Una desgracia adicional, que los perros deben llevar es la de ser víctimas de muchas agresiones y de la investigación científica. En ambos aspectos, ser perro significa padecer y sufrir. Los humanos se caracterizan por su capacidad de hacer tomar otra dirección a su agresividad respecto al orden social. El jefe insulta a sus ayudantes, los cuales gritan a sus subordinados, y éstos se desahogan, a su vez, con quienes dependen de ellos, y así indefinidamente, hasta llegar al escalón más bajo de la escala social, donde se encuentra el fiel chucho. Cuando a un perro se le dan patadas y se le golpea le resulta muy difícil entender que este rudo tratamiento que recibe puede haber comenzado con una frase sarcástica en alguna sala de juntas remota, que luego ha reverberado por todos los rangos, ganando cada vez más impulso, hasta acabar en los lastimeros gañidos de un can. Algunos de los castigos que se infligen a los perros tras haber viajado por todo ese camino, resultan difíciles de creer. Sólo en Gran Bretaña, la Sociedad protectora de animales recibe cada año más de cuarenta mil denuncias de crueldades llevadas a cabo con los perros.
Igualmente difíciles de admitir resultan algunas de las crueldades llevadas a cabo en nombre de la investigación científica. La excusa para la ruptura del contrato canino en tales casos radica en que el dolor infligido nos ayudará a avanzar en la suma total del conocimiento humano. Tal vez estemos traicionando la confianza que los perros han puesto en nosotros como miembros de sus «manadas»; pero podemos justificarlo con la edición de eruditas comunicaciones de nuestros conocimientos. En realidad, la inmensa mayoría de todos esos penosos experimentos que se realizan haciendo sufrir durante largo tiempo a los perros, acaban sin conseguir que avance el conocimiento humano de una manera apreciable. En los primeros tiempos de la fisiología, la medicina y la zoología, pudo existir algún valor en las lecciones que se aprendieron, pero hoy es un caso muy raro. Se podría dejar en paz al perro; pero no es probable que suceda.
Esto me lleva al propósito primario que me ha guiado a escribir el presente libro, que no pretende otra cosa que demostrar, a través de una observación sencilla y directa, o por medio de experimentos que no causaran ningún daño a los perros implicados, que resulta posible comprender y apreciar a esos notables animales de un modo sorprendente y profundo. Tienen mucho que ofrecernos. Son unos compañeros juguetones cuando estamos de humor para divertirnos; amantes compañeros si nos encontramos solos o deprimidos; una compañía propiciadora de salud, pues nos estimulan a dar largos paseos; también nos proporcionan serenidad en momentos en que nos hallamos agitados, preocupados o tensos; y siguen desempeñando sus deberes de los viejos tiempos en cuanto a avisarnos si hay intrusos en nuestras casas o protegernos de un ataque. Y esto por mencionar sólo dos de sus principales trabajos que se mantienen en activo.
Esos individuos perturbados que descargan su odio en los perros están echando a perder un gran acuerdo. Y los que simplemente se desinteresan se están asimismo perdiendo una relación hombre-animal sorprendentemente compensadora. Dado que esas personas, ciertamente, ignorarán este libro, quedarán sin percatarse de un hecho muy curioso: la gente que tiene perros (o gatos, eso da lo mismo) vive más, como promedio, que las personas que carecen de ellos. Y no se trata de ninguna fantasía para alentar una campaña en favor de los canes, sino de un simple hecho médico: la influencia tranquilizadora de la compañía de un amistoso animal doméstico reduce la presión sanguínea y, por ende, los riesgos de un ataque cardíaco. Acariciar a un gato, dar palmaditas a un perro o acunar a cualquier clase de peludo animal doméstico tiene un poder antiestrés, porque actúa directamente en las raíces de muchas de las dolencias culturales de hoy. La mayoría de nosotros sufrimos de una tensión excesiva y padecemos el estrés causado por el ajetreo de la moderna vida urbana, en la que hay que tomar decisiones a cada minuto, con frecuencia complejas y que exigen coordinar compromisos conflictivos. En contraste, el amistoso contacto de un perro casero, o de un gato, sirve para recordarnos la supervivencia de una inocencia sencilla y directa, incluso en el interior de la alocada vorágine que consideramos civilización avanzada.
Por desgracia, incluso aquellos que se benefician de esta relación con un animal, no suelen llegar a percatarse del fascinante animal que es en realidad el perro. Nos resulta tan familiar que hemos empezado a darlo por sentado. Podemos hacernos algunas preguntas acerca de él. Por ejemplo: ¿Cuál es la sensibilidad de su nariz? ¿Puede ver los colores? ¿Cómo consigue encontrar el camino de vuelta a su hogar cuando se ha perdido? ¿A qué se debe que mueva la cola al saludarnos? ¿Por qué lleva una vida sexual tan extraña? Y otras muchas cosas. Con frecuencia nos encogemos de hombros ante estas incógnitas y pasamos a otro tema, sin molestarnos en hacer averiguaciones. Si realizásemos un esfuerzo, descubriríamos que los libros habituales acerca de perros tienden a pasar por alto la mayor parte de las preguntas básicas, y en lugar de ello se concentran en temas como el acicalamiento, la alimentación, el cuidado veterinario y las características diferenciadoras de los varios centenares de razas que existen en la actualidad. Todo esto constituye una información útil; pero seguimos queriendo saber la razón de que unos perros aúllen más que otros, y por qué todos ladran demasiado, y cuáles son las causas de que se comporten de la forma en que lo hacen. Por lo tanto, me he propuesto responder a tales cuestiones clave, en una serie de respuestas breves y simples. Al disponer el texto de esta manera, confío en que serán capaces de emplear este libro para hacer frente a cada una de las preguntas que surjan a causa de nuestra relación con el perro; y al mismo tiempo, al hojearlo, apreciará más a ese extraordinario y bien acabado producto de la evolución canina que brinca para recibirle cada vez que regresa a casa y abre la puerta.
¿Por qué es tan especial el perro? ¿Qué existe en su personalidad que lo ha distinguido entre las cuatro mil doscientas treinta y seis especies de mamíferos no humanos y ha hecho que se convierta en el más íntimo compañero del hombre? La respuesta puede resultar perturbadora para algunas personas; en realidad, «el mejor amigo del hombre» es un lobo con ropaje de perro. Y es la personalidad del lobo lo que constituye la clave para comprender nuestros fuertes lazos con el perro.
La idea de que todos los perros, desde los callejeros hasta los altivos campeones; desde los más cruzados a los que poseen un perfecto pedigrí, y desde los diminutos chihuahuas hasta el gigantesco gran danés, ninguno es otra cosa que un lobo domesticado. Para algunos, es un poco duro de creer. Este pensamiento les sobresalta a causa de la larga tradición de historias de horror relacionadas con el lobo salvaje. Se trata, pues, del lobo que devora hombres, del hombre lobo y del lobo malo que se comió a la abuelita. Apenas existe una palabra amable en ninguna parte para esta magnífica criatura, hasta alcanzar los estudios modernos y objetivos de las últimas décadas. Por lo tanto, se hace difícil culpar a la gente por dar de lado la sugerencia de que el alegre e inofensivo perrito echado sobre la alfombra, el que nos mira con sus grandes y amistosos ojos, sea en realidad, miembro de la misma especie que el poderoso lobo. Pero es una cosa que debemos aceptar, no sólo porque sea cierta, sino porque representa la única forma de comprender la conducta del perro doméstico y apreciar por qué los perros, y no otros animales, como los monos, los osos o los mapaches, son los que se han convertido en los mejores amigos del hombre.
Antes de considerar la conducta del lobo, debemos dejar de lado alguna de las objeciones más obvias a esta idea. Los perros domésticos varían muchísimo en forma, tamaño y color, por lo que no deben pertenecer a la misma especie… Sí, pueden hacerlo y en realidad realizan estos cambios. Las variaciones pueden ser dramáticas; pero son bastante superficiales. Cualquier raza de perro puede cruzarse con cualquier otra y producir crías fértiles. Las diferencias genéticas que se han cultivado a través de la crianza con pedigrí son demasiado pequeñas para haber aislado una raza de otra a nivel biológico. ¿Y qué ocurre si suponemos que un chihuahua macho queda excitado por la embriagadora fragancia de un gran danés hembra en celo? ¿Qué podemos hacer al respecto? El macho no puede decirse que sea alpinista. Eso es verdad, pero si la perra en cuestión es inseminada artificialmente con una muestra de esperma recogida del chihuahua, la perra quedará preñada y echará al mundo una camada. Por lo que sabemos hasta hoy, no hay dos razas de perros que sean genéticamente incompatibles. Digamos también de pasada que no existe tampoco dificultad para cruzar perros domésticos con lobos salvajes. Producirán una progenie fértil.
Por lo tanto, a pesar de las apariencias en sentido contrario, todos los perros son biológicamente de una misma especie. El san bernardo de casi ciento cincuenta kilos puede tener trescientas veces el peso del pequeño terrier Yorkshire miniatura, y el gran danés, que alcanza en la cruz una talla de un metro, es diez veces más alto, pero todos ellos son hermanos debajo de la piel. Pueden ser pequeños en tamaño, pero por dentro saben perfectamente que son poderosos lobos y actúan de acuerdo con ello. Brindarán al cartero el fuerte ladrido, o el profundo y gutural aullido que consideren que se merezca por aproximarse a su territorio personal. Si el sonido se convierte en un delgado gañido, eso no es culpa suya. Y si da la casualidad de que se encuentran en un parque con un perro grande, le darán el mismo tratamiento. Saben que son en realidad unos adultos hechos y derechos…
¿Y porqué habían de echarse atrás? En ocasiones, a los perros grandes les deja perplejos esta conducta, e incluso pueden llevar a cabo una retirada digna ante el asalto combinado de un grupo de irritados gozquecillos. Si los dueños de perrazos se sienten desgraciados por esta aparente muestra de cobardía, en realidad están interpretando mal la conducta de su chucho. Los perros grandes no temen a los pequeños. Su problema radica en que el reducido tamaño de sus asaltantes los encasilla en una categoría especial: la de los «cachorros». Y existen fuertes inhibiciones en cuanto a atacar a los cachorros. El problema consiste en que esos cachorros no se están portando como tales, y de ahí la perpleja respuesta de los canes mayores.
Si los seis millones de perros de Gran Bretaña, los cuarenta millones de canes de Estados Unidos, y todos los muchos otros millones de perros que hay en todo el Globo, pertenecen a una e idéntica especie, ¿cómo han llegado a ser tan diferentes unos de otros? La respuesta es que el perro, al ser el animal doméstico más antiguo, ha tenido mucho tiempo para ir especializándose a través de una crianza controlada. Se han eliminado los individuos demasiado difíciles, nerviosos en extremo o muy agresivos. Los perros se han hecho más juveniles y juguetones, más plácidos y tratables. Si los han criado para la persecución de gran velocidad, sus patas se han vuelto más largas y sus cuerpos más esbeltos; si los han tenido como perros falderos, se han encogido cada vez más, hasta hacerse lo bastante pequeños como para cogerlos y llevarlos con facilidad. Cada uno de esos cambios se ha producido a través de una crianza selectiva. Por ejemplo, resulta sencillo miniaturizar una raza. Todo cuanto hay que hacer es elegir los más pequeños de cada camada y cruzarlos entre sí una y otra vez. En unas cuantas generaciones resulta posible conseguir perros cada vez de una talla más reducida.
Varios centenares de razas «puras» han quedado establecidas en los últimos años en relación con los concursos caninos de competición, y se han establecido unos cánones fijos para cada una de esas razas. De manera oficial, se han reconocido seis grupos principales: los perros de caza, los sabuesos, los perros de labor, los terriers, los perros falderos y los perros utilitarios.
Los perros de caza están formados por los pointers, setters y perros cobradores, que acompañan a los cazadores y les ayudan a detectar, perseguir y cobrar las piezas. Los sabuesos ayudan a rastrear y atrapar la presa, que se persigue a caballo o a pie. Los perros raposeros corren más y son adecuados para acompañar a los caballos. Los sabuesos basset tienen las patas más cortas a través de una cría selectiva, para que corriesen más despacio y acompañaran a los cazadores a pie. Algunos sabuesos, como los bloodhound, actúan por el olor y otros, como los greyhound, por la vista.
Los perros de labor incluyen los perros guardianes, los perros pastor y algunas otras razas con funciones específicas, como los huskies que arrastran trineos. Los terriers son los pequeños matadores de sabandijas. Por lo general, tienen las patas cortas para entrar en las madrigueras en persecución de tejones, zorros y roedores. Por lo común tienen una personalidad desacostumbradamente tozuda e independiente, relacionada en su origen con la necesidad que tenían de seguir la presa una vez aislada y de trabajar en solitario.
Los perros falderos son, esencialmente, razas enanas, reducidas de tamaño para crear animales domésticos más manejables. Algunos, como los malteses y pequineses, poseen una historia muy antigua de perros favoritos de ricos y poderosos, gozaban de elevado status y fueron criados durante muchos siglos para esa especial función, sin ninguna clase de deberes de tipo laboral. Son animales mundanos, dados sus antecedentes aristocráticos. El grupo utilitario no puede jactarse de este elitismo. Se trata de perros que, aunque hoy actúen exclusivamente como animales domésticos y canes de exhibición, no hace mucho tiempo eran perros de labor de una clase o de otra. Incluyen razas tan variadas como los dálmatas criados como perros llamativos para que corrieran junto al coche de caballos de su amo, el bulldog, preparado para ser un atacante salvaje en los primeros concursos de hostigamiento de toros; y el Lhasa Apso, cuyo deber originario fue dar la alarma en el caso de que unos intrusos trataran de penetrar en el gran palacio del dalai lama en Lhasa, en el Tíbet. Todas esas tareas se han eclipsado en la historia. Pero las razas han sobrevivido, de ahí el nombre bastante poco romántico de «perros utilitarios».
Además de todos estos aristócratas del mundo del perro están los numerosos mestizos y perros salvajes. Una autoridad ha estimado que existe una población mundial de ciento cincuenta millones de tales animales vivos. Algunos han vuelto a la existencia salvaje hace ya muchos siglos. El dingo de Australia y el perro silbador de Nueva Guinea son dos ejemplos de este tipo. Otros se han hecho salvajes o han sido abandonados en los últimos años, se han organizado en manadas de perros feroces y han sobrevivido por lo general como basureros, nutriéndose de los desperdicios de la colonia humana. Ambos grupos han conseguido readaptarse a las condiciones de la vida en libertad a pesar del hecho de ser animales domesticados. Se crían en grupo, formando una población de perros independientes. Una tercera categoría es el perro callejero, un animal abandonado que apenas sobrevive y que aún no ha conseguido restablecerse como miembro activo de la sociedad canina. Finalmente, existen los muy amados perros mestizos, mantenidos y cuidados por sus dueños que, tozudamente los defienden contra los «pedigrís consentidos». Los mestizos, argumentan, se encuentran mucho más cerca del perro atávico, y ésa es la razón de que vivan más que los perros de pedigrí. Sufren mucho menos de defectos físicos, son más resistentes a la enfermedad y tienen una personalidad más estable, mostrando menor nerviosismo y agresividad. El vigor mezclado del mestizo, alegan, le hace al perro más fuerte y resistente. La defensa que hacen de estos perros resulta admirable; pero, en la mayoría de los casos, es un poco injusta para los perros de pedigrí. La verdad es que todos los perros modernos siguen estando muy cerca de su tipo ancestral. Sea cual sea su forma, color o tamaño, no son más que lobos debajo del pellejo, y debemos considerarnos afortunados por ello, como quedará muy claro dentro de un momento.