Noche Eterna

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Authors: Agatha Christie

Tags: #policiaco, #Intriga

BOOK: Noche Eterna
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Cuando el joven y ambicioso Michael Rogers conoce a Fenella Goodman su vida da un giro. Por fin ha sucedido lo que siempre había estado esperando que sucedería. Ante él se abre una puerta, tras la cual están todos sus sueños. Michael presiente que es el momento de atravesarla. Pero el camino que emprende habrá de llevarlo hacia algo que nunca imaginó.

Agatha Christie

Noche Eterna

ePUB v1.0

Ormi
27.10.11

Título original:
Endless Night

Traducción: Ramón Margalef Llambrich

Agatha Christie, 1967

Edición 1968 - Editorial Molino - 191 páginas

ISBN: 8427285728

Para Nora Prichard, a quien oí contar por vez primera la leyenda del Campo del Gitano. Todas las noches y todas las mañanas unos nacen para la miseria. Todas las noches y todas las mañanas otros nacen para el dulce placer. Unos nacen para el dulce placer, otros nacen para la noche eterna.

WlLLIAM BLAKE

Auguries of lnnocence

Guía del Lector

En un orden alfabético convencional relacionamos a continuación los principales personajes que intervienen en esta obra:

ANDERSEN
, Greta: Dama de compañía de Fenella Guteman.

BARTON
, Frank: Tío de Fenella.

GUTEMAN
, Fenella (Ellie): Esposa de Michael Rogers.

HARDCASTLE
, Claudia: Hermanastra del arquitecto Santonix.

LEE
, Esther: Gitana de Market Chadwell.

LIPPINCOTT
, Andrew: Abogado a quien Fenella llama familiarmente «tío Andrew».

IXOYD
, Stanford: Banquero y administrador junto con Lippincott del fideicomiso de Fenella Guteman.

PHILLPOT
, comandante: Persona destacada en la comunidad de Market Chadwell.

REUBEN
, William R. Pardoe: Primo de Fenella.

ROGERS
, Michael: Conocido como Mike y marido de Fenella.

ROGERS
, Mrs.: Madre de Mike.

SANTONIX
, Rudolf: Arquitecto amigo de Mike.

SHAW
, doctor: Médico de Market Chadwell.

VAN STUYVESANT
, Cora: Madrastra de Fenella.

LIBRO PRIMERO
Capítulo I

En el fin está el principio...
Ésa es una cita que he oído muchas veces. No suena mal, pero en realidad, ¿qué significa?

¿Hay siempre un instante determinado que se pueda señalar y decir: «Todo comenzó aquel día, a tal hora y en tal lugar, con aquel incidente?

¿Comenzó mi historia cuando vi aquel cartel colgado en la pared del George & Dragón, el que anunciaba la subasta de la valiosa finca
The Towers
y daba detalles de los acres, las millas y las yardas, acompañados por un boceto de cómo había sido la mansión en su mejor época, hará de esto unos ochenta o cien años?

No estaba haciendo nada especial: sencillamente paseaba por la calle principal de Kingston Bishop, un lugar sin la menor importancia, pasando el rato. Vi el cartel. ¿Por qué? ¿Fue una sucia jugarreta del destino o la mano extendida de la buena fortuna? Se puede entender de cualquiera de las dos maneras.

También se podría decir que comenzó cuando conocí a Santonix, desde nuestro primer encuentro. Cierro los ojos y veo sus mejillas arreboladas, los ojos brillantes y las manos fuertes, pero delicadas, que bosquejaban y hacían planos y alzados de casas. Una casa en particular, una casa hermosa, una casa que hubiese sido maravilloso tener.

Fue entonces cuando afloró en mí el anhelo de tener una casa bien hecha, una casa como la que nunca podría tener. Una hermosa fantasía que compartíamos, la casa que Santonix edificaría para mí, si es que vivía lo suficiente.

Una casa que, en mis sueños, compartía con la muchacha a quien amaba, una casa donde viviríamos eternamente felices, como en los cuentos infantiles. Pura fantasía, una tontería, pero que despertó en mí el anhelo de algo que nunca llegaría a tener.

Pero si esto es una historia de amor —y la verdad es que lo es, lo juro—, entonces, ¿por qué no comenzarla por el momento en que vi a Ellie entre los abetos del Campo del Gitano?

El Campo del Gitano. Sí, quizá lo mejor será que empiece por allí, por el momento en que le volví la espalda al cartel y me estremecí un poco porque un nubarrón había tapado el sol, y le pregunté a un lugareño que recortaba un seto sin mucho entusiasmo:

—¿Qué tal es esa casa, The Towers?

Todavía veo la curiosa expresión del viejo que me miraba de reojo.

—No es ése el nombre que le damos por aquí. ¿Qué nombre es ése? —Gruñó como confirmación de su crítica—. Han pasado muchos años desde que las personas que vivían allí la llamaban The Towers. —Volvió a gruñir.

Entonces le pregunté cómo la llamaba él, y una vez más desvió la mirada de aquella extraña manera que la gente de campo tiene de no hablarte directamente, sino que miran por encima de tu hombro o a cualquier otra parte como si vieran algo que tú no ves.

—Por aquí la llaman el Campo del Gitano.

—¿Por qué la llaman así?

—Circula una historia. No la conozco muy bien. Unos dicen una cosa y otros dicen otra. La cuestión es que ahí es donde ocurren los accidentes.

—¿Accidentes de coche?

—Toda clase de accidentes. En la actualidad, la mayoría son accidentes de coche. Ahí hay una curva bastante mala.

—Bueno, si hay una curva peligrosa, es lógico que se produzcan accidentes.

—El concejo comarcal colocó una señal de peligro, pero no sirvió para nada. Siguen ocurriendo accidentes.

—¿Por qué lo del gitano?

Una vez más, la mirada se fijó en el infinito y la respuesta fue vaga.

—Es otra de esas historias. Dicen que en un tiempo fue tierra de gitanos y que, cuando los expulsaron, maldijeron la tierra.

Me eché a reír.

—Sí, ya puede usted reírse, pero hay lugares malditos. Ustedes, los listos de la ciudad, no saben nada de nada. Pero hay lugares malditos y ése es uno. La gente se mata en la cantera cuando sacan piedra para la construcción. Una noche, el viejo Geordie se cayó por el borde y se partió el cuello.

—¿Borracho?

—Puede que sí. Le gustaba darle a la botella. Pero hay tantos borrachos como caídas y algunas bastante malas, pero ninguno se hizo nunca mucho daño. Pero Geordie se partió el cuello. Allá —señaló la ladera cubierta de pinos a su espalda—, en el Campo del Gitano.

Sí, supongo que fue así como empezó. No es que en aquel momento le prestara mucha atención. Sólo que lo recuerdo, eso es todo. Creo, me refiero a cuando pienso con claridad, que lo adorno un poco. No sé si fue antes o después que le pregunté si todavía quedaban gitanos por el lugar. Respondió que no se les veía apenas. Comentó que la policía se encargaba de alejarlos.

—¿Por qué será que a nadie le gustan los gitanos? —pregunté.

—Son una pandilla de ladrones —afirmó irritado. Luego me miró con un poco más de atención—. ¿Es que usted tiene sangre gitana? —preguntó con una expresión severa.

Le contesté que si la tenía no estaba enterado. La verdad es que tengo pinta de gitano. Quizá fue ése el motivo de mi fascinación por el nombre del lugar. Mientras le sonreía al viejo, divertido con la conversación, pensé para mis adentros que
quizá sí
que tenía un poco de sangre gitana.

El Campo del Gitano. Eché a andar por la serpenteante y empinada carretera que salía del pueblo y se abría paso entre los árboles oscuros y por fin llegué a la cumbre de la colina desde donde se divisaba el mar y las embarcaciones.

Era una vista maravillosa, y pensé, como se piensan esas cosas, cómo me sentiría si el Campo del Gitano fuese
mío
. Así de sencillo. Sólo que se trataba de un pensamiento ridículo. Cuando volví a pasar junto al anciano que podaba el seto, éste me informó:

—Si quiere gitanos, está la vieja Mrs. Lee. El comandante le cedió una casa para que viviera en ella.

—¿Quién es el comandante? —pregunté.

—El comandante Phillpot, por supuesto —replicó con un tono de asombro. Por lo visto, mi pregunta le había dejado atónito. Deduje que el comandante Phillpot era algo así como el Dios local, y Mrs. Lee alguna adlátere a la que él proveía. Al parecer, los Phillpot allí llevaban la voz cantante.

Me despedí del viejo y, cuando ya me alejaba, me informó:

—Vive en la última casa al final de la calle. Quizá la encuentre en el jardín. No le gusta estar dentro. A los que tienen sangre gitana no les gusta.

Así que ahí iba yo, paseando por la calle, con el pensamiento puesto en el Campo del Gitano mientras silbaba alegremente. Casi había olvidado lo que me habían dicho cuando vi a una vieja alta y de pelo negro que me miraba por encima de un seto. Adiviné en el acto que debía ser Mrs. Lee. Me detuve y le hablé:

—Me han dicho que usted lo sabe todo del Campo del Gitano.

Me miró entre el flequillo que le tapaba la frente.

—No es un asunto que le concierna, joven. Olvídelo. Más vale que me escuche. Usted es un mozo bien parecido. Sepa que nunca ha salido nada bueno del Campo del Gitano.

—Veo que está a la venta.

—Sí, así es, y muy tonto será el que lo compre.

—¿Quién es el probable comprador?

—Seguro que hay un constructor que la quiere. Más de uno. Se venderá barata, ya lo verá.

—¿Por qué van a venderla barata? —pregunté curioso—. Es un lugar muy bonito.

No respondió a mi pregunta.

—Supongamos que un constructor la compra barata —añadí—. ¿Qué cree que hará con la finca?

—Demolerá la mansión y construirá, desde luego. Veinte o treinta casas y todas malditas.

No hice caso de la última parte. Sin poder contenerme, comenté:

—Eso sería lamentable. Una auténtica vergüenza.

—Ah, no tiene de qué preocuparse. No les proporcionará ninguna alegría ni al que la compre ni a los que pongan los ladrillos y el cemento. Un pie resbalará en la escalera, un camión se estrellará con la carga o una teja se desprenderá de algún tejado y hará diana. Y también los árboles serán abatidos por una súbita tempestad. ¡Mire, ya lo verá! Nada bueno puede salir del Campo del Gitano. Lo mejor que pueden hacer es dejarlo en paz. Ya lo verá. Ya lo verá. —Asintió vigorosamente y después añadió en voz muy baja—:
No tendrán suerte los que se metan en el Campo del Gitano
. Nunca la han tenido ni la tendrán.

Me eché a reír. La mujer me habló con aspereza.

—No se ría, jovencito. Estoy convencida de que un día de estos tendrá que tragarse esa risa. Nunca ha habido allí suerte. Ni en la casa ni en la tierra.

—¿Qué pasó en la casa? —pregunté animado por la curiosidad—. ¿Por qué lleva vacía tanto tiempo? ¿Por qué dejaron que se viniera abajo?

—Las últimas personas que vivieron allí murieron todas.

—¿Cómo murieron?

—Es mejor no tocar el tema, pero nadie más ha querido vivir allí. Dejaron que se convirtiera en una ruina. Ahora ya nadie se acuerda y así es como debe ser.

—Usted podría contarme la historia —supliqué—. La sabe de pe a pa.

—No quiero hablar del Campo del Gitano —respondió. Luego, con un falso tono lastimero, añadió—: Le diré la buenaventura, guapetón. Ponga unos cuartos en mi mano y le diré lo que le espera en el futuro. Usted es de los que llegará muy lejos.

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