Maldad bajo el sol (10 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

BOOK: Maldad bajo el sol
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—Oh, muchas gracias.

Marshall se puso en píe y abandonó la habitación.

5

Los tres hombres se miraron.

—Es templado el amigo —contestó Weston—. No ha sido posible sacarle nada. ¿Qué le ha parecido, Colgate?

El inspector hizo un gesto de desaliento.

—Es difícil de decir. Es un individuo de esos que no dejan traslucir nada. En el estrado de testigos causan muy mala impresión, aunque en realidad se les trata muy injustamente. A veces dicen la verdad y, sin embargo, no pueden demostrarlo. Esa manera de ser fue causa de que el jurado dictase un veredicto de culpabilidad contra Wallace. La prueba careció de importancia, pero el jurado no se decidió a creer que un hombre pudiera perder a su mujer y hablase y actuase tan fríamente.

Weston se dirigió a Poirot.

—¿Qué opina usted, Poirot?

Hércules Poirot levantó las manos.

—¿Qué puede uno decir? —exclamó—. Ese hombre es una caja hermética... una ostra cerrada. Ha elegido su papel. No ha oído nada, no ha visto nada, ¡no sabe nada!

—Tenemos toda una colección de móviles —dijo Colgate. —Existe el móvil de los celos y el móvil del dinero. En cierto modo, y en este caso, el marido debe ser el sospechoso número uno. Es el primero en quien se piensa. Si sabía que su mujer coqueteaba descaradamente...

—Opino que lo sabía —interrumpió Poirot.

—¿Por qué lo dice usted?

—Anoche estuve hablando con
mistress
Redfern en Sunny Ledge. Desde allí regresé al hotel y en el camino tropecé con
mistress
Marshall y Patrick Redfern unos momentos después, encontré al capitán Marshall. Tenía la cara muy sepia, muy pálida... ¡Oh, estoy seguro de que lo sabía todo!

—Oh, bien; si usted lo cree así... —rezongó Colgate, dudando.

—¡Estoy seguro! Pero de todos modos, ¿qué nos dice eso? ¿Qué sentía Kenneth Marshall por su esposa?

—Su muerte la toma con bastante frialdad —comentó el coronel Weston.

—A veces —intervino el inspector— estos individuos tranquilos son en el fondo los seres más violentos. Marshall es posible que estuviese locamente enamorado de su mujer... y locamente celoso. Pero no es de los que lo dejan traslucir.

—Sí, es posible —dijo lentamente Poirot—. Es un carácter muy interesante este capitán Marshall. A mí, al menos, me interesa muchísimo. ¿Y su coartada?

—¿La de la máquina de escribir? —rió Weston—. ¿Qué tiene usted que decir a eso, Colgate?

—Pues que no me convence del todo. Es demasiado
natural
. No obstante, si encontramos a la camarera que arregló la habitación y dice que oyó todo el tiempo cómo funcionaba la máquina, tendremos que confesar que la coartada es buena y buscar por otra parte.

—¡Hum! —rezongó el coronel Weston—. ¿Y qué vamos a buscar?

6

Los tres hombres examinaron la cuestión durante unos minutos.

El inspector Colgate habló el primero.

—El problema queda reducido a esto: ¿fue un extrañó o un huésped del hotel? No elimino a los criados enteramente, que conste, pero no tengo la menor esperanza de que ninguno de ellos haya intervenido en el asunto. O ha sido un huésped del hotel o alguien venido de fuera; para mí no hay otra disyuntiva. Enfoquemos el asunto de este modo y empecemos por los móviles. En primer lugar, la ganancia. La única persona que podía ganar con su muerte era, al parecer, el marido de la asesinada. ¿Qué otros móviles existen? El primero y principal, los celos. En mi opinión, si algún caso reúne los caracteres de un
crime passionnel
, es éste.

—¡Hay tantas pasiones! —murmuró Poirot mirando al techo.

—El marido de la víctima —prosiguió el inspector Colgate— no ha querido confesar que su mujer tuviese enemigos... verdaderos enemigos; pero yo no lo he dudado un momento, una mujer como ella no tenía más remedio que crearse enemistades terribles. Eh, señor, ¿qué le parece?


Mais oui,
que tenía que ser así. Arlena Marshall no tenía más remedio que crearse muchos enemigos. Pero en mi opinión, la hipótesis del enemigo no es sostenible, porque, como ya dije, los enemigos de Arlena Marshall tenían que ser siempre
mujeres
, y no parece posible que este crimen haya sido cometido por una mujer. ¿Qué dice el examen facultativo?

—Neasdon asegura que la víctima fue estrangulada por un hombre —confesó de mala gana Weston—. Grandes manos... poderosa presión. Claro que una mujer de complexión atlética podría haberlo hecho, pero es muy poco probable.

—Exactamente —asintió Poirot—. Arsénico en una taza de té una caja de bombones envenenados... un cuchillo... hasta una pistola... Pero estrangulación, ¡no! Es un hombre lo que tenemos que buscar. Y el asunto no es fácil. Hay en este hotel dos personas que tenían motivos para desear la desaparición de Arlena Marshall, pero ambas son mujeres.

—¿Es la esposa de Redfern una de ellas? —preguntó el coronel Weston.

—Sí.
Mistress
Redfern pudo proponerse matar a, Arlena Stuart. Tenía, por decirlo así, amplios motivos. Creo también que a
mistress
Redfern le hubiera sido posible cometer un asesinato. Pero no esta clase de asesinato. A pesar de su desdicha y de sus celos, no es, a mi juicio, mujer de pasiones fuertes. En amor será abnegada y fiel, pero no apasionada. Como acabo de decir, arsénico en una taza de té, posiblemente; estrangulación, ¡no! Estoy también seguro de que es físicamente incapaz de cometer este crimen, ya que sus manos y pies son más pequeños de lo corriente.

—No, no es el crimen de una mujer —convino Weston—. Tuvo que cometerlo un hombre.

El inspector Colgate tosió.

—Permítame apuntar una solución, señor. Supongamos que antes de conocer a
mister
Redfern, la dama tuvo otro devaneo con alguien que llamaremos X. A este X lo desdeñó por
mister
Redfern. X enloqueció de rabia y celos. La siguió hasta aquí, se alojó en algún sitio de los alrededores, luego entró en la isla y mató a su antigua amada. ¡Es una posibilidad!

—Lo es —convino Weston—. Y de ser cierta, será fácil de probar. ¿El misterioso X vino a pie o en bote? Lo último parece más probable. De ser así, tuvo que alquilar un bote en alguna parte. Ordene que se hagan las correspondientes averiguaciones.

Miró a Poirot y preguntó:

—¿Qué opina usted de la sugestión de Colgate?

—Que deja demasiado lugar a la probabilidad —contestó lentamente Poirot—. Y, además, hay algo en el cuadro que no es verdad. No puedo imaginarme a ese hombre, al hombre que enloqueció de rabia y celos.

—Recuerde usted, señor, que la
cosa
no tiene nada de particular. El caso de Redfern..

—Sí, sí... Pero así y todo.

Colgate miró interrogador.

—Aquí hay algo —añadió Poirot, frunciendo el ceño— que se nos ha pasado inadvertido.

Capítulo VI

El coronel Weston leyó en voz alta las páginas del registro del hotel.

Mayor Cowan y señora...............
Leatherhead. Regimiento de Caballería.
- Miss
Pamela Cowan.
- Master
Robert Cowan
Señores Masterman:.................
5 Marlborough Avenue, Londres N. W.
- Mister
Edward Masterman.
- Miss
Jennifer Masterman.
- Mister
Roy Masterman.
-
Master
Frederick Masterman.
Señores Gardener...................
Nueva York.
Señores Redfern....................
Crossgates, Seldon, Princess Risborough.
Mayor Barry........................
18 Cardon Street, St. James, Londres, S. W. 1.
Mister
Horace Blatt................
5 Pickergill Street, Londres, E. C. 2.
Mister
Hércules Poirot.............
Whitehaven Mansion’s, Londres, W. 1.
Miss
Rosamund Darnley..............
8 Cardigan Court, W. 1.
Miss
Emily Brewster................
Southgates, Sunburi-on-Thames.
Rev. Stephen Lane..................
Londres.
Capitán Marshall y señora..........
73 Upcott Mansion’s, Londres. S. W. 7.
-
Miss
Linda Marshall.

Se detuvo.

—Creo, señor —dijo el inspector Colgate—, que podemos borrar las dos primeras familias. La señora Castle me dijo que los Masterman y los Cowan vienen aquí regularmente todos los veranos con sus hijos. Esta mañana salieron a pasar el día en el mar y se llevaron la comida. Marcharon poco después de las nueve. Un individuo llamado Andrew Baston los llevó. Lo comprobaremos con él, pero creo que ya desde ahora podemos excluir a esa gente.

Weston asintió.

—De acuerdo. Eliminaremos todos los que podamos. ¿Puede usted hacernos alguna indicación sobre cada uno de los restantes, Poirot?

—Superficialmente, es fácil —dijo Poirot—. Los Gardener son un matrimonio de mediana edad, pacíficos y andariegos. En la conversación todo el gasto lo hace la mujer. El se limita a asentir. Juega al tenis y al
golf
, y tiene una especie de laconismo que resulta atractivo cuando se acostumbra uno a él.

—No parecen sospechosos —sentenció Weston.

—Luego vienen los Redfern.
Mister
Redfern es joven, atractivo para las mujeres, magnífico nadador, buen jugador de tenis y consumado bailarín. De su esposa ya les he hablado. Es mujer sencilla, bonita dentro de su sencillez y muy enamorada de su marido. Tiene algo de que carecía Arlena Marshall.

—¿Qué es ello?

—Talento.

—El talento no sirve para nada cuando le ciega a uno la pasión —suspiró el inspector Colgate.

—Quizá, no. Y, sin embargo, estoy convencido de que, a pesar de su apasionamiento por
mistress
Marshall, Patrick Redfern quiere realmente a su esposa.

—Bien pudiera ser, señor. No sería la primera vez que eso sucede.

—¡Eso es lo lastimoso del caso! —murmuró Poirot—. El cariño en esas condiciones es lo que más trabajo cuesta hacer creer a las mujeres.

«El mayor Barry, siguió diciendo Poirot, es un retirado del Ejército de la India. Gran admirador de las mujeres. Recitador de largas y aburridas historias.

—No necesita usted decir más —suspiró el inspector Colgate—. He tenido que aguantar algunas por desgracia.


Mister
Horace Blatt —siguió Poirot— es, al parecer, hombre rico. Habla mucho siempre acerca de
mister
Blatt. Quiere ser amigo de todo el mundo. El detalle es triste, porque nadie le aprecia mucho. Y hay algo más.
Mister
Blatt me hizo anoche muchas preguntas.
Mister
Blatt estaba tranquilo. Hay algo no del todo claro en ese
mister
Blatt.

Hizo una pausa y prosiguió con un cambio de voz:

—Viene a continuación
miss
Rosamund Darnley. Su nombre profesional es Rose Mond, Ltda. Es una afamada modista. ¿Qué diré de ella? Tiene talento,
chic
y simpatía. No es mal parecida —Hizo una pausa y añadió—: Y es una antigua amiga del capitán Marshall.

—¡Oh, no lo sabia! —exclamó Weston, incorporándose en su asiento.

—No se habían visto desde hace años.

—¿Sabía ella que él iba a venir aquí? —preguntó Weston.

—Dice que no.

Poirot reflexionó unos instantes y prosiguió:

—¿Quién viene ahora?
Miss
Brewster. Yo la encuentro un poco alarmante. Tiene voz de hombre, está siempre malhumorada y es muy vigorosa. Rema y juega magníficamente al
golf
... Creo, no obstante, que tiene un inmejorable corazón.

—Nos queda solamente el reverendo Stephen Lane —dijo Weston—. ¿Quién es el reverendo Stephen Lane?

—Sólo puedo decir a usted una cosa. Es un individuo que está siempre en un estado de gran excitación nerviosa. A mí me parece un fanático.

Poirot guardó silencio unos minutos y quedó como abstraído.

—¿Qué le pasa? —te preguntó Weston—. Se ha quedado usted pensativo.

—Sí —dijo Poirot—, estoy pensando en que cuando
mistress
Marshall me pidió esta mañana que no dijese a nadie que la había visto, cruzó inmediatamente por mí imaginación una cierta conclusión. Pensé que su amistad con Patrick Redfern había originado alguna disensión en el matrimonio Marshall. Pensé que ella iba a reunirse con Patrick Redfern en algún sitio y que no quería que su marido se enterase.

»Pero ya ven ustedes que en eso —me equivoqué. El marido apareció casi inmediatamente en la playa y me preguntó si la había visto, y al poco rato llegó también Patrick Redfern y a nadie le pasó inadvertido que la andaba buscando. Y ahora, amigos, me pregunto yo:
¿Con quién fue a reunirse Arlena Marshall?

—Eso coincide con mi idea —dijo el inspector Colgate—. Sigo opinando que se trataría de algún individuo de Londres o de otra parte.

—Pero, amigo mío —replicó Poirot—, según su hipótesis, Arlena Marshall había roto con ese hombre mítico. ¿Por qué, pues, tomarse la molestia y correr el riesgo de ir a reunirse con él?.

—¿Pues quién cree usted que era? —preguntó el inspector.

—Eso es precisamente lo que no puedo imaginarme. Acabamos de leer la lista de los huéspedes del hotel; todos son hombres de mediana edad, vulgares, sin relieve... ¿Cuál de ellos preferiría Arlena Marshall sobre Patrick Redfern? No, eso es imposible. Y, sin embargo, ella fue a reunirse allá con alguien que no era Patrick Redfern.

—¿No cree usted que quisiera pasar a solas algunas horas? —preguntó Weston.

—¡Cómo se conoce que no trató usted a la muerta! —contestó Poirot—. Alguien escribió en tiempos un luminoso tratado sobre la influencia que la soledad habría ejercido sobre
el bello
Brummell o sobre un hombre como Newton. Arlena Marshall, amigo mío, no habría existido prácticamente en la soledad. Ella era sólo capaz de vivir a la luz de la admiración de un hombre. No, Arlena Marshall fue a reunirse con
alguien
esta mañana.
¿Quién era?

2

El coronel Weston suspiró, movió la cabeza y dijo:

—Bien, profundizaremos en esas teorías más tarde. Ahora será mejor que interroguemos a la joven Marshall. Quizá pueda decirnos algo interesante.

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