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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (8 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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Es la lógica del feudalismo: el deber de protección requiere de la otra parte el deber de obediencia.Y cuando los bienes y servicios que el campesino aporta no basten, el protector pasará a exigirle algo más: la propiedad de hecho sobre sus tierras. Tal es el fenómeno que se viene verificando en Europa desde mucho tiempo atrás. Ha nacido el mundo feudal. ¿Y en España? En España habrá formas feudales muy claras en Galicia y también en los condados catalanes, pero se presentarán mucho más matizadas en el área de repoblación castellana. ¿Por qué? Primero, porque la dinámica de la repoblación ha dotado a los campesinos de derechos personales y colectivos que hasta cierto punto les salvaguardan de las presiones del poder; después, porque el clima bélico de la Reconquista ha empujado a los campesinos a defenderse ellos mismos, de manera que el uso de las armas no es privativo de los aristócratas y sus caballeros. Ambas cosas harán que el mapa social castellano presente rasgos muy singulares.

¿Y qué le pasaba a esta aristocracia guerrera para que su poder no fuera tan intenso como el de su homóloga europea? ¿Acaso era más floja o, alternativamente, más generosa? No: ni una cosa ni la otra. Lo que le pasaba era que partía de una posición sensiblemente distinta. Desde la invasión musulmana de 711, las grandes fortunas señoriales habían quedado completamente arruinadas en la mayor parte de España. Quienes no pudieron o no quisieron pactar con los musulmanes lo perdieron todo. Los clanes nobiliarios que se refugian en el norte han quedado literalmente con lo puesto. Su condición de origen les permite mantener una posición de preeminencia social en el reino, pero tal posición no viene avalada por una fortuna personal o familiar. Ahora bien, precisamente la repoblación de tierras hacia el sur dará a esas familias una oportunidad para recobrar riquezas.Y en el lance, como es natural, aparecerán otras familias, una nobleza nueva que asciende al calor de la repoblación. En definitiva, la aristocracia española de la época es una nobleza pobre que encuentra en la Reconquista un medio para asentar su posición sobre la base de nuevas propiedades y nuevas tierras.

Veamos ahora otro aspecto importante del problema, las relaciones de producción. ¿Quién produce qué? ¿En qué condiciones? ¿Quién trabaja y quién es el amo del trabajo y de sus frutos? En la España de aquel momento hay un aspecto muy importante que debemos subrayar: no hay esclavitud. Contra lo que ocurría en la mayor parte de Europa y, desde luego, en la España musulmana, donde la esclavitud era una institución social comúnmente aceptada, en la España repoblada no hay esclavos. Hoy puede parecernos algo normal, pero en el siglo x era una radical novedad.

¿Por qué no hay esclavos en la España repoblada? Por dos razones. Una es la propia naturaleza de la Reconquista: la aventura de tomar tierras en zona de guerra implica grandes riesgos, y uno sólo toma riesgos cuando es libre. Los campesinos libres son los únicos que disponen de autonomía personal para intentar semejante osadía. La segunda razón es religiosa, cultural: la presión de la Iglesia, determinante en el proceso de la repoblación, veta de hecho la posibilidad de recurrir al sistema esclavista, porque no es aceptable esclavizar a un cristiano.Y en cuanto a los musulmanes que quedaban en las tierras recuperadas, la posición de la Iglesia será nítida: hay que convertirlos, no esclavizarlos. Por eso no había esclavos en el territorio leonés del siglo x, ni apenas tampoco en los otros reinos cristianos de la Península.

Como no hay esclavos, el trabajo se organiza bajo unas condiciones que podemos llamar «contractuales», o sea, de contrato, aunque, evidentemente, no en pie de igualdad. El pacto entre el señor y el campesino incluye dos cosas: protección por un lado, servicio por el otro. El señor intentará por todos los medios que esos servicios crezcan y crezcan, para su propio enriquecimiento.Y el campesino, a su vez, intentará hasta donde pueda que los servicios de su contraprestación se mantengan dentro de un límite razonable, para no perder su libertad. Así empieza a dibujarse la estructura de la sociedad señorial.

Pero he aquí que entra en el juego un tercer elemento, a saber: el rey. Sí, porque la corona, que emplea a los nobles para controlar el territorio, sin embargo teme que éstos aprovechen la coyuntura para aumentar su poder. En consecuencia, los reyes se ven obligados a apoyarse en la otra parte del contrato, no los campesinos individualmente considerados, pero sí sus comunidades, sus concejos y villas. Surge así un delicado equilibrio de poder que va a extenderse durante toda la Edad Media española.

Éste, en fin, era el paisaje de la sociedad leonesa a mediados del siglo x. Grandes cambios en la estructura social que a su vez envolvían grandes cambios políticos.Y en la estela de esos cambios, ocurrirá algo crucial para la Historia de España: la independencia de Castilla. Veamos qué pasó.

Cuando el reino se rompió por Castilla

A la altura del año 942 iba a pasar en España algo que determinaría toda nuestra historia posterior: el conde de Castilla, Fernán González, se declaraba en rebeldía y se levantaba contra el rey Ramiro. ¿Por qué? ¿Por qué, además, alguien como Fernán González, que era la mano derecha del rey y había acompañado su ascenso desde aquellos turbios primeros años de las luchas dinásticas? ¿Y cómo reaccionó Ramiro II ante semejante desafío?

Comencemos por el principio, Castilla. ¿Qué era exactamente? Castilla había empezado siendo un rincón de inciertos contornos entre el sur de Cantabria, el oeste de las tierras vasconas y el noreste de Burgos; la frontera suroriental del Reino de Asturias, poco poblada y muy expuesta a los ataques moros. Ese territorio fue conocido como las Bardulias (por el nombre de los antiguos várdulos) hasta que, a finales del siglo viii, empezó a recibir la visita de los primeros colonos cristianos. Es en ese momento cuando empieza conocerse como Castilla, seguramente por las fortificaciones que aquí y allá comenzaron a salpicar el paisaje.Y así ese rincón empezó a tomar forma con las colonizaciones pioneras en los valles de Mena, Losa y Tobalina, hasta alcanzar la línea del Ebro, primero, y del alto Duero después.

Durante más de un siglo, aquella Castilla originaria había ido acogiendo a sucesivas oleadas de pioneros que, pese a las continuas expediciones moras de saqueo, prolongaban de manera incesante la frontera hacia el sur. Fue una vida durísima, en la que la existencia pendía literalmente de un hilo. Objetivamente, el esfuerzo de los colonos de Castilla es una hazaña que quita el aliento.Y así transcurrieron las cosas, con una tenacidad increíble, hasta que, a la altura de 912, los colonos cruzaron la línea del Duero para empezar a probar fortuna en la amplia llanura que se extendía ante sus ojos, hasta las estribaciones de la sierra de Guadarrama. Éste será el escenario del juego a partir de ese momento: Castilla se multiplicaba por dos.

Si tan decisiva fue la batalla de Simancas, de la que ya hemos hablado, eso se debió precisamente al enorme territorio que quedaba ahora abierto para la repoblación cristiana. Para que nos hagamos una idea: las actuales provincias de Salamanca, Ávila y Segovia, más el sur de Valladolid y Burgos y parte de Soria. La corona, además, se apresuró a promover la colonización. Gentes que vienen de León, con el obispo Oveco a la cabeza, repueblan Salamanca y Ledesma, y también Íscar y Olmedo, en Valladolid. Más al este, la repoblación la protagonizarán los condes de Castilla.

A lo largo de todo este proceso, Castilla había ido adquiriendo una identidad singular por dos razones: una, el origen de sus repobladores, con abundante presencia vascona, cántabra y goda; otra, el carácter de la repoblación, más arriesgada que en el oeste y, por tanto, con mayores libertades forales. Pero a esta identidad social y cultural no le correspondía una identidad política; no había una entidad castellana propiamente dicha, sino que los territorios de Castilla quedaban bajo la jurisdicción de distintos condes con atribuciones y comarcas variables. Porque los condes —hay que insistir en ello— no eran señores de las tierras que gobernaban, sino que ejercían su gobierno en nombre del rey y sobre las comarcas que éste les encomendaba.

Ahora bien, la propia marcha de los acontecimientos va haciendo que en el área castellana se consolide el liderazgo de clanes nobiliarios que pronto van a hacer sentir su influencia. Una de esas familias es la de Lara, con base en la actual localidad burgalesa de Lara de los Infantes, y cuyo primer exponente es Gonzalo Fernández. ¿De dónde había salido este caballero? No lo sabemos. Unos le dan por descendiente de Rodrigo, el primer conde castellano; otros dicen que provenía del linaje de Munio Núñez, el repoblador de Brañosera en Palencia, pero esto son sólo hipótesis. El único hecho indiscutible es que Gonzalo aparece en la historia hacia 899 como conde de Burgos, en la carta fundacional del monasterio de San Pedro de Cardeña. Al parecer había obtenido un cierto relieve guerrero al derrotar a los moros en Carazo, al sur de Burgos.A este Gonzalo nos lo vamos a encontrar diez años después, en torno a 909, como conde de Castilla. En calidad de tal llega a la línea del Duero en 912 y repuebla Haza, Clunia y San Esteban de Gormaz.

Gonzalo desaparece de las crónicas hacia 915. ¿Muerto? ¿Enviado en misión permanente ante la corte navarra, en cuyos documentos encontramos un conde Gundisalvus hacia 920? Es más probable esto último. Para entonces Gonzalo ya había tenido dos hijos, Fernán y Ramiro, ambos muy pequeños en aquel momento. Lo más notable es que las funcio nes condales de Gonzalo las hereda un hermano suyo de nombre Nuño; eso significa que la familia Lara ya gozaba de una influencia determinante en el área oriental del Reino de León. Ahora bien, cuando Nuño caiga en desgracia veremos cómo llega al frente del condado un nuevo personaje, Fernando Ansúrez.Y retengamos el nombre, porque este Fernando formaba parte de una familia rival, los Assur (de ahí Ansúrez), que habían comenzado a crecer a partir de las repoblaciones dirigidas en la zona de Montes de Oca, en el límite de Burgos y Álava.

Ambas familias, Laras y Assures, van a tomar parte en las distintas convulsiones que vive el Reino de León después de la muerte de Ordoño II. Las vamos a ver tomando partido por unos o por otros, en función variable de sus fidelidades y de sus propios intereses.Y las vamos a ver, además, generalmente enfrentadas entre sí: rara será la ocasión en que Laras y Assures hagan frente común. En la estela de esas rivalidades van a ir dibujándose dos Castillas diferenciadas. Una, al norte, entre el Ebro y el Arlanzón, y otra al sur, entre el Duero y el Arlanza. La primera era territorio de los Ansúrez, la segunda de los Lara. Dos clanes irreconciliables.

En el momento de nuestro relato, a la altura del año 940, la estrella ascendente es Fernán González, el hijo de Gonzalo, de la familia Lara. Fernán había empezado a desempeñar el gobierno del alfoz de Lara hacia 929, con poco más de veinte años. Inmediatamente después el rey Ramiro II le confía los territorios de Burgos, Lantarón, Cerezo y Álava, y en 932 ya es mencionado en los documentos como conde de Castilla. La ascensión de Fernán González es prodigiosa, pero no tiene ningún secreto: desde el principio el conde ha tomado partido por Ramiro II en las querellas internas del reino, le ha apoyado en todos sus esfuerzos y se ha convertido en su mano derecha. El conde y el rey combaten codo con codo en Madrid, en Osma, en Simancas. Tan evidente es el poder de Fernán que doña Toda de Navarra, la gran casamentera, destina a una de sus hijas, Sancha, para que contraiga matrimonio con el joven conde castellano, dueño de toda la marca oriental del Reino de León.

Ahora bien, algo empieza a torcerse después de la batalla de Simancas. Quizá Ramiro empezaba a desconfiar del poder que acumulaba Fernán; quizá, como aseguran algunos, el rey se dejara llevar por la ira al saber que Fernán había emprendido sin su permiso una campaña de saqueo en tierras moras; o quizá, simplemente, el monarca quiso diversificar res ponsabilidades. El hecho, en cualquier caso, es que después de Simancas el rey no confía la repoblación del área sur castellana a Fernán, sino a Assur Fernández, de la familia de los Ansúrez.

La decisión tenía unas consecuencias políticas inmediatas. Ramiro había entregado a Assur Fernández, rival de Fernán González, un área que abarcaba en línea recta norte-sur desde Peñafiel, en Valladolid, hasta Cuéllar, en Segovia, más o menos. Eso significaba literalmente ponerle un tapón a Fernán, limitar su área de expansión. Ahora Fernán González, que había llegado hasta Sepúlveda, quedaba encajonado ante la muralla del Sistema Central.Y quien le hacía el tapón era, precisamente, un Ansúrez, rival tradicional de los de Lara. ¿Cabía más agravio? Sí, sí cabía: el rey Ramiro, para colmo, nombraba a Assur Fernández conde de Monzón. En resumen, el principal beneficiario de la batalla de Simancas no era Fernán, sino su rival. El conde de Castilla veía limitado su poder y, en su lugar, crecía la influencia de los Ansúrez.

Parece que Fernán González vio en todo esto una afrenta insoportable, una manifestación de ingratitud por parte del rey a quien tanto había servido.Y así se incubó la rebelión. Corriendo el curso de 943, el conde de Castilla, que ya era el hombre más poderoso del reino antes de cumplir los cuarenta años, tomaba la decisión más grave de su vida.

Fernán González, el conde rebelde

La
Crónica de Sampiro
nos lo dice en breves palabras: «Fernán González y Diego Muñoz ejercieron tiranía contra el rey Ramiro, y aun prepararon la guerra. Mas el rey, como era fuerte y previsor, cogiolos, y uno en León y otro en Gordón, presos con hierros los echó en la cárcel». Tremendo.

Tremendo, sí. Pero ¿cuándo?Y sobre todo, ¿cómo?, ¿por qué? No es fácil indagar en este episodio. Todas estas cosas nos han llegado entre brumas de leyenda e incongruencias cronológicas, de modo que no es posible hacer un retrato exacto de los hechos. Lo que aquí vamos a plantear es una hipótesis que puede ser la más verosímil.Y dice más o menos así.

Es 939. Los cristianos han doblegado a los musulmanes en la batalla de Simancas. Junto al rey Ramiro II ha combatido, como siempre, el conde de Castilla, Fernán González. Fernán es el hombre más poderoso de la corte, después del rey: sus dominios se extienden por toda la marca oriental del reino. Sin duda Fernán había depositado grandes esperanzas en aquella victoria, porque supondría una formidable ganancia territorial; desde la raya del Duero hasta el Sistema Central, la Meseta norte se abría a la repoblación. Lo cual, por cierto, no beneficiaba sólo a Fernán, sino también a los otros condes castellanos:Assur Fernández, que operaba en la línea entre Valladolid y León, y el conde de Saldaña, Diego Muñoz, con base en Carrión de los Condes.

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