—Jyri se pasó el lunes alardeando de que casi lo detuviste. ¿Es el primero de tu lista de sospechosos? —preguntó Tuulia mientras colgaba su cazadora vaquera en el perchero de la entrada.
—Pues no... pero tengo un par de cosas que quiero aclarar con él. La cabeza de la lista va variando en estos momentos, pero eso es algo que no debería comentar contigo. He interrogado a más gente, ¿no te han llegado los rumores?
—Bueno... Antti y Mirja vinieron también a jugar a los bolos. Y luego nos fuimos de allí al local de la asociación para ensayar las canciones del funeral. Un horror de ensayo, porque el Desesperado, o sea, Toivonen, nuestro director, estaba completamente confundido. Por algún motivo, nosotros, o sea, los que estuvimos en la villa, y el resto del coro éramos como dos grupos que no tenían nada que ver. Al final Sirkku no pudo más y se puso a dar voces diciendo que ella no había matado a nadie y que dejasen de mirarla.
—Muy interesante...
—Lo peor de todo fue... Todos nos cabreamos cuando Toivonen nos contó que la madre de Jukka le había pedido que interpretásemos
Canción de mi corazón
de Sibelius. No hubo manera, todo se fue al garete, aunque Mirja soltó sus gorgoritos habituales como si no hubiese pasado nada. Claro que queremos cantar esa canción en el funeral de nuestro amigo, y lo mejor posible, además, pero es que, ¡joder!, si ya Toivonen no causa más que desastres...
—¿Vais a ir a cantar todos los que estuvisteis en la villa?
—A ver... Si alguno de nosotros no fuese, todo el mundo sospecharía que es el asesino. ¡Lo que me jode la Mirja esa, con lo mal que canta, encima! ¡Sólo da gritos! ¿Sabes que después del concierto que dimos en primavera mi prima me preguntó quién era esa solista? Se había quedado convencida de que Mirja era la solista, porque, con las voces que daba, se la oía más que a todo el coro junto. Es que la mataría... Bueno, lo digo en sentido figurado, claro... —dijo avergonzada.
Yo no tenía muchas ganas de hablar de trabajo, así que por un momento cambié de tema, antes de preguntarle a Tuulia por las anotaciones de la agenda de Jukka.
—¿Teníais planeado Jukka y tú encontraros la noche pasada?, quiero decir, si él hubiese estado con vida... —le solté de golpe. Tal vez era mejor ocuparse primero de las cosas oficiales y luego relajarse.
—¿Por qué me lo preguntas?
—Porque Jukka tenía una nota en su casa que decía algo así como «Tuulia viernes: no», entre signos de exclamación. —Tuulia se quedó pensándolo, como extrañada.
—Espera, sí... habíamos quedado para ir al teatro al aire libre, pero la obra no me interesaba para nada, porque todo el mundo la ponía verde, así que le pedí a Jukka que anulase la reserva de entradas. Ya se me había olvidado, fíjate.
—Por lo que he visto en su agenda, os veíais bastante. ¿Quedabais para jugar al
squash,
o algo así? —Cogí la agenda de la mesa, pero Tuulia me la arrebató con un ansia sorprendente y se puso a ojearla antes de que pudiera impedírselo.
—Lo dices por esas «T» que hay por todas partes, ¿no? Pues no tiene nada que ver conmigo. ¿Qué querrá decir? Jukka usaba todo tipo de códigos raros, como cuando íbamos a la escuela: un cuadrado negro en la agenda significaba que ese día se había pillado un pedo, y un corazón, que el día en cuestión había... ya me entiendes. Tengo que decir que sus anotaciones nunca correspondían del todo con la realidad, porque Jukka era un poco infantil y dado a exagerar. Seguro que se trata de alguna tía.
—¿Sabes algo de las demás mujeres? ¿Quién es Tiina? ¿Y Merike? —Le quité la agenda a Tuulia y le fui leyendo los nombres. Tuulia sabía algo de casi todas. Mujeres del coro, familiares, compañeras de trabajo. Sólo había un par a las que no conocía—. ¿Estabas al tanto de las entradas de dinero, digamos «informales», de Jukka?
Tuulia se quedó pasmada. No tenía ni idea de sus tejemanejes, pero, tras pensarlo un rato, recordó algo.
—Debían de ser chanchullos momentáneos. A veces me hablaba de que hacía consultorías. Por lo menos estaba al día de todo, incluso de las leyes. A lo mejor hacía trabajos en negro, sin pagar impuestos.
Le mencioné a Tuulia que los ingresos en negro de Jukka eran bastante regulares.
—¿Sabes si había recibido algún anticipo de su herencia?
—¡Es verdad, seguro que es eso! —casi gritó Tuulia de la alegría—. Son gente de dinero y les encantan las finanzas, así que seguro que le dieron la herencia por adelantado para ahorrarse los impuestos. Los padres tienen tanta pasta que no saben qué hacer con ella. Pero no creo que Heikki lo admita si se lo preguntas. Bueno, a Jarmo le va a llover la pasta... Por suerte está en Estados Unidos... A la gente suelen matarla por dinero, ¿no? Por cierto, tu piso es muy mono, ¿no tendrás una cerveza? Esta mañana he estado jugando al
squash
a lo bestia y la verdad es que me haría falta una cervecita fresca.
En mi nevera quedaban restos de yogur en un cartón, una caja de queso para untar y la botella de licor de kiwi medio vacía. El resto de mi despensa se reducía a un paquete de café, medio pan de centeno y tres manzanas arrugadas. Llevaba unos días muy dejada con el tema de la compra...
—Ah, no tienes. No pasa nada, podemos bajar un momento al Elite, si no te lo impiden las normas, quiero decir.
Pensé en irme a hacer
footing,
recordando las enseñanzas sobre la imparcialidad que me habían dado en la academia de policía. Por otra parte, un par de cervezas podían resultar tan efectivas para relajar la nuca como una buena carrera.
—Vale, vamos, pero con una condición.
—¿Cuál?
—Que no hablemos del caso. Vamos a charlar de cualquier otra cosa: de música, de política, de libros, incluso de la cría del reno, si quieres. Pero nada de trabajo, por favor. Voy a volverme aún más loca si sigo dándole vueltas a todo esto.
—Pobrecita, ¿estás hecha un lío? —rió Tuulia—. Pues yo también, para que lo sepas. Me parece que nos sentará muy bien pensar en algo que no sea Jukka.
Me lavé la cara para quitarme los restos del maquillaje que me había puesto por la mañana y volví a maquillarme. Me dejé el pelo suelto y a lo loco, y al instante me entró una sed espantosa. Sed de cerveza, de risas, de amistad. No tenía ninguna gana de ponerme a pensar en la ética profesional. A lo mejor, como policía, hacía mal en irme de copas con Tuulia, pero como persona era definitivamente lo adecuado en ese momento.
Y cómo nos lo pasamos. Tuulia tenía el día gracioso y estuvo contándome sus andanzas. Su manera alegre y anárquica de ver la vida me hacía sentir a ratos como una momia milenaria. Me daban envidia las aventuras que contaba sobre sus viajes de verano haciendo autoestop, las tonterías que hacía en los festivales de rock con los chavales de dieciséis años con complejo de virginidad y sus baños espontáneos en las fuentes públicas. Tal vez alguien diría que Tuulia se resistía a hacerse adulta, pero yo creo que lo que no quería era terminar resecándose como una momia.
—No pienso pasar por el aro: licénciate, cómprate un piso, paga la hipoteca, cásate, ten niños... sé decente. Quiero ser una irresponsable y hacer lo que me dé la gana el resto de mi vida —me explicó. Levantó la jarra de cerveza que tenía a medias y se la bebió con tal ímpetu que una parte se le derramó por la barbilla, bajándole hasta el escote. Rompió a reír y se la limpió con el dorso de la mano. Vestía una camisa de escote holgado que destacaba la finura de sus clavículas, el cuello se alzaba airoso entre ellas, orgulloso. Llevaba unos pendientes de media luna y un anillo a juego con una piedra deslumbrante. Hermosa bisutería...—. ¿En qué piensas, Maria?
—En lo divertido que es hablar con una mujer que tiene sentido común. Vivo rodeada de demasiados hombres en el trabajo. Y, sin embargo, sólo entiendo a las mujeres vagabundas, como yo las llamo. Me refiero a esas mujeres que no desempeñan ningún rol tradicional y que siguen su propio camino.
—Tengo la impresión de que estás bastante sola. Jaana me dijo en cierta ocasión que eras un poco ermitaña, y creo que estaba en lo cierto.
—Es que no soy de las que se entregan al mundo, no tengo ganas. La gente me parece bien, los hombres me gustan, pero el jueguecito de las relaciones me da mucho asco.
—¿Hay alguien en especial? Me refiero a algún hombre.
—No. He tenido un par de relaciones algo más largas. Pete se me bebía el sueldo. El otro, el ornitólogo, era un discapacitado emocional, y luego había uno, compañero mío de estudios cuando hacía derecho... No podía soportar que yo sacase mejores notas que él en los exámenes. Ahí tienes mi currículo. No me apetece aguantar a ningún tipo y asumir la obligación de estar con alguien. Soy demasiado comodona para eso. Y no es que piense que todos los hombres son idiotas, aunque no me he topado con muchos que no lo fueran... ¿Y tú?
—No, desde hace una eternidad. Jukka era... —Se mordió el labio y de repente me vino a la memoria la carta de Antti, en la que le pedía a Jukka que dejase a Tuulia en paz—. Perdona que hable del tema prohibido, pero es que Jukka era... especial, de alguna manera. Un alma gemela. Aunque jodidamente irritante a veces, estoy de acuerdo en eso. ¡Camarero! ¡Dos de lo mismo! Vamos por la segunda. Tú querrás, ¿verdad?
—Y la tercera también.
Me di cuenta de que Tuulia se tragaba las lágrimas y me puse a hablar sobre la última película de Kaurismäki, que había visto la semana anterior. Volvimos de nuevo al tema de los roles de hombres y mujeres, criticamos al gobierno, nos partimos de la risa.
Un par de tipos con pinta de estar encantados consigo mismos intentaron sentarse con nosotras, pero Tuulta me echó el brazo por los hombros y les dijo con antipatía que ya teníamos suficiente la una con la otra. Lo que nos reímos viéndolos quedarse boquiabiertos...
Ya de regreso, en la parada del tranvía número tres, me di cuenta de que estaba borracha. Tuulia dijo que no tenía fuerzas para llegar hasta su autobús, que salía de la plaza de la Estación, y yo prometí acompañarla hasta que llegase su tranvía. La noche se había vuelto fría y Tuulia escondió las manos en las mangas de la enorme sudadera que llevaba puesta.
—Tengo muy mala circulación y siempre se me quedan las manos heladas.
—¿Te acuerdas que de pequeñas jugábamos a las palmadas cuando teníamos frío? ¡Vamos a probar! —Y nos pusimos a entrechocar las palmas, despacio al principio y algo tensas, para después, una vez recuperada la vieja maña y el ritmo, hacerlo más y más rápido, sin prestar atención a las miradas extrañadas de la gente. Nos reíamos como crías de diez años.
—Tú sí que tienes las manos calientes —dijo Tuulia—. Manos calientes, corazón frío, ¿es cierto el refrán?
—Según esa misma lógica, tú tienes el corazón caliente, ¿es cierto, acaso? —contesté, devolviéndole la pelota.
Nos abrazamos y luego el tranvía se llevó a Tuulia. De camino a casa intenté recordar cuándo había sido la última vez que había tocado a otra persona y me había sentido tan bien por ello.
La corriente lleva al barco,
pero dónde acaba el camino,
de los hombres ninguno lo sabe
Me pasé el resto de la semana metida hasta el cuello en la pelea de Malmi. El viernes se produjo una nueva víctima, pues el menor de los hermanos de una de las familias gitanas apuñaló a un primo de la otra. Intentaba captar la lógica de lo que estaba pasando con aquellas dos familias, pero habría necesitado conocer mejor su cultura, y no tenía donde informarme más a fondo.
En varias ocasiones había intentado hablar con Toivonen, inútilmente, hasta que por fin el lunes por la tarde pude localizarlo.
—Estoy aún de vacaciones y he venido a la ciudad por los ensayos del funeral. La verdad es que tengo mucha prisa e infinidad de cosas que hacer antes de esta noche —se esforzó en explicarme.
—Estamos investigando un asesinato —le dije, intentando que mi voz sonase lo más autoritaria posible.
—Claro que quiero ayudar, naturalmente. ¿Quiere usted venir esta noche a los ensayos del coro? Podríamos hablar durante el descanso. ¿A las siete y media, si le parece?
Me pareció bien. De paso vería a los otros miembros del coro, aparte de mis sospechosos, y podría hacerles preguntas sobre Jukka.
Martti Mäki me llamó el jueves. Tras un momento de duda, me contó que no había estado en su casa la noche del crimen, y al preguntarle yo si tenía manera de demostrarlo, se quedó cortado.
—Bueno, es que... es que no sé cómo se llama la mujer con la que estuve.
Al parecer, se había tratado de un encuentro casual en la barra del club Kaivohuone. Mäki había pasado toda la noche con ella en el hotel Vaakuna. Acordamos que vendría a verme el martes por la mañana, nada más llegar a Finlandia. A lo mejor era una ilusa fiándome de él, pero no podía hacer mucho más. ¿Y por qué iba Mäki a esconder el hacha bajo la sauna? Koivu tendría que añadir el Kaivohuone a su lista de clubes, y llevarse una foto de Mäki para ver qué sacaba. A lo mejor se topaba con la protagonista del «encuentro casual», o tal vez alguien lo recordase en el hotel Vaakuna.
Me fui de la oficina poco antes de las siete. La noche anterior había estado interrogando a uno de los participantes en la pelea hasta la medianoche. Estaba cansada y notaba la cabeza como si la tuviese vacía. Cuánto habría deseado que alguien me esperara en casa con un baño listo y una cerveza fresca, sólo para mí. Aunque sólo fuera un gato el que me esperase ronroneando. Tenía que limpiar, poner una lavadora e intentar dormir más de seis horas.
Sentada en el tranvía número siete, recordé la descripción que Koivu me había hecho del club Hesperia, «el mostrador de la carne», como él lo llamaba. El barman de turno reconoció a Jukka enseguida, pero de repente añadió que había estado muy liado y que no había prestado atención a sus movimientos. Según Koivu, lo peor había sido hablar con las chicas. Todas dijeron no saber nada de Jukka, aunque a muchas se les notó en la mirada que lo reconocían al primer vistazo, nada más mostrarles Koivu la foto. Me pareció que el chico se había pasado de blando...
El coro ensayaba en los locales de la Asociación de Estudiantes del Este de Finlandia, en la calle Liisankatu. Lo que estaban cantando se oía perfectamente desde la calle a través de las ventanas abiertas. Reconocí la composición de Kuula,
La corriente al barco lleva.
Se trataba de la misma canción que habían estado ensayando en Vuosaari. ¿La cantarían también en el funeral de Jukka?