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Authors: José Javier Esparza

Tags: #Histórico

Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (88 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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La situación era crítica: tal y como Alfonso VII había previsto, los almorávides trataban de hacerse fuertes en el castillo de Mora y así amenazar Toledo mientras el rey y sus ejércitos marchaban sobre Córdoba. Para los guerreros de Peña Negra, no había más que una opción: presentar combate e intentar reducir lo más posible la potencia del enemigo.Y así Munio y Martín, como dice la crónica, «tomaron pan y vino y acordaron salir al día siguiente al encuentro de Farax».

Fue un combate amargo y desigual. Las huestes moras de Farax estaban esperando a los cristianos a mitad de camino entre Mora y Calatrava. La lucha se trabó enseguida.A las pocas horas Martín Fernández cayó herido.Y entonces Munio, consciente de que la situación era desesperada y de que el paisaje empeoraba por minutos, tomó una heroica decisión: resistiría solo con sus hombres. Así habló Munio Alfonso:

Señor Martín, sepárate de mí y vete con todos tus soldados a Peña Negra, y custódiala para que no vengan los moabitas y los agarenos y ocupen el castillo, lo que sería un gran perjuicio para nuestro emperador. Mientras tanto, yo y mis compañeros lucharemos con ellos.Y como sea la voluntad del cielo, así será.

Dicho y hecho: el herido Martín retornó a Peña Negra con sus huestes mientras Munio le cubría la retirada. Acto seguido, Munio Alfonso mandó llamar a un joven sobrino suyo, soldado novato, y le mandó a casa para cuidar de su madre. El sobrino se negó, pero Munio, a golpes, le obligó a marcharse. El muchacho volvió a Toledo entre sollozos de rabia. Y el frontero gallego se dispuso a rendir la vida en combate.

La escena final del drama no tardó en llegar. El puñado de hombres de Munio Alfonso, rodeado de enemigos, mantuvo mientras pudo sus posiciones. Cuando la presión se hizo insostenible, los guerreros de Toledo trataron de hacerse fuertes en un lugar llamado Peña Cervi. Los musulmanes optaron entonces por acabar con los cristianos a fuerza de saetas: centenares de flechas cayeron sobre los resistentes. Los hombres de Munio formaron un círculo alrededor de su jefe, pero todo fue inútil: el frontero Munio Alfonso y sus soldados murieron allí, en Peña Cervi, bajo las flechas musulmanas.

Dice la Crónica que el tal Farax, el caudillo moro, vendió las piezas de aquella victoria como trofeos de caza.Todos los muertos fueron decapitados, según la costumbre musulmana. El cadáver de Munio Alfonso conoció un trato especial: el jefe moro lo hizo trocear. Según la Crónica, el moro cortó la cabeza de Munio, un brazo con el húmero, la mano derecha y el pie derecho con la tibia. El tronco lo envolvió en un lienzo. La cabeza de Munio, separada del cuerpo, iba a conocer un singular periplo: fue enviada a las viudas de los caudillos que el gallego había matado en anteriores lances, la viuda de Azuel en Córdoba y la de Abenceta en Sevilla; después de pasar por ambas viudas, la cabeza siguió viaje hasta Marruecos, al palacio real. En cuanto al brazo y el pie de Munio, fueron colgados en las torres del castillo de Calatrava, junto a las cabezas de sus bravos guerreros muertos en Peña Cervi.

Después, las familias de los caídos acudieron a Calatrava a recoger los restos de sus muertos. Los moros no lo impidieron: entraba dentro de las reglas guerreras de la época. Los despojos de Munio y su hueste fueron llevados a Toledo e inhumados en el cementerio de Santa María. Y la Crónica recogió el llanto, la oración fúnebre de las mujeres de Toledo en el último adiós al héroe:

Oh, Munio Alfonso, lloramos por ti como la mujer llora a su único marido, pues así te amaba la ciudad de Toledo. Tu escudo nunca se humilló en la guerra y tu lanza nunca volvió hacia atrás. Tu espada jamás tornó vacía. No queráis anunciar la muerte de Munio Alfonso en Córdoba y en Sevilla, ni la anunciéis en el palacio del rey Texuñn, ni se fortalezcan las hijas de los moabitas, ni se alegren las hijas de los agarenos. Lloren las hijas de Toledo.

Así acabó la historia de aquel singular caballero frontero que acudió a Toledo para lavar la culpa de un crimen brutal: Munio Alfonso, gallego. Pero nuestra historia no ha acabado. Porque a los pocos meses de aquel drama, el emperador Alfonso reunió de nuevo a sus jefes guerreros y les dio una orden: tomar Úbeda, Baeza y Jaén para entregárselas a Zafadola. Poco podía sospechar Zafadola que aquella aventura terminaría con su muerte.Y que iban a matarle precisamente para vengar la muerte de Munio Alfonso.

Gloria y muerte del moro Zafadola

En aquel momento pocas cosas separaban al moro Zafadola de su sueño: ser emir, quizá —por qué no califa de un Al-Ándalus unificado; musulmán, sí, pero español, lejos de almorávides y almohades y demás peligros africanos. Zafadola había esperado largo tiempo este momento. Desde los lejanos años en que su clan pactó con Alfonso VII y le entregó Zaragoza, su vida había sido una sombra: la sombra mora del emperador cristiano. Pero ahora todo podía terminar bien.

En la persecución de su sueño de poder, Zafadola, Abu Cha'far, el «sable del Estado» (que eso es lo que quería decir su nombre), se ha apartado de Alfonso VII; el cual, por su parte, pacta con unos y con otros a la vez para sacar el máximo partido del hundimiento musulmán. Pero al emperador no le interesa en modo alguno tener a Zafadola como enemigo. Quiere demostrarle que sigue siendo su aliado fiel. ¿Cómo? Devolviéndole lo que ha perdido: Alfonso recuperará para Zafadola las plazas de Úbeda, Baeza y Jaén. El emperador llama a sus guerreros de confianza: Manrique de Lara,Armengol de Urgel y Poncio de Extremadura, condes en la corte. A ellos encarga la misión.Y para operar sobre el terreno, han de entenderse ante todo con un hombre: Martín Fernández, alcalde de Hita; el mismo que salvó la vida gracias al sacrificio de Munio Alfonso. Así empezó a escribirse el drama de Zafadola.

Todo es extremadamente confuso en la guerra de la frontera durante estos años. Los habitantes de Jaén, que acaban de sufrir las consecuencias de la guerra entre Zafadola y los almorávides, ven ahora que una nueva guerra se les viene encima, y esta vez a manos de las huestes cristianas. Las tropas de Alfonso VII machacan sin contemplaciones la escasa resistencia sarracena. Toman Jaén, Úbeda y Baeza en pocos días. Capturan numerosos prisioneros. Hacen cuantioso botín. Los de Jaén están desesperados: ya no hay almorávides que les puedan prestar ayuda. Entonces toman una decisión asombrosa: escriben a Zafadola, al que ellos mismos habían expulsado antes, y le imploran su socorro. «Ven, libéranos de los cristianos y seremos nuevamente tuyos», le dicen.Y Zafadola acude.

Zafadola acude a Jaén, en efecto. Pero no como vasallo agradecido que recupera la ciudad de manos de los cristianos, sino como liberador y pacificador que atiende a la llamada de auxilio de los moros de Jaén. No es sólo una cuestión de matiz. Nuestro hombre aparece ante Jaén con un gran ejército. Lo despliega en torno al campamento cristiano. Allí están Martín Fernández, el de Hita, y también los condes Manrique, Armengol y Poncio, que no entienden nada de nada: ellos han combatido para Za fadola y ahora Zafadola se pone gallito. El caudillo moro comunica que viene en son de paz, pero igualmente plantea sus exigencias: pide a los cristianos que devuelvan el botín y liberen a los prisioneros. Eso ya eran palabras mayores. Hablarán las armas.

Las armas hablaron y los cristianos vencieron. No debió de ser muy larga la batalla.Tampoco muy cruenta. El ejército cristiano venía de tomar tres plazas importantes como Jaén, Baeza y Úbeda; el ejército moro, por el contrario, era el mismo que había sido expulsado de Jaén. Indudablemente la superioridad numérica jugaba a favor de los cristianos. Zafadola cayó preso. Los caudillos cristianos le pusieron a buen recaudo. Decidieron llevarle ante el emperador, para que entre ambos arreglaran sus asuntos. Pero entonces…

Dice la tradición que fueron los «caballeros pardos» quienes mataron a Zafadola. Los caballeros pardos, es decir, aquel conglomerado anárquico de segundones, mercenarios de buen nombre, infanzones sin fortuna y villanos con armas que constituían la base de los ejércitos cristianos en la frontera. Fueron ellos los que prendieron a Zafadola y le dieron muerte. ¿Por qué? Nadie lo sabe. Pero lo más probable es que entre aquellos caballeros pardos ardiera el deseo de venganza por la suerte terrible de Munio Alfonso.Y esa venganza vino a caer sobre el pobre Zafadola, aunque, en realidad, nada tuvo él que ver con los sucesos de Peña Cervi. El caso es que así murió Zafadola. Corría el mes de febrero del año 1146. Punto final.

Al descubrir lo que había pasado, los condes del emperador —Manrique,Armengol, Poncio— quedaron severamente contrariados. No, ciertamente, por amor a Zafadola, sino por temor al emperador. No se atrevían a contar a Alfonso VII lo que había pasado, pero tampoco podían ocultar el asunto. Resolvieron enviar un escueto mensaje: «Tu amigo el rey Zafadola ha muerto». El emperador, en efecto, montó en cólera. Por todas partes hizo saber que él no había tenido arte ni parte en aquello. Pero el asunto, evidentemente, ya no tenía arreglo.

Ya no tenía arreglo y, por otra parte, tampoco nadie quiso ir más lejos. Después de todo, la absurda muerte de Zafadola resolvía bastantes problemas, al menos de momento. Muchos en el lado musulmán pugnaron entonces por quedarse con la herencia del muerto, de manera que las luchas internas entre los sarracenos se recrudecieron. En Murcia quedó como rey provisional Ibn Farach al-Zagri. En Valencia se hacía con todo el poder Ibn Mardanis, al que los cristianos llamaron «rey lobo» y que pronto daría mucho que hablar. Entre Sevilla y Córdoba quedaba Ibn Ganiya, el viejo almorávide, soñando con una restauración cada vez más problemática.Y mientras tanto, los almohades estaban ocupados poniendo sitio a Marrakech, última jugada de su ascenso hacia el poder.

En el lado cristiano todo iba sobre ruedas. El emperador acababa de tomar Calatrava: con esa plaza en sus manos, y con Jaén bajo control cristiano, el horizonte de la Reconquista se abría hasta Sierra Morena. Por su parte, el rey de Aragón, Ramón Berenguer N, lanza expediciones sucesivas sobre Murcia yValencia.Y en Portugal tampoco el paisaje está quieto: Alfonso Enríquez aprovecha para lanzarse hacia la línea del Tajo y asalta Santarem y Lisboa, esta última plaza con ayuda de una flota cruzada que pasaba por allí. Las conquistas de Santarem y Lisboa, todo sea dicho, pasarán a la historia como dos ejemplos de crueldad innecesaria para con los vencidos. También hay que decir que en las conquistas inmediatamente siguientes —Sintra, Alenquer Torres Vedras— se cambió radicalmente de política y Alfonso Enríquez permitió a los musulmanes conservar sus tierras. El caso es que Portugal había llegado ya a las aguas del Tajo.

Ahora la perspectiva que se le abría a Alfonso VII era radiante. Podía incluso llevar la iniciativa más lejos que nunca y partir en dos la España musulmana. ¿Cómo? Apoderándose de Almería, ciudad que, por otro lado, se había convertido en un auténtico problema internacional por los numerosos piratas que desde allí lanzaban sus razias por todo el Mediterráneo. Almería será el próximo objetivo de Alfonso VII_Y en la aventura encontraremos los nombres de aquellos jefes guerreros que prendieron a Zafadola: Martín Fernández, Manrique, Poncio, Armengol…

Así, en fin, terminaron los días de Zafadola, el hombre que soñó con reinar sobre el islam español. Para la historia ha quedado la muerte de Zafadola como un absurdo error, algo incluso inexplicable. Sin embargo, todo se entiende mejor si pensamos en los deseos de venganza de los caballeros de Toledo; los mismos que recogieron el cuerpo despedazado del frontero Munio Alfonso.Vida feroz, la de la frontera.Y el asunto Zafadola pronto quedó olvidado ante el nuevo desafio cristiano: la conquista de Almería.

La conquista de Almería: cruzada multinacional

Momento cumbre en el reinado de Alfonso VII de León y en la vida de la España medieval: las huestes cristianas van a plantar sus banderas en Almería, nada menos. Tan importante fue aquello en la época, que la Crónica del rey Alfonso, al llegar a este capítulo, abandona la redacción en prosa y utiliza el verso: es el Poema de Almería. ¿Quién lo escribió? Sin duda el obispo Arnaldo de Astorga, uno de los hombres de confianza del propio emperador, para el que realizó importantes misiones diplomáticas. Y gracias al obispo Arnaldo conocemos lo que pasó. Pero ¿por qué precisamente Almería? ¿Y por qué acudieron a la llamada gentes tan distantes como las de Pisa, Génova y Montpellier? Vamos a verlo.

Almería era un problema internacional. No por la ciudad en sí misma, evidentemente, sino porque sus calas se habían convertido en base y asiento de innumerables flotillas de piratas berberiscos. ¿Y cómo pudo ocurrir eso? Por degeneración del orden público. Desde hacía tiempo Almería se contaba entre los principales astilleros de Al-Ándalus: era una población importante, de unos 28.000 habitantes, volcada al mar, donde se fabricaban buenos barcos y mucha gente vivía de la navegación. Pero cuando el orden empezó a hundirse y la ley se convirtió en algo difuso, hubo quien encontró en la delincuencia una forma fácil de sobrevivir. Muchos navegantes se reconvirtieron en piratas. El poder local aceptó la situación: mientras no atacara a musulmanes, sino sólo a cristianos, la piratería era tolerable; no dejaba de ser una fuente de riqueza, aunque fuera criminal. Lo mismo estaba pasando en otros puertos del norte de África y también en las Baleares.Y así Almería acabó convertida en nido de piratas.

Desde el puerto almeriense, los ladrones del mar lanzaban sus barcos a la captura de cualquier mercante que atravesara el Mediterráneo occidental. Desde Sicilia hasta Marsella pasando por Cerdeña, y desde Gerona hasta Murcia pasando por las Baleares, nadie estaba a salvo de sus ataques. La plaga de los piratas estaba ocasionando enormes pérdidas a las grandes repúblicas comerciales italianas, como Génova o Pisa. Pero es que, además, los berberiscos atacaban también a las poblaciones del litoral italiano y español, saqueando los campos y haciendo esclavos, y eso lo mismo en el Mediterráneo que en el Atlántico. Este problema de la piratería berberisca iba a prolongarse durante siglos. Muchas veces se intentará acabar con ella.Y ésta era una de esas veces.

Como la piratería era un problema internacional, Alfonso VII convocó a todos los afectados.Y todos se mostraron de acuerdo en respaldar al emperador de León. Génova y Pisa, que tenían buenas relaciones comerciales con el condado de Barcelona, no dudaron en ofrecer sus naves. El conde de Montpellier, vasallo de León, hizo lo mismo. En cuanto a los soberanos españoles, su participación ofrecía un problema: Ramón Berenguer IV y García Ramírez de Pamplona seguían teniéndoselas tiesas por asuntos fronterizos. Pero la ocasión merecía una tregua y Alfonso, que era cuñado de Ramón y suegro de García, impuso a ambos un tratado de paz; se firmó en San Esteban de Gormaz. Más aún: el papa concedió a la empresa la categoría de cruzada.Y ahora ya podía el emperador dirigirse contra Almería con toda su fuerza.

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