Lyonesse - 3 - Madouc (24 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Fantástico

BOOK: Lyonesse - 3 - Madouc
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Madouc intentó una réplica jocosa.

—Ella es la culpable de insolentarse ante mí, una princesa real. Debe disculparse de inmediato, u ordenaré que le den una buena azotaina. El padre Umphred puede empuñar el azote, incluso, mientras golpee con fuerza, sin pausa y en el sitio correcto.

La dama Vosse lanzó un grito de alarma.

—¿Qué tonterías dice esta niña? ¿Está loca?

El padre Umphred no pudo contener una risita. La dama Vosse le clavó una mirada glacial y el padre guardó silencio.

—Madouc —dijo severamente la reina—, tus extravagantes palabras nos han dejado sin habla. ¡Recuérdalo! La dama Vosse actúa en mi nombre, y cuando la desobedeces a ella me desobedeces a mí. Al parecer no permites que se te peine correctamente ni abandonas esas toscas ropas que llevas en este instante. ¡Por favor! Son apropiadas para un labriego, no para una delicada princesa real.

—Estoy de acuerdo —dijo la dama Vosse—. Ya no es una niña, sino una doncella en flor, y debe observar el decoro preciso.

Madouc hinchó los carrillos.

—No me gusta que me tironeen del pelo hasta que se me inflan los ojos. En cuanto a mi ropa, llevo lo que es sensato. ¿Por qué ir con un fino vestido al establo, si voy a arrastrar el borde por el estiércol?

—¡En tal caso, no vayas al establo! —exclamó la reina Sollace—. ¿Acaso me has visto a mí de jarana entre los caballos, o a Vosse sentada junto al estiércol? ¡Claro que no! ¡Observamos las imposiciones del rango y el lugar! En cuanto a tu cabello, la dama Vosse desea peinarlo de manera elegante, y enseñarte la conducta cortesana, para que los jóvenes pretendientes no te consideren un fenómeno cuando te vean en un baile o una celebración.

—No me considerarán un fenómeno porque no iré a bailes ni a celebraciones.

La reina clavó los ojos en Madouc.

—Irás si se te ordena. Pronto empezará a hablarse de tu compromiso matrimonial, y has de lucir presentable. Recuérdalo siempre: eres la princesa Madouc de Lyonesse y debes parecerlo.

—Precisamente —dijo Madouc—. Soy la princesa Madouc, con alto rango y autoridad. Acabo de ordenar una azotaina para la dama Vosse. ¡Quiero obediencia inmediata!

—Sí —dijo la reina Sollace con tono sombrío—. Me encargaré de ello. Ermelgart, saca cinco ramas largas de la escoba. Que sean fuertes y flexibles.

Ermelgart se apresuró a obedecer.

—Sí, éstas son adecuadas —dijo la reina—. Pues bien, empecemos con la azotaina. ¡Madouc, ven aquí!

—¿Para qué?

La reina Sollace agitó las ramas.

—No me agradan estas cosas. Me hacen transpirar. Sin embargo, si hay que hacerlo, hay que hacerlo bien. Ven aquí, y bájate la ropa interior.

—Sería tonto hacer lo que me sugieres —dijo Madouc con voz trémula—. Es mucho más sensato mantenerme bien lejos de ti y de tus ramas.

—¿Me desafías? —bramó la reina. Se levantó—. ¡Daré buen uso a este azote!

Despojándose de su manto con un ademán, Sollace avanzó. El padre Umphred, cogiendo el libro de salmos con los dedos, irradiaba felicidad; la dama Vosse se mantuvo erguida y severa. Madouc miró desesperadamente a todas partes. Una vez más se imponía la injusticia, y todos se empeñaban en aplastarle el orgullo.

Madouc se relamió los labios, movió los dedos y lanzó un suave siseo. La reina se puso a temblar con las rodillas flojas, la boca abierta, los brazos trémulos, agitando los dedos hasta soltar el azote y entrechocando los dientes como guijarros en una caja. El padre Umphred, que aún lucía su sonrisa benévola, chilló y gorjeó; luego, parloteando como una ardilla furiosa, se agachó y se puso a patear como si danzara una giga celta. Ermelgart y la dama Vosse también habían sido afectadas, pero sólo parloteaban y rechinaban los dientes.

Madouc dio media vuelta para marcharse, pero se topó con la mole del rey Casmir. El rey se detuvo en el pasillo.

—¿Qué ocurre? ¿Por qué todos se portan de modo tan estrafalario?

—Majestad —se quejó el padre Umphred—, la princesa Madouc ha aprendido trucos de bruja. Conoce un sortilegio para sumirnos en un arranque de confusión, de modo que nos castañetean los dientes y nuestros cerebros dan vueltas como aros giratorios.

—¡El padre Umphred dice la verdad! —graznó Sollace—. Madouc siseó, o silbó, y al punto nuestros huesos se volvieron gelatina, y nuestros dientes rechinaron y castañetearon una y otra vez.

El rey Casmir miró a Madouc.

—¿Qué hay de verdad en esto?

—Creo que la reina Sollace —dijo pensativamente Madouc— recibió malos consejos y empezó a azotarme, y luego su natural bondad la detuvo. Yo ordené que azotaran a la dama Vosse. Espero que tú te encargues de ello.

—¡Pamplinas! —espetó Vosse—. ¡Ese maldito trasgo siseó y todos tuvimos que parlotear y saltar!

—¿Bien, Madouc? —preguntó el rey Casmir.

—No es nada importante —Madouc intentó sortear a Casmir para ganar la puerta—. Majestad, excúsame, por favor.

—¡No te excuso! ¡No, desde luego, hasta que se hayan aclarado las cosas! ¿Qué son esos «siseos»?

—Es un pequeño don, majestad… nada más.

—¿«Un pequeño don»? —exclamó la reina Sollace—. ¡Todavía me tiemblan los dientes! ¡Recordarás que Desdea se quejó de cosas similares en Sarns!

Casmir frunció el ceño.

—¿Dónde aprendiste ese truco?

—Majestad, será mejor para todos si consideramos ese asunto como mi secreto personal.

Casmir la miró atónito.

—¡Qué descaro! —exclamó al fin—. ¡Condescendencia en una mocosa! Ermelgart, trae el azote.

Madouc trató de huir a la carrera, pero el rey Casmir la atrapó y la tumbó sobre su pierna. Cuando Madouc intentó sisear, el rey le tapó la boca con la mano y le puso un pañuelo entre los dientes.

Cogiendo el látigo, le propinó seis buenos azotes, haciendo silbar las ramas en el aire.

El rey Casmir la soltó y Madouc se incorporó lentamente, con lágrimas de humillación y rabia en las mejillas.

—¿Y qué piensas de eso, niña escurridiza? —preguntó sardónicamente el rey, Madouc se levantó apoyándose ambas manos en las doloridas nalgas.

—Creo que le pediré a mi madre que me enseñe nuevos trucos.

Casmir abrió la boca, pero calló de repente.

—Tu madre está muerta —dijo, tras un momento de tensión.

En su furia, Madouc sólo pensaba en desligarse totalmente de Casmir y Sollace.

—Mi madre no era Suldrun, y tú lo sabes muy bien.

—¿Qué estás diciendo? —rugió azorado Casmir—. ¿Más insolencias?

Madouc moqueó y decidió callar.

—¡Si yo digo que tu madre está muerta, está muerta! —continuó Casmir—. ¿O quieres otra zurra?

—Mi madre es el hada Twisk —dijo Madouc—. Zúrrame cuanto quieras, no cambiarás nada. En cuanto a mi padre, todavía es un misterio, y yo sigo sin linaje.

—Vaya —dijo Casmir, pensando en esto y en lo otro—. En efecto. Todos deberían tener un linaje.

—Me alegra que estés de acuerdo, pues uno de estos días me propongo salir a averiguarlo.

—¡No es necesario! —exclamó Casmir—. Eres la princesa Madouc y tu linaje o tu carencia de linaje no se cuestionan.

—Un buen linaje es mejor que su carencia.

—En efecto —Casmir miró en torno y notó que todos los presentes lo miraban. Hizo una seña a Madouc—. Ven.

El rey Casmir la condujo a sus aposentos. Señaló un sofá.

—Siéntate.

Madouc se acomodó con delicadeza sobre los cojines, tratando de no acentuar su dolor y mirando con recelo al rey.

El rey Casmir caminó de un lado a otro de la habitación. La ascendencia de Madouc era irrelevante mientras nadie conociera los hechos. La princesa Madouc se podía utilizar para cimentar una alianza valiosa. Una Madouc ilegítima carecía de todo valor en ese sentido. Casmir se detuvo.

—¿Sospechas, pues, que Suldrun no era tu madre?

—Mi madre es Twisk. Ella está viva y es un hada.

—Seré franco —dijo Casmir—. Sabíamos que te habían cambiado, pero eras un bebé tan delicioso que no pudimos dejarte. Te adoptamos en nuestros corazones como «princesa Madouc». Así son las cosas hoy. Disfrutas de todos los privilegios de la realeza, y también de las obligaciones —Casmir, cambiando la modulación de la voz, observó a Madouc con disimulo—. A menos, desde luego, que el verdadero hijo de Suldrun viniera a reclamar sus derechos. ¿Qué sabes de él?

Madouc se movió en el asiento para calmar las punzadas que sentía en las nalgas.

—Pregunté por mi linaje, pero en vano.

—¿No te enteraste del destino del otro niño, el hijo de Suldrun, que tendría tu misma edad?

Con gran esfuerzo, Madouc ahogó una risa burlona. Un año en el sbee de las hadas significaba un tiempo mucho más largo en el mundo exterior, quizá siete, ocho o nueve años. No se podía establecer una correspondencia exacta. Casmir no tenía idea de ello.

—Para mí no significa nada —dijo Madouc—. Tal vez todavía esté vagando por el sbee. O tal vez esté muerto. El Bosque de Tantrevalles es un lugar peligroso.

—¿Por qué sonríes? —preguntó Casmir.

—Es una mueca de dolor. ¿No recuerdas? Me propinaste seis buenos golpes. Yo lo recuerdo bien.

—¿Y qué significa eso? —preguntó Casmir.

Madouc abrió los inocentes ojos azules.

—Significa sólo lo que dicen las palabras mismas. ¿No es ése el modo en que hablas?

Casmir frunció el ceño.

—Bien, no nos amarguemos por rencillas del pasado. Nos aguardan tiempos felices. ¡Ser princesa de Lyonesse es algo excelente!

—Espero que así se lo comuniques a la dama Vosse, para que obedezca mis órdenes o, mejor aún, regrese a Mayosilvestre Tetratorre.

El rey Casmir se aclaró la garganta.

—En cuanto a eso, quién sabe. Quizá la reina Sollace tenga algo que decir. Pues bien. Desde luego, no podemos andar divulgando nuestros secretos. Perderías toda oportunidad de un matrimonio conveniente. Por lo tanto, sepultaremos estos hechos en la oscuridad. Hablaré con Ermelgart, con el sacerdote y con la dama Vosse; ellos no dirán nada. Y, como siempre, tú eres la encantadora princesa Madouc, a la que tanto amamos.

—Me siento mal —dijo Madouc—. Creo que me iré —se puso de pie y enfiló hacia la puerta. Se detuvo para mirar por encima del hombro, y notó que Casmir la miraba con expresión meditabunda, las piernas separadas, las manos a la espalda.

—No lo olvides —murmuró Madouc—. No quiero saber nada más sobre la dama Vosse. Ha resultado ser una vergüenza y un fracaso —el rey Casmir gruñó, sonido que podía significar cualquier cosa. Madouc dio media vuelta y se marchó.

3

La primavera se transformó en verano, pero ese año no habría mudanza a Sarris. Asuntos de estado habían impuesto tal decisión, pues el rey Casmir se encontraba involucrado en un juego peligroso que se debía controlar con precisión y delicadeza.

Todo había comenzado con una repentina agitación en el reino de Blaloc. Casmir esperaba sacar partido de la situación, con la suficiente habilidad para que ni el rey Audry ni el rey Aillas pudieran protestar.

Los disturbios de Blaloc surgían de una dolencia sufrida por el rey Milo. Tras una larga devoción a las alegrías del pichel, el tonel y la jarra, había sucumbido finalmente a las articulaciones hinchadas, la gota y la inflamación del hígado, y yacía en la oscuridad, al parecer moribundo, hablando entrecortadamente. Como nutrición, los médicos sólo le permitían huevos crudos y batidos en suero de manteca y algunas ostras, pero el régimen parecía tener pocos efectos benéficos.

De los tres hijos del rey Milo, sólo había sobrevivido el menor, el príncipe Brezante, ahora heredero forzoso del trono. Brezante carecía de carácter, y por diversas razones era impopular entre muchos nobles.

Otros, leales al rey Milo y a la Casa de Valeu, brindaban a Brezante un respaldo poco ferviente. Cuando el rey Milo comenzó a declinar, las facciones adoptaron posturas más rígidas y se empezó a hablar de guerra civil.

La autoridad del rey Milo menguaba día a día, al ritmo de su salud, y los duques de las provincias exteriores gobernaban sus feudos como monarcas independientes.

El rey Casmir aspiraba a aprovechar estas confusas circunstancias. Maquinó una serie de pequeñas pero irritantes provocaciones entre los barones de las fronteras de Lyonesse y los duques disidentes cuyas tierras resultaban convenientes para sus planes. Cada día se realizaba una nueva incursión a Blaloc desde remotos rincones de Lyonesse.

Tarde o temprano, esperaba Casmir, alguno de los impulsivos duques de Blaloc, celoso de sus prerrogativas, iniciaría una represalia. Entonces Casmir —so pretexto de mantener el orden, conservar la paz y respaldar el gobierno del rey Milo— enviaría una fuerza abrumadora desde el cercano fuerte Mael y conquistaría el control de Blaloc.

Luego, respondiendo a las súplicas de las facciones contrarias al príncipe Brezante, el rey Casmir accedería graciosamente a ponerse la corona de Blaloc, uniendo este reino al de Lyonesse. Y ni el rey Audry de Dahaut ni el rey Aillas de Troicinet podrían acusarlo de conducta impropia.

Las semanas se sucedían mientras el rey Casmir jugaba su delicada y cauta partida. Los duques disidentes de Blaloc, si bien estaban irritados por las incursiones lionesas, intuían los peligros de una represalia y se contenían. En Twissamy, el príncipe Brezante, recién casado con una joven princesa del reino de Bor, en el sur de Gales, abandonó sus deberes conyugales el tiempo suficiente para comprender que no todo andaba bien en su reino. Los nobles leales al rey Milo protestaron hasta que al fin el príncipe envió despachos a Audry y Aillas, alertándolos sobre la gran cantidad de incursiones, saqueos y provocaciones que se realizaban en la frontera lionesa.

La respuesta del rey Audry estaba plagada de vaguedades. El rey sugería que quizá Milo y Brezante hubieran interpretado mal algunos incidentes lamentables pero insignificantes. Aconsejaba discreción al príncipe Brezante: «Ante todo, debemos recelar de conjeturas o supuestos, o de lo que yo llamo “saltos en la oscuridad”. Los actos impetuosos a menudo son infructuosos y precipitados. No debemos clamar que se derrumba el cielo cada vez que cae una bellota. Este principio de gobierno fuerte y ecuánime es mi predilecto, y es el que te propongo, con la esperanza de que lo halles igualmente útil. En todo caso, cuenta con nuestros benévolos buenos deseos». El rey Aillas respondió de otra manera. Zarpó desde Dorareis con una flota de nueve buques de guerra, anunciando que iba a realizar «maniobras navales». Como llevado por un impulso repentino, efectuó una visita «espontánea» a la ciudad de Lyonesse a bordo del Sangranada, una galeaza de tres mástiles.

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