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Authors: Fernando San Basilio

Mi gran novela sobre La Vaguada (10 page)

BOOK: Mi gran novela sobre La Vaguada
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Y una gran novela sobre La Vaguada

Yo iba a escribir una gran novela sobre La Vaguada y esa novela iba a recoger mi visión del mundo y en la pequeñez abismática de un centro comercial tendría que caber el universo entero. Esta idea de escribir una gran novela sobre La Vaguada es anterior a muchas otras ideas y a muchas cosas que luego me han ido ocurriendo y es tan antigua que podría decirse que es anterior a mí como idea y como cosa si no fuera porque antes de que yo naciera La Vaguada no existía y antes de que La Vaguada existiera tampoco existía yo. No obstante, a mí me parecía que había un designio superior en la circunstancia de haber nacido el mismo día en que se inauguraba La Vaguada y consideraba en recta lógica que La Vaguada había nacido para que yo lo viera y luego lo explicara en una novela, de igual forma que yo había nacido para escribir esa gran novela sobre La Vaguada. Basta. No hubo primera vez ni momento exacto en que yo me pusiera a mí mismo en el compromiso de escribir una gran novela sobre La Vaguada, sino muchas ocasiones en las que resultó que ya tenía en mente la idea de escribir esa novela, y esa novela idealizada y en continuo movimiento fue siempre una gran compañía para mí.
La primera persona a la que le hablé acerca de mi gran novela sobre La Vaguada fue mi amigo Elmar, que era medio alemán y medio suizo y trabajaba conmigo haciendo encuestas y nunca había estado en La Vaguada. Cuando la gente me decía que nunca había estado en La Vaguada, yo nunca me lo terminaba de creer pero con Elmar fue diferente porque Elmar era extranjero y no tenía ninguna razón para mentir y además Elmar vivía en su pequeño gran mundo del distrito Centro y todo lo que había al otro lado de los bulevares no existía.Yo vivía en la calle Ibiza, donde nunca pasaba nada. Antes de vivir en la calle Ibiza y de hacer encuestas vivía en la calle Ginzo de Limia y estudiaba Geografía e Historia y, antes, estudiaba Económicas. ¿Económicas? Me gustaba mucho, en primero, cuando una profesora, que se llamaba Cristina y tenía mucho pecho, movía los brazos y hablaba de la mano invisible de Adam Smith pero todo lo demás me aburría y me parecía que mis compañeros —con la excepción de un muchacho pelirrojo que estaba lleno de ideas y luego se metió a empresario— eran gente sin ningún interés —todo el día lamentándose de lo caras que eran las copas en los bares de copas de Alonso Martínez y de lo difíciles
que eran los exámenes— y me parecía que su mundo era pequeño y ridículo, así que me sujetaba la frente con las manos —aquello no era lo mío, mi vida no tenía sentido— y para combatir este desasosiego merodeaba por la universidad y me perdía en las cafeterías y bebía en ayunas porque entendía que había llegado el momento de hacer cosas insólitas. La libertad, esa cosa. Redondeaba la pradera de la universidad y miraba los grupos de estudiantes, algunas parejas que se manoseaban en la hierba. Había grupos, parejas, carreras y estudiantes y los estudiantes de Letras eran unos chicos y unas chicas extravagantes con los párpados hinchados que leían la
Revista de Occidente
—y también la revista
Rockdelux
—, fumaban de manera obsesiva y hablaban de sus profesores singulares y se apartaban el flequillo con una mano perezosa, así que al año siguiente me matriculé en Geografía e Historia, donde todo iba a ser vivo y alegre y donde hice una serie de amigos y las noches de los sábados íbamos a ciertos bares de San Vicente Ferrer —en realidad eran casi cafés— y jugábamos a las cartas, fumábamos estupefacientes y nos apartábamos el flequillo con el dorso de la mano. Yo no estaba de acuerdo con eso,
yo pensaba que por la noche lo que había que hacer era meterse en los bares y beber toda la cerveza del mundo, formar mucho barullo y hacer muchos chistes. De modo que todo aquello no servía para nada: estudiar me seguía pareciendo un aburrimiento, el acto mismo de estudiar pero sobre todo el hecho existencial de ser estudiante. Naturalmente, esto es lo que yo pensaba entonces, cuando era estudiante y quería vivir y vivir la vida viva y veloz de la gente que trabaja y hace cosas y luego instalarme en un piso desordenado, siempre lleno de chicas descalzas, y lo que hice fue empezar a hacer encuestas y a cobrarlas en lotes de a diez, hasta que encontré la manera de cobrar sin tener que hacer las encuestas, quiero decir que me las inventaba, y luego alquilé una habitación en una casa donde había una chica y a veces otras chicas más, y muchas veces descalzas, pero había el problema de que estábamos en la calle Ibiza y etcétera.

Elmar nunca había estado en La Vaguada pero tenía mucha curiosidad por las cosas y una vez fuimos juntos hasta allí, y luego cruzamos Monforte de Lemos y yo le enseñé la tienda de mi padre y otra vez volvimos a meternos en La Vaguada e hicimos muchas observaciones en las que de forma más o menos explícita veníamos a decir que toda aquella cosmogonía de la gente de los barrios del norte era una idiotez y un error, lo cual fue divertido. Elmar nunca quiso que yo le enseñara nada de lo que había escrito acerca de La Vaguada y esto me despertaba sentimientos encontrados porque no sabía si era discreción o desinterés por su parte y cuando después de los años Elmar se marchó a Berlín —de repente, todo el mundo se iba a Berlín— además de una tímida sensación de abandono, en mi cabeza se instaló la idea de que nuestra amistad había sido incompleta. Además de un alto sentido del estilo —nunca se dejó crecer la barba, nunca se ahuecó el flequillo— Elmar tenía mucho talento y era un gran entrevistador y todos le hacían mucho caso cuando les paraba por la calle. Yo me inventaba las encuestas porque no encontraba otra forma de hacerlas y en principio eso era todo, pero luego me pareció que inventarme esas encuestas era un acto creativo en sí mismo y eso me daba cierto placer y mi trabajo no era del todo desagradable, pasaron dos años y casi no me di ni cuenta, y una de las personas que mandaban en la agencia me permitió soñar con la posibilidad de dejar de hacer encuestas, o de inventármelas, para empezar a cocinarlas. Los que cocinaban las encuestas trabajaban solamente por las mañanas y por las tardes hacían vida propia.Yo ya tenía dentro el demonio de escribir esa novela sobre La Vaguada y entendí que convertirme en cocinero de encuestas sería de una gran ayuda. Da lo mismo, nada de esto llegó a ocurrir. Cuando cerraron la agencia, Elmar ya no estaba allí sino que cuidaba una galería de arte y a mí me pareció que una empresa que se cierra son muchas ventanas que se abren y ahora yo iba a tener todo el tiempo del mundo para escribir mi gran novela sobre La Vaguada y darme la gran vida y más o menos así fue: tuve mucho tiempo y me di la gran vida y una vez cada tres meses iba a la oficina de empleo que había en la calle General Pardiñas y la mañana era una fiesta de la pereza y la inacción pero mi novela sobre La Vaguada no avanzaba a la velocidad que yo hubiera querido y como de todos modos el subsidio de desempleo no era para siempre, me puse a buscar trabajo y cifré en ello todas mis esperanzas. Vivir sin trabajar había estado bien, vivir sin trabajar y no ser estudiante era una experiencia de vida que me acompañaría luego a todas partes pero en su momento pensaba que tenían que ocurrir muchas otras cosas. Además, había decidido que si mi gran novela sobre La Vaguada no avanzaba o avanzaba tan despacio era precisamente porque yo tenía demasiado tiempo, siendo la velocidad el resultado de dividir el espacio, o sea La Vaguada, entre el tiempo, que era todo el tiempo del mundo, tendente a infinito. Mi novela avanzaba muy despacio pero esto no quiere decir que no aumentara, sino que no progresaba adecuadamente, crecía de manera desproporcionada y yo acumulaba páginas y las imprimía en las casas de los amigos porque me gustaba ver que mi novela, o mi borrador, era un hecho físico. La primera persona a la que le di a leer partes de mi borrador era una chica de la que estaba o creía estar enamorado, lo mismo que la segunda, lo cual demuestra que el amor es una cosa sensacional. Hubo una tercera chica y el grado de confianza que alcanzamos fue altísimo, ella me invitó a instalarme en su apartamento de la calle Espíritu Santo y luego estuvimos a punto, entre otras cosas, de mudarnos a una segunda casa fuera del distrito Centro y, sin embargo, esta chica nunca quiso leer una sola línea de mi borrador y yo nunca tuve el impulso de dárselo a leer, lo cual a lo mejor no significa nada. Esta chica, mi novia de entonces, no obstante, se permitía muchas opiniones acerca de mi trabajo como novelista cosmos de La Vaguada y yo no siempre veía la manera de enriquecerme con ellas. Decía que los centros comerciales eran unos no-lugares, veía no-lugares en todas partes, y a mí me pareció entender que con esta afirmación lo que insinuaba era que mi gran novela sobre La Vaguada era una no-novela, cosa que no me parecía del todo bien. Mi novia me preguntaba a menudo por qué tenía tanto empeño en escribir una novela sobre La Vaguada y yo nunca supe darle respuesta, aunque creo que ella no la necesitaba. Ella pensaba que yo tenía un problema personal con La Vaguada y yo no estaba dispuesto a admitir eso porque La Vaguada y yo éramos una misma cosa y La Vaguada era yo.

Cuando no estaba trabajando en mi gran novela sobre La Vaguada, se me ocurrían grandes ideas y a veces incluso se me ocurrían ideas para usos ajenos a mi novela —una novela gráfica, un cuento, incluso pensé en escribir guiones de cine— y esto era bueno e ilusionante y me permitía soñar con otras posibilidades de vida trascendente —otro sentido de la vida— pero nunca llegaba muy lejos y al final siempre acababa en La Vaguada y entendía que escribir sobre otra cosa que no fuera La Vaguada era como admitir que La Vaguada era demasiado grande y que La Vaguada no me cabía en la cabeza. Así que había que empezar otra vez por el principio y en el principio sólo se me ocurrían frases solemnes y creacionismo de La Vaguada, frases como
En el principio, fue La Vaguada
o
Antes de La Vaguada, no había nada
. Pues bien: tampoco hubo una última vez ni un momento exacto en que yo decidiera que ya no iba a escribir esa novela pero es obvio que mi novela, como idea, era mucho más grande al principio, cuando vivía y trabajaba lejos de La Vaguada, y por supuesto también cuando no trabajaba, época en la que todas mis ideas tenían un tamaño formidable, y cuando entré a trabajar en la tienda de mi padre lo que ocurrió fue que perdí la perspectiva y la tienda de mi padre no me dejaba ver La Vaguada. Cuando la tienda de mi padre pasó a ser mi tienda, yo todavía trabajaba en mi gran novela sobre La Vaguada pero lo hacía ya con un escaso convencimiento y casi me avergonzaba de ello: de pronto era el dueño de una tienda de muebles de cocina que escribía novelas en sus horas libres. ¡Qué calamidad! Me hice cargo de la tienda y no estaba preparado para ello y cometí muchos errores y perdí algo de dinero pero en el camino la gente cambió de idea y decidió que amueblar su cocina en una pequeña tienda como la mía, donde hacíamos unos presupuestos tan esmerados y dábamos un gran servicio posventa, era lo mejor que podían hacer con su dinero y cuando finalmente me decidí a traspasar la tienda y me instalé en la planta baja de La Vaguada, yo ya lo sabía todo sobre el asunto y por supuesto que no pensaba en escribir ninguna novela sobre La Vaguada porque La Vaguada era yo y por tanto yo era la novela y las novelas no se escriben solas.

Edición en formato digital: junio de 2010

© 2010, Fernando San Basilio Pardo

© 2010, Random House Mondadori, S.A.
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Diseño de la cubierta: Random House Mondadori, S.A

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ISBN: 978-84-96594-69-2

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