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Authors: Nathan Long

Tags: #Aventuras,Fantástico,Infantil y Juvenil

Matahombres (20 page)

BOOK: Matahombres
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—No sé si alguna vez en toda mi vida he estado más cómodo y, a la par, incómodo.

La condesa rió, una argentina cascada de deleite.

—No sois el primero, herr Jaeger —dijo—, sobre quien este lugar ha tenido ese efecto.

—¡Ah! —replicó Félix, que señaló con un gesto por encima del hombro—. Esas…, esas jóvenes, ¿eran todas…?

—Ni una sola de ellas —replicó la condesa—. Las que somos miembros de la hermandad no nos dedicamos a otorgar el don de la sangre de un modo tan pródigo. No son más que muchachas, niñas a las que un día convirtieron en víctimas de su propia belleza, a quienes he rescatado y traído a este lugar para que puedan aprender las artes femeninas en mi…, hmm…, mi estudio.

Félix tardó un momento en abrirse paso a través del florido lenguaje hasta el significado auténtico de las palabras.

—¿Secuestráis niñas bonitas y las educáis para convertirlas en rameras?

La condesa Gabriella sonrió con la facilidad de la práctica.

—Os divierte hablar con franqueza, herr Jaeger. Pero, no, las niñas fueron compradas en orfanatos o salvadas de la calle, y aunque es verdad que la menos diestra de ellas podría, en efecto, encontrar empleo dentro de estos muros, las mejores se convertirán en esposas y amantes de los nobles y comerciantes más ricos e influyentes del Viejo Mundo, y llevarán vidas de lujo y ocio con las cuales no podrían ni haber soñado siquiera en su vida anterior.

—Y durante todo el tiempo espiarán para vos y vuestra hermandad —dijo Félix.

La condesa asintió con la cabeza.

—Por supuesto. A todos nos gusta ver que nuestras inversiones rinden beneficios.

Félix abrió la boca para darle una réplica ingeniosa, pero de repente la sonrisa de la condesa se desvaneció como si jamás hubiera existido.

—Pero, ahora, vamos a los asuntos serios —dijo.

Félix se irguió en el asiento y esperó a que hablara; sin embargo, a pesar de sus palabras, ella guardó silencio y clavó los ojos en él como un cazador de brujas sigmarita que intentara ver el interior de su alma.

—Antes de comenzar —dijo, al fin—, debo haceros una pregunta. —Se inclinó un poco hacia adelante, y el ropón se abrió y dejó a la vista el suave contorno blanco de sus pechos—. Tengo una información que daros y que nos ayudará a ambos a luchar contra esos viles adoradores del Caos, pero antes debo estar segura de que ni vos ni vuestro feroz compañero tenéis intención de causarnos ningún mal ni a mí ni a mi hermandad, y que no nos denunciaréis ni atacaréis cuando el enemigo común haya sido derrotado.

Félix vaciló. Por razones de etiqueta y buenos modales, se alegraba de que Gotrek no estuviera presente —de haber estado allí, ya se habría producido derramamiento de sangre con casi total seguridad—, pero lo mejor habría sido que el Matador respondiera a esa pregunta por sí mismo.

—Yo no tengo intención de causaros ningún mal —dijo, al fin—, pero no puedo hablar por el Matador. Ha dicho que piensa que rompisteis el juramento que hicisteis acerca de enseñarle a Ulrika a no causar ningún mal.

Los ojos de la condesa Gabriella destellaron.

—¿De verdad lo piensa? ¿Y por qué cree algo semejante?

Félix tosió.

—Bueno, los dos vimos cómo mataba a varios hombres anoche.

La condesa agitó una mano con indiferencia.

—Ella se defendió y os defendió a vosotros. Es menos de lo que hace el propio Matador. ¿Acaso pensaba que iba a convertirla en una hermana de Shallya? —Alzó el mentón con aire desafiante—. Desde que yo la acepté como vástago, Ulrika no ha matado a un solo hombre mientras saciaba su sed. Esa fue, en suma, mi promesa. Él no puede esperar más. Ulrika es una guerrera. Mató a decenas de hombres antes de entrar a mi servicio, a algunos mientras luchaba junto al Matador. En el cumplimiento de su deber como guardaespaldas mía y de mi convoy, ha matado para defenderme y proteger mis intereses. ¿Acaso el Matador consideraría que eso es romper un juramento?

Félix frunció los labios, mientras recordaba las enemistades de Gotrek con Hamnir y muchos otros.

—No lo sé, pero sí sé que Gotrek ha exigido que aquellos que le hacen un juramento lo honren hasta en los detalles más insignificantes, a veces más allá de todo sentido común. —Se encogió de hombros—. Es un enano.

La condesa le dio una palmada al reposabrazos del diván, irritada.

—¿No lo sabéis? Entonces, ¿por qué no está aquí para hablar por sí mismo? —preguntó—. La información que tengo podría ser la clave para destruir a esos demonios, pero no me atrevo a revelarla sin protegerme antes. —Le dirigió a Félix una mirada colérica—. ¿No podéis darme garantías del comportamiento del enano?

Félix rió, y luego recobró la compostura al ver que el enojo de ella aumentaba.

—Perdonadme, condesa, pero Gotrek no obedece a nadie más que a sí mismo. No cumpliría un juramento que yo o cualquier otro hiciera en su nombre.

La condesa apretó las mandíbulas.

»Por otro lado —dijo Félix—, el Matador no vacila cuando ya ha tomado una decisión. Si hubiera decidido que vos, en efecto, habéis roto el juramento, ya habría actuado. Estaría aquí, y vos estaríais… defendiéndoos. —Había estado a punto de decir "vos estaríais muerta", pero en el último segundo decidió que eso no sería muy diplomático.

Mientras la condesa meditaba, se abrió la puerta que estaba situada detrás de Félix, para dar paso a una mujer alta, ataviada con un vestido de satén verde con corsé, que se sentó en una silla cercana al diván. Tenía largo cabello castaño ondulado que le llegaba casi hasta la cintura, y una figura elegante y bien formada. A Félix le costaba no quedarse mirándola fijamente. ¡Otra belleza! ¿Es que no se acababan nunca? Esta parecía más madura que el resto de las estudiantes de la condesa —una mujer, no una muchacha—, pero tan grácil como un leopardo y tan orgullosa como un cisne. Le sostuvo la mirada, y luego le hizo un guiño con uno de sus ojos azul hielo. Él se echó atrás en la silla, sorprendido. ¡Era Ulrika! El cabello castaño era una peluca. Ella le dedicó una ancha sonrisa al ver su sorpresa, y se llevó un dedo a los labios.

Félix volvió a contemplarla. No la había visto ataviada con ropa tan femenina desde la primera noche que pasaron juntos en la finca del padre de ella. Ese recuerdo hizo que el corazón se le detuviera por un segundo.

—Así pues —dijo la condesa Gabriella, finalmente—, ¿no pensáis que el Matador tenga intención de hacerme daño?

—No puedo asegurarlo, condesa…, eh…, madame —replicó Félix, que apartó los ojos de Ulrika y devolvió los pensamientos al presente con cierta dificultad—. Su temperamento es variable, por no decir más. Sé que en el momento presente quiere dos cosas por encima de todo: desea venganza contra la Hermandad de la Llama Purificadora por haber incendiado la taberna de su amigo, y desea llegar a Middenheim para morir enfrentado en batalla con un demonio. Si podéis ayudarlo a conseguir una de esas cosas o ambas…

—Señora —interrumpió Ulrika—, si me permitís hacer una observación…

—Por supuesto, hija —replicó la condesa.

—Opino que tal vez sea imposible eliminar el riesgo de esta aventura. No creo que el Matador vaya a daros las garantías que deseáis. Pero… —prosiguió, y alzó la voz al ver que la condesa abría la boca para interrumpirla—, pero pienso que el riesgo está justificado. La Llama Purificadora quiere nada menos que la destrucción del Imperio y el fin de nuestro modo de vida. Se han aliado con los Poderes Malignos, y sin duda recurrirán a ellos en busca de ayuda. Traerán brujos, bestias y demonios contra nosotras. Son enemigos contra los que no pueden prevalecer los seguidores que ahora comandáis, por muy leales que puedan ser.

—¿Ni siquiera tú, hija?

—Ni siquiera yo —asintió Ulrika, y continuó—. Si queremos garantizar la destrucción de esos hombres malévolos y la derrota de sus viles señores; si queremos preservar la vida que ahora tenemos y el futuro que ansiamos, debemos correr el riesgo con esta alianza. Herr Jaeger y el Matador Gurnisson han ganado batallas contra los enemigos más mortíferos. Yo he visto a herr Jaeger matar a un dragón. Estaba presente cuando el Matador destruyó demonios. Oleadas de hombres bestia han caído ante ellos. Son nuestra mejor arma contra esos corruptores.

Félix tragó. No había necesidad de presentarlo como algo tan grandioso. El simple hecho de que hubieran luchado contra todo eso y hubieran ganado no significaba que pudieran hacerlo otra vez, o que quisieran hacerlo. Bueno, él no quería, en cualquier caso.

La condesa Gabriella unió las yemas de los dedos, con la mirada perdida en su interior, pensativa. Mientras el silencio se prolongaba, Félix vio que Ulrika lo estaba mirando, y entonces ella abrió las manos ante sí en un gesto de súplica.

Félix gruñó. No quería convencer a la condesa de que los metiera más hondamente aún en aquel berenjenal. No le gustaba ese tipo de lucha en la que uno nunca sabía quiénes eran sus enemigos. No quería adivinar quién de los hombres que lo rodeaban había llevado puesta una máscara la noche anterior y había intentado hacerlo volar con pólvora. No le gustaba preguntarse cuándo un amigo o compañero podría volverse contra él, daga en alto, con la demente luz del fanatismo ardiendo en sus ojos. Cuanto más lo pensaba, más le parecía que volar hasta Middenheim para luchar contra enemigos en un campo de batalla abierto era la opción más atractiva.

Pero sabía que era inútil. Había visto la expresión del ojo de Gotrek cuando había encontrado a Heinz sentado ante las ruinas ennegrecidas de El Cerdo Ciego. No irían a ninguna parte hasta que el Matador encontrara a los hombres que habían perjudicado a su amigo, así que si la condesa podía ayudarlos a acabar más rápidamente con ese asunto, mucho mejor.

Félix tosió cortésmente.

—Condesa, hubo una ocasión, hace años, en la que me pedisteis que confiara en vos, cuando me vi obligado a superar el miedo y la desconfianza que me inspiraba vuestra raza con el fin de poder trabajar juntos para derrotar a un enemigo común. Entonces, vacilé tanto como vos lo hacéis ahora; sin embargo, cuando, contra todos mis instintos, accedí y nos unimos, triunfamos. —Desplegó las manos ante sí—. Como ya he dicho, no puedo hacer ningún juramento por Gotrek, pero sé que odia a esos hombres tanto como vos, si no más. Si le proporcionáis un medio para enfrentarse a ellos, lo aceptará. En eso podéis confiar.

La condesa asintió con la cabeza, aún con la mirada perdida, y luego, al fin, suspiró y alzó la vista para fijarla en Félix, tan fría e insoldable como las profundidades del lago Agua Negra.

—Supongo que no tengo elección —dijo—, en especial cuando no puedo hacer nada con la información que tengo sin contar con vosotros, al menos no con rapidez y sin debilitar mi posición. Pero habéis de saber esto: no viviréis si me traicionáis. Puede que seáis un gran héroe, y vuestro compañero un guerrero feroz, pero las hijas de la reina inmortal están por todas partes, detrás de cada hermosa sonrisa, y raras veces atacan de frente. —Lanzó una mirada significativa hacia la cama oculta tras las cortinas, y luego le sonrió—. No moriréis en batalla.

Félix se estremeció.

—No son necesarias las amenazas, madame —dijo—. Basta con vuestra reputación.

—Bien —asintió la condesa, y miró a Ulrika—. Cuéntaselo.

Ulrika inclinó la cabeza y se volvió hacia Félix.

—Anoche, cuando le desgarraba la garganta a uno de los adoradores del Caos, se le cayó esto.

Sacó una cadena de oro de dentro del corpiño, abrió el cierre para quitársela y se la entregó a Félix. Él la cogió con reparo, pero parecía que ella había eliminado todo rastro de sangre. La miró. Enhebrado en la cadena había un pequeño colgante de oro en forma de escudo blasonado con una cabeza de lobo. Reconoció vagamente el objeto, pero no logró recordar dónde lo había visto.

—¿Qué es? —preguntó.

—Una cadena distintiva que llevan los miembros de Wulf's, un club privado para caballeros que está en el Handelbezirk —explicó Ulrika.

—¡Ah, claro!

Cuando lo dijo, Félix lo reconoció al instante. En los tiempos en que él y Gotrek habían sido guardias de El Cerdo Ciego, de vez en cuando él había expulsado del local a miembros del Wulf's que habían entrado con la intención de provocar problemas. En origen, el club había sido un local para comerciantes ricos, pero cuando había abierto uno más elegante, El Martillo Dorado, los comerciantes habían comenzado a asistir a él y el Wulf s había sido tomado por sus hijos, ociosos holgazanes con demasiado dinero y demasiado tiempo a su disposición. Imitaban los modales de la aristocracia y les gustaba demostrar su superioridad sobre sus hermanos más pobres con la punta de un estoque. Parecía extraño que alguien así perteneciera a un grupo que parecía dedicado a derrocar el orden establecido.

—Queremos averiguar si hay otros miembros del Wulf's que también pertenecen a la Llama Purificadora —dijo Ulrika—, pero es un club para caballeros. No se permite la entrada a las mujeres. Incluso los sirvientes son varones.

—¿Y no conocéis a ningún otro hombre, aparte de mí? —preguntó Félix, incrédulo—. A menos que haya malinterpretado por completo el propósito de este establecimiento, debéis de conocer a la mitad de los hombres ricos de la ciudad. ¿Ninguno pertenece al Wulf's?

—Mis clientes no son mis confidentes —dijo la condesa, como si le explicara algo a un niño—. Les sonsaco secretos sin que se den cuenta. Si les pidiera abiertamente que espiaran para mí les revelaría mi verdadero propósito. Los pocos hombres que sí son mis confidentes y servidores… —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a la cama—. En fin, algunos están tan embobados que no puedo confiar en su juicio. Otros… bueno, no os aburriré con intrigas intestinas y relatos de lealtades divididas. Baste decir que no hay un solo hombre que pertenezca ya a mi círculo en quien pueda depositar mi entera confianza. Así pues… —dijo, y alzó la cabeza para mirarlo a los ojos—, eso os deja sólo a vos.

Félix frunció el ceño, aún confuso.

—Pero no lo entiendo. Tampoco yo puedo ayudaros. No soy miembro del club.

—No —replicó la condesa—, pero lo es vuestro hermano. Aunque ya no cena allí, nunca se ha dado de baja como miembro.

—¿Qué…? ¿Cómo…, cómo sabéis eso? —tartamudeó Félix.

La condesa sonrió.

—Como vos mismo habéis dicho, herr Jaeger, conocemos a la mitad de los hombres ricos de esta ciudad. Y también a la otra mitad.

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