Mi primer muerto (12 page)

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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

BOOK: Mi primer muerto
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6

Y cada cual lleva un reloj en lo hondo del pecho

Al llegar al trabajo el martes por la mañana, la orden de registro ya estaba esperándome sobre la mesa, al igual que un informe según el cual ni Jaana ni Franz Schön habían puesto un pie en el país durante las últimas semanas. Koivu había llamado a los números de teléfono que Heikki Peltonen nos había proporcionado, y sus compañeros de viaje habían confirmado los movimientos del
Maisetta,
su velero. También el encargado de la estación de servicio de Barösund los recordaba, porque Heikki Peltonen había regresado a devolver un paquete de salchichas en mal estado que había comprado. En toda la noche no se me había ocurrido ningún motivo por el cual los Peltonen hubiesen querido matar a su propio hijo, así que supuse que eso los dejaba definitivamente al margen. Aún podía producirse algún giro inesperado, pero por el momento sólo quedaba el septeto restante del coro, y a ellos iba a tener que sacarles la verdad como fuese.

Llamé al laboratorio para pedir los resultados de las pruebas de sangre, y el analista me atendió con recochineo.

—Oye, guapa, creo que la sangre que encontrasteis en el embarcadero es importantísima.

—Ah, ¿sí? ¡Cuenta, cuenta! —le dije entusiasmada.

—Es una sangre de un grupo muy extraño. Si no llega a ser porque tenía el hacha, me habría visto en apuros de los gordos. Se trata de la sangre del lucio en ambos casos —me dijo con sequedad.

—Entonces, ¿no era la de Peltonen? —le pregunté aguantándome las ganas de colgarle el teléfono. Lo dejé que rezongase y que soltase aún unas cuantas frases sobre lo innecesario del análisis, y luego me deshice de él.

Si la que había en el embarcadero no era la sangre de Jukka, entonces podía ser que éste hubiese caído directamente al mar por la fuerza del golpe. Lo habían hecho a sangre fría. Tal vez el asesino ni siquiera se había quedado para comprobar lo que le había pasado. Me entraron ganas de vomitar. Por suerte —o no— el jefe se asomó a mi despacho en ese preciso instante, con su eterno cigarro colgándole de la comisura de los labios. Antes de que tuviese tiempo de decirle nada, entró y se puso a atufarme con el humo. Noté que una de mis sienes empezaba a palpitar.

—Y qué, ¿se va aclarando lo del chico ese de los Peltonen? —me preguntó sin apartar la vista de la pechera de mi camisa, que me quedaba tal vez algo estrecha. Era la única que tenía limpia y sin arrugas. Bueno, casi sin arrugas... así que no me había quedado otra que ponérmela, aunque el tercer botón tenía vida propia y se me abría todo el rato.

—¿Ya se ha puesto a llamar Peltonen para presionar? —le pregunté sin pensarme dos veces lo que decía. El jefe se cabreó, y el humo de su cigarro fue acercándose amenazante a mi mesa—. Estaba a punto de irme con Koivu a registrar el domicilio de Jukka Peltonen, a ver si descubrimos algo más. Y, disculpa, pero espero que no te importe no fumar cuando entres en mi despacho de ahora en adelante... es que no soporto el humo de los puros —le dije. De alguna manera tenía que dar rienda suelta a mi enojo.

Le tocaba a él que le palpitasen las sienes, vaya. Salió de mi despacho con su apestoso puro, se dio la vuelta una vez fuera y me dijo:

—Ya que a las mujeres se os da la posibilidad de llevar a cabo un trabajo exigente, deberíais por lo menos ser capaces de hacer algo más que quejaros por chuminadas sin importancia. —Y cerró la puerta de golpe, aunque no tardó en abrirse de nuevo y esta vez fue Koivu quien se coló dentro.

—¿Qué te decía el viejo? —preguntó con los ojos como platos—. ¿He oído bien?

—Sí, bueno... el muy cabrón se ha mosqueado porque le he prohibido que fume aquí.

—¡No me lo creo! —Koivu estalló en una carcajada.

—¡Que sí, coño!

—Adivina cuántos se han quedado con las ganas de decírselo. No sé si me atrevo a ir contigo a ningún sitio, con la marcha que llevas hoy... Bueno, el jefe me ha dicho que «Mustikkamaa n.° 2» tendrá que esperar a que se solucione el caso de Peltonen.

Cuando se produjo el asesinato de Jukka yo me encontraba investigando dos apuñalamientos que habían tenido lugar en la isla de Mustikkamaa, durante la noche de San Juan. Uno de ellos estaba prácticamente esclarecido, ya que la misma noche del apuñalamiento habíamos detenido a un amigo de la víctima, compañero de juerga y botella, el cual, tras pasársele los peores efectos del alcohol, recordó horrorizado haber peleado con él por una botella de aguardiente, para acabar matándolo. Todo lo contrario del otro caso, al que no se le veía solución por ninguna parte, ya que uno de los participantes en la pelea de navajas que se había producido a media noche era el famoso «desconocido». Todos los testigos de los hechos estaban tan borrachos en el momento de producirse éstos, que las descripciones que nos habían dado eran totalmente diferentes unas de las otras. La víctima del caso, que pasó a llamarse «Mustikkamaa n.° 2», estaba con vida, pero había perdido un riñón en la pelea. Era poco probable que aquello se aclarase, porque, en cuanto resolviéramos lo de Jukka, nos caería otro caso cuya resolución le parecería más importante al jefe en ese momento, seguramente. Los ajustes de cuentas entre vagabundos alcoholizados eran demasiado frecuentes en nuestra división.

Estaba contenta de tener a Koivu para ayudarme. Era uno de los tipos del departamento con mejor disposición para el cachondeo y además era más listo que el hambre. Me resultaba odioso meterme en casa de Jukka, pero por suerte no necesité darle explicaciones a Koivu sobre lo que sentía.

—Una casa muy agradable —dijo éste al entrar en el salón.

El piso estaba al final de la calle Iso Roobertinkatu, tenía un dormitorio y un salón, y las vistas al parque Sinebrychoff eran espectaculares. No había demasiados muebles, un mullido sofá de aspecto cómodo y un piano, discos y libros en gran cantidad. En el dormitorio había una gran cama de matrimonio y en una de las mesitas de noche había un candelabro de siete brazos. Tenía que ser muy romántico hacer el amor a la luz de las velas. Me pregunté si ya había estado allí cuando Jaana acostumbraba pasar las noches en la casa.

En la mesita de la entrada había un teléfono. La luz del contestador parpadeaba y el corazón me dio un vuelco al pensar que tal vez en él estuviese la pista que necesitábamos. El aparato era de un modelo conocido, por suerte.

Había dos mensajes. La primera llamada había sido realizada desde una cabina, estaba claro porque se interrumpía momentáneamente con el tintineo de las monedas al ser introducidas en el aparato. «Soy Tiina, los planes se han estropeado. Eres un tipo barato, no se puede una fiar de ti. Ven a mi casa el domingo, entonces.» «¿Cómo que un hombre barato?», pensé asombrada. El otro mensaje era aún más confuso, si cabe. «Soy T. A. Domingo por la tarde. Necesito el coche. Llámame, es urgente.» Quien llamaba era un hombre de voz ronca, visiblemente irritado. Saqué la cinta del contestador y me la guardé. Jukka ya no la necesitaba.

Sobre la mesita del teléfono había también un bloc de notas, pero sólo la hoja superior estaba escrita: «¡Tuulia viernes: NO!». Además de los signos de exclamación, la anotación estaba subrayada. Tenía que recordar preguntarle a Tuulia de qué se trataba, aunque probablemente fuese algo tan trivial como una cita para jugar al
squash
a la que Jukka no podía acudir.

Koivu se había puesto a examinar las estanterías de discos.

—Casi todo es de música clásica —dijo con decepción—, alguno que otro de los Beatles y de Queen, y de lo que más hay es de un tal Bach. Hay mogollón... Por cierto, ¿no hay un vino blanco que se llama así? Y el estéreo es de los buenos, un cacharro así vale por lo menos dos o tres mil marcos. La tele y el vídeo están nuevecitos. ¿A qué se dedicaba el tipo este?

—Ingeniero, de minas, creo. Mañana nos daremos una vuelta por su trabajo.

—Pues deben de tener buen sueldo. No era solamente amante de la técnica, porque hay que ver la de libros que tenía.

—Sí... y no es precisamente una colección del
Reader's Digest.

En lugar de
bestsellers
de portadas llamativas, las estanterías estaban repletas de clásicos franceses e ingleses: Joyce, Proust, T. S. Eliot, Baudelaire. Costaba imaginarse a Jukka leyendo a Homero, pero tal vez era un hombre con más dimensiones de las que uno podía adivinar.

La cocina americana de Jukka era de estilo neutro y estaba limpia. En la nevera había leche, queso y unos cuantos botellines de Beck's. Sobre la mesa había un frutero y un pan moreno, ya reseco. Apenas había nada para preparar comida, así que al parecer Jukka no era aficionado a cocinar. En el armario de la vajilla tenía de la marca Arabia y algo de cristalería de Iittala. El contenido del armario inferior me dejó boquiabierta: estaba lleno hasta arriba de unas botellas sin etiquetar que contenían un líquido transparente. En cada una de ellas había una ramita seca, al parecer de alguna hierba aromática. Abrí una de las botellas, olí su contenido y luego lo probé con cuidado. Era aguardiente del fuerte, con cierto regusto a anís.

—Koivu, ven, anda. Tengo un trabajito para ti —dije, tendiéndole la botella. Éste lo probó con más entusiasmo que yo, haciendo una mueca de sorpresa al tragar.

—Parece aguardiente —dijo—, con algún hierbajo, algo así como anís. Coño, qué fuerte está, ¿hay mucho?

—Aquí hay seguramente unos treinta litros... ¿Tú crees que a la vivienda le corresponderá un trastero en el sótano o un desván? Llama al encargado de la finca y pregúntale, tal vez hasta encontremos el alambique y toda la cacharrería.

Mientras Koivu buscaba el teléfono de la empresa que se ocupaba del mantenimiento del edificio, yo me puse a revisar el escritorio de Jukka. En el cajón superior había un montón de cartillas viejas de banco, extractos de cuentas, certificados de acciones y otros papeles referentes a su economía, que agrupé para llevármelos. En el siguiente cajón encontré viejas agendas y algunas cartas. Lo añadí todo al montón que iba a llevarme. En el cajón inferior había trabajos referentes a su tesina de minas y un par de álbumes de fotos.

—En este edificio no hay sótano, pero en el desván hay trasteros. Voy a ver si alguna de las llaves de Peltonen funciona ahí arriba. —A Koivu se lo notaba entusiasmado con la idea de encontrar el famoso alambique.

Abrí al azar uno de los álbumes y lo primero que encontré fue una vieja foto de la cocina de nuestro piso de estudiantes. Jaana hacía una mueca ante la cámara con una zanahoria en la mano. Ojeé el resto del álbum, que más que nada contenía las habituales fotos familiares. Jukka de niño, navegando en un pequeño
Europe,
Jukka pescando en el mismo embarcadero donde había muerto, Jukka y su hermano en una casita hecha en lo alto de un árbol, fotos de la escuela... En estas últimas reconocí a Antti y a Tuulia. El trío tenía siempre la misma cara en todas las fotos: Jukka haciendo alguna mueca chistosa, Tuulia con su sonrisa seductora y Antti flaco y enfurruñado. Fotos de Laponia, de una excursión del grupo de catequesis de la confirmación, fotos de Jukka con la gorra blanca de bachiller y un ramo de rosas. Las mismas fotos que todos tenemos en casa.

En el álbum más reciente había instantáneas del coro y algunas de bodas de amigos. Al parecer, Jukka no era muy aficionado a usar la cámara, o tal vez le gustaban más las diapositivas, aunque en la estantería no pude encontrar ninguna caja. En ese momento Koivu entró de nuevo con sus andares torpes, y al parecer muy entusiasmado.

—Adivina —dijo entre resuellos—, en el desván hay por lo menos cien litros del mismo aguardiente. Lo que no he encontrado es el alambique ni nada parecido. A lo mejor está en otra parte. ¡Pero desde luego Peltonen tenía una auténtica industria!

—¡Coño!, habrá que cerrar bien ese desván, entonces. ¿Te importa echarle un vistazo al dormitorio? A ver si encuentras algo interesante.

—He pensado que podríamos confiscar un par de botellas... para nuestro uso personal... total nadie iba a darse cuenta... —Koivu me guiñó el ojo—. Por suerte Kinnunen no está aquí, porque se volvería completamente loco —dijo mientras se disponía a registrar el armario de Jukka—. Y no veas las camisas de seda tan guapas que hay aquí, algunas me irían que ni pintadas, aunque me parece que son algo pequeñas.

Koivu estaba registrando los bolsillos de la ropa de Jukka con un afán que resultaba incluso cómico. ¿Qué creería que iba a encontrar en ellos?, ¿armas o drogas? Me puse a darle vueltas al posible paradero del alambique, ¿dónde habría fabricado Jukka semejante cantidad de aguardiente? ¿Y quiénes eran Tiina y T. A.?

—Lo más interesante que hay aquí es una colección estupenda de revistas porno. —Koivu había vuelto al salón trayendo consigo un
Playboy
abierto por las páginas centrales—. ¿Por qué las chicas así nunca se interesan por un servidor? ¿Por qué siempre me tocan las de pelo castaño y carita de buenas?

—Porque tú mismo eres rubio y tienes demasiada pinta de buen chico. Si te esforzases por parecer un tigre, en lugar de un osito de peluche, a lo mejor colaba. ¿Crees que deberíamos quitar de en medio esas revistas porno antes de que la madre de Jukka las vea? No creo que le haga bien encontrárselas —le dije. Mirar aquellas revistas con otro compañero que no fuese Koivu me habría resultado intolerable, pero él me trataba siempre como a esa hermana mayor con la que uno comenta sin tapujos los hechos más asombrosos de la vida.

Intentamos encontrar posibles escondites, golpeando paredes y muebles con los nudillos. Empezaba a sentirme ridícula. No encontramos nada más en la vivienda, aparte de los papeles del banco de Jukka, sus cartas y agendas.

En el camino de vuelta, Koivu paró a comprar el periódico de la tarde. Entre las noticias había una breve mención al hallazgo de un cadáver en Vuosaari, aunque solamente se hablaba de un «accidente» y de que la policía continuaba aún con las pesquisas. A lo mejor ya le había llegado al jefe alguna recomendación proveniente de la junta directiva de Neste sobre la discreción con la que había que tratar el caso. Y a mí me parecía muy bien.

Paramos a comer unas hamburguesas y me permití un batido de chocolate de postre. Koivu me miró como diciendo «mujeres...». Luego nos pusimos en camino de nuevo. Koivu tenía que ir a Kaarela con Savukoski, para esclarecer un caso de malos tratos que tenían a medias, y yo debía ponerme a desenmarañar el montón de papeles de Jukka que llevaba conmigo. No sabía qué hacer con el aguardiente, ¿confiscarlo como prueba de una investigación estatal? ¿Prueba de qué? Al parecer, Jukka se había dedicado a vender alcohol ilegal y a lo mejor ello había dado lugar a alguna diferencia de opiniones que había terminado por causarle la muerte. Ya veía los titulares: «Muerte por aguardiente en una villa de Vuosaari».

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