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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia

BOOK: Materia
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En uno de los mundos más célebres de una galaxia llena de prodigios se produce un crimen en plena guerra. Para un hombre significa una huida desesperada y la búsqueda de la única persona (o quizá sean dos) que podría limpiar su nombre. Para su hermano significa una vida bajo la amenaza constante de la traición y el asesinato. Y para la hermana de ambos, incluso sin saber toda la verdad, significa el regreso a un lugar que creía haber abandonado para siempre.El problema radica en que la hermana no es lo que en otro tiempo había sido: ha cambiado tanto ya nadie la reconocería y se ha convertido en agente de la sección de Circunstancias Especiales de la Cultura, encargada de realizar intervenciones de alto nivel en civilizaciones de toda la galaxia.

Iain M. Banks

Materia

ePUB v1.1

Superpollo
29.11.11

Título original: Matter

Traducción: Marta García Martínez

Primera edición: © 2008 by Iain M. Banks

ISBN: 978-8498005905

La Factoría de Ideas

Para Adèle

Muchas gracias a todos los que me ayudaron: Adèle, Les, Mic, Simon, Tim, Roger, Gary, Lara y Dave le Taxi

Prólogo

U
na brisa ligera producía un sonido seco en unos arbustos cercanos. Levantaba delicados velos de polvo de algunas zonas arenosas cercanas y agitaba un mechón de cabello oscuro en la frente de la mujer sentada en la silla plegable de madera y lona que había encaramado, no del todo nivelada, a un pedazo de roca desnuda cerca del borde de una cumbre baja que se asomaba a los matojos y la arena del desierto. A lo lejos, temblando entre la calima, se veía la línea recta de la carretera. Unos cuantos árboles escuálidos, pocos superaban la altura de dos hombres juntos, marcaban el curso de la polvorienta autopista. Algo más lejos, decenas de kilómetros más allá de la carretera, una línea de montañas oscuras e irregulares rielaban bajo el aire asfixiante.

Para muchos humanos era una mujer alta, delgada y bien tonificada. Tenía el pelo corto, liso y oscuro y la piel era del color de un ágata pálida. No había nadie de su especie concreta a varios miles de años luz a la redonda, aunque si lo hubiera habido, quizá habría dicho que estaba en ese momento concreto de la vida a medio camino entre la juventud y el comienzo de la madurez. Habrían pensado, sin embargo, que era un tanto baja y corpulenta. Iba vestida con un par de pantalones anchos y sueltos y una americana fina y fresca, ambas prendas del mismo tono que la arena. Lucía un amplio sombrero negro que la protegía del sol de últimas horas de la mañana, que surgía como un punto áspero y blanco en lo más alto de aquel cielo sin nubes de color verde pálido. Se llevó un par de prismáticos muy viejos y gastados a los ojos oscuros como la noche y enfocó el punto en el que la carretera del desierto se encontraba con el horizonte en el oeste. Tenía una mesa plegable a la derecha, con un vaso y una botella de agua helada. Debajo de la mesa había una mochila pequeña. Estiró la mano libre y cogió el vaso para tomar unos sorbos de agua sin dejar de mirar por los antiguos gemelos.

–Están como a una hora de distancia –dijo la máquina que flotaba a su izquierda. La máquina parecía una maleta destartalada de metal. Se movió un poco en el aire, rotó y se ladeó como si mirara desde abajo a la mujer sentada–. Y además –continuó–, tampoco vas a ver mucho con esa pieza de museo.

La mujer volvió a dejar el vaso en la mesa y bajó los prismáticos.

–Eran de mi padre –dijo.

–No me digas. –El dron emitió un sonido que podría haber pasado por un suspiro.

A un par de metros de la mujer, una pantalla cobró vida con un parpadeo y llenó la mitad de su campo de visión. Mostraba, desde un punto a unos cien metros por encima y delante de la vanguardia, un ejército de hombres (algunos a caballo, la mayor parte a pie) que marchaba por otra sección de la autopista del desierto, todos levantando un polvo que se iba acumulando en el aire y se alejaba poco a poco hacia el sudeste. El sol se reflejaba en los filos de las lanzas y picas alzadas. Sobre ellos ondeaban estandartes, banderas y gallardetes. El ejército llenaba la carretera a lo largo de un par de kilómetros por detrás de los hombres montados que iban en cabeza. Cerraban la marcha carretas de equipaje, carros cerrados y abiertos, catapultas y trabuquetes con ruedas y una amplia variedad de pesadas máquinas de asedio de madera, todas arrastradas por animales de color oscuro y aspecto poderoso cuyos lomos sudorosos se alzaban por encima de los hombres que caminaban a su lado.

La mujer chasqueó la lengua.

–Quita eso.

–Sí, señora –dijo la máquina. La pantalla se desvaneció.

La mujer volvió a mirar por los prismáticos y en esa ocasión utilizó ambas manos.

–Ya veo el polvo que levantan –anunció–. Y otro par que ha salido en misión de reconocimiento, creo.

–Asombroso –dijo el dron.

La mujer dejó los gemelos en la mesa, se bajó el ala del sombrero hasta los ojos y se acomodó en la silla plegable, se cruzó de brazos y estiró las botas cruzadas por los tobillos.

–Me voy a echar una siestecita –le dijo al dron desde debajo del sombrero–. Despiértame cuando llegue la hora.

–Eso, tú ponte cómoda –le dijo el dron.


Mmm.

Turminder Xuss (dron de ataque) observó a la mujer, Djan Seriy Anaplian, durante unos minutos, vigiló su respiración, cada vez más lenta, y su estado muscular, que también se iba relajando poco a poco, hasta que se convenció de que estaba dormida de verdad.

–Dulces sueños, princesa –dijo en voz baja. El dron revisó sus palabras de inmediato, pero fue totalmente incapaz de determinar si un observador imparcial habría podido detectar algún rastro de sarcasmo en ellas.

La máquina comprobó la media docena de misiles de reconocimiento y misiles cuchillo secundarios que había desplegado poco antes y utilizó los sensores de las armas para vigilar el avance del todavía lejano ejército que se iba acercando poco a poco, observó también las patrullas pequeñas y los individuos que había enviado el ejército por delante en misión de reconocimiento.

El dron observó durante un rato los movimientos del ejército. Desde cierta perspectiva parecía un único y gran organismo que se iba abriendo camino centímetro a centímetro, como una amenaza por el desierto leonado; algo segmentado, vacilante (había partes que se detenían sin razón aparente durante largos minutos antes de ponerse en marcha otra vez, de modo que parecía arrastrarse en lugar de fluir en masa) pero decidido, resuelto sin duda a avanzar a cualquier precio. Y todos de camino a la guerra, pensó el dron con amargura, dispuestos a conquistar, quemar, saquear, violar y asolar. Con qué hosca diligencia se dedicaban los humanos a la destrucción.

Una media hora más tarde, cuando la cabeza del ejército comenzaba a vislumbrarse entre la calima de la autopista del desierto, a un par de kilómetros al oeste, un único explorador a caballo llegó por la cima de la cresta, directamente hacia donde el dron vigilaba y la mujer dormía. El hombre no parecía haberse percatado del campo de camuflaje que rodeaba su pequeño campamento, pero a menos que cambiase de rumbo iba a darse de cabeza con ellos.

El dron emitió un pequeño chasquido, muy parecido al que había hecho la mujer poco antes, y le dijo al misil cuchillo más cercano que asustara a la montura. La forma, fina como un lápiz, se lanzó como una flecha, totalmente invisible, y pinchó a la bestia en un flanco, de modo que el animal chilló y se sacudió hasta que estuvo a punto de tirar a su jinete, después se desvió por la pequeña cuesta de la cresta que llevaba a la carretera.

El explorador gritó y maldijo a su animal, tiró de las riendas e hizo girar el amplio morro de su montura hacia la cresta, a cierta distancia de la mujer y el dron. Después se alejaron galopando y dejaron un fino rastro de polvo flotando en el aire casi inmóvil.

Djan Seriy Anaplian se removió, se incorporó un poco y miró desde debajo del sombrero.

–¿Qué ha sido eso? –preguntó adormilada.

–Nada. Vuelve a dormir.


Hmm.
–La mujer se relajó otra vez y un minuto después roncaba casi sin ruido.

El dron la despertó cuando ya tenían prácticamente encima la cabeza del ejército. La máquina señaló con un gesto el cuerpo de hombres y animales que tenían a un kilómetro de distancia mientras Anaplian seguía bostezando y estirándose.

–Ya tenemos a los chicos aquí –le dijo la máquina.

–Sí, señor, aquí están. –Anaplian levantó los prismáticos y enfocó el frente del ejército, donde un grupo de hombres cabalgaba a lomos de unos animales especialmente altos, enjaezados con brillantes colores. Esos hombres lucían yelmos con altos penachos y sus bruñidas armaduras resplandecían bajo el sol brillante–. Están como para un desfile –dijo Anaplian–. Es como si esperaran tropezarse por aquí con alguien al que tuvieran que impresionar.

–¿Con Dios? –sugirió el dron.

La mujer se quedó callada un momento.


Hmm
–dijo al fin. Dejó los gemelos y miró al dron–. ¿Vamos?

–Cuando tú quieras.

Anaplian volvió a mirar al ejército y respiró hondo.

–Muy bien. Allá vamos.

El dron hizo un pequeño movimiento y se hundió como si asintiera. Después se abrió una pequeña escotilla en su costado. Un cilindro de unos cuatro centímetros de ancho y veinticinco de largo, con la forma de una especie de cuchillo cónico, rodó lentamente por el aire y luego salió disparado sin apenas alejarse del suelo y acelerando a toda velocidad hacia la parte posterior de la columna de hombres, animales y máquinas. Dejó un rastro de polvo por un momento antes de ajustar la altitud. Anaplian perdió de vista la forma camuflada casi de inmediato.

El aura del dron, invisible hasta ese momento, brilló con un tono rosado durante un segundo o dos.

–Esto –dijo– debería ser divertido.

La mujer lo miró, no muy convencida.

–No va a haber ningún error esta vez, ¿verdad?

–Desde luego que no –dijo la máquina con tono seco–. ¿Quieres verlo? –le preguntó–. Me refiero a verlo bien, no a través de esos antiguos gemelos de opereta.

Anaplian miró a la máquina con los ojos entrecerrados antes de contestar sin prisas.

–Está bien.

La pantalla cobró vida con un parpadeo, pero esa vez a un lado para que Anaplian todavía pudiera ver a simple vista al lejano ejército. La perspectiva de la pantalla se situó a cierta distancia detrás de la gran columna y mucho más baja que antes. Un rastro de polvo cruzó la pantalla.

–Es la cámara del misil de reconocimiento que los sigue –dijo Turminder Xuss. Al lado de la primera apareció otra pantalla–. Esta es del misil cuchillo en sí. –La cámara del misil cuchillo registró la maquinita que pasaba a toda velocidad junto al ejército en un borrón de hombres, uniformes y armas y después mostró las formas altas de las carretas y las máquinas de guerra y asedio antes de hacer un giro brusco tras pasar la cola del ejército. El veloz misil se inclinó y tomó posiciones a un kilómetro de la retaguardia del ejército y más o menos a un metro de la carretera. Había aminorado la velocidad, que había pasado de casi supersónica a algo parecido a la de un pájaro muy rápido. Se acercaba a toda prisa a la parte posterior de la columna.

BOOK: Materia
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