Read Mujer sobre mujer Online

Authors: Carmela Ribó

Mujer sobre mujer (28 page)

BOOK: Mujer sobre mujer
3.19Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Hoy hice algo que no acierto a explicarme. Y conste que no tengo el menor remordimiento. Me levanté después de varias horas de dar vueltas, soñándote. En la esquina había uno de esos puestos ambulantes. Me serví un gran vaso de coca-cola y devoré un
frankfurter
!!! Con kilos de mayonesa y salsa Ketchup. Lo peor de todo es que lo encontré delicioso! No sé por qué este nuevo apetito. Soy muy rara, caracola! Quizá te extrañes aún más con mis desconocidas extravagancias y mis locuras que ya vas viendo…

Bien, por verle el lado bueno, diría que quizá algún día pueda hacerte una cena un poco más variada que aquella de semillas!

No pienso excederme tampoco. Pero podría estar bueno que algún día cocinemos juntas un plato especial. Quizá un poco de pasta y un aderezo que no sea salsa rosa o queso únicamente. Qué te parece, amiga?

Voy a hacerme un café. (Otra rareza). Me siento extrañamente dichosa y como en otro mundo…

La mañana está gris, aún hace frío. Yo no sé bien cómo estoy, ni dónde estoy realmente. Dónde andaré, caracola? Y dónde andarás vos?

Besos, ahora más calmados, con ronroneos y con paseos lentos por tu cuello.

Laura.

 

Seis horas después:

 

Concha:

Voy a contestar tu carta con la coherencia que me caracteriza.

Acabo de notar que apenas hace cuatro meses que te conozco. Cómo es posible? Yo te siento tan íntima, tan cercana, tan de verdad apegada a mi vida, a todo lo que fui, a lo que soy ahora…

Caracola, este extraño delirio contigo me hace bien. Le hace bien a mi vida.

Bien, sigamos con la respuesta. Leo tus cartas ni bien abro los ojos en la madrugada (las 10 de la mañana, para ser sincera!).

A veces me conecto y las releo en la biblio. Tengo sed de caracola a todas horas. Cuando regreso, las leo una vez más, tomo posesión de la computadora de mi estudio y te escribo largamente. Ya lo habrás notado! Y sí, te escribo en sábanas de hierba y luna llena. Mientras lo hago, escucho la canción de mis amigos. Sabés cuál? Te cuento:

Hay frente a la ventana norte del estudio una hilera con tres árboles susurradores. Ellos cantan una canción de amor, parecida a la lluvia. No te parece encantador ese rumor de las ramas?

Te preguntabas qué habrías hecho con una nenita de diez años, que por cierto sí usaba trenzas? Te habrías enamorado de mí como yo de vos, igual que en aquella novela de García Márquez
Del amor y otros demonios
. Es posible que ninguna de las dos lo llamara amor entonces, pero sería igualmente eso. O vos pensás que por ser niña sería muy distinta en mis emociones de lo que soy ahora? Habría sentido la misma invitación de tus feromonas y me habría muerto de amor contemplando tu piel de marfil y tu boca, que ya me insinuaría besos, de esos prohibidos… Las dos nos cuidaríamos bien en disimulos no muy conscientes. Hasta es posible que jugáramos fingiendo inocencias. Yo andaría siempre rondando tus caricias traviesas, pidiéndote me hicieras alguna historia, sentándome candorosa, lascivamente, en tus rodillas.

También pienso en el futuro a veces. En el nuestro. Y no te creas, que en ocasiones fantaseo bastante. Algo te he dicho ya de esas imaginaciones mías. Cuando te escribo que soy tu vecina de a la vuelta, o que vendo mi casa de Brooklyn para comprarme otra al menos cerca de la tuya… También cuando te hice aquel cuento en el que yo era una mujer con un cántaro y terminaba siendo la segunda esposa en el harén donde tú eras la primera. Nunca te dije antes: me hiciste tan feliz al recuperar aquel Mitilene de la memoria olvidada y construir para mí nuestra casa de adobe. Te amé tan locamente por eso! Caracola, cómo es que hacés para saberme tanto?

No pensemos con gravedad en el futuro: ya te dije que será lo que queramos. Tenemos una cita planeada desde hace tantos siglos! Qué más dá si descubrimos cuál será nuestro mañana en unos meses más? Yo, aparte de estas cosas pequeñas, no hago planes, caracola.

De cualquier modo compartiremos vidas.

Espero dichosamente lo que sea que este amor nos depare. Deberías hacer lo mismo. Te beso, como siempre, en tu cuello que tanto me enamora. (Esto sí es obsesión!).

Laura.

 

Dos días después:

 

Lauri querida:

Es media tarde. Todo el día ajetreadísima con mono de escribirte y sin poderlo hacer porque he tenido que atender a mil recados inaplazables, entre ellos, asistir a una comisión de Amigos del Románico que nos entrevistamos con un subsecretario de no sé qué ministerio en solicitud de ayudas.

Al regreso he releído tus cartas tendida en el sofá de mi estudio, los pies descalzos sobre un cojín, el ordenata en mi regazo, medio adormilada… y he soñado contigo. Sueños a menudo procaces, por cierto. A veces me desvelo por la noche y con los ojos cerrados doy en imaginar nuestro encuentro, nuestros sucesivos encuentros cuando pueda conocer a qué sabe tu piel y a qué saben tus jugos. Todo lo tomaré golosamente, mientras tú te dejas hacer, desmadejada. No lo haremos muy mecánico, será más bien espontáneo y desordenado, al ritmo que nuestros cuerpos, y nuestras almas, lo vayan pidiendo, hasta que, mojadas y jadeantes, descansemos sobre las revueltas sábanas y nos dejemos vencer por un dulce arrobamiento, unidas en un abrazo, soñolientas. No por mucho tiempo, porque el hambre y la sed nos van a despertar. Ya tendremos previsto algún refrigerio de vino y fiambre, quizá algunos quesos, algunos patés. Después, en algún momento, me quedaré dormida. Será bueno que me duerma mientras tú me acaricias. Debes saber que soy muy impúdica y que pondré todo mi cuerpo tendido y desmadejado para que lo repases a placer (a mi placer). Lo mismo que yo haré con el tuyo, descubriendo esos secretos que me ocultas, demorándome en ellos, en cuanto me haya repuesto y pueda asaltarte de nuevo. Me gustaría que ya agotadas pudiéramos dormir enlazadas para despertar, un rato después, todavía prendidas como dos perras impúdicas, como dos impúdicas bolleras que nunca se sacian en sus bocas y en sus sexos.

Debo advertirte que no te exigiré ninguna perversión que pueda vulnerar tus convicciones de señorita provinciana. Eso sí, no respetaré nada de ti. Y llevaré una buena provisión de pilas para Frank para asegurarme de que en ningún momento desmaya. Frank, te aviso, tiene dos movimientos, el vibratorio, con dos intensidades también, y el penetrador, que entra y sale no más de unos centímetros, pero muy suficientes para rozar convenientemente la perlita y provocar su incandescencia. ¡Ay! Lo único que lamento es que quizá no pueda enseñarte ninguna variación o perversidad que tú no sepas. Las que practiqué en mis lejanos años verdes, las tengo ya olvidadas. Eran cosas de desvergonzadas… y a menudo las practicábamos durante el
tripping
de alguna sustancia.

Qué ternura imaginarte conculcando tus normas vegetarianas frente a una hamburguesa. Bueno, yo soy omnívora, pero casi nunca he comido hamburguesas.

Sexo y comida, ya lo ves. Son pulsiones antiguas, y nosotras, cuando estemos juntas, las homenajearemos sucesivamente y, a veces, conjuntamente. ¿Hay algo más espontáneo que retozar en una cama llena de migajas que te hacen pequeños tormentos en la piel mientras atiendes a la antigua lucha de los cuerpos enamorados?

Árboles que te cantan su incógnita canción. Me los imagino. En estas evocaciones de otro tiempo nuestro, que no era nuestro porque ni tú ni yo estábamos para la otra, advierto la huella de tu ausencia. Hemos tenido instantes felices, ¿verdad? Pero esos momentos que un día nos regaló la vida sabemos que no volverán y que en el recuerdo no son más que evanescentes evocaciones, como esas sonrisas que quedan prendidas en las fotografías amarillentas del tiempo pasado, en bocas que ya murieron o de cuyos nombres y palabras nos hemos olvidado.

¿Algún día alguien sabrá entera esta canción que la vida va desgranando ante nosotros, víctimas y sacerdotisas del amor que nos reverdece?

Una habitación con los visillos echados, en sombras, mientras afuera, en una arboleda, estallaba abril, la despedida en una estación con trenes de carbonilla y grasientos bancos de listones de madera, un amanecer en el desierto, cuando el aire huele a alguna ignorada flor que jamás podría darse en las arenas….

Arenas escribo y me asalta una pregunta. ¿Has visto la película
The English patient
? Me pareció fascinante. Después hice mis averiguaciones sobre el conde Almassy, el que la inspira, y me decepcionó un poco, ¿por qué la realidad incumple tanto el deseo?

En realidad, de ese pasado no echo de menos nada, quiero decir que soy consciente de que lo que se echa de menos no son las personas, ni siquiera los momentos de felicidad que pudieron regalarte. Más bien echamos de menos lo que fuimos entonces, a nosotras mismas. ¿Qué fue de aquella persona con la que tuvimos un encuentro fugaz e intenso? Realmente no nos estamos preguntando qué fue de él o de ella, sino que fue de aquella chica, tú o yo, que tuvo un encuentro inolvidable un día. ¿No te ha ocurrido nunca arrebatarte con una desconocida y entregarte a ella sin siquiera saber su nombre?

De pronto la vida te arrebata, nos arrebata, y lo hacemos con ese ardimiento febril que nos parece ajeno, como obedeciendo a un instinto anterior a la inteligencia y más fuerte que nuestra propia voluntad y nuestro sometimiento a las estúpidas normas sociales… animales puros en toda su belleza y en toda su sinceridad elemental. ¡Ay, la tentación de la vida! ¡Cómo la siento ahora en que estoy a tu lado, en esos ojos melados que leen esta carta dentro de unas horas cuando aquí es de noche y yo probablemente duermo profundamente después de soñar contigo en la dulce duermevela que precede al abismo!

Hasta luego, amor, amor infinito, amor eterno (eterno es: nos acabaremos nosotros, pero él no se acabará). Con el beso más dulce.

Concha.

 

Cinco horas después:

 

Caracola:

Me asustaban los hombres, caracola. Quizá un poquito todavía. Siempre he sentido una angustia inexplicable ante esa cosa extraña que desaté en los otros desde niña. Quizá no fue que solamente la inspiraba, es posible (ahora que lo pienso con más aceptación y a la distancia) que yo misma convocara esas tormentas de un modo... no se me ocurre cómo. Natural? Pero a quién le habría contado para que me explicara? Quién podría entender si yo tampoco (mujer, joven o niña) entendía bien qué era? Del mismo modo en que no entiendo ahora mi gracioso «poder de seducción» entre la gente joven! Me aburren mis misterios. Son cosas tan inabordables!

Te dije ya que me han gustado (y mucho) esos pronósticos morbosos de la primera cita? Aunque no del todo el refrigerio.

Es que no habrá ciruelas, ni nueces ni alcaparras, que por cierto las amo? Y agua, caracola? Yo bebo mucha agüita, siempre. Y la energizo con mis hechizos mágicos (el ayurveda) para que sepa bien y me ponga esponjosa como los helechos. Hemos de pedir agua.

Te daré de beber como doña Circe, con sorbos de la mía y muchas risas en tu boca. A veces también me río por pudores…

Caracola me requiebra y enloquece con sus sueños (míos también) de aquella alcoba. Y como soy de agua, tus palabras me hacen diamantes como los versos del monje zen. Muy acertado aquello de poner las penumbras, me encontrarás muy fácilmente (o acaso me confundas con la tele encendida!). Te quiero tanto, amiga!

Concha, yo quiero todo contigo. Sexo, comida (incluso el vino) y vida.

Y quiero que me aprendas, aprenderte como si siempre hubieras sido mía, tuya, desde aquellos lejanos juegos de caracola veinteañera con mis trenzas de nena. Podría incluso recordar aquella vez en que me hacías en la ventana de la cocina, y me hiciste en el campo contra el depósito de agua (pero yo sí te saludé y no quise secarme de tus jugos, para gozarte un poco más a solas).

Secretamente me excita contemplarte. A vos sí te miraría haciéndolo con otra. Y de seguro sería una contemplación del todo amable! Pero no entraría en el ruedo.

Me quedaría en un ángulo de la habitación, ocupada en mis cosas.

Vaya, todo un viaje de introspección y autodescubrimiento!

Recordar. Me gusta mucho esa palabra, me gusta cómo suena y lo que etimológicamente significa. Ahora pienso en algo que antes había leído y que no atinaba a comprender del todo. Aquello del amante amado en todos los hombres (en todas las mujeres). Eso podría ser entonces nuestro encuentro, recordar (volver a pasar por el corazón) todas las veces incontables en que me amaste en otras y te amé en todas las que una vez me amaron. Me parece que ahora lo entendí: siempre eras vos, caracola. Siempre sos vos, lejano amor.

Me demoré un poquito, lo acepto. Pero nos encontramos, no?

Ya te dejo. Me moriré de impaciencia hasta mañana, hasta tu nueva carta. Hasta el día de mi viaje. Hasta mis brillos de luciérnaga en la alcoba de Mitilene y tus divinas intenciones de esa noche.

Me pregunto cómo estarás precisamente ahora, caracola. Si habrás comido bien, si disfrutaste esos paseos que tenías previstos, si conociste a alguien interesante en esas excursiones al románico y al gótico con el corro de cacatúas. Y qué misteriosas actividades ocuparán tus días? De las noches, ya quedamos en que preguntaré únicamente de restaurantes, salidas rigurosamente didácticas y quizá alguna sala de cinematógrafo. (Me encanta la palabrita). Ayer soñé con vos, pero no recuerdo nada del sueño, excepto que por fin te abrazaba. Esto es ya recurrente en mis sueños dormida. Los que sueño despierta suelen ser un poco más… exhaustivos. Te quiero, amor, y ya estoy muy cansada de estar sola y de no saber nada, absolutamente nada, de la dueña!

Me pregunto si estás durmiendo ahora. Voy a entrar en tus sueños y a lamer tus orejas y otras cosas. Despertarás un poco extraña y agotada. Te darás cuenta enseguida que he sido yo que, por adelantarme, te complací enteramente mientras dormías. (De paso, me aseguro que no me olvides). Mi dulce amor, hasta mañana o dentro de un ratito. Hoy te he deseado más de lo que nunca imaginé podría desear a una mujer.

BOOK: Mujer sobre mujer
3.19Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Judgement Call by Nick Oldham
Bend by Kivrin Wilson
Martha Quest by Doris Lessing
The Perfect Kiss by Anne Gracie
The Last Coyote by Michael Connelly
Kell's Legend by Andy Remic
Secrets Uncovered by Amaleka McCall
Deadly Wands by Brent Reilly