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Authors: Albar Nuñez Cabeza de Vaca

Tags: #Conquista Española, #Nuevo Mundo, #América, #Española, #Conquista, #Nueva España, #Viajes

Naufragios (8 page)

BOOK: Naufragios
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Capítulo XXIII

Cómo nos partimos después de haber comido los perros

Después que comimos los perros, paresciéndonos que teníamos algún esfuerzo para poder ir adelante, encomendámonos a Dios nuestro Señor para que nos guiase, nos despedimos de aquellos indios, y ellos nos encaminaron a otros de su lengua que estaban cerca de allí. E yendo por nuestro camino llovió, y todo aquel día anduvimos con agua, y allende de esto, perdimos el camino y fuimos a parar a un monte muy grande, y cogimos muchas hojas de tunas y asámoslas aquella noche en un horno que hecimos, y dímosle tanto fuego, que a la mañana estaban para comer; y después de haberlas comido encomendámonos a Dios y partímonos, y hallamos el camino que perdido habíamos; y pasado el monte, hallamos otras casas de indios; y llegamos allá, vimos dos mujeres y muchachos, que se espantaron, que andaban por el monte, y en vernos huyeron de nosotros y fueron a llamar a los indios que andaban por el monte; y venidos, paráronse a mirarnos detrás de unos árboles, y llamámosles y allegáronse con mucho temor; y después de haberlos hablado, nos dijeron que tenían mucha hambre, y que cerca de allí estaban muchas casas de ellos propios; y dijeron que nos llevarían a ellos y aquella noche llegamos adonde había cincuenta casas, y se espantaban de vernos y mostraban mucho temor; y después que estuvieron algo sosegados de nosotros, allegábannos con las manos al rostro y al cuerpo, y después traían ellos sus mismas manos por sus caras y sus cuerpos, y así estuvimos aquella noche; y venida la mañana, trajéronnos los enfermos que tenían, rogándonos que los santiguásemos, y nos dieron de lo que tenían para comer, que eran hojas de tunas verdes asadas; y por el buen tratamiento que nos hacían, y porque aquello que tenían nos lo daban de buena gana y voluntad, y holgaban de quedar sin comer por dárnoslo, estuvimos con ellos algunos días; y estando allí, vinieron otros de mas adelante. Cuando se quisieron partir dijimos a los primeros que nos queríamos ir con aquéllos. A ellos les pesó mucho, y rogáronnos muy ahincadamente que no nos fuésemos y al fin nos despedimos de ellos, y los dejamos llorando por nuestra partida, porque les pesaba mucho en gran manera.

Capítulo XXIV

De las costumbres de los indios de aquellas tierras

Desde la isla de Mal Hado, todos los indios que hasta esta tierra vimos tienen por costumbre desde el día que sus mujeres se sienten preñadas no dormir juntos hasta que hacen dos años que han criado los hijos, los cuales maman hasta que son de edad de doce años; que ya entonces están en edad que por sí saben buscar de comer. Preguntámosles que por qué los criaban así, y decían que por la mucha hambre que en la tierra había, que acontescía muchas veces, como nosotros víamos, estar dos o tres días sin comer, y a las veces cuatro; y por esta causa los dejaban mamar, porque en los tiempos de hambre no muriesen; y ya que algunos escapasen, saldrían muy delicados y de pocas fuerzas; y si acaso acontesce caer enfermos algunos, déjanlos morir en aquellos campos si no es hijo, y todos los demás, si no pueden ir con ellos, se quedan; mas para llevar un hijo o hermano, se cargan y lo llevan a cuestas. Todos éstos acostumbran dejar sus mujeres cuando entre ellos no hay conformidad, y se tornan a casar con quien quieren; esto es entre los mancebos, mas los que tienen hijos permanescen con sus mujeres y no las dejan, y cuando en algunos pueblos riñen y traban cuestiones unos con otros, apuñéanse y apaléanse hasta que estén cansados, y entonces se desparten; algunas veces los desparten mujeres, entrando entre ellos, que hombres no entran a despartirlos; y por ninguna pasión que tengan no meten en ella arcos ni flechas; y desque se han apuñeado y pasado su cuestión, toman sus casas y mujeres, y vanse a vivir por los campos y apartados de los otros, hasta que se les pasa el enojo; y cuando ya están desenojados y sin ira, tórnanse a su pueblo, y de ahí adelante son amigos como si ninguna cosa hobiera pasado entre ellos, ni es menester que nadie haga las amistades, porque de esta manera se hacen; y si los que riñen no son casados, vanse a otros sus vecinos, y aunque sean sus enemigos, los resciben bien y se huelgan mucho con ellos, y les dan de lo que tienen; de suerte, que cuando es pasado el enojo, vuelven a su pueblo y vienen ricos. Toda es gente de guerra y tienen tanta astucia para guardarse de sus enemigos como ternían si fuesen criados en Italia y en continua guerra. Cuando están en parte que sus enemigos los pueden ofender, asientan sus casas a la orilla del monte más áspero y de mayor espesura que por allí hallan, y junto a él hacen un foso, y en éste duermen. Toda la gente de guerra está cubierta con leña menuda, y hacen sus saeteras, y están tan cubiertos y disimulados, que aunque estén cabe ellos no los ven, y hacen un camino muy angosto y entra hasta en medio del monte, y allí hacen lugar para que duerman las mujeres y niños, y cuando viene la noche encienden lumbres en sus casas para que si hobiere espías crean que estén en ellas, y antes del alba tornan a encender los mismos fuegos; y si acaso los enemigos vienen a dar en las mismas casas, los que están en el foso salen a ellos y hacen desde las trincheras mucho daño, sin que los de fuera los vean ni los puedan hallar; y cuando no hay montes en que ellos puedan de esta manera esconderse y hacer sus celadas, asientan en llano en la parte que mejor les paresce y cércanse de trincheras cubiertas de leña menuda y hacen sus saeteras, con que flechan a los indios, y estos reparos hacen para de noche. Estando yo con los de aguenes, no estando avisados, vinieron sus enemigos a media noche y dieron en ellos y mataron tres y hirieron otros muchos; de suerte que huyeron de sus casas por el monte adelante, y desque sintieron que los otros se habían ido, volvieron a ellas y recogieron todas las flechas que los otros les habían echado, y lo más encubiertamente que pudieron los siguieron, y estuvieron aquella noche sobre sus casas sin que fuesen sentidos, y al cuarto del alba les acometiron y les mataron cinco, sin otros muchos que fueron heridos, les hicieron huir y dejar sus casas y arcos, con toda su hacienda; y de ahí a poco tiempo vinieron las mujeres de los que se llamaban quevenes, y entendieron entre ellos y los hicieron amigos, aunque algunas veces ellas son principio de la guerra. Todas estas gentes, cuando tienen enemistades particulares, cuando no son de una familia, se matan de noche por asechanzas y usan unos con otros grandes crueldades.

Capítulo XXV

Cómo los indios son prestos a un arma

Esta es la más presta gente para un arma de cuantas yo he visto en el mundo, porque se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con sus arcos a par de sí y una docena de flechas; el que duerme tienta su arco, y sino le halla en cuerda le da la vuelta que ha menester. Salen muchas veces fuera de las casas bajados por el suelo, de arte que no pueden ser vistos, y miran y atalayan por todas partes para sentir lo que hay; y si algo sienten, en un punto son todos en el campo con sus arcos y flechas, y así están hasta el día, corriendo a unas partes y otras, donde ven que es menester o piensan que pueden estar sus enemigos. Cuando viene el día tornan a aflojar sus arcos hasta que salen a caza. Las cuerdas de los arcos son niervos de venados. La manera que tienen de pelear es abajados por el suelo, y mientras se flechan andan hablando y saltando siempre de un cabo para otro, guardándose de las flechas de sus enemigos, tanto, que en semejante parte pueden rescebir muy poco daño de ballestas y arcabuces; antes los indios burlan de ellos, porque estas armas no aprovechan para ellos en campos llanos, adonde ellos andan sueltos; son buenas para estrechos y lugares de agua; en todo lo demás, los caballos sonlos que han de sojuzgar y lo que los indios universalmente temen. Quien contra ellos hobiere de pelear ha de estar muy avisado que no le sientan flaqueza ni codicia de lo que tienen, y mientras durare la guerra hanlos de tratará muy mal; porque si temor les conocen o alguna codicia, ella es gente que saben conoscer tiempos en que vengarse y toman esfuerzo del temor de los contrarios. Cuando se han flechado en la guerra y gastado su munición, vuélvense cada uno su camino, sin que los unos sigan a los otros, aunque los unos sean muchos y los otros pocos, y ésta es costumbre suya. Muchas veces se pasan de parte a parte con las flechas y no mueren de las heridas si no toca en las tripas o en el corazón; antes sanan presto. Ven y oyen más y tienen mas agudo sentido que cuantos hombres yo creo que hay en el mundo. Son grandes sufridores de hambre y de sed y de frío, como aquellos que están más acostumbrados y hechos a ello que otros. Esto he querido contar porque allende que todos los hombres desean saber las costumbres y ejercicios e los otros, los que algunas veces se vinieren a ver con ellos estén avisados de sus costumbres y ardides, que suelen no poco aprovechar en semejantes casos.

Capítulo XXVI

De las naciones y lenguas

También quiero contar sus naciones y lenguas, que desde la isla de Mal Hado hasta los últimos hay. En la isla de Mal Hado hay dos lenguas: a los que unos llaman de Caoques y a los otros llaman de Han. En la Tierra Firme, enfrente de la isla, hay otros que se llaman de Chorruco; y toman el nombre de los montes donde vine. Adelante, en la costa del mar, habitan otros que se llaman Doguenes y enfrente de ellos otros que tienen por nombre los de Mendica. Más adelante, en la costa, están los quevenes, y enfrente de ellos, dentro en la Tierra Firme, los mariames; y yendo por la costa adelante, están otros que se llaman guaycones, y enfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los iguaces. Cabo de éstos están otros que se llaman atayos, y detrás de éstos, otros, acubadaos, y de éstos hay muchos por esta vereda adelante. En la costa viven otros llamados quitoles, y enfrente de éstos, dentro en la Tierra Firme, los avavares. Con éstos se juntan los maliacones, y otros cutalchiches, y otros que se llaman susolas, y otros que se llaman comos, y adelante en la costa estén los camoles, y en la misma costa adelante, otros a quienes nosotros llamamos los de los higos. Todas estas gentes tienen habitaciones y pueblos y lenguas diversas. Entre éstos hay una lengua en que llaman a los hombres por mira acá; arre acá; a los perros, xo; en toda la tierra se emborrachan con un humo, y dan cuanto tienen por él. Beben también otra cosa que sacan de las hojas de los árboles, como de encina, y tuéstanla en unos botes al fuego, y después que la tienen tostada hinchan el bote de agua, y así lo tienen sobre el fuego, y cuando ha hervido dos veces, échanlo en una vasija y están enfriándola con media calabaza, y cuando está con mucha espuma bébenla tan caliente cuanto pueden sufrir, y desde que la sacan del bote hasta que la beben están dando voces, diciendo que quién quiere beber? Y cuando las mujeres oyen estas voces luego se paran sin osarse mudar, y aunque estén mucho cargadas, no osan hacer otra cosa, y si acaso alguna de ellas se mueve, la deshonran y la dan de palos, y con muy gran enojo derraman el agua que tienen para beber, y la que han bebido la tornan a lanzar, lo cual ellos hacen muy ligeramente y sin pena alguna. La razón de la costumbre dan ellos, y dicen que si cuando ellos quieren beber aquella agua las mujeres se mueven de donde les toma la voz, que en aquella agua se les mete en el cuerpo una cosa mala y que donde a poco les hace morir, y todo el tiempo que el agua está cociendo ha de estar el bote atapado, y si acaso este destapado y alguna mujer pasa, lo derraman y no beben más de aquella agua; es amarilla y están bebiéndola tres días sin comer, y cada día bebe cada uno arroba y media de ella, y cuando las mujeres están con su costumbre no buscan de comer más de para sí solas, porque ninguna otra persona come de lo que ellas traen. En el tiempo que así estaba, entre éstos vi una diablura, y es que vi un hombre casado con otro, y éstos son unos hombres amarionados, impotentes, y andan tapados como mujeres y hacen oficio de mujeres, y tiran arco y llevan muy gran carga, entre éstos vimos muchos de ellos así amarionados como digo, y son más membrudos que los otros hombres y más altos; sufren muy grandes cargas.

Capítulo XXVII

De cómo nos mudamos y fuimos bien rescebidos

Después que nos partimos de los que dejamos llorando, fuímonos con los otros a sus casas, y de los que en ellas estaban fuimos bien rescebidos y trujeron sus hijos para que les tocásemos las manos, y dábannos mucha harina de mezquiquez. Este mezquiquez es una fruta que cuando esté en el árbol es muy amarga, y es de la manera de algarrobas, y cómese con tierra, y con ella está dulce y bueno de comer. La manera que tienen con ella es ésta: que hacen un hoyo en el suelo, de la hondura que cada uno quiere, y después de echada la fruta en este hoyo, con un palo tan gordo como la pierna y de braza y media en largo, la muelen hasta muy molida; y demás que se le pega de la tierra del hoyo, traen otros puños y échanla en el hoyo y tornan otro rato a moler, y después échanla en una vasija de manera de una espuerta, y échanle tanta agua que basta a cubirla, de suerte que quede agua por cima, y el que la hamolido pruébala, y si le parece que no esté dulce, pide tierra y revuélvela con ella, y esto hace hasta que la halla dulce, y asiéntanse todos alrededor y cada uno mete la mano y saca lo que puede, y las pepitas de ella tornan a echar sobre unos cueros y las cáscaras; y el que lo ha molido las coge y las torna a echar en aquella espuerta, y echa agua como de primero, y tornan a exprimir el zumo y agua que de ello sale, y las pepitas y cáscaras tornan a poner en el cuero, y de esta manera hacen tres o cuatro veces cada moledura; y los que en este banquete, que para ellos es muy grande, se hallan, quedan las barrigas muy grandes, de la tierra y agua que han bebido; y de esto nos hicieron los indios muy gran fiesta, y hobo entre ellos muy grandes bailes y areitos en tanto que allí estuvimos. Y cuando de noche dormíamos, a la puerta del rancho donde estábamos nos velaban a cada uno de nosotros seis hombres con gran cuidado, sin que nadie nos osase entrar dentro hasta que el sol era salido. Cuando nosotros nos quisimos partir de ellos, llegaron allí unas mujeres de otros que vivían adelante; y informados de ellas dónde estaban aquellas casas, nos partimos para allá, aunque ellos nos rogaron mucho que por aquel día nos detuviésemos, porque las casas adonde íbamos estaban lejos, y no había camino para ellas, y que aquellas mujeres venían cansadas, y descansando, otro día se irían con nosotros y nos guiarían, y ansi nos despedimos; y dende a poco las mujeres que habían venido, con otras del mismo pueblo. se fueron trás nosotros; mas como por la tierra no había caminos, luego nos perdimos, y ansí anduvimos cuatro leguas, y al cabo de ellas llegamos a beber a un agua adonde hallamos las mujeres que nos seguían, y nos dijeron el trabajo que habían pasado por alcanzarnos. Partimos de allí llevándolas por guía, y pasamos un río cuando ya vino la tarde que nos daba el agua a los pechos; sería tan ancho como el de Sevilla, y corría muy mucho, y a puesta del sol llegamos a cien casas de indios; y antes que llegásemos salió toda la gente que en ellas había a recebirnos con tanta grita que era espanto; y dando en los muslos grandes palmadas; traían las calabazas horadadas, con piedras dentro, que es la cosa de mayor fiesta, y no las sacan sino a bailar o para curar, ni las osa nadie tomar sino ellos; y dicen que aquellas calabazas tienen virtud y que vienen del cielo, porque por aquella tierra no las hay, ni saben dónde las haya, sino que las traen los ríos cuando vienen de avenida. Era tanto el miedo y turbación que éstos tenían, que por llegar más prestos los unos que los otros a tocarnos, nos apretaron tanto que por poco nos hobieran de matar; y sin dejarnos poner los pies en el suelo nos llevaron a sus casas, y tantos cargaban sobre nosotros y de tal manera nos apretaban, que nos metimos en las casas que nos tenían hechas, y nosotros no consentimos en ninguna manera que aquella noche hiciesen más fiesta con nosotros. Toda aquella noche pasaron entre sí en areitos y bailes, y otro día de mañana nos trajeron toda la gente de aquel pueblo para que los tocásemos y santiguásemos, como habíamos hecho a los otros con quien habíamos estado. Y después de esto hecho dieron muchas flechas a las mujeres del otro pueblo que habían venido con las suyas. Otro día partimos de allí y toda la gente del pueblo fue con nosotros, y como llegamos a otros indios, fuimos bien recebidos, como de los pasados; y ansí nos dieron de lo que tenían y los venados que aquel día habían muerto; y entre éstos vimos una nueva costumbre, y es que los que venían a curarse, los que con nosotros estaban les tomaban el arco y las flechas; y zapatos y cuentas, si las traían, y después de haberlas tomado nos las traían delante de nosotros para que los curásemos; y curados. se iban muy contentos, diciendo que estaban sanos. Así nos partimos de aquéllos y nos fuimos a otros, de quien fuimos muy bien recebidos, y nos trajeron sus enfermos, que santiguándolos decían que estaban sanos; y el que no sanaba creía que podíamos sanarle, y con lo que los otros que curábamos les decían, hacían tantas alegrías y bailes que no nos dejaban dormir.

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