Necrópolis (15 page)

Read Necrópolis Online

Authors: Carlos Sisí

Tags: #Fantástico, Terror

BOOK: Necrópolis
6.75Mb size Format: txt, pdf, ePub

Pero el nuevo día empezaba ahora a despuntar por el este, un amanecer precioso con la esfera del Sol teñida de un color naranja intenso; y el cielo estaba despejado de nuevo con lo que se auguraba otro día luminoso y tibio. Se llenó los pulmones de aire de la mañana y sus lúgubres pensamientos parecieron al fin esconderse. La moto petardeaba saludablemente por entre los vehículos abandonados.

Juan no pasaba de los treinta kilómetros por hora. No quería esquivar una vieja furgoneta y encontrarse con todo un tráiler volcado o algún otro obstáculo tras una curva muy pronunciada. Se imaginaba desangrándose en el suelo, con la moto a diez o veinte metros delante de él y la rueda girando todavía como una noria demencial, sin posibilidad de ser atendido por nadie.

No, gracias.

Además, el panorama que le rodeaba aunque triste, era digno de contemplarse. Ya hacía tiempo que las columnas de humo se habían extinguido, pero los edificios calcinados prácticamente hasta los cimientos se erguían como oscuros monumentos, en recuerdo quizá a los días en los que la humanidad fue sometida por los muertos. En los muchos que quedaban en pie había señales de que las cosas marchaban mal. Cosas como cortinas colgando desgarradas asomando detrás de los cristales rotos.

A nivel de la calle, algunos de los locales estaban abiertos de par en par con las lunas destrozadas, otros en cambio se hallaban cerrados. El inventario de una tienda de muebles se hallaba desparramado por la acera incluyendo la hilera de aparcamiento en batería. Había muebles de madera que tenían pinta de haber sido carísimos, pero de nuevo, nadie se los había llevado. Quedaban para la lluvia, que los iba hinchando poco a poco cuando tenía ocasión.

* * *

Circulaba por la Avenida de Velázquez cuando los restos del tráfico empeoraron notablemente. El espacio entre los carriles iba reduciéndose a ojos vista y su capacidad para avanzar mermaba cada vez más, a menudo tenía que girar bruscamente apoyando el pie en alguno de los coches, o levantarse sobre sus piernas para pasar entre ellos cuando el hueco era demasiado estrecho. Los muertos deambulaban por doquier, y Aranda observó con cierta preocupación que todos parecían mucho más atroces que los que había visto en Málaga. La mayoría tenían el rostro lleno de heridas gravísimas, bien cortes profundos y rectos o heridas pequeñas como un sarpullido furioso que deformaban sus facciones. Otros tenían la cara negra, la ropa chamuscada y llena de hollín, como si hubieran estado vagando por los escombros de un aparatoso incendio. A unos pocos les faltaban algunos miembros, un brazo, o la mitad; cosa que aunque todavía le provocaba cierta repulsión, ya eran películas viejas, vistas en el pasado en varias ocasiones. Pero cuando vio a bastantes de aquellos espectros caminando con los huesos de ambos brazos expuestos, Juan se preguntó qué historia enfermiza habría habido por allí para ser escuchada.

Siguió avanzando sintiendo que la situación le inquietaba cada vez más. No sólo había espectros vagando, sino una cantidad tremenda de cadáveres amontonados entre los coches, dentro de ellos, asomando por las ventanas rotas.
Las moscas,
se descubrió Aranda pensando, quizá para apartar todo ese horror de su mente.
Gracias al cielo estamos en invierno. Las moscas este verano van a ser una pesadilla... las moscas...

Resultaba difícil imaginar que semejante despropósito de vehículos apilados unos contra otros fuera casual. Detuvo lentamente la moto y observó desde cierta distancia.

No era casual, ahora estaba seguro. Había al menos cuatro camiones con sus enormes contenedores traseros bloqueando el paso. Apilados contra ellos en las posiciones más inverosímiles había una impresionante caterva de furgonetas, ambulancias y coches de gran tamaño, a veces apilados en altas torres formadas por hasta cuatro de ellos. A la derecha, fuera ya de la autovía y junto a los restos aún humeantes de una gasolinera
Shell,
había una enorme grúa provista de una monstruosa pinza metálica. Sus dientes de acero asomaban como la dentadura de un monstruo colosal; sin duda el artífice de aquellas construcciones locas. Los camiones estaban justo debajo de un puente aéreo, de los que se construyen para que los peatones puedan cruzar los cuatro carriles; y allí, junto a la barandilla, alguien había dispuesto unas hileras de sacos. Como una barricada.

Es una barrera,
se dijo con creciente temor,
una puta barrera. Pero, ¿querían que la población de Málaga no escapase, o que nadie entrase?

Instintivamente, hizo girar la llave de contacto y la moto se apagó con un ronquido apagado, conjurando el espantoso silencio de nuevo sobre él. Apenas se hubo quitado el casco el olor lo golpeó con una fuerza atroz; ya lo había percibido cuando estaba subido a la moto, pero ahora abrasaba sus pulmones como si estuviera respirando los mismísimos vapores del infierno. Rápidamente se puso un buen pegote del ungüento mentolado del doctor Rodríguez y aunque no hizo desaparecer el hedor a podredumbre del todo, sí que lo hizo soportable.

Continuó entonces a pie con el propósito de echar un vistazo a la barrera, y sobre todo, a lo que había al otro lado. Pero resultó una tarea mucho más complicada de lo que había pensado. En el suelo se amontonaban los cadáveres, una alfombra espeluznante de brazos y piernas torcidos en posiciones imposibles. La lluvia, que había castigado la zona tan duramente en las últimas semanas, había propiciado crecimientos fungosos en mejillas y manos. El olor era sencillamente demoledor y Aranda lo percibía incluso por debajo del ungüento.

Había otra cosa, algo en lo que no había reparado al principio. Las carrocerías de los coches, estaban llenas de impactos de bala. Pasó los dedos por el borde de uno de los agujeros, pensativo, y se fijó en los cuerpos tirados por el suelo. Definitivamente había agujeros impresionantes en la ropa, por todas partes. Los habían ametrallado.

Aranda oteó en todas direcciones. Se daba cuenta de que había sido una buena idea apagar la moto; si todavía quedaba alguien oculto en alguna parte, alguien vigilante, quizá con un rifle entre las manos, él pasaría por un muerto viviente más moviéndose entre los coches. Al menos, en eso confiaba.

Cuando llegó al borde de la carretera, saltó la barandilla y empezó a caminar por un área diáfana donde alguien había apilado un buen montón de objetos personales como maletas, ropa y muebles en confuso batiburrillo. La montaña era enorme.

Que me jodan si esas no son las cosas de la gente que intentaba pasar por la carretera,
pensaba Aranda intentando imaginar qué tipo de situación se había producido allí. Una vez había visto una película en la que el equipaje de unos judíos que iban a ser deportados era cuidadosamente clasificado y categorizado para la gloria del
Tercer Reich.
Los judíos naturalmente acababan en campos de concentración o como parte de la Solución Final, pero las montañas de equipaje permanecían. Sus cosas permanecían.

Continuó andando, rodeando despacio la montaña de enseres. Al fondo, formando un parapeto con el edificio, había más sacos apilados. Y cadáveres... siempre cadáveres.

Cuando llegó por fin al otro lado de la barrera se detuvo, vivamente impresionado. ¡Allí estaban, después de todo! Contaba hasta una docena de vehículos militares, camiones para el transporte de tropas le parecía, de varios modelos. Había unos
Pegaso
que parecían sacados de una película histórica y otros de líneas más modernas, unos
Mercedes
fuertes y robustos. No tenía mucha pinta de que a los militares les hubiera ido muy bien sin embargo; al menos dos de los camiones estaban quemados desde las gomas de las ruedas hasta la punta de la luz de gálibo, un tercero estaba volcado y muchos de los otros estaban aparcados de cualquier manera en todo tipo de ángulos. Más allá de éstos se divisaba una interminable caravana de vehículos cuya hilera sinuosa, se perdía hasta donde alcanzaba la vista.

Al borde de la carretera había algo más, se había dispuesto una especie de campamento improvisado hecho con negras lonas, rodeado de sacos y barriles de un color marrón oscuro sin identificar. En la parte más alta de una empalizada había un enorme cartel escrito con trazos grandes y desaliñados como de brocha que rezaba: CADÁVERES, y debajo, una improvisada flecha negra indicaba una dirección. Allí no quedaban cadáveres sin embargo, pero sí una montaña abyecta de un color negro ceniza donde se adivinaban todavía huesos a medio quemar y hasta miembros despuntando como signos de exclamación. Aranda, que se había curtido ya en varias docenas de situaciones enloquecedoras, se sintió abrumado por todo aquel polvo y sufrimiento tornado en cenizas, pero continuó hacia el campamento caminando entre los muertos.

Los muertos que...

De repente se fijó en ellos...
Jesús,
exclamó para sí. Por fin se respondía una vieja pregunta que siempre se había formulado y que nunca supo responder. La vieja pregunta.
¿Dónde estaban, por qué no acudieron?
Ahora que prestaba atención muchas de aquellas cosas muertas que caminaban con los ojos en blanco y el andar errático iban vestidos con el uniforme del Ejército Español.

* * *

Unos minutos más tarde, Aranda apartaba la lona para entrar en el campamento. El olor era intenso y tuvo que untarse un poco más de crema mentolada para poder acceder al interior. No había ventanas ni accesos en las lonas para que el aire corriera y como quiera que el Sol provocaba un efecto invernadero, la temperatura ascendía por lo menos seis grados.

Allí había mesas sobre todo, encima de algunas había ordenadores y consolas abandonadas. La gran mayoría estaban destrozados, como si alguien los hubiera golpeado con un bate hasta hacerlos trizas. El suelo estaba sembrado de papeles y documentos. Cogió uno al azar, una especie de informe enmarcado con el sello del Ministerio de Defensa y leyó:
"Confidencial. Centro de Inteligencia y Seguridad del Ejército de Tierra (CISET)"
y más abajo,
"Operación Furia del Sol"

OPERACIÓN FURIA DEL SOL

OCTUBRE, 2009

Memorando Interno. D/DI55/I08/15/2

Para: Jefes de Departamentos.

De: S.C.
Torres Molina

Asunto: Ver contenido

Mensaje enviado desde OPTEL 41, a las tres de la mañana donde informan que varios Hostiles han pertrechado subsección E93 del Plan de Contingencia. Se llevaron a cabo todos los esfuerzos para repeler el ataque. A las seis de la mañana, se informa de que la situación es grave porque los Hostiles han conseguido Fuerte Penetración. A las nueve de la mañana, esa estación fue abandonada debido a un reajuste de las defensas. La estación fue destruida después del envió de la última comunicación.

Con el documento en la mano, Aranda miró alrededor. Apartó su pelo largo y negro con la mano como superado brevemente por la cantidad de informes confidenciales que había en el suelo. En muchas de las hojas había huellas negras de botas, sucias e incompletas, como si alguien hubiera estado andando por allí después de que los militares fueran superados.
O se marcharan,
pensó de repente.

Cogió otro documento, en forma idéntico al anterior pero con un mensaje diferente.

Asunto: Estimación Inicial

Referencia: Secretaría de Defensa - Estimación Málaga

(MA)

Estimado Sr. Secretario,

Como se ha indicado previamente, adjunto mi Estimación Inicial. El informe de recursos necesarios para garantizar el éxito en la campaña militar "Furia del Sol" se proporcionará posteriormente en una comunicación separada.

Debajo, un comandante había rubricado su firma junto a un sello enorme que rezaba: CONFIDENCIAL. Observando esas dos cosas, se dio cuenta de que todos los documentos eran copias impresas, no originales.
Operación Furia del Sol,
se decía mientras paseaba por entre las mesas leyendo frases sueltas.
Parece que vuestros Hostiles os superaron, pero ¿cómo, cómo pudo ocurrir, se os acabó la munición, chicos, tantos eran?

Tomó esta vez un pliego de color azul, deseando saber más de la historia de la caída del ejército; casi todos los documentos eran blancos, amarillos o azules. Pero con éste, apenas empezó a leer, su mandíbula inferior descendió notablemente.

Ministerio de Defensa

DI-1812-1544-09

28 de Septiembre del 2009

(U) Universal: Amenaza Potencial del 2009-H1N9

Este Informe pone de manifiesto el riesgo que el virus H1N9 "Necrosum" supone para la población mundial. El Informe es principalmente para el uso de jefes de operaciones militares, oficiales médicos y planificadores operacionales.

Aranda leyó de nuevo la fecha, sin poder dar crédito.
28 de Septiembre del 2009.
Si los primeros casos a nivel mundial tuvieron lugar en Octubre significaba que el aparato militar ya tenía conocimiento del virus que había devuelto a los muertos a la vida. Se sentó en uno de los bajos taburetes que hacían las veces de silla y dejó que su mente jugara con esos datos recién adquiridos. La cabeza le daba vueltas.
Si lo sabíais, hijos de puta, ¿por qué nadie nos advirtió, por qué coño lo hicisteis tan mal, por qué rendisteis Málaga, por qué?
Estaba tan sorprendido como enfadado, pero por otro lado, quizá allí en el suelo podría encontrar más información sobre cómo enfrentar al misterioso
Necrosum.
En la quietud del campamento militar abandonado soltó un repentino y sonoro bufido.
Un nombre cojonudo, sin duda. Como Influenza, un nombre cojonudo también. ¿Quién les pone nombre a esas cosas, tenéis un departamento de Marketing para todas esas probetas de cristal llenos de pequeños cánceres?

Por fin, intentó controlarse, y se animó a leer otro párrafo, un poco más abajo.

Si se produce contaminación leve por mordedura, herida o contacto prolongado
con cadáveres infectados el personal militar puede desarrollar enfermedad fatal, requiriendo hospitalización y cuidados intensivos que conducirán inevitablemente a la muerte. Si la contaminación se produce sobre personal en misión pueden superar completamente al personal médico.

Lamentablemente, el resto del informe estaba desparramado en hojas independientes por todas partes. La cólera inicial se había ido, súbitamente reemplazada por el deseo ferviente de saber más. Al fin y al cabo no hacía tanto tiempo que había mirado el oleaje del mar en su playa del Rincón de la Victoria, imaginando que liberaba un gas que terminaba con todos los muertos vivientes del mundo.

Other books

Across the Lagoon by Roumelia Lane
La vida después by Marta Rivera de La Cruz
Untamed Hunger by Aubrey Ross
The New Male Sexuality by Bernie Zilbergeld
Parlor Games by Leda Swann
Diluted Desire by Desiree Day
Random Violence by Jassy Mackenzie
Privateers by Ben Bova