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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca (28 page)

BOOK: Más muerto que nunca
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Sin quitarme los ojos de encima, Eric sacó un teléfono móvil de su bolsillo y marcó un número que tenía registrado en la memoria.

—Rose-Anne —dijo—. ¿Estás bien? Sí, por favor, si puede ponerse. Dile que tengo información que seguro que le interesará. —No podía oír la respuesta al otro lado de la línea, pero vi que Eric movía afirmativamente la cabeza, como si su interlocutora estuviese delante de él—. Naturalmente que espero. Un momento. —Y enseguida dijo—: Buenas noches también a ti, bella princesa. Sí, estoy muy ocupado. ¿Qué tal va el casino? Bien, bien. A cada minuto nace uno. Te llamaba para contarte una cosa sobre tu acólito, ese tal Mickey. ¿Tiene alguna relación de negocios con Franklin Mott?

Entonces Eric levantó una ceja y sonrió.

—¿De verdad? No, si no te culpo por ello... Pero Mott intenta imponer las cosas a la vieja usanza, y estamos en América. —Volvió a quedarse a la escucha—. Sí, te doy esta información a cambio de nada. Si decides no hacerme ningún favor a cambio no pasa nada. Ya sabes que te tengo en gran estima. —Eric sonrió de forma encantadora—. Simplemente pensé que debías estar al corriente de que Mott le ha pasado una mujer humana a Mickey. Este la tiene dominada porque la amenaza con quitarle la vida y sus propiedades. Ella se muestra muy reacia.

Después de un nuevo silencio, durante el cual la sonrisa de Eric se hizo más amplia, dijo:

—El pequeño favor sería sacarnos de aquí a Mickey. Sí, eso es todo. Basta con que te asegures de que nunca más vuelve a acercarse a esa mujer, Tara Thornton. Que no tenga nada más que ver con ella, ni con sus pertenencias ni con sus amistades. La relación debería cortarse por completo. O de lo contrario tendré que cortarle yo algo a ese Mickey. Ha actuado en mi área sin tener la cortesía de venir a visitarme. La verdad es que esperaba mejores modales de un hijo tuyo. ¿Están todas las bases cubiertas?

Aquel americanismo sonaba extraño en boca de Eric Northman. Me pregunté si en el pasado habría jugado al béisbol.

—No, no tienes por qué darme las gracias, Salomé. Me alegro de estar a tu servicio. ¿Podrás informarme cuando el asunto esté cerrado por tu parte? Gracias. Bien, volvamos al curro. —Eric apagó el teléfono y empezó a juguetear con él, lanzándolo al aire y recogiéndolo una y otra vez.

—Desde un principio sabías que Mickey y Franklin estaban haciendo algo malo —dije, conmocionada pero curiosamente poco sorprendida—. Sabías que su jefa se alegraría de saber que estaban rompiendo las reglas, pues su vampiro violaba tu territorio. Por lo tanto, esto no te afectará.

—Sólo me he dado cuenta cuando me has dicho lo que querías —observó Eric, tan racional como siempre—. ¿Cómo podía yo saber que el deseo de tu corazón sería que ayudase a otra persona?

—Y ¿qué pensabas que querría?

—Pensaba que igual querías que te pagase la reconstrucción de tu casa, o que me pedirías ayuda para averiguar quién está atentando contra los cambiantes. Alguien podría haberte confundido con una cambiante —dijo Eric, dando a entender que debería haberme dado cuenta de ello—. ¿Con quién estuviste antes de que te dispararan?

—Había ido a visitar a Calvin Norris —contesté, y Eric no puso muy buena cara.

—Por lo tanto, tenías su olor.

—Bien, sí, la verdad es que me dio un abrazo de despedida.

Eric me miró con escepticismo.

—¿Estaba también allí Alcide Herveaux?

—Vino a mi casa —dije.

—Y ¿también te abrazó?

—No lo recuerdo —dije—. No tiene importancia.

—La tiene para alguien que anda buscando cambiantes y licántropos a quienes disparar. Además, me parece que abrazas a demasiada gente.

—A lo mejor fue el olor de Claude —musité pensativa—. Caramba, eso no lo había pensado. No, espera, Claude me abrazó después de lo del disparo. Por lo que me imagino que el olor a hada no tiene relevancia.

—Un hada —dijo Eric, al tiempo que sus pupilas se dilataban—. Ven aquí, Sookie.

Ay, ay. Tal vez había exagerado mi rabia acumulada.

—No —dije—. Te he dicho lo que querías saber, has hecho lo que te he pedido y ahora ya puedes volver a Shreveport y dejarme dormir. ¿Lo recuerdas? —Le señalé el hombro que llevaba vendado.

—Entonces iré yo —dijo Eric, y se arrodilló delante de mí. Se presionó contra mis piernas e inclinó la cabeza hasta dejarla prácticamente recostada sobre mi cuello. Cogió aire, lo retuvo y lo soltó a continuación. Tuve que reprimir una risa nerviosa al ver la similitud que guardaba aquel proceso con fumar droga—. Apestas —continuó Eric, y me quedé rígida—. Hueles a cambiante, a hombre lobo y a hada. Un cóctel de todas las razas.

Permanecí completamente inmóvil. Sus labios estaban a dos milímetros de mi oreja.

—¿Qué hago?, ¿te muerdo para acabar con todo esto? —susurró—. Así no tendría que volver a pensar en ti nunca más. Acordarme continuamente de ti se ha convertido en una costumbre molesta, y quiero librarme de ella. ¿O debería tal vez empezar a excitarte para descubrir si es verdad que el sexo contigo es el mejor que he tenido en mí vida?

Me dio la impresión de que no iba a tener voz y voto con respecto a esto. Tosí para aclararme la garganta.

—Eric —le interrumpí con una voz un poco ronca—, tenemos que hablar de un tema.

—No. No. No —dijo. Y con cada «no» sus labios rozaron mi piel.

Yo estaba mirando por la ventana por encima de su hombro.

—Eric —dije en un susurro—, alguien nos vigila.

—¿Dónde? —Su postura no cambió, pero Eric había pasado de un estado emocional que resultaba decididamente peligroso para mí a uno muy diferente en el que el peligro iba dirigido a otra persona.

Teniendo en cuenta que la escena de unos ojos que observaban por la ventana guardaba un extraño parecido a la situación de la noche del incendio de mi casa, y que aquella noche el mirón había resultado ser Bill, confié en que en esta ocasión volviera a serlo. A lo mejor estaba celoso, o sentía curiosidad, o simplemente me vigilaba. Si el intruso fuera un humano, habría podido leerle el cerebro y descubrir quién era o, como mínimo, qué pretendía; pero el lugar desde donde debería transmitírseme la información estaba vacío: se trataba de un vampiro.

—Es un vampiro —le dije a Eric con el susurro más débil que logré articular, y me abrazó y me atrajo hacia él.

—Tenemos problemas —dijo Eric, aun sin hablar en un tono exasperado. Parecía más bien excitado. A Eric le encantaba la acción.

Ya estaba segura de que el mirón no era Bill, pues en ese caso se habría dado ya a conocer. Y Charles tenía que estar en el Merlotte's preparando daiquiris. Quedaba entonces un único vampiro.

—Mickey —musité, agarrándome con fuerza a la camisa de Eric.

—Salomé se ha movido más rápido de lo que me imaginaba —dijo Eric con su tono de voz habitual—. Y me imagino que él estará tan enfadado que ha decidido no obedecerla. Nunca ha estado aquí, ¿verdad?

—Verdad. —Gracias a Dios.

—Entonces no puede entrar.

—Pero puede romper la ventana —dije, al oír que un cristal se hacía pedazos a nuestra izquierda. Mickey había lanzado una piedra grande como un puño y, para mi consternación, ésta había golpeado a Eric en la cabeza. Se derrumbó como..., como una piedra. Se quedó tendido e inmóvil. Tenía un corte profundo en la sien y sangraba profusamente. Me levanté de un salto, perpleja al ver al poderoso Eric aparentemente fuera de combate.

—Invítame a pasar —dijo Mickey, desde el exterior de la ventana. Su cara, blanca y rabiosa, brillaba bajo la incesante lluvia. Tenía el pelo negro completamente aplastado sobre su cabeza.

—Por supuesto que no —respondí. Me arrodillé junto a Eric, que, para mi alivio, pestañeó. Ya sé que no podía morirse, claro está, pero aun así, cuando ves a alguien recibir un golpe como aquél, resulta aterrador. Había caído delante del sillón, cuyo respaldo estaba pegado a la ventana, por lo que Mickey no podía verlo.

Y en aquel instante vi que Mickey llevaba a Tara agarrada de la mano. Estaba casi tan pálida como él y había recibido una auténtica paliza. Tenía sangre en la comisura de la boca. El flaco vampiro la agarraba con fuerza del brazo.

—La mataré si no me dejas entrar —dijo y, para demostrar que hablaba en serio, le rodeó el cuello con las manos y empezó a apretar. Se oyó el estallido de un trueno y la luz de un relámpago iluminó la cara de desesperación de Tara, que se agarraba débilmente a los brazos del vampiro. Mickey sonrió, mostrando sus colmillos desplegados.

Si le dejaba entrar, nos mataría a todos. Si le dejaba fuera, sería testigo de la muerte de Tara. Sentí entonces las manos de Eric sujetándome el brazo.

—Hazlo —dije, sin apartar mi mirada de Mickey. Eric mordió, y me dolió muchísimo. No se anduvo con delicadezas. Estaba desesperado por curarse rápidamente.

Tendría que tragarme mi dolor. Me esforcé en no reflejarlo en mi rostro, aunque entonces me di cuenta de que tenía muchos motivos para mostrarme rabiosa.

—¡Suéltala! —le grité a Mickey, intentando ganar unos segundos. Me pregunté si habría vecinos levantados, si oirían aquel jaleo, y recé para que no vinieran a averiguar qué sucedía. Temía incluso la llegada de la policía. Aquí, a diferencia de otras ciudades, no teníamos vampiros policías que pudiesen encargarse de sus colegas delincuentes.

—La soltaré cuando me dejes entrar —gritó Mickey. Parecía un demonio allí fuera, remojado por la lluvia—. ¿Cómo está tu dócil vampiro?

—Sigue inconsciente. —Mentí—. Está malherido. —No me costó ningún esfuerzo que la voz me temblara como si estuviese a punto de llorar—. La herida es tan profunda que le veo hasta el hueso. —Gimoteé y miré a Eric, que seguía alimentándose con la avaricia de un bebé hambriento. Y mientras lo miraba vi como su cabeza iba curándose. Ya había presenciado curaciones de vampiros, pero el proceso seguía dejándome pasmada—. Ni siquiera puede abrir los ojos —añadí destrozada, justo en el momento en que los ojos azules de Eric me miraban fijamente. No sabía si ya estaba en condiciones de luchar, pero no podía quedarme mirando cómo estrangulaban a Tara.

—Todavía no —dijo Eric, pero yo ya le había dicho a Mickey que entrara.

—¡Ay! —dije, y al instante Mickey se deslizó por la ventana con una maniobra extraña, como si no tuviera huesos. Se sacudió los trozos de cristal roto de cualquier manera, como si no le doliese cortarse. Pasando al brazo la presión que antes había ejercido sobre su cuello, arrastró a Tara tras él. La dejó caer en el suelo y la lluvia que entraba por la ventana rota fue a caer sobre ella, aunque creo que no podía mojarse más de lo que ya lo estaba. Tenía la cara ensangrentada y los ojos cerrados, las magulladuras cada vez más oscuras. Me levanté medio mareada por la pérdida de sangre, procurando esconder la muñeca detrás del brazo del sillón. Notaba que Eric seguía chupándome y sabía que faltaba poco para que estuviese curado del todo.

—¿Qué quieres? —le pregunté a Mickey. Como si no lo supiera ya.

—Tu cabeza, zorra—dijo. El odio contraía sus estrechas facciones, tenía los colmillos completamente expuestos. Eran blancos y afilados y brillaban bajo la luz del techo—. ¡Arrodíllate ante tus superiores! —Y antes de que me diera tiempo a reaccionar (de hecho, antes de que me diera tiempo a pestañear), el vampiro me golpeó con el dorso de la mano y di un traspiés. Aterricé en el sofá antes de caer al suelo. Me quedé sin aire, incapaz de moverme y permanecí un agónico minuto luchando por respirar. Mientras, Mickey se puso encima de mí y comprendí enseguida sus intenciones cuando le vi dispuesto a desabrocharse el pantalón—. ¡Para lo único que sirves es para esto! —dijo, afeando más si cabe sus facciones debido al desprecio. Intentó también acercarse a mi boca, haciendo que el miedo que sentía por él me intimidara aún más.

Y de pronto, mis pulmones se llenaron de aire. Incluso bajo aquellas terribles circunstancias, el alivio que me produjo poder respirar fue una sensación exquisita. Y con el aire llegó también la rabia, como si la hubiera inhalado junto con el oxígeno. Este era el comodín que utilizaban los acosadores, siempre. Sentía náuseas..., náuseas por dejarme amedrentar por la polla de aquel espantajo.

—¡No! —le grité—. ¡No!—Y finalmente conseguí volver a pensar; el miedo me había abandonado, por fin—. ¡Tu invitación ha quedado rescindida —grité, y el pánico se apoderó entonces de él. Se apartó de mí, con un aspecto ridículo debido a que llevaba los pantalones por las rodillas, y retrocedió hacia la ventana, pisando a la pobre Tara. Intentó inclinarse para cogerla y poder llevársela, pero yo me arrastré por la minúscula sala para sujetarla por los tobillos. Tara tenía los brazos mojados y resbaladizos debido a la lluvia y la magia se había apoderado con fuerza del vampiro. En menos de un segundo, estaba fuera de la casa, gritando de rabia. Miró entonces en dirección este, como si alguien le hubiera llamado desde allí, y desapareció en la oscuridad.

Eric se incorporó, casi tan sorprendido como Mickey.

—Has pensado con mayor claridad que ningún ser humano —dijo, rompiendo con su voz el repentino silencio—. ¿Cómo estás, Sookie? —Extendió la mano y me ayudó a levantarme del suelo—. Yo empiezo a encontrarme mucho mejor. Me has dado tu sangre sin que tuviera que pedírtela, y no he tenido que pelear con Mickey. Has hecho todo el trabajo.

—Recibiste el impacto de una piedra —le comenté, satisfecha por poder descansar un minuto antes de llamar a una ambulancia para Tara. Me sentía débil.

—Es un precio pequeño —dijo Eric. Buscó de nuevo el teléfono móvil, lo abrió y pulso la tecla de «Rellamada»—. Salomé —dijo Eric—, me alegro de que respondas al teléfono. Mickey trata de huir...

Oí una carcajada de júbilo al otro lado de la línea. Era escalofriante. No sentía ni una pizca de lástima por Mickey, pero me alegré de no tener que ser testigo de su castigo.

—¿Lo capturará Salomé? —pregunté.

Eric asintió satisfecho después de guardar de nuevo el teléfono en su bolsillo.

—Y puede hacerle cosas más dolorosas de lo que nadie podría llegar a imaginarse —dijo—. Y eso que yo soy capaz de imaginar muchas...

—Digamos que es... creativa.

—Él le pertenece. Ella es su progenitora. Puede hacer con él lo que le plazca. No puede desobedecerla sin ser castigado. Tiene que acudir a ella si lo llama, y ahora está llamándolo.

—No por teléfono, me imagino —observé.

Me miró con ojos brillantes.

—No, no necesita ningún teléfono. Él intentará escapar, pero acabará yendo con ella. Cuanto más se resista, peor será su tortura. Naturalmente —añadió, por si yo aún no lo tenía claro—, así es como debe ser.

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