Read Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón Online
Authors: Orson Scott Card
Tags: #Ciencia Ficción
—Significa que alguien que desea hacer algo tan audaz debe a veces proceder con mucha cautela. Imaginad, si queréis, qué ocurriría si nuestro veredicto fuera positivo. Adelante, majestad, decimos. Este viaje es digno de éxito. ¿Y entonces qué? De inmediato Maldonado y sus amigos buscarán los oídos del rey y criticarán el viaje. Y hablarán con muchos otros, de modo que el viaje pronto será considerado una locura. En particular, la locura de Isabel.
Ella alzó una ceja.
—Sólo digo lo que sin duda se dirá por parte de los corazones maliciosos. Ahora imaginad que se alcanzara el veredicto cuando la guerra termine, y su majestad el rey pueda dedicar toda su atención al asunto. El tema del viaje podría fácilmente convertirse en un obstáculo en las relaciones entre los dos reinos.
—Ya veo que, según vuestra opinión, apoyar a Colón será desastroso —dijo ella.
—Ahora imaginad, majestad, que el veredicto es negativo. De hecho, que el propio Maldonado lo escribe. A partir de ese punto, Maldonado no tiene nada de lo que chismorrear. No habrá comentarios.
—Tampoco habrá viaje alguno.
—¿No lo habrá? —preguntó Talavera—. Imagino un día en que una reina podría decirle a su esposo: «El padre Talavera vino a verme, y acordamos en que el padre Maldonado debería escribir el veredicto.»
—Pero yo no estoy de acuerdo.
—Imagino a esta reina diciéndole a su esposo: «Acordamos que Maldonado escribiera el veredicto porque sabemos que la guerra con Granada es la preocupación más vital de nuestro reino. No queremos distraeros, ni a vos ni a nadie, de esta santa cruzada contra el moro. Con toda certeza, no queremos dar al rey Juan de Portugal motivos para pensar que estamos planeando ningún viaje por aguas que considera propias. Necesitamos su completa amistad durante esa lucha final con Granada. Así que, aunque en mi corazón no quiero más que aprovechar la oportunidad y enviar a Colón al oeste, para que lleve la cruz a los grandes reinos de Oriente, he descartado este sueño.»
—Qué reina tan elocuente habéis imaginado —dijo Isabel.
—Toda controversia muere. El rey ve a la reina como una estadista de gran sabiduría. También ve el sacrificio que ha hecho por sus reinos y la causa de Cristo. Ahora imaginad que pasa el tiempo. La guerra se gana. En la alegría de la victoria, la reina acude al rey y dice: «Veamos ahora si ese Colón todavía quiere navegar hacia poniente.»
—Y él dirá: «Pensaba que ese asunto estaba resuelto. Creía que los examinadores de Talavera habían puesto fin a todas esas tonterías.»
—Oh, ¿dice eso? —repuso Talavera—. Por fortuna, la reina es bastante hábil y dice: «Oh, pero sabéis que Talavera y yo acordamos que Maldonado escribiera el veredicto. Por bien del esfuerzo de guerra. El asunto nunca fue zanjado en realidad. Muchos de los examinadores pensaban que el proyecto de Colón era digno y tenía una buena posibilidad de éxito. ¿Quién puede saberlo? Lo averiguaremos enviando a Colón. Si vuelve con éxito, sabremos que tenía razón y enviaremos grandes expediciones de inmediato. Si regresa con las manos vacías, lo encarcelaremos por defraudar a la corona. Y si nunca regresa, no perderemos más tiempo con tales proyectos.»
—La reina que imagináis es tan seca —dijo Isabel—. Habla como un clérigo.
—Es mi punto débil. No he oído a suficientes grandes damas en conversaciones privadas con sus maridos.
—Creo que esta reina debería decirle a su esposo: «Si navega y no regresa jamás, habremos perdido un puñado de carabelas. Los piratas toman más que eso cada año. Pero si navega y tiene éxito, entonces con tres carabelas habremos conseguido más de lo que Portugal ha logrado en un siglo de caros y peligrosos viajes a lo largo de la costa africana.»
—Oh, tenéis razón, eso es mucho mejor. Este rey que imagináis tiene un agudo sentido de la competencia.
—Portugal es una espina en su costado —dijo Isabel.
—¿Así que estáis de acuerdo conmigo en que Maldonado debe escribir el veredicto?
—Olvidáis una cosa.
—¿Y cuál es?
—Colón. Cuando se produzca el veredicto, nos abandonará y se dirigirá a Francia o Inglaterra. O Portugal.
—Hay dos motivos por los que no lo hará, majestad.
—¿Y son?
—Primero, Portugal tiene a Dias y la ruta africana a las Indias, y da la casualidad de que sé que los primeros contactos de Colón con París y Londres, a través de intermediarios, no recibieron ningún apoyo.
—¿Ya ha recurrido a otros reyes?
—Después de los primeros cuatro años —dijo Talavera secamente—, su paciencia empezó a agrietarse un poco.
—¿Y el segundo motivo por el que Colón no abandonará España entre el veredicto y el final de la guerra con Granada?
—Será informado por carta del veredicto de los examinadores. Y esa carta, aunque no contendrá ninguna promesa, le dará a entender que cuando la guerra termine el asunto volverá a ser abierto.
—¿El veredicto cierra la puerta, pero la carta abre la ventana?
—Un poquito. Pero si conozco a Colón, esa leve rendija en la ventana será suficiente. Es un hombre de grandes esperanzas y gran tenacidad.
—¿He de entender, padre Talavera, que vuestro veredicto personal es a favor del viaje?
—En absoluto. Si tuviera que juzgar qué visión del mundo es más correcta, creo que estaría a favor de Ptolomeo y Maldonado. Pero serían suposiciones, porque nadie lo sabe y nadie puede saberlo con la información que ahora tenemos.
—¿Entonces por qué venís aquí hoy con todas esas sugerencias?
—Pienso en ellas como imaginaciones, majestad. No me atrevería a sugerir nada. —Sonrió—. Mientras los demás han estado tratando de determinar qué es correcto, yo he estado pensando más en la línea de lo que es bueno y adecuado. He estado pensando en san Pedro bajando de la barca y caminando sobre el agua.
—Hasta que dudó.
—Y entonces fue alzado por la mano del Salvador.
Los ojos de Isabel se llenaron de lágrimas.
—¿Pensáis que Colón podría estar lleno del Espíritu de Dios?
—La Doncella de Orleans era o bien una santa o bien una loca.
—O una bruja. La quemaron como a tal.
—Mi argumento exactamente. ¿Quién podría saber, con seguridad, si Dios estaba con ella? Y, sin embargo, al poner su confianza en ella como servidora de Dios, los soldados de Francia expulsaron a los ingleses de un campo de batalla tras otro. ¿Y si hubiera estado loca, qué? ¿Entonces qué? Habrían perdido una batalla más. ¿Qué diferencia habría habido? Ya . habían perdido muchas.
—Así, si Colón está loco sólo perderemos unas pocas carabelas, un poco de dinero, un viaje en balde.
—Además, si conozco a su majestad el rey, sospecho que encontrará un medio de conseguir los barcos por poco dinero.
—Dicen que si pellizcáis las monedas que tienen su cara, se quejan.
Los ojos de Talavera se ensancharon.
—¿Alguien os ha contado ese chiste?
Ella bajó la voz. Hablaban ya tan bajo que Doña Felicia no podía oírlos; con todo, él se inclinó hacia la reina para poder escuchar su leve susurro.
—Padre Talavera, sólo entre vos y yo, cuando ese chiste se contó por primera vez, yo estaba presente. De hecho, cuando ese chiste se contó por primera vez, yo estaba hablando.
—Trataré eso con todo el secreto de una confesión.
—Sois un buen sacerdote, padre Talavera. Traedme el veredicto del padre Maldonado. Decidle que no sea demasiado cruel.
—Majestad, le diré que sea amable. Pero la amabilidad del padre Maldonado puede dejar cicatrices.
Diko llegó a casa y encontró a sus padres despiertos, vestidos, sentados en la habitación principal, como si se dispusieran a ir a alguna parte. Resultó que así era.
—Manjam ha pedido vernos.
—¿A esta hora? —preguntó Diko—. Id entonces.
—Quiere vernos a todos —dijo su padre—. Tú estás incluida.
Se reunieron en una de las salas más pequeñas de Vigilancia del Pasado, diseñada para ofrecer una visión óptima de las pantallas holográficas del TruSite II. Sin embargo, a Diko no se le ocurrió que Manjam hubiera escogido la sala por nada que no fuera intimidad. ¿Qué necesitaría del TruSite II? No pertenecía a Vigilancia. Era un renombrado matemático, pero eso significaba que el mundo real no tenía para él ninguna utilidad. Su herramienta era un ordenador para manipular números. Y, por supuesto, su propia mente. Después de que llegaran Hassan, Tagiri y Diko, Manjam los hizo esperar un instante más a Hunahpu y Kemal. Luego todos se sentaron.
—Debo comenzar con una disculpa —dijo Manjam—. Me doy cuenta, en retrospectiva, que mi explicación de los efectos temporales fue inepta en grado extremo.
—Al contrario —contestó Tagiri—. No podría haber sido más clara.
—No pido disculpas por falta de claridad. Pido disculpas por falta de empatia. No es una de las cosas en las que los matemáticos tengamos mucha práctica. Pensé que contaros que nuestro tiempo dejaría de ser real os supondría un alivio. Para mí lo sería, ¿sabéis? Pero claro, yo no me paso la vida contemplando la historia. No comprendo la gran... compasión que llena aquí vuestras vidas. A ti especialmente, Tagiri. Ahora sé lo que debería haber dicho. Que el final será indoloro. No habrá ningún cataclismo. No habrá ninguna sensación de pérdida. No habrá ninguna lamentación. En cambio, habrá una nueva Tierra. Un nuevo futuro. Y en este nuevo futuro, a causa de los sabios planes que Diko y Hunahpu han trazado, habrá mayores posibilidades de felicidad y culminación que en nuestro propio tiempo. Seguirá habiendo infelicidad, pero no será tan penetrante. Eso es lo que debería haberos dicho. Que conseguiréis borrar mucha tristeza, mientras que no crearéis ninguna nueva fuente de ella.
—Sí —dijo Tagiri—, tendrías que haber dicho eso.
—No estoy acostumbrado a hablar en términos de tristeza y felicidad. No hay ninguna matemática de la tristeza, ¿sabéis? No existe en mi vida profesional. Y, sin embargo, me preocupa. —Manjam suspiró—. Más de lo que creéis.
Algo de lo que dijo hizo sonar una nota falsa en la mente de Diko.
Farfulló la pregunta en cuanto advirtió qué era.
—Hunahpu y yo no hemos terminado ningún plan.
—¿No? —dijo Manjam. Extendió las manos hacia el Tru-Site II, y para sorpresa de Diko manipuló los controles como un experto. De hecho, casi de inmediato recuperó una pantalla de control que Diko nunca había visto antes e introdujo una clave doble. Momentos después, la pantalla holográfica cobró vida.
En la pantalla, para su asombro, Diko se vio a sí misma y a Hunahpu.
—No es suficiente detener a Cristóforo —decía Diko en la pantalla—. Tenemos que ayudarle a él y a su tripulación en La Española a desarrollar una nueva cultura en combinación con los tainos. Un nuevo cristianismo que se adapte a los indios como se adaptó a los griegos en el siglo segundo. Pero tampoco eso es suficiente.
—Esperaba que lo vieras así —contestó Hunahpu en la pantalla—. Porque tengo la intención de ir a México.
—¿México? ¿Qué quieres decir?
—¿No era ése tu plan?
—Iba a decir que necesitamos desarrollar tecnología rápidamente, hasta el punto en que la nueva cultura híbrida pueda equipararse con la europea.
—Sí, eso es lo que pensaba que ibas a decir. Pero por supuesto eso no puede hacerse en la isla de Haití. Oh, los españoles lo intentarán, pero los tainos simplemente no están preparados para recibir ese nivel de tecnología. Seguirá siendo española, y eso significa una permanente división de clases entre los cuidadores blancos de las máquinas y la clase trabajadora de piel oscura. No es sano.
Manjam detuvo la pantalla. Las imágenes de Diko y Hunahpu se congelaron.
Diko miró a los demás y vio que el miedo y la furia de sus ojos se equiparaba con lo que ella sentía.
—Se supone que estas máquinas no pueden ver nada más reciente que lo sucedido hace un centenar de años —dijo Hassan.
—Normalmente no pueden —respondió Manjam.
—¿Por qué sabe un matemático utilizar el TruSite? —preguntó Hunahpu—. Vigilancia del Pasado ya ha duplicado todas las notas privadas perdidas de los grandes matemáticos de la historia.
—Esto es una intolerable violación de la intimidad —dijo Kemal gélidamente.
Diko estaba de acuerdo, pero saltó de inmediato a la pregunta más importante.
—¿Quién eres realmente, Manjam?
—Oh, soy Manjam. Pero no, no protestes, comprendo tu verdadera pregunta. —Los observó a todos tranquilamente durante un instante—. No hablamos sobre lo que hacemos, porque la gente no lo entendería. Pensaría que somos una especie de grupo secreto que gobierna el mundo a puerta cerrada, nada podría estar más lejos de la verdad.
—Eso me tranquiliza por completo —dijo Diko.
—No hacemos nada político. ¿Comprendéis? No interferimos en el gobierno. Nos preocupa mucho lo que hacen los gobiernos, pero cuando queremos conseguir algún objetivo, actuamos abiertamente. Escribo a un funcionario del gobierno como yo mismo, como Manjam. O aparezco en una emisión. Haciendo públicas mis opiniones. ¿Veis? No somos un gobierno secreto en la sombra. No tenemos ninguna autoridad sobre las vidas humanas.
—Y, sin embargo, nos espiáis.
—Monitorizamos todo lo que es interesante e importante en el mundo. Y como tenemos el TruSite II, podemos hacerlo sin enviar espías o hablar abiertamente con nadie. Sólo observamos, y luego, cuando algo es importante o valioso, animamos.
—Sí, sí —dijo Hassan—. Estoy seguro de que sois nobles y muy amables en vuestro papel de dioses. ¿Quiénes son los otros?
—Yo soy el que ha acudido a vosotros —dijo Manjam.
—¿Y por qué nos muestras esto? ¿Por qué nos lo cuentas? —preguntó Tagiri.
—Porque tenéis que comprender que sé de qué estoy hablando. Y tengo que mostraros algunas cosas antes de que comprendáis por qué vuestro proyecto ha sido potenciado, por qué no habéis tenido ninguna interferencia, por qué se os ha permitido unir a tanta gente desde el momento en que descubristeis, Tagiri y Hassan, que podemos volver atrás y afectar el pasado. Y sobre todo desde que tú, Diko, descubriste que alguien lo había hecho ya, cancelando su propio tiempo para crear un nuevo futuro.
—Entonces, muéstranoslo —dijo Hunahpu.
Manjam tecleó las nuevas coordenadas. La pantalla cambió. Era una vista aérea de larga distancia de un enorme llano de piedra con sólo unas cuantas plantas desérticas diseminadas, a excepción de hierba y gruesos árboles junto a las riberas de un ancho río.