Medstar II: Curandera Jedi (19 page)

Read Medstar II: Curandera Jedi Online

Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
3.61Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Cuánto sabes sobre la Fuerza? Él pareció sorprendido.

—Casi nada —dijo él—. Los pocos jedi que he conocido no me hablaron de ello. A ver, conozco las teorías médicas que dicen que los midiclorianos son los orgánulos que generan esa conexión de alguna forma y demás, y he oído las típicas leyendas sobre el tema, pero sobre su funcionamiento real, y lo que es realmente...

Se encogió de hombros. Ella asintió.

—Lo cierto es que la Fuerza es la que crea los midiclorianos, como si fueran sus conductos a nuestro interior, y no al revés. Y son isomórficos en todo planeta con vida. La Fuerza, al parecer, está en toda la galaxia, y quizá en todo el universo.

"Pero, aparte de eso, la verdad es que los jedi tampoco saben realmente cómo funciona ni lo que es. Sabemos cómo establecer una conexión con ella, cómo canalizarla, pero en muchos sentidos somos como .seres primitivos a orillas de un caudaloso río. Podemos meter las manos, e incluso adentrarnos un poco e intentar nadar, pero no sabemos de dónde procede. Sólo sabemos que existe, y que está conectada con la vida y la consciencia más profundamente que a nivel atómico.

Él asintió lentamente, esperando a que ella continuara.

Ella se daba cuenta de que le estaba enseñando como si fuera un niño de nueve años, pero él parecía interesado, y además era una forma de abordar su problema, aunque no llegara tan lejos.

—Una parte del entrenamiento para ser Jedi consiste en aprender a conectarse mejor con la Fuerza. Los Maestros jedi son los que mejor lo hacen: combinando su sabiduría y su experiencia son capaces de hacer cosas que a los padawan, por no mencionar a los seres ajenos a la Fuerza, nos parecen milagrosas. Aumenta nuestra fuerza, oxigena nuestros tejidos, reduce el tiempo de reacción. En cierta ocasión, en el parque de Coruscant, vi al Maestro Yoda levantando con apenas un leve gesto de la mano una roca tan grande como un carro eléctrico tamaño familiar. Los resultados pueden ser increíbles y maravillosos.

—Pero no todo es tan bueno, ¿verdad? —dijo él—. Ya hemos hablado de eso antes.

Joven pero agudo el tal Uli.

—No todo es tan bueno. El Conde Dooku fue un Jedi que se entrego al Lado Oscuro de la Fuerza. Desde el principio de los tiempos ha sido seres que han sentido esa tentación y que han cedido al deseo de poder. Hace cuatro mil años, Exar Kun, un Señor Sith, consiguió destruir un sistema estelar entero por su mala utilización de la fuerza. Hay que estar constantemente alerta a la tentación y protegerse de ella.

—Pero tú no eres el tipo de persona que haría eso —dijo mi—. Quiero decir... Yo creo que eso le pasaría a alguien que, aun sabiendo que hace algo malo, lo hace de todas formas ...

—Qué va —dijo Barriss—. Ésa es la parte complicada. Los que abrazan el Lado Oscuro no se consideran malvados. Creen estar haciendo lo que tienen que hacer, y por las razones correctas. El Lado Oscuro controla su manera de pensar, y ellos acaban creyendo que el fin justifica los medios, por terribles que éstos sean.

Uli se miró las uñas.

—Esto... ¿No estarás considerando la posibilidad de pasarte al Lado Oscuro?

Hace un año, un mes o incluso una semana, ella se habría reído ante semejante pregunta. Pero en ese momento se limitó a negar con la cabeza. — Espero que no, pero no es un camino con un cartel que diga: "Por aquí, monstruos". Es más como una cuesta muy inclinada y resbaladiza, en la que un paso en falso te precipita a una caída que no puedes detener.

Hubo otra pausa, entonces Uli dijo:

—Los Jedi tenéis un código moral, ¿verdad? ¿Se os enseña la diferencia entre el bien y el mal?

—Sí, claro.

—Por mi experiencia sé que uno suele conocer la diferencia entre el bien y el mal. Algunas veces te mientes a ti mismo y te dices que no, por lo que optas por comerte ese helado lleno de calorías que deberías evitar, pero en el fondo sabes que no deberías hacerlo. Creo que tienes que confiar esa parte a tu propio criterio, en lo referente a las cosas importantes.

—Sí, por supuesto. Pero con las cosas grandes tienes que estar realmente seguro —dijo Barriss—. Recrearte en un postre delicioso no es exactamente lo peor en la lista de actos malignos a escala galáctica.

—Eso depende del postre —dijo él, sonriendo. Se oyó un leve pitido, y él miró su crono—. Vaya, mira la hora que es. Mi turno empieza en unos minutos. Te veo luego, Barriss.

—Sí —dijo ella. Uli se despidió con un gesto de la mano y se dirigió de vuelta a la base.

Cuando se fue, ella pensó en la conversación. No le había hablado de su problema personal, ni lo había intentado, pero el diálogo con mi le había ayudado a centrar sus pensamientos un poco. Barriss consideró la posibilidad ele regresar a su tienda para explorar más profundamente aquellos pensamientos, pero decidió que, por muy vaga y estúpida que se sintiera, necesitaba repasar sus ejercicios de sable laser. Habia ocasiones en los que solo tenia que esforzarse un poco mas, por muchas ganas que tuviera de abandonar.

Pero la gran pregunta seguía ahí. ¿Coger mas bota era bueno o mala idea? ¿Le llevaría ese camino a nadar en el rio caudaloso que era la fuerza, o le llevaría al pantano estancado de arenas movedizas que era el Lado Oscuro? No podía saberlo.

Lo cierto es que no creía que nadie pudiera decírselo. Por lo que ella sabía, ningún ]edi se había enfrentado antes a esa elección concreta. Cualquier ayuda, procediera de su Maestra o de otros, sería puramente teórica. "Hazlo o no lo hagas", diría el Maestro Yoda.

Tenía la sensación, ligera pero insistente, de que sólo ella podía tomar esa decisión. Incluso la opción de esperar y decidir más adelante podría precipitarla en la dirección equivocada.

Volvió a encender el sable láser. Déjalo por ahora. Baila la coreografía que tan bien conoces. El dilema seguirá ahí cuando termines.

Por desgracia...

~

Kaird se sentía mucho mejor ahora que tenía un plan de acción en marcha. Con un disfraz nuevo y diferente, el de un humano corpulento, se reunió con sus agentes.

Se sentaron juntos en el abarrotado comedor durante el almuerzo. Era ruidoso y pestilente, ya que contenía gran cantidad de especies comiendo todo tipo de cosas. Nadie prestó atención a Kaird, Thula y Squa Tront.

Algunas veces, el mejor sitio para esconderse era en medio de la multitud. Firmemente protegido de la telepatía con su escudo mental, Kaird explicó sus intenciones, tranquilamente y sin rodeos.

Tal y como esperaba, Thula y Squa Tront tenían sus reservas.

—Esto acabará con la operación —dijo Thula. Mordisqueó una costilla verde azulada vegetariana y puso una mueca al percibir el sabor—. Puag. Menudo desperdicio de una buena carne. El cocinero debería cocerse a sí mismo en su propio puchero.

—Eso es exactamente lo que le habría pasado si su cocina no le hubiera gustado al tetrarca de Anarak Cuatro —dijo Squa Tront—. Pero no está sometido a repercusiones tan drásticas aquí como en su planeta natal. —Mejor para él—dijo Thula, apartando su plato.

Kaird se lanzó a la negociación.

—Que la operación acabe aquí es algo que se me ha pasado por la cabeza —dijo en respuesta a Squa—. Hemos decidido que cortar una arteria para llenar nuestro cubo es mejor que recoger unas pocas gotas de vez en cuando. Con la guerra nunca se sabe. Alguien, en un bando o en el otro, podría ponerse tonto y borrar este planeta del mapa, y entonces no nos llevariamos ningún beneficio.

Aquello era técnicamente cierto, aunque no tuviera nada que ver con sus razones. El "nos" en esa frase era mas bien un "yo", ya que Sol Negro no sabía nada de su plan.

—Cierto –respondio el umbarano—, pero, si las cosas siguen como están, con el gota a gota sacarias mas a largo plazo.

—¿Te vas a comer eso?— pregunto Thula a Kaird.

Kaird miró los montoncillos viscosos de color marrón, verde y blanco que había en su plato. No tenía ni idea de lo que le habían servido al ver su disfraz, algo de cocina humana ... En su opinión, olía como una recicladora estropeada en un bar espacial abarrotado.

— Todo tuyo —le dijo, acercándole el plato. Se giró hacia Squa—. A largo plazo, todos seremos polvo estelar —dijo—. Mi trabajo es dar a Sol Negro lo que quiere, y el vuestro es darme lo que yo quiero. ¿Hay algún problema?

Thula y Squa Tront se echaron un rápido vistazo y luego le miraron a él. Negaron con la cabeza. —No —dijeron al unísono.

La máscara humana de Kaird sonrió.

—Bien. Vais a obtener tantos beneficios que merecerá la pena si os descubren y van a por vosotros.

Ellos volvieron a mirarse.

—Pues lo cierto es que —dijo Squa— vamos a necesitar largarnos de aquí antes de que alguien se dé cuenta de que falta mercancía. Después de todo, estamos entre las primeras personas a las que buscarán en ese caso. Supongo que tendrás una vía de escape del planeta.

—Lo siento. Tendréis que apañároslas solos —dijo Kaird.

La carne falsa que llevaba encima picaba. ¡Se estaba cociendo dentro de aquel disfraz! Lo llevaba porque tenía un sistema de filtración que impedía que aquellas irritantes feromonas falle en le afectaran. Al menos eso funcionaba, pero el fino sistema de tubos de intercambio de calor y las cavidades del material no. Siempre había algo en aquellos elaborados disfraces que causaba problemas. La túnica de Silencioso era lo mejor que había probado hasta el momento.

Thula tragó saliva antes de hablar.

—En ese caso, habrá que coordinarlo todo muy bien. Tendremos que marcharnos en algún transporte civil al menos un par de días antes de que la verdad salga a la luz, o colarnos en una nave militar y estar en alguna estación nexus cuando las cosas se pongan complicadas por aquí.

—Vosotros no acabáis de salir del huevo —dijo Kaird—. Ya os inventaréis algo.

—Los créditos son lo que realmente importa —dijo Squa—. Veo algún soborno que otro en nuestro futuro próximo.

—Así es. Y tendrás créditos suficientes como para sepultar un estadio lleno de políticos.

El umbnrano asintió.

—¿Cuando y cuanto?

—Necesitare cincuenta o sesenta kilos, en carbonita, y dentro de una semana. Algo camuflado como un baúl grande de efectos personales, con un asa.

Thula le miro.

—Estamos hablando de otro veinte kilos mas por la cubierta de carbonita ¿Podrias levantar setenta u ochenta kilos sin romperte algo?

—Soy más fuerte de lo que parece —dijo Kaird—. Y se le pueden poner ruedas o un pequeño retropropulsor.

Thula miró a su compañero, que asintió.

—Vale —dijo ella—. Necesitaremos una ventaja de dos días antes del momento en que calcules que vaya a saltar la alarma.

—Hecho. Tenéis cinco días para arreglarlo. Eso os deja dos días para buscar una forma de evacuación antes de que yo me vaya —sacó un cubo de créditos del bolsillo y se lo pasó al umbarano por encima de la mesa. Squa sonrió al verlo. Thula lo cogió.

— Thula se encarga de manejar el dinero —dijo Squa—. Yo soy un contable terrible.

—Vaya —dijo la falleen, mirando la proyección de los contenidos del cubo dentro de las palmas de sus manos—. Sol Negro está siendo más que generoso.

Los hombros humanos de Kaird se encogieron.

—Compartir la riqueza es bueno para el negocio. Todo el mundo queda contento.

Los tres se sonrieron entre sí. Qué cantidad de muecas, pensó Kaird. Los humanoides siempre están enseñándose los dientes y fingiendo que es un gesto amistoso.

~

Kaird salió del comedor y se acercó a un aseo con cerrojo interior. Entró como un humano gordo y, tras disolver la carne artificial en el compactar ultrasónico, algo para lo que estaba diseñada la máquina, salió vestido de Silencioso. Había una gran cantidad de aquel producto en el lugar donde lo había conseguido.

No le preocupaban la falle en y el umbarano. Los pequeños delincuentes, los ladrones y los artistas de la estafa eran de lo más pragmático. El nediji de Sol Negro quiere algo y está dispuesto a pagar bien por ello. Ningún problema, jefe. ¿Cuántos, de qué tamaño y cómo de pronto?

Pero la siguiente parte iba a ser un poco más difícil. Para aquello, Kaird necesitaba seleccionar una nave que tuviera la rapidez y el alcance suficientes como para escapar con la mercancía robada. No necesitaba tener una capacidad enorme porque, como mucho, huiría con cincuenta o sesenta kilos de bota. Ni siquiera dentro de un bloque de carbonita sería tan grande como para no poder colocarla en el asiento del copiloto y ponerle el cinturón en caso necesario. Por supuesto, también podía instalar un retropropulsor a un bloque de una o dos toneladas métricas y moverlo con la facilidad con la que se empuja una pelota, pero una cosa tan grande probablemente llamaría más la atención, y la discreción era parte importante de su plan. Ni siquiera la nave mas rápida que encontrase podría escapar de un rayo de cañon de partículas de alta densidad, y quería estar lejos del alcance del arsenal de tierra, y mas alla de las naves en orbita, antes de que a alguien le diera por disparar.

La codicia había provocado la caída de muchos ladrones, y Kaird no tenía intención de ser uno de ellos. Cincuenta kilos de bota a razón de miles de créditos el gramo, almacenados en las seguras bodegas de Sol Negro en Coruscant, valían mucho más que una tonelada de lo mismo reducida a tamaño atómico por algún artillero con puntería de la República, por no mencionar a la nave y al piloto que desaparecerían a la vez. Kaird era uno de los mejores agentes de Sol Negro, un asesino que había eliminado cantidades ingentes de los enemigos de la organización sin ser arrestado ni convertirse en sospechoso ni una sola vez, y había sido posible al no ser víctima de la codicia ni de la estupidez. Debía adoptar un plan. Luego trazar un plan secundario. Y luego un plan secundario para ese plan secundario. Él ya tenía una nave en mente, y, de conseguirla, sería el transporte perfecto. Comenzaría a tantear esa posibilidad en cuanto pudiera. Para ello tendría que subir a la MedStar, pero el estado de alerta se había relajado bastante y no tendría problemas para traspasar el control aéreo como miembro de una orden religiosa.

Y después de eso sería coser y cantar. Ya casi podía oler el aire fresco y limpio de la aguilera...

23

J
os quería freír a I-Cinco a preguntas sobre su memoria totalmente restaurada, pero, por desgracia, parecía que aquel día iba a ser otra larga jornada de parcheo de soldados. No hubo nada especialmente difícil o complicado en lo referente a los procedimientos. La mayoría tenían que ver con extraer metralla, como llevaban haciendo los médicos de guerra en los frentes de batalla desde hacía unos cuantos milenios. Los separatistas eran conscientes de una de las peores cosas de la guerra: si se mata a un soldado, lo único que causas al enemigo es el coste de su reciclado. Pero si se le incapacita, se afecta al aprovisionamiento y al personal del otro lado del frente.

Other books

Gambler by S.J. Bryant
A Silly Millimeter by Steve Bellinger
These Shallow Graves by Jennifer Donnelly
Man Up Party Boy by Danielle Sibarium
The Last Promise by Richard Paul Evans
A Death in Canaan by Barthel, Joan;
How I Met My Countess by Elizabeth Boyle
The Wisdom of the Radish by Lynda Browning
The Wedding Caper by Janice Thompson