Una playa estupenda y un hotel lujoso. Reina la paz, la alegría y la despreocupación. Sin embargo la naturaleza humana es la naturaleza humana. Caldo de cultivo en el que la codicia se agita, hierven las pasiones y los vapores de la maldad se filtran por todas partes, bajo el sol. Aquí la maldad parece concentrarse en Arlene, a la que todos desean. Mujer fatal, que acaso castigo por su carácter licencioso, aparece estrangulada junto al mar. Se trata de un asesinato, pero todos los posibles sospechosos tienen coartada. Sin embargo, el detective Hércules Poirot ve más allá de las apariencias. Se percata de que aquel es un crimen minuciosamente planeado y cronometrado...
Agatha Christie
Maldad bajo el sol
ePUB v1.1
Ormi10.12.11
Título original:
Evil Under The Sun
Traducción: E.M.A.
Agatha Christie, 1941
Edición 1984 - Editorial Molino - 256 páginas
ISBN: 84-272-0046-3
En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:
ALBERT
: Maître del hotel Jolly Roger.
BARRY
: Mayor del ejército, retirado.
BLATT
(Horace): Financiero acaudalado.
BREWSTER
(Emily): Rentista.
CASTLE
: Dueña del Jolly Roger Hotel, sito en el lugar de la acción de la novela.
COLGATE
: Inspector de policía.
DARNLEY
(Rosamund): Célebre modista londinense.
GARDENER
(Odell C.): Y su esposa, turistas norteamericanos.
GEORGE
: Criado, del nombrado hotel.
HAWKES
: Agente.
HENRY
: Barman, del citado hotel.
KELSO
: De la agencia de viajes Cook’s.
LANE
(Rvdo. Stephen): Pastor protestante.
MARSHALL
(Kenneth): Capitán y casado en segundas nupcias con Arlena.
MARSHALL
(Linda): Hija del primer matrimonio de Kenneth.
NARRACOTT
(Gladys): Camarera del hotel Jolly Roger.
NEASDON
: Médico forense.
PHILLIPS
: Sargento de policía.
POIROT
(Hércules): Famoso detective belga.
REDFERN
(Cristina): Esposa de,
REDFERN
(Patrick): Comerciante.
STUART
(Arlena): Ex actriz, bellísima esposa de Kenneth Marshall.
WENTON
: Coronel y jefe de policía.
WILLIAM
: Jardinero, del repetido hotel.
Cuando el capitán Roger Angmering, en el año 1872, edificó una casa en aquella isla frente a Leathercombe Bay, se atribuyó a uno de sus rasgos de excentricidad. A un hombre de buena familia, como él era, le correspondía una decorosa mansión, levantada en medio de amplios prados, con algún riachuelo murmurador, a ser posible.
Pero el capitán Roger Angmering tuvo solamente un gran amor: el mar. Por eso edificó su casa (casa de macizas paredes y espaciosas ventanas) sobre el pequeño promontorio barrido por los vientos y frecuentado por las gaviotas.
El capitán no se casó; el mar fue su primera y última esposa, y a su muerte, la casa y la isla pasaron a un primo lejano. El primo y sus descendientes se preocuparon muy poco del legado, y la casa y los terrenos quedaron casi abandonados.
En 1922, cuando se puso de moda el culto al mar durante las vacaciones y las costas de Devon y Cornawall no fueron ya considerados como demasiado cálidas para pasear en el verano, Arthur Angmering no halló comprador para so incómoda casona de Georgia, pero, en cambio, consiguió un buen precio por los terrenos adquiridos por el capitán Roger.
La vetusta finca fue ampliada y embellecida. Una calzada de cemento unió el continente a la isla. Toda su superficie se llenó de «paseos» y «rincones». Se trazaron dos pistas de tenis y diversas y soleadas terrazas que descendían hasta una pequeña bahía frecuentada por yolas y esquifes. El Jolly Roger Hotel, la Isla de los Contrabandistas y la Leathercombe Bay surgieron triunfalmente a la vida. Y desde julio hasta septiembre (con una corta temporada por Pascuas) el Jolly Roger Hotel estaba generalmente atestado hasta las buhardillas. Fue ampliado y mejorado en 1934 con la adición de un espacioso comedor y algunos cuartos de baño más. Los precios subieron.
La gente decía:
«¿Ha estado usted alguna vez en Leathercombe Bay? Hay allí un hotel muy alegre en una especie de isla. Todo muy confortable, y nada de excursiones y «Robinsones». Buena cocina y demás. Debe usted ir.»
Y la gente iba.
Hospedábase en el Jolly Roger una persona importantísima (en su propia estimación, al menos). Hércules Poirot, resplandeciente en su traje blanco ánade, con un sombrero panamá echado sobre los ojos y sus bigotes abundantemente engomados, se recostaba en una especie de mecedora perfeccionada, mientras contemplaba la playa de los bañistas. Una serie de terrazas conducían a ella desde el hotel. En la playa había patines acuáticos, botes de lona y goma, pelotas y juguetes. De la orilla arrancaba un gran trampolín y tras embarcaderos a diferentes distancias.
De los bañistas, algunos estaban en el mar, otros tendidos al sol y los demás untándose generosamente el cuerpo con aceite.
En la terraza inmediatamente superior, los bañistas se sentaban a charlar del tiempo, de la escena que tenían delante de las noticias de los periódicos de la mañana y de otros temas no menos interesantes.
A la izquierda de Poirot fluía de los labios de
mistress
Gardener un incesante chorro de palabras mientras las manos de la dama movían vigorosamente las agujas haciendo punto, un poco más allá, su marido, Odell C. Gardener, tendido en una hamaca, con el sombrero echado sobre la nariz, lanzaba de vez en cuando una breve afirmación cuando era requerido a ello por su amante esposa.
A la derecha de Poirot,
miss
Brewster, una mujer atlética, de pelo grisáceo y de agradable rostro curtido, hacía malhumorados comentarios. Las voces de
miss
Brewster y de
mistress
Gardener recordaban a un perro de pastor cuyos cortos y estentóreos ladridos fuesen interrumpidos por el incesante chillar de un Pomerania.
—Yo le dije a mi esposo —estaba diciendo
mistress
Gardener— que está bien viajar y conocer muchos sitios, peco que» después de todo, ya hemos recorrido toda Inglaterra y que lo que ahora necesitábamos era un lugar tranquilo, la orilla del mar, como sedante para nuestros nervios. ¿Verdad que esto es lo que dije, Odell? Precisamente
sedante
. Un sedante es lo que necesitamos. ¿No es cierto, Odell?
Mister
Gardener contestó desde detrás de su sombrero:
—Sí, querida.
Mistress
Gardener prosiguió con su tema.
—Cuando se lo mencioné a
mister
Kelso, de la Agencia Cook’s... (Él nos arregló todo el itinerario y nos dio tantas facilidades, que yo no sé lo que habríamos hecho sin él). Bien, pues como iba diciendo, cuando se lo mencioné,
mister
Kelso dijo que no podíamos hacer cosa mejor que venir aquí. Un lugar de lo más pintoresco, dijo, retirado del mundo, y al mismo tiempo muy cómodo y agradable en todos los aspectos.
Mister
Gardener preguntó entonces cómo andaba esto de condiciones sanitarias. Recuerdo,
mister
Poirot, que una hermana de
mister
Gardener fue a parar a un hospedaje muy cómodo y muy alegre, y en el mismo corazón de un parque; ¿pero querrá usted creer que no tenía más que un water? Esto, naturalmente, hizo que
mister
Gardener desconfiase de estos lugares retirados del mundo, ¿verdad, Odell?
—¡Oh, sí, querida! —confirmó
mister
Gardener.
—Pero,
mister
Kelso nos tranquilizó en seguida. La sanidad, dijo, era absoluta y la cocina excelente. Ahora estoy segura que es así. Pero lo que más me gusta de este sitio es su intimidad... ya sabe usted lo que quiero decir. Como es un lugar pequeño nos hablamos todos, y todo el mundo se conoce. Si tienen algún defecto estos ingleses, es que son un poco adustos hasta que le tratan a uno un par de años. Aparte de eso, nadie es más amable.
Mister
Kelso nos habló de la gente tan interesante que viene aquí, y veo que tenía razón. Está usted,
mister
Poirot, y
miss
Darnley. ¡Oh! No sabe usted lo que me emocioné al enterarme de quién era usted, ¿verdad, Odell?
—Cierto, querida.
Hércules Poirot levantó las manos rechazando aquellas palabras. Pero no fue más que un gesto de cortesía. El chorro de palabras de
mistress
Gardener continuó incontenible.
—Cornelia Robson me habló mucho de usted.
Mister
Gardener y yo estuvimos en Badenhof en mayo. Cornelia nos habló de aquel asunto de Egipto en el cual Linnet Ridgeway halló la muerte. Ella dijo que era usted maravilloso y yo estaba sencillamente rabiando por conocerle, ¿no es cierto, Odell?
—Sí, querida.
—
Miss
Darnley es también una mujer maravillosa. Compro muchas de mis cosas en la casa Rose Mond, que es como ella se llama comercialmente. Sus trajes son muy elegantes. Tienen un corte admirable. El traje que yo llevaba anoche se lo compré a ella. Es una mujer encantadora en todos los aspectos.
—Y de porte muy distinguido —añadió el mayor Barry, sentado un poco más allá de
miss
Brewster, que había tenido hasta entonces clavados sus saltones ojos en las bañistas.
—Tengo que confesarle una cosa,
mister
Poirot —prosiguió
mistress
Gardener—. Me emocionó mucho conocerle a usted, pero fue principalmente porque acababa de llegar a mi conocimiento que se encuentra usted aquí...
profesionalmente
. ¿Comprende a lo que me refiero? Yo soy terriblemente sensible, como
mister
Gardener podrá decirle, y no sé si podría resistir el verme mezclada en un crimen de cualquier clase.
Mister
Gardener se aclaró la garganta.
—Sí,
mister
Poirot —dijo—, mi esposa ce extraordinariamente sensible.
Las manos de Hércules Poirot se agitaron en el aire.
—Permítame asegurarle a usted,
madame
, que me encuentro aquí con el mismo fin que ustedes, para distraerme, para descansar, para pasar las vacaciones. La idea de un crimen no ocupa ni un momento mi imaginación.
—La Isla de los Contrabandistas —intervino
miss
Brewster— se presta poco al hallazgo fúnebre de un «cuerpo».
—Eso no es exactamente cierto —replicó Poirot—. Mírelos allí, tendidos en filas. ¿Qué son? No son hombres ni mujeres. No hay nada personal en ellos. ¡No son nada más que... cuerpos!
—Algunos pertenecen a muchachas muy bonitas —comentó el mayor Barry.
—¿Pero qué atractivo hay en ellos? ¿Qué misterio? Yo soy viejo, de la vieja escuela. Cuando yo era joven nos enseñaban apenas los tobillos. ¡Qué emocionante el atisbo de unas espumosas enaguas! La suave turgencia de una pantorrilla una rodilla una liga rizada.
—¡Es usted un degenerado! —exclamó humorísticamente el mayor Barry.
—Son mucho más razonables las cosas ahora —dijo
miss
Brewster.