Medstar II: Curandera Jedi (5 page)

Read Medstar II: Curandera Jedi Online

Authors: Steve Perry Michael Reaves

BOOK: Medstar II: Curandera Jedi
4.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Pero creo que lo hice bastante bien, teniendo en cuenta la situación dijo Uli con voz hueca—. Detuve el dolor. Por supuesto, padecerá diskinesia grave y ataraxia motora por el resto de sus días ...

Jos sonrió amargamente, en un gesto comprensivo. Estuvieron un rato callados, — Ya me he enterado de lo del doctor Yant —dijo Uli—. Lo siento, Jos.

Ya entiendo por qué no te apetecía cargar con un compañero nuevo.

—A veces me gustaría verme las caras con quien comenzó esta asquerosa guerra y hacerle una neumonectomía con mis propias manos. —¿En serio?

—Pues sí, para empezar.

Uli se rió. Miró a jos, y éste sonrió al cabo de un momento. Luego, de pronto, los dos empezaron a reírse a carcajada limpia, y no tanto porque se sintieran alegres, sino de pura rabia, por el sentimiento de pérdida, por la frustración ...

Al cabo de un minuto, se calmaron un poco. Ya no reía ninguno.

—Sé cómo te sientes —dijo Uli secándose los ojos—. Hace unos años yo perdí a una buena amiga en Mos Espa, en Tatooine. Dos cazarrecompensas se estaban peleando y ella se vio de repente en medio del fuego cruzado —dudó un momento—. No lo superas nunca, ¿verdad?

—No —dijo Jos—. No lo superas, pero aprendes a soportarlo.

—No puedo hacer nada al respecto —dijo Uli, —Así es. Y tienes que entender que no puedes. Culparte porque no pudiste salvar a tu amiga, o porque no puedes detener esta guerra, es malgastar tu esfuerzo y tu energía. No es culpa tuya, Uli. Nada de esto es culpa tuya.

Jos hizo una pausa, dándose cuenta de que hablaba más para sí mismo que para el chico. Negó otra vez con la cabeza. Era fácil de decir. Pero muy dificil de creer.

Pero quizá, sólo quizá, el tiempo lo hiciera más fácil de soportar.

~

Kaird se sentía inquieto. Las vestiduras que le hacían pasar por Silencioso habían sido incompatibles con aquellas condiciones climáticas, pero el nuevo disfraz era aún peor, ya que ahora debía llevar una fleximás-11M. Pero todas aquellas precauciones eran necesarias. Una de las razones por las que era tan buen agente de Sol Negro, pese a ser alguien que solía destacar en la multitud, era por su habilidad a la hora de camuflarse. Durante sus años de servicio había ocultado sus rasgos distintivos y su Silueta tras varias identidades distintas, y siempre con un éxito notable. En cierta ocasion hasta se disfrazó de hutt, empleando una estructura plastoide de piel y rostro de sintocarne. Por el Huevo Sagrado, eso sí que había sido fuerte. Al lado de eso, la máscara y la túnica de kubaz no eran nada del otro mundo.

Sus propios rasgos limitaban la elección de las especies de las que podía disfrazarse, pero el tabique truncado de una nariz de kubaz ocultaba bastante bien su propia boca en forma de pico, y las gafas que llevaban estos insectívoros para protegerse del exceso de luz solar cubrían sus ojos violeta. Nadie reparó en él en el espaciopuerto. Había kubaz por toda la galaxia.

Kaird esperaba a que aterrizase el último transporte. Junto con los suministros llegaba un equipo de hombres que le habían recomendado encarecidamente. Uno era un umbaran, la otra una falleen. Según Lente, no eran unos chapuzas cualquiera, sino unos maestros de la sutileza y del talento. Eran oportunistas, artistas del timo que se ganaban la vida de planeta en planeta, recorriendo las autopistas espaciales a base de estafas. Según le había contado Lente, eran como la mayoría de los rateros y tenían períodos de solvencia, e incluso de riqueza, seguidos por otros de desesperación. En ese momento atravesaban uno de los últimos.

Lo que significaba que podían resultar útiles para Kaird.

El transporte descendió sobre rayos retropropulsores atravesando las nubes de esporas de color carmesí y cobre, y fue admitido por el campo interruptor de la cúpula para posarse en la plataforma. Los androides y los montacargas binarios empezaron a sacar la mercancía del transporte. Kaird observaba el proceso. Sólo había unos pocos pasajeros en aquel viaje: un kaminoano que llegaba para realizar algún tipo de inspección biológica, y un trío de oficiales humanos para discutir con el coronel Vaetes la cuota de envíos de bota. Unos androides y sus dos empleados potenciales completaban la lista.

Sus dos contactos fueron los últimos en desembarcar, seguidos por un androide "cabezarroja" RC-101 que les llevaba el equipaje. Ninguno parecía molesto por el aire caliente y húmedo, aunque las esporas eran aquel día especialmente desagradables. Kaird les observó cuidadosamente. Eran tan distintos como podían serlo dos humanoides basados en el carbono tan diferentes que resultaba casi ridículo. El umbarano era bajito, de quizá un metro veinte, calvo y pálido. Por su parte, la falleen le sacaba más de una cabeza y llevaba el pelo recogido en una coleta alta. Caminaba altiva, como una guerrera. No llevaba armas, pero el movimiento fluido de sus músculos bajo el ajustado mono de sintotela dejó claro a Kaird que era peligrosa incluso desarmada.

El umbarano, en cambio, daba la impresión de que un fuerte viento lo levantaría por encima de los popárboles, un efecto que se acentuaba por la voluminosa túnica que le tapaba del cuello a los pies. Kaird había investigado sobre ambas especies y sabía que la prenda en cuestión se llamaba hábito de sombra. La mayoría de las especies de humanoides la veían de color Blanco, como la piel del umbarano, pero los demás umbaranos no, ya que su gama de visión estaba en la onda ultravioleta, por debajo de los trescientos nanometros, Pero Kaird no la veía así, Los depredadores alados que fueron sus antepasados habían tenido acceso a una paleta visual de colores más amplia que la escasa gama de radiación disponible para la mayoría de los ojos, Al cabo de cientos de miles de generaciones, el ojo nediji podía seguir viendo ambos extremos del espectro visible, Para él, la túnica era un torbellino de colores puros que pocos idiomas aparte del suyo tenían nombre: berl, crynor, nusp, onsible... Era realmente bella, A medida que el umbarano caminaba, los dibujos de la tela parecían arremolinarse en sombras y matices insospechados, en un juego constante y caleidoscópico de luces y sombras, Una prenda magnífica, pensó Kaird. Conocía a gobernantes de planetas que se habrían contentado con prendas mucho peores que aquélla, Dio un paso adelante para saludarles, con el chip de vocoder de su máscara imitando el áspero acento kubindi.

—Hunandin, del clan apiida, a su servicio, Nuestro mutuo amigo me pidió que les diera la bienvenida a Drongar, —El amigo "mutuo" era, por supuesto, el espía llamado Lente—, ¿En qué puedo ayudarles?

Los dos le miraron, Kaird sintió una atracción definida por la falleen: ¿nostalgia?, ¿carisma? Sabía qué provocaba aquello, Esos reptiloides emitían un tipo de feromonas con una amplia base química que podía influir sutilmente, o no tanto, en muchos seres, Se preguntó si ella no estaría liberando las fe romanas a propósito o como acto reflejo, Daba igual, mientras fuera consciente de lo que estaba pasando, su mente contaría con la disciplina suficiente para soportarlo, Luego se quedó atónito al oír hablar al umbarano. —Vuela libre, vuela recto —dijo—, Hermano del Aire, ¡La Bendición del Nido, con la inflexión laringítica adecuada! ¿Cómo? ¿Cómo podía conocerla? Su disfraz era lo bastante bueno como para engañar a cualquiera en el campamento, incluso a otros kubaz, No había forma de que .. , Un momento, Recordó otra cosa de los umbaranos: al parecer tenían habilidades paramentales que les permitían ver e incluso influir en los pensamientos de los demás. Genial. Otro manipulador mental más en el Uquemer-7 . Es un milagro que no nos explote a todos la cabeza.

Era evidente que él no era el único que había hecho los deberes, Había pocos no nediji que conocieran el lenguaje de la Bandada, Lente lo conocía, y ahora estos dos ... Habló en voz baja, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie podía oírles, —.s felicito por vuestra perspicacia, pero os aseguro que nuestro beneficio mutuo dicta que mantengamos la ilusión de... —Por supuesto —dijo la falleen. La voz del umbarano apenas era un susurro, mientras que la de ella era rica y llena de vida—. Tu identidad secreta está a salvo con nosotros, Hunandin. —Hubo un ligero tono de sarcasmo al decir su nombre—. Y disculpa nuestros modales . Todavía no nos hemos presentado. —Ella se enderezó y Kaird se dio cuenta de que era un poco más alta que él—. Me llamo Thula. —Señaló al umbarano—. Éste es mi socio, Squa Tront.

—Encantado —susurró secamente el umbarano—. ¿Hay algún lugar de este maldito planeta en el que uno pueda tomarse una copa?

Kaird sonrió dentro de su máscara.

—Claro. Venid conmigo. Tenemos mucho de lo que hablar.

6

A
unos doce metros detrás de la tienda de Barriss había un pequeño claro rodeado por espesos matorrales de un profundo verdor llamados graznadores por el extraño sonido que emitían las hojas al ser agitadas por la brisa. La densa vegetación era el doble de alta que ella, y era allí donde Barriss practicaba las diferentes técnicas de combate con sable láser. No era un entrenamiento que un jedi soliera hacer en público, pero aquel sitio era lo más privado que había podido encontrar. La única forma de que alguien la viera era pasando por el extremo abierto del pequeño claro. Y dado que el pantano se hallaba a unos doce metros de allí, era poco probable que alguien eligiera aquel lugar para dar un paseo, por el bien de su salud.

El calor caía sobre el pequeño espacio abierto como una manta mojada.

Sudaba sin parar bajo la túnica marrón amplia que llevaba, y el sudor le empapaba el pelo y la piel, evaporándose apenas por culpa de la elevada humedad. Era desagradable, pero debía sobrellevarlo si quería vivir en Drongar, Se había acostumbrado a llevar en todo momento un hidroequipo encima. Si no lo hacía, se arriesgaba a deshidratarse.

Como había hecho antes en incontables ocasiones, Barriss repasó los ejercicios básicos de brazos y hombros, cortando y sajando el fétido aire tropical en movimientos sencillos, dobles y triples, cambiándose el arma de mano. Realizaba, principalmente, movimientos marciales de la Forma III, uno de los siete sistemas de lucha que los Jedi habían desarrollado a lo largo del tiempo. Era la forma preferida de la Maestra Unduli, pero había detractores que la tachaban de ser una disciplina demasiado defensiva. Aunque era cierto que inicialmente se había desarrollado en respuesta a los disparos de láser y de otros proyectiles, con el paso de los siglos se había convertido en mucho más.

—De las siete formas —le había dicho su Maestra—, la forma III, con su énfasis en prever y bloquear los disparos de energía a la velocidad de la luz requiere una conexión superior con la Fuerza. El camino es largo, pero el viaje merece la pena, porque un verdadero Maestro de la Forma III es invencible.

El zumbido del sable láser era un ronroneo reconfortante, y el afilado rayo de energía le resultaba tan familiar como su propio brazo. No podía recordar una época en la que no manejase el sable láser. De pequeña utilizaba los modelos de práctica de baja potencia, con los que se enfrentaban en duelo los jóvenes padawan. Eran lo bastante potentes como para soltar una buena descarga. Si te daban, lo notabas.

El dolor era un instructor de lo más eficaz.

Al cumplir los dieciséis años, encargó su propia unidad de energía completa, escogiendo el cristal azul para conformar el tono signatura de su rayo. Y lo había llevado desde entonces. Lo conocía con todo detalle, como a sus propios dedos. Parte de su formación consistía en desmontarlo y volverlo a montar usando sólo la Fuerza. Era más que un arma. Era una extensión de su cuerpo, casi una parte orgánica ...

Sonrió al dar un paso adelante, haciendo girar ante sí el sable láser a toda volocidad, creando lo que parecía ser un sólido escudo de luz. Ya vuelves a pensar demasiado. Concéntrate en el momento.

En ese instante sintió una brisa de aire frío, como si alguien hubiera abierto un congelador detrás de ella, de una intensidad impresionante. Pasó enseguida, antes de darse cuenta de lo que era, pero la combinación de su mente a la deriva y la brisa gélida la sobresaltaron. Supo inmediatamente que el sable láser, que ahora se movía por debajo de su cintura y volvía a subir hacia arriba, estaba ... demasiado bajo.

Escuchó más que sintió la punta de la hoja vibrante atravesándole la punta de la bota, hecha de plastitrenzado, un material flexible pero sumamente resistente. Al comprarlas, le ofrecieron una garantía: si se rompían, el fabricante le daría otro par gratis, siempre y cuando el dueño original siguiera vivo. El plastitrenzado podía doblar una hoja de duracero o incluso un vibrocuchillo.

Pero había pocos materiales a prueba de sable láser, y el plastitrenzado, por resistente que fuera, no se contaba entre ellos.

Barriss apagó rápidamente el sable láser. Miró hacia abajo y vio la sangre manando del limpio corte de la punta de su bota.

Se quedó de piedra. No por la herida, sino por el error que había dado pi(: ni occidente. ¿Cuántas veces había repasado aquella forma? ¿Cinco mil, diez mil veces? Era un error de principiante, una equivocación que sería inexcusable en una niña padawan de primer curso.

¿Se lo había imaginado? Era tentador pensar algo así, pero cuando el aire movio las hojas de los arbustos graznadores, ella había oído aquel sonido quejumbroso e inconfundible. La brisa había sido real.

Se colgo el sable láser en el cinto, alzó el pie, y se quitó la bota, poniéndose sin problemas a la pata coja.

El corte era estrecho y no muy profundo, quizá de tres centímetros de largo, y a un par de centímetros por encima del segundo y del tercer dedo del pie, Los bordes epidérmicos estaban quemados, pero el corte seguia sangrando sin parar. Evidentemente, el plastitrenzado había absorbido lo justo de la energía del arma para impedir la completa cauterización de la herida. Barriss se quedó ahí de pie, a la pata coja, mirándose la herida. Negó con la cabeza.

Convocó a la Fuerza, la sintió fluyendo en su interior y se concentró en el corte. No corría peligro de morir desangrada, pero no le apetecía volver a la base para que le curasen la herida dando saltitos y dejando un rastro de sangre.

La circulación fluía a buen ritmo y de repente se detuvo. Podía sentir cómo empezaba a palpitar el dolor. Respiró hondo, le hizo espacio y lo arrinconó. Aplicó mentalmente la Fuerza a la herida. Los bordes parecieron juntarse un poco, pero luego volvieron a abrirse.

—¿Por qué no dejas que le eche un vistazo a eso? —dijo una voz cercana. Ella alzó la vista, sorprendida. Era el teniente Divini, el nuevo cirujano.

Other books

Return to Dark Earth by Anna Hackett
True Grey by Clea Simon
The Pastor's Wife by Reshonda Tate Billingsley
See No Evil by Franklin W. Dixon
English Rider by Bonnie Bryant
Kings and Emperors by Dewey Lambdin
F Paul Wilson - Novel 04 by Deep as the Marrow (v2.1)
The Older Man by Bright, Laurey