Nuestra especie (5 page)

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Authors: Marvin Harris

Tags: #Ciencia

BOOK: Nuestra especie
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Tanto las hembras como los machos cazan y comen carne. Durante un período de ocho años, entre 1974 y 1981, las hembras capturaron o robaron, y después devoraron, al menos una parte de cuarenta y cuatro presas, sin contar veintiún presas más, a las cuales atacaron o cogieron sin poder luego sujetarlas. Los machos cazaron más que las hembras y comieron más carne. Los chimpancés sólo comparten de vez en cuando los alimentos de origen vegetal, pero siempre comparten la carne, excepto si la presa la captura un chimpancé solitario en la selva. Compartir la carne es con frecuencia resultado de ruegos persistentes. El suplicante pone la mano extendida debajo de la boca del poseedor de la carne o separa los labios del compañero que la esté masticando. Si falla la táctica, el suplicante tal vez comience a gimotear y a expresar rabia y frustración. Van Lawick-Goodall describe cómo un chimpancé joven llamado míster Worzle se agarró un gran berrinche cuando Goliat, un macho dominante, se negó a compartir con él el cadáver de una cría de babuino. Míster Worzle siguió a Goliat de rama en rama, con la mano extendida y gimoteando. «Cuando Goliat apartó la mano de Worzle por enésima vez, el macho de rango inferior… se tiró de la rama, gritando y golpeando salvajemente la vegetación circundante. Goliat lo miró y, después, con gran esfuerzo [empleando manos, dientes y un pie], partió su presa en dos y dio los cuartos traseros a Worzle».

Retorno al Génesis africano

Los chimpancés son cazadores antes que carroñeros por una sencilla razón: en la selva hay menos restos de grandes animales muertos y es más difícil encontrarlos. Teniendo en cuenta los enormes rebaños que pastaban en las sabanas, los primeros australopitécidos fueron probablemente carroñeros antes que cazadores. Sus palos de escarbar no eran lo bastante afilados y recios como para perforar la epidermis de ñus, antílopes, cebras o gacelas. Desprovistos de colmillos y herramientas de cortar, no podían de ninguna manera atravesar pieles duras y alcanzar la carne, aunque consiguiesen de un modo u otro matar algún adulto. Alimentarse de carroña resolvía estos problemas. Los leones y otros depredadores rendían el servicio de matar y desgarrar el animal, poniendo al descubierto la carne. Una vez que habían comido hasta hartarse, los depredadores se retiraban a un lugar sombreado y echaban una siesta. El problema principal de nuestros antepasados consistía entonces en cómo deshacerse de otros carroñeros. A los buitres y chacales podía alejárseles agitando los palos y pinchándoles con ellos. Sin duda, les tiraban también piedras, si las había en las inmediaciones del cadáver. Las hienas, con sus poderosas mandíbulas para triturar huesos, constituirían un problema mucho mayor para un grupo de primates con alturas comprendidas entre 91 y 122 centímetros. Muy prudentemente, los australopitécidos guardaban las distancias si las hienas llegaban primero, o se marchaban con rapidez si aparecían cuando ellos habían comenzado la cena. En cualquier caso, era aconsejable no remolonear, arrancar y cortar cuanto pudiesen y marcharse a un lugar seguro lo antes posible. Los felinos depredadores podían volver al lugar del crimen para comer el postre o, si el animal había fallecido de muerte natural, acercarse enseguida a investigar (la mayoría de los depredadores no le hace ascos a añadir un poquito de carroña a su dieta). El lugar más seguro era una arboleda, en la que, si arreciaba el peligro, los australopitécidos podían soltar sus palos, agarrar la corteza con los dedos curvos y precipitarse hacia las ramas más altas.

No quiero sobreestimar el miedo de los australopitécidos. Observadores japoneses señalan que han visto a grupos de chimpancés del Parque Nacional de Mahale (Tanzania) enfrentarse ocasionalmente e intimidar a uno o dos grandes felinos y conseguir alguna vez arrebatarles piezas de carne. Tal vez con sus palos y sus piedras los australopitécidos hubiesen logrado resultados aún mejores. Aunque dudo que se parecieran a los feroces «simios asesinos», de quienes nos viene supuestamente el «instinto de matar con armas», que se describen en el popular libro de Robert Ardrey, Génesis en África. La idea de que los australopitécidos eran cazadores expertos procede de una creencia de Raymond Dart. Según ésta, los australopitécidos utilizaban como armas los huesos, cuernos y grandes colmillos fósiles encontrados en varios de los yacimientos del sur de África. Pero no veo cómo se pudo haber infligido con estos objetos heridas graves a animales grandes y de piel dura. Incluso en el caso de haber tenido eficacia total, ¿cómo hubieran podido los australopitécidos acercarselo suficiente para emplearlos contra presas grandes sin morir coceados o corneados? Una explicación más probable de la asociación entre fósiles de australopitécidos y huesos, cuernos y colmillos de otro sanimales consiste en que las cuevas donde aparecen fuesen guaridas de hienas, las cuales los recogían y depositaban juntos.

Aunque los australopitécidos nunca llegaron a ser grandes cazadores, terminaron mejorando su capacidad de competir como carroñeros. El límite de su éxito residía en que tenían que esperar que los dientes de cazadores o carroñeros mejor dotados por la naturaleza perforasen las pieles, antes de poder acercarse a un animal muerto. Pero, en algún momento hace entre 3 y 2,5 millones de años, mucho antes de que entrase en escena el hombre habilidoso de Louis Leakey, los australopitécidos lograron un avance tecnológico, tan importante como el que más en toda la historia humana. Empezaron a fabricar cuchillos y hachas a partir de trozos de piedra. Piel, músculo, nervio y hueso cedían ante los nuevos artefactos tan fácilmente como ante los dientes y garras más afilados. Una forma de vida más intrépida llamaba a la puerta.

Picapedrero, carnicero, carroñero, cazador

Los primeros australopitécidos tienen que haber utilizado las piedras de la misma forma cuando menos que los chimpancés actuales: como proyectiles para repeler a los intrusos y como martillos para partir nueces. Utilizándolas así se desprenderían de ellas ocasionalmente fragmentos con bordes lo bastante afilados como para atravesar pieles. Pero estos incidentes se producían en el contexto de actividades cuya eficacia no podía aumentarse por utilizar instrumentos afilados y, consiguientemente, no se aprovechaban sus posibilidades. Las lascas afiladas que se creaban por el rebote de las piedras lanzadas para ahuyentar a buitres y chacales, tenían más posibilidades de ser reconocidas como formas de cortar pieles duras, y trocear y deshuesar carne. El paso siguiente consistió en coger una piedra y estrellarla contra el suelo, y después buscar entre los restos las lascas más afiladas. Al final, se tomaba una piedra en cada mano y se golpeaba con cuidadosa precisión el borde de una de ellas, utilizando la otra como percutor. La percusión continuada no sólo producía lascas útiles; además, el propio núcleo del que se desprendían empezaba a adquirir bordes útiles para cortar y ser utilizado como hacha.

Las primeras herramientas de piedra —las encontradas en Gona y el Omo (Etiopía)— revelan ya una diestra facilidad para seleccionar los materiales disponibles que mejor valiesen como núcleos y percutores, y para dar golpes precisos que soltasen lascas afiladas como cuchillas. Las experiencias llevadas a cabo por arqueólogos que han aprendido por sí mismos a fabricar réplicas de estas primeras herramientas de piedra demuestran que núcleos y lascas eran igualmente valiosos. Los golpes percutantes sobre una cara del extremo de un núcleo daban lugar a una gruesa herramienta de corte [chopping tool] capaz de cortar tendones y nervios y separar articulaciones. Las lascas sirven mejor para cortar pieles y trocear carne. Los núcleos gruesos sirven para machacar huesos y llegar al tuétano, y para partir cráneos y llegar a los sesos. Nicholas Toth, de la Universidad de Indiana, ha reproducido estas sencillas herramientas y las ha utilizado para cortar carne de elefantes y de otros animales grandes de piel dura. Sin lugar a dudas, los australopitécidos emplearon sus herramientas líticas en otras ocupaciones aparte de la de cortar carne de animales muertos. Toth descubrió que con un núcleo grueso se podían cortar las ramas rectas de los árboles y que con lascas pequeñas se podía tallar la punta de los palos de escarbar y convertirlos en lanzas. Otras lascas servían para raspar la carne, la grasa y el pelo de las pieles.

Después de empezar a utilizar herramientas, en el modo de vida de los australopitécidos probablemente resultaba también esencial algún tipo de recipiente. Los análisis de artefactos líticos encontrados en yacimientos de Tanzania, datados en unos dos millones de años, revelan que hay más lascas de las que pueden explicar las marcas que aparecen en los núcleos encontrados junto a ellas. Lo que sugiere que quien picase la piedra transportaba de un lugar de cortar carne a otro una provisión de lascas fabricadas previamente y quizá un núcleo pequeño y uno o dos percutores. Una bolsita de piel curtida, sujeta al pecho o al hombro con trozos de nervio, habría constituido un recipiente adecuado.

Con la fabricación de núcleos y lascas, palos de escarbar afilados, correas y bolsas de cuero, y el transporte y almacenamiento de herramientas materiales, se alcanzaron los límites del cerebro de los simios. Aunque, aislado, ninguno de estos artefactos o comportamientos hubiera estado fuera del alcance de las capacidades de un chimpancé, su utilización en el marco de un sistema de producción cada vez más complejo basado en el carroñeo, la caza, la recolección y el escarbo requería capacidades cognoscitivas que sobrepasaban las de los primeros australopitécidos. La selección natural favoreció a los individuos que aprendieron antes a fabricar las mejores herramientas, que tomaron las decisiones más inteligentes sobre cuándo usarlas y que podían optimizar la producción con arreglo a los cambios diarios o estacionales de la cantidad o disponibilidad de los alimentos de origen animal y de origen vegetal. La selección de estas aptitudes puede explicar que el tamaño del cerebro del hábilis sea un 40ó 50 por ciento mayor que el de los australopitécidos.

Pero, a pesar de contar con herramientas más complejas y un cerebro mayor, no existen pruebas de que el hábilis estuviese más dotado para la caza mayor. Su diminuta estatura y sus dedos curvos en pies y manos —que indican todavía que trepaba a los árboles para librarse de los depredadores— no sugieren intrepidez en la caza, y sus herramientas, por útiles que fuesen para el despiece de animales de gran tamaño, no tienen viso alguno de ser útiles para cazarlos.

Seguramente, nuestros antepasados siguieron siendo principalmente carroñeros hasta que apareció el primer erectus, hace 1,6 millones de años. Todo lo relacionado con el erectus sugiere la ocupación de un nicho ecológico basado en un nuevo estilo de subsistencia. Se trataba de una especie, considerablemente más alta que el hábilis, cuyos dedos de pies y manos habían perdido cualquier vestigio de agilidad arbórea. Sus herramientas consistían en lascas afiladas, nuevos tipos de núcleos trabajados por los dos lados y con forma de grandes hachas de mano oblongas y apuntadas, cuchillos y puntas. Los experimentos realizados con estos «bifaces» demuestran su utilidad como instrumentos para cortar carne de grandes animales. Además, las estrías microscópicas, consideradas como «marcas de corte», que presentan los huesos de animales asociados a herramientas del erectus proporcionan pruebas directas de que éstas se utilizaban para desmembrar animales y sacarles la carne. El erectus estaba probablemente capacitado también para utilizar las lascas y los núcleos con el fin de tallar, cepillar y afilar lanzas de madera.

Sin embargo, los carniceros no tienen por qué ser cazadores. Además, se echa algo de menos en la bolsa de herramientas del erectus (y en las herramientas del hábilis también). Ninguno de los núcleos o lascas tiene la característica de poderse insertar como punta en lanzas u otros proyectiles. Tal vez los erectus arrojasen certeramente sus lanzas de madera contra animales pequeños, pero sin puntas de piedra o de hueso resultaba improbable que perforasen a distancia las pieles de presas mayores y alcanzasen sus órganos vitales. La ausencia de puntas de piedra proyectiles refuerza la opinión de que el erectus era simplemente un carroñero más eficaz que los primeros homínidos, y que si alguno de ellos cazaba alguna vez, se trataba sólo de animales pequeños.

Personalmente, tengo dudas de que el erectus se contentase con ser principalmente carroñero y después cazador. Las manadas de animales grandes, visibles rápidamente, actuarían como una tentación constante de intervenir directamente para garantizar el suministro de su alimento preferido. Después de todo, el desarrollo de la tecnología lítica era en buena medida consecuencia del intento delos australopitécidos de explotar las ventajas nutritivas de la carne. Tras haber inventado cuchillos, martillos, hachas y recipientes con el fin primordial de facilitar sus actividades carniceras, el fracaso ala hora de inventar proyectiles con punta de piedra no indica necesariamente que el erectus no cazase de forma habitual. Antes al contrario, quizá indique sólo que no cazaban arrojando las lanzas desde lejos, sino clavándo las de cerca en su presa. La arqueología no proporciona pruebas para este razonamiento. Debemos volver empero a ciertas particularidades de la forma humana: nuestra falta de pelo en la piel, nuestras pieles con glándulas sudoríparas y nuestra capacidad para correr maratones. Aunque primero diré algunas cosas poco favorecedoras sobre el cerebro del erectus.

El enigma del Homo erectus

La retroalimentación positiva entre cerebros y herramientas nos lleva plausiblemente del afarensis al hábilis. Esta misma retroalimentación, de la herramienta al cerebro y del cerebro a la herramienta, ¿explica la transición del hábilis al erectus? Las pruebas arqueológicas me inclinan por el no. El erectus contaba con un cerebro que era un 33 por ciento mayor que el del hábilis, pero no veo nada en las herramientas del erectus cuya fabricación o empleo requiriese un cerebro un 33 por 100 mayor que el del hábilis. Las hachas de mano, los cuchillos y las puntas fabricadas por el erectus tenían funciones diferentes de las herramientas utilizadas por el hábilis y los australopitécidos. Eran útiles grandes, adecuados para faenas duras como cortar la carne de los animales o talar las ramas de los árboles. Ciertamente, algunas de las herramientas del erectus eran mejores que las del hábilis. Al ser más simétricas, con lascas desprendidas de ambas caras y alrededor de toda la circunferencia del núcleo, satisfacían requisitos más exigentes de fabricación. No obstante, no implican el tipo de salto cualitativo que llevó a los australopitécidos a la Edad de Piedra.

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