Read Más muerto que nunca Online
Authors: Charlaine Harris
—Caramba —dije animándolo—. Y ¿qué más?
—Me gusta cocinar. A veces preparamos gambas, o cocinamos barbos y comemos al aire libre..., barbos con tortitas de maíz, y abrimos una sandía. En verano, claro está.
Se me hizo la boca agua sólo de pensarlo.
—En invierno, trabajo dentro de casa. Corto leña para la gente de nuestra pequeña comunidad que no puede cortarla. Ya ves, siempre tengo algo que hacer.
Ahora conocía a Calvin Norris mucho más que ante de entrar.
—Cuéntame cómo va tu recuperación.
—Aún llevo este maldito gotero —dijo, gesticulando con el brazo—. Aparte de eso, me encuentro mucho mejor. Ya sabes que nosotros nos curamos pronto.
—¿Cómo explicas la presencia de Dawson a la gente de tu trabajo que viene a visitarte? —En la habitación había rama de flores, centros de frutas e incluso un gato de peluche.
—Les digo que es mi primo y que se ocupa de que no me canse mucho con las visitas.
Estaba segura de que a nadie se le ocurriría preguntar nada directamente a Dawson.
—Tengo que irme a trabajar —dije al ver de reojo el reloj de la pared. Curiosamente, no me apetecía en absoluto irme. Me gustaba poder mantener una conversación normal con alguien. Los momentos como aquél eran excepcionales en mi vida.
—¿Sigues preocupada por tu hermano? —me preguntó.
—Sí. —Pero había decidido no volver a suplicar. Calvin ya me había oído la primera vez. No había necesidad de repetir mis palabras.
—Estamos vigilándolo.
Me pregunté si el vigilante habría informado a Calvin de que Crystal pasaba las noches en casa de Jason. ¿O sería la misma Crystal la vigilante? De ser así, la verdad es que se tomaba su trabajo muy en serio. Vigilaba a Jason muy pero que muy de cerca.
—Eso está bien —dije—. Es la mejor manera de averiguar que él no lo hizo. —Me sentí aliviada con la información que acababa de facilitarme Calvin y cuanto más reflexionaba sobre ella, más me daba cuenta de que tendría que habérmelo imaginado—. Cuídate, Calvin. —Me levanté para irme y él me ofreció su mejilla. Le di un beso, casi a regañadientes.
Calvin pensó que mis labios eran suaves y que olía bien. No pude evitar sonreír al marcharme. Saber que alguien te encuentra atractiva viene muy bien para subir la moral.
Regresé en coche a Bon Temps y pasé por la biblioteca antes de ir al trabajo. La del condado de Renard es un edificio viejo y feo de ladrillo marrón construido en la década de 1930. Uno percibe perfectamente su antigüedad. Las bibliotecarias se quejan con razón sobre la calefacción y el aire acondicionado, y el cableado eléctrico también deja mucho que desear. El aparcamiento está en mal estado y la vieja clínica que hay en el edificio contiguo, que abrió sus puertas en 1918, tiene ahora las ventanas claveteadas..., una imagen que siempre resulta deprimente. El solar vecino a la clínica, abandonado desde hace mucho tiempo, parece más una selva que parte de la ciudad.
Había pensado dedicar diez minutos a cambiar los libros. Entré y salí en ocho. El aparcamiento de la biblioteca estaba casi vacío, pues era justo antes de las cinco. La gente estaba de compras en el Wal-Mart o se había ido ya a su casa para preparar la cena.
Empezaba a oscurecer. No estaba pensando en nada en particular, y eso me salvó la vida. Justo a tiempo, identifiqué una intensa excitación en otro cerebro y, de un modo reflexivo, me agaché y sentí un brusco empujón en el hombro, después un golpe de calor y un dolor cegador, y luego humedad y un ruido descomunal. Todo sucedió tan rápido que no conseguí definir la secuencia de los hechos cuando más tarde intenté reconstruir aquel momento.
Oí un grito a mis espaldas, y luego otro. Aun sin saber cómo, me encontré arrodillada junto a mi coche, con la camiseta cubierta de sangre.
Curiosamente, mi primer pensamiento fue: «Gracias a Dios que no llevaba el abrigo nuevo».
La persona que había gritado era Portia Bellefleur. Portia no lucía su habitual aspecto sosegado cuando cruzó corriendo el aparcamiento para agacharse a mi lado. Miraba en una dirección, luego en la otra, intentando detectar el peligro allí por donde viniera.
—Estate quieta—dijo secamente, como si yo estuviese dispuesta a correr una maratón. Yo seguía arrodillada, pero me daba la impresión de que pronto iba a perder el equilibrio. La sangre me caía por el brazo—. Te han disparado, Sookie. ¡Oh, Dios mío, oh, Dios mío!
—Coge los libros —dije—. No quiero que se manchen de sangre. Tendría que pagarlos.
Portia no me hizo caso. Estaba hablando por el móvil. ¡La gente se pone a charlar por teléfono en el momento más inoportuno! En la biblioteca, por el amor de Dios, o en el oculista. O en el bar. Charlan, charlan y charlan. Como si todo fuera tan importante y no pudiera esperar. De modo que deposité los libros en el suelo yo sola.
En lugar de seguir arrodillada, me descubrí sentada y con la espalda apoyada en el coche. Y entonces, como si alguien se hubiera llevado parte de mi vida, me encontré tendida en el suelo del aparcamiento de la biblioteca, mirando una gran mancha de aceite. La gente debería cuidar más el coche...
Y me desmayé.
—Despierta —decía una voz. No estaba en el aparcamiento, sino en una cama. Pensé que mi casa volvía a incendiarse y que Claudine intentaba sacarme de allí. Siempre están gritándome para que salga de la cama. Pero no parecía la voz de Claudine, más bien parecía...
—¿Jason? —Intenté abrir los ojos. Conseguí mirar a través de mis párpados entrecerrados e identifiqué a mi hermano. Estaba en una habitación azul en la penumbra y el dolor era tan fuerte que deseaba llorar.
—Te dispararon—dijo—. Te dispararon, y yo estaba en el Merlotte's esperándote.
—Con qué... felicidad lo cuentas —dije entre unos labios extrañamente pegajosos y rígidos. Hospital.
—¡No pude haber sido yo! ¡Estaba rodeado de gente! Llevé a Hoyt en la camioneta conmigo porque él tiene la suya en el taller, y salimos del trabajo para ir al Merlotte's. Tengo una coartada.
—Estupendo. Me alegro entonces de que me dispararan. Mientras tú estés bien... —Me costó mucho esfuerzo hablar y me alegré de que Jason captara el cinismo de mis palabras.
—Sí. Oye, lo siento mucho. Al menos no ha sido grave.
—¿No?
—Se me ha pasado comentártelo. El disparo ha rozado el hombro y te molestará un buen rato. Si te duele, sólo tienes que pulsar este botón. Puedes administrarte tú misma el analgésico. Guay, ¿no te parece? Escucha, Andy está fuera.
Reflexioné sobre lo que acababa de decirme mi hermano y finalmente deduje que Andy Bellefleur estaba allí en visita oficial.
—De acuerdo —dije—. Que pase. —Estiré un dedo y pulsé con cuidado el botón.
Pestañeé, y debí de tener cerrados los ojos un buen rato, porque cuando volví a abrirlos Jason se había ido y Andy ocupaba su lugar. Sujetaba una pequeña libreta y un bolígrafo. Tenía que decirle alguna cosa, y después de reflexionar un momento, me acordé de qué era.
—Dale las gracias a Portia —le dije.
—Lo haré —contestó muy serio—. Está conmocionada. Nunca había visto la violencia tan de cerca. Creyó que ibas a morir.
No sabía qué decir. Esperé a que me preguntara lo que quisiera saber. Vi que su boca se movía y me imagino que le respondí.
—¿... dices que te agachaste en el último segundo?
—Oí alguna cosa, me imagino —susurré. Era la verdad. Sólo que no lo había oído con mis oídos. Pero Andy sabía muy bien a qué me refería, y me creía. Nuestras miradas se cruzaron y él abrió los ojos de par en par.
Y volví a desvanecerme. El médico de urgencias me había dado unos analgésicos excelentes. Me pregunté en qué hospital me encontraba. El de Clarice estaba un poco más cerca de la biblioteca, el de Grainger tenía un servicio de urgencias mejor. Si estaba en este último, podría haberme ahorrado el tiempo de ir hasta Bon Temps y entrar en la biblioteca. Podrían haberme disparado directamente en el aparcamiento del hospital después de visitar a Calvin
y
me habría ahorrado las vueltas.
—Sookie —dijo una voz honda y familiar. Era fría y oscura, como el agua que corre por un riachuelo en una noche sin luna.
—Bill —dije, me sentía feliz y a salvo—. No te vayas.
—Estoy aquí.
Y allí estaba, leyendo, sentado en una silla junto a mi cama cuando me desperté a las tres de la madrugada. Sentía que las mentes de las demás habitaciones se habían callado y dormido. Pero el cerebro del hombre que tenía a mi lado estaba en blanco. En aquel momento me di cuenta de que la persona que me había disparado no era un vampiro, pese a que todos los ataques hubieran tenido lugar al oscurecer o en plena noche. Había escuchado el cerebro del francotirador un segundo antes de que se produjera el disparo, y aquello me había salvado la vida.
Bill levantó la vista en el instante en que me moví.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó.
Pulsé el botón para levantar la cabecera de la cama.
—De pena —dije con franqueza después de evaluar mi hombro—. El analgésico ya no me hace efecto y el hombro me duele tanto que tengo la impresión de que se va a despegar del brazo. Noto la boca tan seca como si me la hubiera cruzado un ejército entero y además necesito urgentemente ir al baño.
—Te ayudaré en eso —dijo y, antes de que pudiera sentirme incómoda, había trasladado el soporte del gotero al otro lado de la cama y me ayudaba a incorporarme. Me levanté con cuidado y comprobé si mis piernas eran estables.
—No permitiré que te caigas—dijo.
—Lo sé —dije, y cruzamos la habitación en dirección al baño. Cuando me tuvo instalada, salió del servicio diplomáticamente pero dejó la puerta entreabierta para vigilarme desde fuera. Conseguí más o menos apañarme y me di cuenta de la suerte que había tenido al recibir el impacto en el hombro izquierdo en lugar de en el derecho. Y más pensando que el francotirador debió de apuntarme al corazón.
Bill me devolvió a la cama con tal destreza que parecía que hubiera sido enfermero toda la vida. Había alisado las sábanas y sacudido las almohadas, y me sentí mucho más cómoda. Pero el hombro seguía incordiándome y pulsé el botón del analgésico. Seguía teniendo la boca seca y le pregunté a Bill si había agua en la jarra de plástico. Bill pulsó el botón para llamar a la enfermera. Cuando se oyó la vocecita por el interfono, le dijo:
—¿Podría traer un poco de agua para la señorita Stackhouse? —La voz respondió que la traería enseguida. Y así fue. La presencia de Bill tal vez tuvo algo que ver con la velocidad de su actuación. Es posible que la gente hubiera aceptado la realidad de los vampiros, pero eso no significaba que los norteamericanos muertos fuesen de su agrado. Había muchos ciudadanos de clase media que no conseguían relajarse en presencia de vampiros. Una muestra de inteligencia por su parte, según mi opinión.
—¿Dónde estamos? —pregunté.
—En Grainger —respondió Bill—. En esta ocasión me ha tocado estar contigo en otro hospital. —La última vez había sido en el del condado de Renard, en Clarice.
—Podrías aprovechar para visitar a Calvin.
—Si estuviera interesado en hacerlo.
Se sentó en la cama. Algo en lo mortecino de la hora, en la extrañeza de la noche, me llevó a querer ser franca. Tal vez fueran sólo los medicamentos.
—Nunca había estado en un hospital hasta que te conocí—dije.
—¿Me culpas de ello?
—A veces. —Su rostro brillaba. Había gente que no sabía distinguir a un vampiro cuando lo veía; me resultaba difícil entenderlo.
—Cuando te conocí, la primera noche que estuve en el Merlotte's, no sabía qué pensar de ti —dijo—. Eras tan bonita, estabas tan llena de vitalidad... Pero sabía que tenías algo que te diferenciaba de los demás. Resultabas interesante.
—Mi maldición —dije.
—O tu bendición. —Acercó una de sus frías manos a mi mejilla—. No hay fiebre —se dijo casi para sí mismo—. Te curarás. —Se enderezó—. Te acostaste con Eric mientras estuvo contigo.
—¿Por qué lo preguntas si ya lo sabes? —Había veces en que la honestidad era excesiva.
—No te lo pregunto. Lo supe en cuanto os vi juntos. Olías a él por todas partes; supe lo que sentías por él. Tenemos los dos nuestra sangre. Es difícil resistirse a Eric. —Bill continuó de forma distanciada—. Él es tan vital como tú, y tú te aferras a la vida. Pero estoy seguro de que sabes que... —Hizo una pausa, como si intentara pensar la mejor forma de decir lo que venía a continuación.
—Sé que tú serías feliz si jamás en mi vida volviera a acostarme con alguien—dije, expresando en palabras sus sentimientos.
—Y ¿qué sientes tú respecto a mí?
—Lo mismo. Oh, pero espera, tú ya te acostaste con otra. Incluso antes de que rompiéramos. —Bill apartó la vista, mostrando la línea de su mandíbula dura como el granito—. De acuerdo, eso ya es agua pasada. Pero no, no me gusta pensar en ti y Selah juntos, o en ti con quien sea. Aunque sepa que no es razonable.
—¿No es razonable esperar que algún día volvamos a estar juntos?
Consideré las circunstancias que me habían puesto en contra de Bill. Pensé en su infidelidad con Lorena; pero ella había sido su creadora, y él se había visto obligado a obedecerla. Todo lo que había oído en boca de otros vampiros había servido para confirmarme lo que él me había explicado sobre aquella relación. Pensé en la violación que estuve a punto de sufrir en el maletero de un coche; pero Bill había sido torturado, estaba muerto de hambre y no sabía lo que se hacía. En el momento en que recuperó el sentido, se detuvo.
Recordé lo feliz que había sido cuando tenía lo que creía era su amor. Jamás en mi vida me había sentido más segura. Pero era un sentimiento falso: él se había dejado absorber hasta tal punto por su trabajo para la Reina de Luisiana que yo había pasado a un alejado segundo plano. De todos los vampiros que habían entrado en el Merlotte's, a mí me había tocado precisamente el que era adicto a su trabajo.
—No sé si algún día podríamos volver a tener el mismo tipo de relación —dije—. Tal vez sería posible, pero el dolor me ha vuelto menos novata. De todos modos, me alegro de que hayas venido esta noche, y me gustaría que te acostases aquí a mi lado un ratito..., si te apetece. —Le hice un hueco en la estrecha cama y me volví sobre mi lado derecho, para no presionar mi hombro herido. Bill se acostó junto a mí y me rodeó con el brazo. Nadie se me acercaría sin que él se enterara. Me sentía completamente segura, absolutamente a salvo y querida—. Me alegro mucho de que estés aquí —murmuré mientras el medicamento empezaba a surtir efecto. Y en el momento en que me quedé de nuevo adormilada, recordé mi deseo de Año Nuevo: no quería que volviesen a pegarme. Nota para mí misma: debería haber incluido también «ni dispararme».