Read Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón Online
Authors: Orson Scott Card
Tags: #Ciencia Ficción
—¿Qué?
—Esto —dijo ella, indicando la sala que los rodeaba, llena de TruSites II, tempovisores y ordenadores, mesas y sillas.
—La gente de Vigilancia ama y vive como seres humanos —respondió él.
—No me refiero a Vigilancia, Hunahpu, sino a nuestro proyecto. El proyecto Colón. Vamos a tener éxito. Vamos a montar un equipo de tres personas que retrocederán en el tiempo. Y cuando lo consigan, todo esto dejará de existir. ¿Por qué casarnos y traer un hijo al mundo para hacer que desaparezca en unos pocos años más?
—Eso no lo sabemos —dijo Hunahpu—. Los matemáticos están aún divididos. Tal vez lo que creemos al intervenir en el pasado sea una bifurcación en el tiempo, de modo que ambos futuros continúen existiendo.
—Sabes que ésa es la alternativa menos probable. Sabes que se está construyendo la máquina de acuerdo con la teoría del metatiempo. Todo lo que se envía atrás en el tiempo sale del flujo causal. Ya no puede quedar afectado por nada de lo que suceda en la corriente temporal que originalmente le dio vida, y cuando entra en el flujo temporal en un punto diferente, se convierte en un causante no causado. Cuando cambiemos el pasado, este presente desaparecerá.
—Ambas teorías pueden explicar cómo funciona la máquina —dijo Hunahpu—, así que no trates de utilizar tu educación superior en matemáticas y teoría del tiempo contra mí.
—No importa de todas formas —dijo Diko—. Pues aunque nuestro tiempo siga existiendo yo no estaré en él.
Allí estaba: la silenciosa suposición de que ella sería una de las tres personas que retrocederían en el tiempo.
—Eso es ridículo —dijo él—. ¿Una mujer alta y negra viviendo entre los tainos?
—Una mujer alta y negra con un conocimiento detallado de los acontecimientos que esperan en el futuro a los pueblos de las tribus cercanas. Creo que lo haré bastante bien.
—Tus padres no te dejarán ir.
—Mis padres harán lo que haga falta para que la misión sea un éxito —respondió ella—. Ya estoy mucho más cualificada que nadie. Tengo una salud perfecta. He estado estudiando las lenguas que necesitaré para cada aspecto de este proyecto: español, genovés, latín, dos dialectos de arahuaco, un dialecto caribe y el lenguaje ciboney que aún se usa en la aldea de Putukam porque piensan que es sagrado. ¿Quién puede rivalizar conmigo? Y conozco el plan, de dentro a fuera, y todos los razonamientos que van consigo. ¿Quién mejor que yo puede adaptar el plan si las cosas no salen como se espera? Así que iré, Hunahpu. Mis padres se opondrán al principio, pero luego se darán cuenta de que soy la mejor esperanza de éxito, y me enviarán.
Él no dijo nada. Sabía que era cierto.
Ella se rió de él.
—Hipócrita —dijo—. Has estado haciendo lo mismo que yo... has diseñado la parte mesoamericana del plan para que sólo tú puedas llevarlo a cabo.
Era verdad.
—Soy una elección tan natural como tú... más natural, porque soy maya.
—Un maya que es más de un palmo más alto que los mayas y zapotecas de la época —replicó ella.
—Hablo dos dialectos mayas, además de náhuatl, zapoteca, español, portugués y los dos dialectos taráscanos más importantes. Y todos tus argumentos se me pueden aplicar también. Además, conozco toda la tecnología que vamos a intentar introducir y las historias personales de todas las personas con las que vamos a tratar. No hay otra elección sino yo.
—Lo sé —dijo Diko—. Lo supe antes que tú. No tienes que convencerme.
—Oh.
—Eres un hipócrita —dijo ella, con cierta emoción—. Estabas dispuesto a ir tú, y a dejarme aquí. Tenías la loca idea de que nos casaríamos y tendríamos un bebé, y que yo me quedaría por si había un futuro aquí mientras tú retrocedías en el tiempo y cumplías tu destino.
—No. En realidad, nunca pensé en el matrimonio.
—¿Entonces qué, Hunahpu? ¿Escabullimos para una sórdida cita? No soy tu Beatriz, Hunahpu. Tengo trabajo que hacer. Y al contrario que los europeos y, al parecer, también que los indios, sé que aparearme con alguien sin el matrimonio es una repulsa a la comunidad, una negativa a tomar el papel adecuado dentro de la sociedad. No me aparearé como un animal, Hunahpu. Cuando me case será como un ser humano. Y no será en esta corriente temporal. Si llego a casarme, será en el pasado, porque es el único lugar donde tendré un futuro.
Él la escuchó, dolorido.
—La posibilidad de que los dos vivamos lo suficiente para encontrarnos allí es pequeña, Diko.
—Y por eso, amigo mío, rechazo todas tus invitaciones para extender nuestra amistad más allá de estas paredes. No hay futuro para nosotros.
—¿Es el futuro, es el pasado lo único que te importa? ¿No tienes un poco de espacio para el presente?
Una vez más, las lágrimas corrieron por las mejillas de Diko.
—No —dijo.
Él extendió la mano y le secó las lágrimas con los pulgares, luego lloró también.
—No amaré a nadie más que a ti —dijo.
—Eso dices ahora. Pero te libero de esa promesa y te perdono ya por el hecho de que amarás a alguien, y te casarás, y si nos encontramos allí, seremos amigos y nos alegraremos de vernos y no lamentaremos ni por un instante no haber actuado alocadamente ahora.
—Lo lamentaremos, Diko. Al menos yo lo haré. Lo lamento ahora y lo lamentaré entonces, y siempre. Porque nadie que conozcamos en el pasado comprenderá qué y quiénes somos realmente, no como nosotros nos comprendemos ahora. Nadie en el pasado habrá compartido nuestros objetivos y habrá trabajado tan duro para ayudarnos a conseguirlos como hemos hecho el uno por el otro. Nadie te conocerá y te amará como yo. Y aunque tengas razón y no haya futuro para nosotros, yo preferiría enfrentarme al futuro que tenga con el recuerdo de saber que nos tuvimos uno al otro durante un tiempo.
—¡Entonces eres un loco romántico, como dice mi madre!
—¿Ella ha dicho eso?
—Nunca se equivoca. También dijo que nunca tendría un amigo mejor que tú.
—Tenía razón, entonces.
—Sé mi fiel amigo, Hunahpu —dijo Diko—. Nunca vuelvas a hablarme de esto. Trabaja conmigo, y cuando llegue el momento de ir al pasado, ven conmigo. Deja que nuestro matrimonio sea el trabajo que hacemos juntos, y que nuestros hijos sean el futuro que construiremos. Déjame acudir al marido que encuentre sin los recuerdos de otro marido o de otro amante. Deja que me enfrente a mi futuro con confianza en tu amistad en vez de con culpa, ya sea por rechazarte o por aceptarte. ¿Harás eso por mí?
«No —gritó Hunahpu en silencio—. Porque no es necesario, no tenemos que hacerlo, podemos ser felices ahora y seguir siéndolo en el futuro y estás equivocada, completamente equivocada al respecto.»
Excepto que si ella creía que el matrimonio o un romance la haría infeliz, entonces así sería, y por eso tenía razón (por su parte) y amarle sería una cosa mala... para ella. ¿Él la amaba o simplemente quería poseerla? ¿Se preocupaba por su felicidad o sólo quería satisfacer sus propias necesidades?
—Sí —dijo Hunahpu—. Haré eso por ti.
Fue entonces, y sólo entonces, que ella le besó, se inclinó hacia él y lo besó en los labios, no brevemente, pero tampoco con pasión. Con amor, con simple amor. Un solo beso, y luego se marchó y le dejó desolado.
8
NEGROS FUTUROS
E
l padre Talavera había escuchado todos aquellos argumentos elocuentes, metódicos, a veces desapasionados, pero sabía desde el principio que tendría que tomar la decisión final sobre Colón en persona. ¿Cuántas veces habían escuchado a Colón, y le habían acosado también, hasta cansarse todos de las mismas conversaciones interminablemente repetidas? Durante muchos años, desde que la reina le pidió que dirigiera los exámenes a las propuestas de Colón, nada había cambiado. Maldonado seguía pareciendo considerar como una afrenta la misma existencia de Colón, mientras que Deza parecía casi embelesado con el genovés. Los demás se alineaban tras uno u otro o, como el propio Talavera, permanecían neutrales.
O más bien, parecían neutrales. Simplemente se agitaban como la hierba, danzando según el viento que soplara. Cuántas veces habían acudido a él en privado y pasado largos minutos (a veces horas) explicando sus puntos de vista, que siempre se resumían en lo mismo: estaban de acuerdo con todo el mundo.
«Sólo yo soy verdaderamente neutral —pensó Talavera—. Sólo yo no me dejo manipular por ningún argumento. Sólo yo puedo escuchar a Maldonado recuperar frases de antiguas y olvidadas escrituras de lenguajes tan oscuros que posiblemente nadie los habló jamás excepto el propio escritor original... sólo yo puedo escucharlo y oír únicamente la voz de un hombre que está decidido a no permitir que la más leve idea nueva rompa su perfecta comprensión del mundo. Sólo yo puedo escuchar a Deza pontificando sobre la inteligencia de Colón para encontrar verdades pasadas por alto por los eruditos y oír únicamente la voz de un hombre que ansiaba ser un caballero errante de los romances, campeón de una causa que es noble sólo porque él la abandera.
»Sólo yo soy neutral, porque sólo yo comprendo la absoluta estupidez de toda la conversación. ¿Cuál de todos los antiguos que citan con tanta certeza fue elevado por la mano de Dios para ver la Tierra desde un adecuado puesto de observación? ¿Cuál de ellos recibió una regla de la mano de Dios para tomar una medida exacta del diámetro de la Tierra?
»Ninguno sabía nada. El único intento serio de medición, hecho más de mil años antes, podría haber quedado desastrosamente lastrado por la más diminuta inconsistencia en las observaciones originales. Todos los argumentos del mundo no podrían cambiar el hecho de que toda lógica construida sobre suposiciones llevaría a conclusiones también supuestas.»
Naturalmente, Talavera nunca podría decirle esto a nadie. No había ascendido a su posición de confianza expresando libremente su escepticismo sobre la sabiduría de los antiguos. Al contrario: todos los que lo conocían estaban seguros de que era completamente ortodoxo. Había trabajado duro para asegurarse de que tuvieran esa opinión de él. Y en cierto modo tenían razón. Simplemente, definía la ortodoxia de forma muy distinta a los otros.
Talavera no depositaba su fe en Aristóteles o Ptolomeo. Ya sabía lo que el examen de Colón estaba demostrando con tan agónicos detalles: por cada antigua autoridad había otra autoridad contradictoria igual de antigua y (según sospechaba) igual de ignorante. Que los otros eruditos sostengan que Dios le susurró a Platón mientras escribía el
Simposium;
Talavera sabía que no. Aristóteles era sabio, pero sus ingeniosas frases no tenían por qué ser más ciertas que las opiniones de otros hombres sabios.
Talavera ponía su fe sólo en una persona: Jesucristo. Sus palabras eran las únicas que le importaban, Su causa la única causa que sacudía su alma. Todas las otras causas, todas las otras ideas, todos los otros planes o partidos o facciones o individuos, habían de ser juzgadas a la luz de cómo ayudarían o retrasarían la causa de Cristo. Talavera había comprendido al principio de su carrera en la Iglesia que los monarcas de Castilla y Aragón eran buenos para la causa de Cristo, y por eso se alineaba en su campo. Descubrieron que era un valioso servidor porque era diestro manejando los recursos de la Iglesia en su apoyo.
Su técnica era sencilla: ver qué quieren y necesitan los monarcas para apoyar su esfuerzo de hacer de España un reino cristiano, expulsando a los infieles de todo poder o influencia, y luego interpretar todos los textos pertinentes para mostrar cómo las Escrituras, la tradición de la Iglesia y todos los antiguos escritores coincidían en el apoyo al curso que los monarcas habían decidido seguir. Lo gracioso (o, cuando estaba de otro humor, lo triste) era que nadie había advertido jamás su método. Cuando invariablemente citaba a los eruditos que apoyaban la causa de Cristo y los monarcas de España, todos asumían que por supuesto el curso que los monarcas seguían era el adecuado, no que Talavera hubiera manipulado astutamente los textos. Era como si no advirtieran que los textos podían ser manipulados.
Y sin embargo, todos manipulaban e interpretaban y transformaban las antiguas escrituras. Sin duda Maldonado lo hacía para defender sus propias y elaboradas preconcepciones, y Deza igual para atacarlas. Pero ninguno parecía saber que esto era lo que hacían. Pensaban que estaban descubriendo la verdad.
¡Cuántas veces había deseado Talavera hablarles con total desprecio! «Aquí está la única verdad que importa, quería decirles: España se halla en guerra, purificando Iberia como tierra cristiana. El rey ha dirigido esta guerra con destreza y paciencia, y vencerá, expulsando a los moros de Iberia. La reina pone ahora en movimiento lo que los ingleses hicieron sabiamente hace años: la expulsión de los judíos de su reino.» (No es que los judíos fueran peligrosos en sí mismos. Talavera no sentía ninguna simpatía hacia la fanática creencia de Torquemada en los malvados planes de los judíos. No, tenían que ser expulsados porque mientras los cristianos más débiles pudieran mirar alrededor y ver a los infieles prosperando, verlos casarse y tener hijos y vivir vidas normales y decentes, no serían firmes en su fe de que sólo en Cristo existe la felicidad. Los judíos tenían que irse, igual que los moros.)
¿Y qué quería Colón? Navegar hacia poniente. ¿Y qué? Aunque tuviera razón, ¿qué conseguiría? ¿Convertir a los paganos de una tierra remota cuando la propia España no estaba aún unida en la cristiandad? Eso sería maravilloso y merecería el esfuerzo... siempre que no interfiriera de modo alguno en la guerra contra los moros. Así, mientras los demás discutían sobre el tamaño de la Tierra y la franqueabilidad de la mar océana, Talavera estaba siempre sopesando asuntos mucho más importantes. ¿Qué haría la noticia de esta expedición por el prestigio de la corona? ¿Qué costaría y cómo afectaría a la guerra el desvío de fondos? Apoyar a Colón ¿haría que Castilla y Aragón se unieran más o se separaran? ¿Qué querían en realidad el rey y la reina? Si Colón era rechazado, ¿adonde iría a continuación y qué haría?