Theo, figura central en su vida, sin cuya abnegación y sustento financiero, nunca hubiera sido posible su corta e intensa carrera artística, y en cuyos brazos murió, dos días después del disparo fatal, en 1890.

La obra tuvo su versión cinematográfica en 1956, en un film dirigido por Vincent Minnelli que contó con las recordadas actuaciones de Kirk Douglas y Anthony Quinn.

Irving Stone

Lujuria de vivir

ePUB v1.0

gercachifo
18.09.12

Título original:
Lust for life

Irving Stone, junio de 2011

Traducción: Delia Piquerez

Diseño/retoque portada: gercachifo

Editor original: gercachifo (v1.0)

ePub base v2.0

PRÓLOGO

LONDRES

EL ÁNGEL DE LOS NIÑOS

Señor Van Gogh, ¡es hora que se despierte!

Vincent había estado esperando oir la voz de Ursula.

—Ya estaba despierto, señorita Ursula —contestó.

—No, no lo estaba usted —repuso la joven riendo— pero ahora sí que lo está.

La oyó bajar las escaleras y entrar en la cocina.

Vincent colocó las manos debajo suyo, y enderezándose saltó de la cama. Sus hombros y pecho eran fornidos y sus brazos gruesos y vigorosos. Comenzó a vestirse, vertió agua del jarro y asentó la navaja de afeitar.

El joven disfrutaba la diaria afeitada; metódicamente pasaba la afilada navaja por su mejilla derecha quemada por el sol; luego seguía pasándola por el labio superior y el mentón, volviendo a comenzar en el mismo orden por el lado izquierdo de su rostro.

Una vez que hubo terminado, fue hasta la cómoda y hundió su rostro en el follaje de yuyos y hojas que su hermano Theo le había enviado y que él mismo había recorrido en los campos de Zundert. Aspiró profundamente. El aroma le recordaba su querida Holanda, y le acompañaba durante todo el día.

—Señor Van Gogh —dijo Ursula llamando de nuevo a la puerta—. El cartero acaba de dejar esta carta para usted.

Reconoció la escritura de su madre mientras desgarraba el sobre.

«Querido Vincent —leyó—. Voy a escribirte unas palabras antes de acostarme».

Metió la carta en el bolsillo de su pantalón con la intención de leerla durante sus momentos desocupados en el negocio. Peinó hacia atrás su cabello rojizo, se puso una camisa almidonada y anudó negligentemente una corbata negra, bajando luego a desayunarse.

Ursula Loyer y su madre, viuda de un pastor Provenzal, se ocupaban de un jardin de infantes para varoncitos que habían instalado en una casita al fondo del jardín. Ursula contaba 19 años, era esbelta y tenía grandes ojos sonrientes y un delicado rostro ovalado de suaves tonalidades. Vincent gustaba observar la alegría que irradiaba de su hermoso semblante.

La joven sirvió el desayuno con vivos movimientos, sin dejar de charlar mientras él comía. Van Gogh tenía 21 años y estaba enamorado por primera vez. La vida parecía abrirse ante él, y pensaba que sería un hombre dichoso si pudiera desayunarse frente a Ursula durante el resto de sus días.

La joven le sirvió una tajada de jamón con huevos y una taza de té muy cargado. Sentándose luego sobre una silla del otro lado de la mesa, se alisó los, bucles oscuros con la mano, sonriendo mientras le pasaba la sal, pimienta, manteca y pan.

—Sus plantitas están creciendo —dijo humedeciendo sus lindos labios con la lengua— ¿quiere venir a verlas antes de irse a la Galería?

—Sí —repuso él—. Si usted quiere... enseñarme donde están...

—¡Qué hombre tan extraordinario! ¡Planta plantas y luego no sabe dónde encontrarlas! Tenía la costumbre de hablar delante de la gente como si estuviese solo.

Vincent tomaba el café a grandes tragos. Sus modales, así como su cuerpo eran toscos, y no le era posible encontrar las palabras adecuadas para dirigirse a Ursula. Salieron al patio. Era una fresca mañana de abril, pero los manzanos ya habían florecido. Un jardincito pequeño separaba la casa de los Loyer del jardín de infantes, y hacía pocos días Vincent había sembrado amapolas y arvejillas. Algunas de las plantitas comenzaban a salir de tierra. Vincent y Ursula se inclinaron sobre ellas. Un agradable perfume natural emanaba del cabello de la joven.

—Señorita Ursula —comenzó diciendo el joven.

—¿Qué? —repuso ella elevando la mirada y sonriendo.

—Yo... yo... es decir...

—¡Dios mío! ¿Que está usted tartamudeando? —preguntó, y sin esperar contestación se alejó. El joven la siguió hasta la puerta del jardín de infantes.

—Mis niños pronto llegarán —dijo Ursula—. ¿No se le hace tarde para su empleo?

—Tengo tiempo. Solo necesito 45 minutos para llegar al centro.

No sabiendo qué agregar, la joven elevó ambas manos y comenzó a sujetar un pequeño rizo que se escapaba de su peinado. Su cuerpo grácil estaba espléndidamente formado para una niña tan joven.

—¿Y qué sucedió con ese cuadro del Brabante que me prometió para mi escuelita? —preguntó por fin Ursula.

—Pedí a César de Cock que se halla en París que me enviara un grabado para usted.

—¡Qué suerte! —exclamó la joven golpeando las manos—. ¡A veces... a veces es usted un encanto!

Sonrió y quiso alejarse, pero él la contuvo.

—Anoche, en la cama, estuve pensando en un nombre para usted —dijo «El ángel de los niños»...

—Ursula dejó oír una alegre carcajada.

—¡El ángel de los niños! ¡Voy a contárselo a mamá!

Esta vez logró escaparse y atravesando el jardín riendo, entró en la casa.

GOUPIL Y COMPAÑÍA

Vincent tomó su sombrero y sus guantes y salió. A esa distancia del centro de Londres, el camino de Clapham tenía las casas bastante distanciadas unas de otras. En todos los jardines las lilas y los espinos se hallaban en flor. Eran las 8.30 y Vincent no necesitaba llegar a lo de Goupil antes de las nueve. Le agradaba caminar, y a medida que avanzaba, las construcciones se hacían más compactas y en las aceras aumentaba el número de hombres que se dirigían a sus trabajos. El joven se sentía animado de los mejores sentimientos hacia todos ellos. ¡Ellos también debían saber lo maravilloso que era estar enamorado! Se encaminó por el malecón del Támesis, cruzó el Puente de Westminster, pasó frente a la Catedral y al Palacio del Parlamento y entró en la casa señalada por el número 17 de Southampton Strand, sede de la sucursal londinense de Goupil y Compañía, Comerciantes en Obras de Arte y Grabadores.

Mientras atravesaba la sala principal con sus gruesas alfombras y ricas colgaduras, notó una tela que representaba una especie de enorme pez o dragón contra el que luchaba un hombrecito. Estaba titulada: «El Arcángel Miguel matando a Satanás».

—En el mostrador de las litografías hay un paquete para usted —le dijo uno de los dependientes.

La segunda sala del negocio, después de pasar por el salón de pintura donde se exhibían las telas de Millais, Boughton y Turnes, estaba dedicada a grabados y litografías, y en la tercera habitación era en donde se realizaban la mayoría de las ventas. Vincent sonrió al recordar a la mujer que había efectuado la última compra del día anterior.

—No termina de gustarme este cuadro ¿y a ti Harry? —había preguntado a su esposo—. El perro se parece algo a ese que me mordió el verano pasado en Brighton.

—¿No tiene alguno sin perro? —preguntó Harry—. Esos animales ponen nerviosa a mi mujer.

Vincent sabía que vendía obras sin valor. La mayoría de los clientes que él atendía no sabían lo que compraban y pagaban altos precios por mercadería inferior, pero ¿acaso debía eso importarle? Todo lo que tenía que hacer era vender lo más caro posible esa mercadería.

Abrió el paquete que acababa de llegar de la Casa Goupil de París. Había sido enviado por César de Cock y decía: «Para Vincent y Ursula Loyer: Los amigos de mis amigos son mis amigos».

—Le hablaré a Ursula esta noche cuando le dé esto —murmuró para sí—. Dentro de breves días cumpliré 21 años y ya gano 5 libras mensuales. No necesitamos esperar más.

El tiempo transcurría rápidamente en el salón interior de Goupil & Cía. Vincent vendía un promedio de 50 fotografías por día, y a pesar de que hubiese preferido ocuparse de la venta de telas o aguafuertes, se sentía satisfecho de hacer tantos negocios para la Casa. Se llevaba bien con sus compañeros, y juntos pasaban muchas horas agradables hablando de cosas de Europa.

Siendo más joven, su carácter había sido más retraído y evitaba las amistades. La gente lo consideraba algo extraño y excéntrico. Pero Ursula lo había transformado totalmente. Ella le había infundido el deseo de ser agradable. Era como si le hubiese hecho descubrir una nueva naturaleza enseñándole la alegría de la vida diaria.

A las 6 cerraba el negocio. Cuando Vincent se retiraba, lo detuvo el señor Obach. — He recibido carta de su tío Vincent Van Gogh en la cual me habla de usted —díjole—. Quería saber cómo se desempeña aquí, y yo le contesté que usted es uno de los mejores empleados nuestros.

—Se lo agradezco mucho, señor.

—No tiene por qué. Después de las vacaciones de verano quiero que deje la Sala interior y se ocupe de litografías y aguafuertes.

—Eso significa mucho para mí en este momento, señor... pues pienso casarme.

—¿Sí? ¡Es una verdadera sorpresa! ¿Y cuándo será?

—Para este verano... creo.

En verdad, aun no había pensado en la fecha.

—Perfectamente, muchacho, estoy muy contento. A pesar de que acaba de tener un aumento de sueldo a principios de año, espero poder aumentarle de nuevo para su regreso del viaje de bodas.

EL AMOR CREA AL AMOR SEGÚN SU IMAGEN

—Voy a ir a buscar el cuadro, señorita Ursula —dijo Vincent después de cenar, empujando su silla.

La joven vestía un lindo traje de faya verdosa bordada.

—¿Escribió algo amable para mí? —preguntó.

—Sí. ¿Quiere traer una lámpara, iremos a colgarlo en el jardín de infantes.

La joven hizo una graciosa mueca y mirándolo de soslayo repuso: —Debo ir a ayudar a mamá. ¿Quiere que lo hagamos dentro de media hora?

Vincent, con los codos apoyados sobre la cómoda de su cuarto se miraba al espejo.

Nunca le había preocupado su figura; en Holanda aquello parecía carecer de importancia. Había notado que en comparación con los ingleses, su rostro y su cabeza eran grandes. Tenía ojos hundidos y nariz fuerte y ancha, la frente amplia y algo prominente y cejas espesas. Su boca era sensual, sus mandíbulas fuertes, y el cuello grueso denotaba claramente su origen holandés.

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