–¿Así que se puede decir que lo hemos conseguido y vamos de camino? –preguntó Ferbin. Notó que el avatoide había enrollado la parte del traje que envolvía la cabeza y había formado un cuello que le había liberado la cabeza entera. El príncipe hizo lo mismo.
–Sí, hasta el momento lo hemos logrado.
–¿Vos seguís siendo la nave o ya funcionáis de forma independiente?
–Puede seguir hablándole directamente a la nave a través de mí hasta que hagamos la transferencia –le dijo Hippinse.
Djan Seriy había abierto los ojos y ya estaba mirando al avatoide.
–Están aquí, ¿verdad? –dijo.
Hippinse asintió con gesto pensativo.
–Las naves desaparecidas de los oct –dijo–. Sí. Tres recién descubiertas a la vez, alineadas sobre el extremo de la torre abierta que tengo más cerca. Fuertes sospechas de que el resto estará aquí o también está de camino.
–Pero seguimos adelante –dijo Djan Seriy con el ceño fruncido.
Hippinse asintió.
–Están aquí, eso es todo. De momento no ha cambiado nada más. Ahora estoy enviando una señal. Me imagino que los morthanveld y los nariscenos sabrán en breve algo de las disposiciones de los oct. –El avatoide miró a su alrededor, a todos–. Seguimos adelante.
La transferencia tuvo lugar a medio camino de la primera sección de la torre, a setecientos kilómetros de la superficie. La ascensonave frenó y se detuvo. Los pasajeros habían vuelto a ponerse todo el traje y el dron se había acoplado de nuevo al muslo de Anaplian. Se extrajo el aire del interior de la ascensonave y la puerta se abrió sin ruido, una última bocanada de atmósfera se disipó en el vacío y los pasajeros la siguieron por un amplio pasillo. Sus sombras los precedían, enormes. Cuando se cerró la puerta de la ascensonave, se cortó toda la luz normal y se quedaron con una imagen fantasmal creada por las leves radiaciones emitidas por los muros y superficies frías que los rodeaban. Ese era el punto en el que la nave dejaba de controlar directamente a Hippinse y el avatoide se quedaba de repente tan solo en su cabeza como cualquier ser humano normal. Ferbin lo observó a la espera de un tropezón o de que le cambiara la expresión, pero no vio nada.
Se abrieron de forma sucesiva dos series de gruesas puertas dobles que los llevaron a una gran apertura semicircular que se abría a un amplio balcón ovalado de unos cuarenta metros o más de anchura; regresó entonces una luz dura y acerada que destacó varias naves pequeñas y lustrosas que reposaban en unos soportes en el suelo de la plataforma.
No había muro ni barandilla. La vista caía otros setecientos kilómetros, aparentemente a una nada oscura. Encima de ellos, unas estrellas diminutas y brillantes flotaban en el aire sin parpadear.
El nivel Uno era un criadero de velas de simientes. Las velas de simientes eran algunas de las entidades biológicas más antiguas de la galaxia. Dependiendo de a qué autoridad se escuchase, llevaban en la galaxia una media docena de eones, o casi diez. El debate sobre si habían evolucionado de forma natural o las había creado una civilización anterior tampoco se había resuelto. Con una conciencia de sí mismas solo discutible, eran algunas de las mayores nómadas de verdad de la galaxia, migraban por toda la lente a lo largo de los eones, centiaeones y deciaeones que las llevaba a enfilar, recorrer y navegar el camino que las guiaba de una estrella a otra, impulsadas solo por la luz del sol.
Venían de todos modos con sus propios depredadores, apenas más inteligentes que ellas, pero, además, a lo largo del tiempo las habían explotado, cazado y masacrado aquellos que menos deberían, aunque también había habido otros que las habían seguido, venerado y apreciado. Corrían buenos tiempos para estas criaturas, se las veía como parte de una ecología galáctica natural mayor y por lo general se las consideraba algo bueno, así que dentro de las civilizaciones estaba bien visto portarse bien con ellas. Con el apoyo en este caso de los nariscenos, el primer nivel o el ático de muchos mundos concha se destinaba a criadero de velas de simientes, un espacio en el que las criaturas podían crecer y medrar en su fase de crecimiento en el suelo, en el vacío, bajo la luz relativamente suave de las estrellas fijas o rodantes antes de que sus raíces enroscadas magnéticas las catapultaran hacia los cielos.
Después todavía había que ayudarlas para que prosiguieran su camino; capturadas y retenidas antes de que tropezaran contra el techo del nivel, una nave especializada las llevaba a una de las pocas torres abiertas y después las lanzaba desde allí al duro entorno de su verdadero hogar: el espacio exterior.
Ferbin y Holse se quedaron allí, a un par de metros del escarpado filo, mirando el paisaje mientras Djan Seriy y Hippinse se afanaban con un par de navecitas delgadas que esperaban en el amplio balcón. Holse le tendió una mano a Ferbin, que se aferró a ella. Estaban respetando el silencio impuesto en las comunicaciones, pero cuando los trajes se tocaban, podían hablar sin que los detectaran.
–No hay mucho que ver en realidad, ¿eh, señor?
–Solo las estrellas –asintió Ferbin. Los dos hombres se quedaron contemplando el vacío antes de que los llamaran a las dos pequeñas naves en las que habían estado trabajando Djan Seriy y Hippinse. Las cubiertas oscuras y curvadas de las naves, como secciones cortadas de una inmensa concha, estaban levantadas. Les hicieron un gesto para que se metieran dentro. Las naves estaban diseñadas para llevar a seis nariscenos en lugar de a dos humanos pero con los trajes podían ponerse bastante cómodos, ya que imitaban a asientos. Djan Seriy y Hippinse pilotaban una cada uno. Las naves se elevaron en silencio del balcón y salieron disparadas a la Oscuridad, acelerando al principio lo suficiente como para que Ferbin se quedara sin aliento.
Djan Seriy estiró el brazo hacia atrás y le tocó el tobillo con un dedo.
–¿Te encuentras bien, Ferbin? –preguntó.
–Perfectamente, gracias –le dijo su hermano.
–Hasta ahora todo va bien, hermano. Todavía estamos dentro de la secuencia principal de nuestro plan.
–Es un placer oírlo.
Las dos navecitas atravesaron como rayos el paisaje oscuro que se escondía debajo y rodearon con pereza las torres intermedias. Media hora y un doceavo del mundo después frenaron y se dejaron caer al acercarse a la base de una torre. Ferbin estaba listo para salir, pero las dos navecitas permanecieron flotando a un metro de la superficie del terreno baldío, delante de una gran elipse oscura inscrita en la base acanalada de los pies de la torre. Se quedaron allí un tiempo. Ferbin se inclinó hacia delante para tocar a Djan Seriy en el hombro y preguntarle qué estaban esperando, pero su hermana levantó una mano estirada sin darse la vuelta y justo cuando lo hizo, la forma oscura que tenían delante cayó y reveló un túnel incluso más oscuro.
Las naves gemelas empezaron a bajar con lentitud, vacilando un poco.
–Esta parte ofrece un mínimo peligro –le dijo Djan Seriy a su hermano; había estirado el brazo para tocar el traje del príncipe con el suyo mientras las dos navecitas caían por uno de los tubos menores que había dentro de la torre–. La nave va a trabajar con los sistemas de la superficie para evitar que nos detecten, pero no todo se maneja desde allí. Hay matrices más abajo o incluso ascensonaves individuales a los que se les puede meter en los circuitos hacer subir o bajar algo por aquí. –La agente hizo una pausa–. Pero nada hasta ahora –añadió.
Las dos naves pasaron de una torre a otra a lo largo de los dos niveles subsecuentes. El siguiente por el que bajaron era el territorio de los asoleados del vacío, el hogar de criaturas de varios tipos de especies diferentes que, como las velas de simientes, absorbían la luz del sol sin intermediarios. Al contrario que las velas, estos se conformaban con quedarse donde estaban más o menos toda su vida en lugar de irse a navegar entre las estrellas. Aparte de algún destello superficial que otro, tampoco había mucho que ver allí. Otra transición oscura los llevó a otra torre y cruzaron el nivel de vacío negro y yermo que había bajo los asoleados.
–¿Todo bien, hermano? –preguntó Djan Seriy. El roce de la mano de su hermana en su tobillo resultaba extrañamente consolador en aquella oscuridad absoluta y en medio de un silencio casi total.
–Un poco aburrido –le dijo Ferbin.
–Habla con el traje. Que te ponga un poco de música o te proyecte algo.
El príncipe le susurró al traje y este le puso música relajante.
Terminaron en otro balcón, en un nivel medio de una torre, un balcón parecido al que habían dejado poco antes. Allí abandonaron las dos navecitas inclinadas en el suelo, al lado de unos soportes ya ocupados. Un pasillo, varias puertas y muchas imágenes fantasmales después se encontraron junto a la pared curva de un tubo de ascensonaves; Djan Seriy y Hippinse colocaron las palmas de las manos con cuidado en un lugar tras otro del amplio muro, como si buscaran algo. Djan Seriy levantó una mano. Hippinse se apartó del muro. Muy poco después Anaplian también se apartó del muro y un instante más tarde el muro reveló una puerta que fue subiendo y liberando una luz violeta y cremosa que salió por debajo, como una riada que lamió pies, pantorrillas, muslos y torsos hasta alcanzar los rostros enmascarados y al fin pudieron ver que estaban delante del interior de una ascensonave llena de lo que parecía una especie de nube violeta que resplandecía, apenas solidificada. Entraron en ese interior.
Era como atravesar una cortina de jarabe para entrar en una habitación llena de aire denso, aunque las máscaras del traje les permitían ver. La nube medio solidificada y la luz violeta que lo invadía todo hacia que fuera imposible ver más allá de tu nariz a simple vista. Djan Seriy les hizo un gesto para que se juntaran todos y apoyaran las manos en el hombro del de al lado.
–Alegraos de no poder oler esto, caballeros –les dijo a los dos sarlos–. Es una ascensonave aultridia.
Holse se puso rígido.
Ferbin estuvo a punto de desmayarse.
Ni siquiera iba a ser un viaje corto, aunque podría ser relativamente rápido. La ascensonave bajó a toda velocidad por la torre y atravesó el nivel de las cumuloformas, donde Ferbin y Holse habían sido transportados sobre el interminable océano por Versión Expandida Cinco, Zourd, meses antes. Pasaron también el nivel inferior donde las cometas pelágicas y los aviarios recorrían los aires sobre un océano poco profundo salpicado de islas iluminadas por el sol. Pasaron junto al nivel inferior, donde los zarcillos naiantos plagaban un nivel presurizado hasta el techo con una atmósfera de los niveles superiores de un gigante gaseoso, y después pasaron el nivel inferior, que era donde los vesiculares (megaballenas monthianas) atravesaban cantando un océano de metano rico en metales que no llegaba a tocar del todo el techo de su nivel.
Estaban pasando a toda velocidad junto al Octavo.
Estaban sentados en el suelo junto a Djan Seriy, que permanecía de pie. Todos se tocaban con las manos o los pies de los trajes.
–Nuestra casa; estamos pasando junto a ella, señor –le dijo Holse a Ferbin cuando Djan Seriy les transmitió la información.
Ferbin lo oyó por encima de una música muy alta pero todavía relajante que estaba haciendo que le pusiera el traje. Había cerrado los ojos poco antes pero seguía sin poder evitar ver aquel incalificable fulgor violeta. Después se le ocurrió que podía pedirle al traje que lo bloqueara, cosa que el traje hizo. El príncipe se estremecía de asco cada vez que pensaba en esa horrenda y empalagosa masa violeta de cosa aultridia que se pegaba y los envolvía, infundiéndoles su asqueroso olor. No contestó al comentario de Holse.
Siguieron bajando, como un destello que pasó junto a su nivel natal.
La nave aultridia ni siquiera empezó a frenar hasta que cayó a un nivel concreto en el que la cima de la atmósfera cubría lo que habían sido las tierras deldeynas.
Siguió frenando poco a poco y pasó también junto al suelo de ese nivel, después se detuvo junto a la matriz de la filigrana que había justo debajo. La nave se sacudió de lado, el suelo se inclinó y el recinto entero se estremeció. Djan Seriy, con una mano acoplada a un trozo de la pared de la ascensonave, cerca de la puerta, estaba controlando sus acciones. Flexionó las rodillas y todo su cuerpo se movió con lo que parecía una facilidad fruto de una práctica intensa cuando la nave se sacudió y tembló bajo ella. Entonces sintieron que la nave se equilibraba antes de empezar a moverse a toda prisa de lado y hacia arriba, para luego estabilizarse poco a poco.
–Estamos entrando en la filigrana –les dijo Hippinse a Ferbin y Holse.
–Los aultridia se han dado cuenta de que no todo va bien con una de sus ascensonaves –les dijo Djan Seriy, parecía distraída.
–¿Os referís a esta, señora? –preguntó Holse.
–
Hmmm.
–Nos están siguiendo –confirmó Hippinse.
–¿Qué? –chilló Ferbin. Ya se estaba imaginando que lo capturaban los aultridia y lo despellejaban del traje.
–Medidas de precaución –dijo Hippinse sin alterarse–. También intentarán bloquearnos más adelante, una vez que hayamos restringido nuestras opciones un poco, pero para entonces ya nos habremos ido. No se preocupen.
–Si vos lo decís, señor –dijo Holse, aunque él sí que parecía alterado.
–Esta clase de cosas pasan todo el tiempo –los tranquilizó Hippinse–. Las ascensonaves tienen unos cerebros solo lo bastante listos como para engañarse a sí mismos. A veces despegan solas, o la gente se mete dentro y las toma prestadas para hacer excursiones no autorizadas. Hay sistemas de seguridad independientes que siguen previniendo las colisiones así que no es ninguna catástrofe cuando una ascensonave se mueve sin órdenes concretas, es más bien una simple molestia.
–¿Oh, en serio? –dijo Ferbin con aspereza–. ¿Y ahora resulta que sois un experto en nuestro mundo natal?
–Desde luego –dijo Hippinse muy contento–. La nave y yo tenemos la mejor visión de conjunto de las especificaciones originales, planos de estructuras secundarias, mapas de morfología acumulada, maquetas completas tanto geológicas como hidrológicas, aéreas y biológicas así como sistemas de datos y las últimas actualizaciones disponibles del espectro completo. Ahora mismo sé más sobre Sursamen que los nariscenos, y ellos lo saben casi todo.
–¿Y qué sabéis vos que ellos no sepan? –preguntó Holse.
–Unos cuantos detalles que los oct y los aultridia no les han contado. –Hippinse se echó a reír–. Al final los descubrirán, pero no lo saben todavía. Yo sí.