Observe a su perro (3 page)

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Authors: Desmond Morris

Tags: #GusiX, Ensayo, Ciencia

BOOK: Observe a su perro
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Ha habido tres teorías en lo referente al origen del perro doméstico. Una se refiere a un «eslabón perdido». Una antigua especie de perro salvaje, con un aspecto parecido al dingo moderno, dio paso al perro doméstico. El primer eslabón fue exterminado por el hombre primitivo. En términos de buen gobierno animal esto tiene sentido, porque una vez una especie ha «mejorado» por la crianza doméstica, las poblaciones humanas, solían eliminar a los parientes salvajes «no mejorados» a fin de impedir la contaminación. Asimismo, queda claro que, cuando los perros domésticos se convierten en salvajes y comienzan a criarse en manadas feroces, revierten a un tipo similar a través de todo el mundo. Los dingos de Australia, los perros silbadores de Nueva Guinea, los perros pye de Asia, los perros parias de Oriente medio y los perros indios de las Américas, todos parecen notablemente similares en estructura y forma general. Es como si estuviesen tratando de decirnos que su antiguo y hoy extinto antecesor poseía aquella forma. A pesar de esto, la teoría del eslabón perdido ya no tiene mucha aceptación.

Una segunda teoría ve dos razas diferentes de perro que proceden de dos especies de canes salvajes. Se cree que unos descienden del lobo y otros del chacal. Este punto de vista lo ha popularizado Konrad Lorenz en su libro
El hombre encuentra al perro
; pero investigaciones posteriores han mostrado que esa teoría del «doble origen» carecía de fundamento. Estudios cuidadosos de los chacales han revelado que, en realidad son muy diferentes tanto de los perros como de los lobos. Al mismo tiempo, la investigación acerca de los lobos ha mostrado que los perros son sorprendentemente parecidos a ellos en todos los sentidos.

Ahora es aceptada, en general, la tercera teoría; es decir, que todos los modernos perros domésticos han descendido, durante un período de entre ocho mil y doce mil años, de una sola especie: el lobo. Meticulosos estudios anatómicos y de la conducta han confirmado todo esto durante las últimas décadas y ahora esta conclusión parece evidente. Sin embargo, se sigue planteando una pregunta:

¿Por qué los perros asilvestrados no vuelven a un tipo más parecido al lobo? Esta pregunta se basa en una falta de comprensión de la clase de lobo del que procede el perro. Hoy, tanto en películas como en los zoológicos, los lobos que vemos son típicamente del helado norte: lobos rusos, escandinavos y canadienses. Son unos animales grandes y de recio pelaje, adaptados al área más fría del ámbito originario del lobo. El perro no es probable que se haya desarrollado a partir de uno de ellos, sino del lobo asiático, que es más pequeño, menos robusto y de pelaje más escaso, lo cual era común en las zonas más cálidas del ámbito de la especie. Este animal estaba mucho más cercano en estructura y apariencia a los perros asilvestrados de hoy y constituye el antepasado perfecto.

Observaciones de campo de manadas de lobos salvajes nos han enseñado mucho respecto a la verdadera naturaleza de este «monstruo merodeador». Lejos de ser una bestia salvaje, tiene una impresionante organización social, que incluye una amplia serie de restricciones, control del orden del rango y ayuda mutua dentro de la manada. Una saludable competición entre los individuos se contrarresta con una activa cooperación de varias clases: para la caza, durante la defensa y en las temporadas de cría. Adultos diferentes a los padres cooperan a la alimentación de los lobeznos, y existen muy pocas peleas dentro de cada grupo social. Queda claro que fue la gran similitud entre la vida social de los lobos y la de los hombres primitivos lo que llevó al fuerte nexo de atracción que creció entre ellos. Ambas especies vivían en «manadas» en un territorio defendido por el grupo. Las dos establecieron un hogar base en el centro del territorio, del que efectuaban salidas en búsqueda de alimento. Unos y otros se convirtieron en cazadores cooperativos especializados en unas presas que eran mayores que ellos. Hombres y lobos empleaban la astucia en la caza, usando tácticas de emboscada y de rodear a sus presas. Desarrollaron asimismo uniones de macho y hembra y las crías eran cuidadas por el grupo. Tanto el ser humano como el animal, incluían una compleja serie de señales corporales, que abarcaban expresiones faciales, posturas, movimientos y gestos.

En el primer momento, el contacto entre los hombres prehistóricos y los lobos debió de ser como competidores, dado que sus formas de vida eran muy similares. Resulta probable que algunos indefensos lobeznos fuesen llevados a los asentamientos humanos como sabrosos bocados para una comida sin prisas; pero luego se les permitió que correteasen por allí como juguetitos peludos para los niños del campamento. Puesto que existe una fase especial en el crecimiento de los lobeznos en que las crías se «socializan», los que fueron atrapados lo suficientemente jóvenes, al crecer, comenzaron a creer que pertenecían a una manada humana en vez de a una lupina. Esto habría significado, al hacerse adultos, que actuarían de manera automática como perros de guarda, dando la alarma si sus aguzados oídos captaban el sonido de alguien que se aproximaba al campamento por la noche. También es probable que los llevasen a las cacerías, pues olían la presa antes de que la detectasen sus compañeros adoptantes. Se hubiera requerido la presencia de un humano muy estúpido para no reconocer el valor de esos talentos caninos y no percatarse de su valor potencial. En vez de comerse a todos los lobeznos cautivos, sin duda permitieron vivir a algunos, quedarse en el campamento e incluso les alimentarían. Los individuos que fuesen demasiado agresivos o tímidos serían rápidamente despachados y comidos. Los demás se convertirían en socios, simbiontes, dentro del esquema humano de las cosas.

A medida que transcurrían los siglos, el perro original del tipo lobo cambió; pero lo más probable es que lo hiciera relativamente poco, aunque pudieran existir algunas alteraciones superficiales en el aspecto. Las formas extrañas de color que se presentasen, como negro, blanco, moteado o con manchas, se verían favorecidas como medios para identificar a los animales individuales; pero, más allá de eso, cabe pensar que existieron pocas acciones para modificar al prehistórico compañero canino.

Llegado el momento, la protección de la propiedad fue haciéndose más importante y es probable que los perros de guarda se convirtiesen en una raza especializada, al igual que los perros de caza y los empleados para vigilar los rebaños. Pero aún estaban muy lejos los centenares de razas que se conocen hoy, y su desarrollo pertenecería a un lejano futuro. En realidad, son el resultado de unos programas de crianza acelerados de una clase muy seleccionada durante los últimos siglos. En la Edad Media no existían probablemente en Europa más que una docena de tipos diferentes de perro, cada uno de ellos con una tarea principal que llevar a cabo.

La gran explosión de diferentes razas corresponde al inicio de la Revolución Industrial, que consiguió tantos perros, directa o indirectamente, que llegaron a sobrepasar las necesidades. Los entusiastas de estos animales, incapaces de emplearlos para tareas que ya no estaban disponibles, y al estar prohibido utilizarlos en deportes crueles, como el acoso de toros, persecución de tejones y luchas de perros, no tuvieron otro remedio que encontrar nuevos papeles para ellos. Durante el siglo XVIII se organizaron concursos en las tabernas para premiar a los «mejores perros», y ya en el siglo XIX tuvieron lugar exhibiciones caninas, según unos cánones establecidos. Incluso participó la familia real y en seguida comenzaron a estar en todo su apogeo las crías de perros, los concursos caninos y el establecimiento del pedigrí.

A medida que las ciudades crecían, el súbito florecimiento de los animales domésticos y de los perros de compañía, proveyó a estos urbanistas de un recuerdo nostálgico de la vida campestre. Sacar al perro a pasear por el parque se convirtió casi en el último resto de los placeres rurales para todos cuantos se sentían atrapados en el torbellino de la ciudad. En un medio ambiente con el pavimento de piedra y vallado de ladrillos y mortero, la necesidad de alguna clase de contacto con el mundo natural fue de lo más poderoso, y los perros emprendieron un largo camino para poder satisfacer esta necesidad. Y es algo que siguen haciendo hoy.

¿Por qué ladran los perros?

Constituye un error común imaginar que un perro que ladra está amenazando a alguien. Parece estar llevando a cabo un fuerte alboroto dirigido de forma directa a usted, pero esto constituye una falsa interpretación. En realidad, el ladrido es una señal de alarma canina y se dirige a los demás miembros de la manada, incluyendo la manada humana a la que el perro pertenece.

El mensaje del ladrido es: «Aquí está sucediendo algo extraño… ¡Atención!». En el medio salvaje esto tiene dos efectos: el de que los cachorrillos busquen refugio y se escondan, y el de estimular a los adultos para entrar en acción. En términos humanos, es algo semejante a tocar una campana, golpear un gong o hacer sonar un cuerno para anunciar que «alguien se acerca a las puertas» de una fortaleza. Esa alarma no nos llega a decir si los que se aproximan son amigos o enemigos, sino que previene respecto de que hay que adoptar unas necesarias precauciones. Ésta es la razón de que unos fuertes ladridos puedan saludar la llegada de un pariente del amo del perro lo mismo que la intrusión de un ladrón. Una vez ha quedado identificado el recién llegado, los ladridos serán sustituidos o por una amistosa ceremonia de saludo o por un ataque en serio.

En contraste, el verdadero ataque es por completo silencioso. El perro agresivo y sin miedos, simplemente echa a correr hacia ti y muerde. Las demostraciones de los perros policía, que atacan a los hombres que simulan ser criminales en fuga, confirman esto. Cuando el hombre, con el brazo cuidadosamente protegido, echa a correr por el campo y es soltado el perro policía por parte de su cuidador, no se producen ladridos, ni el menor sonido. El silencioso salto del perrazo acaba con rapidez con las mandíbulas clavadas en el acolchado brazo, sujetándolo con fuerza.

La huida es igualmente silenciosa. El perro que trata desesperadamente de escapar, se mantiene en completo silencio mientras se aleja en la distancia. Esencialmente, las vocalizaciones son indicaciones de conflicto o frustración. El hecho de que casi siempre acompañe encuentros agresivos con perros sólo significa que, incluso el más hostil de los canes, está por lo general un poco asustado. El completo silencio del auténtico ataque del perro policía es menos corriente que el ataque con gruñidos. Gruñir con los labios retraídos para mostrar los colmillos constituye algo típico del perro que es muy agresivo pero tiene un poco de miedo. El leve matiz de pavor es lo que convierte al ataque silencioso en uno con gruñidos; pero no se trata de un perro con el que se pueda juguetear. El impulso para atacar es aún demasiado fuerte. El perro que gruñe constituye una pesadilla para los carteros.

A continuación, en un orden de miedo creciente está el perro que refunfuña. El que refunfuña tiene más miedo que el que gruñe; pero el riesgo de un ataque sigue siendo aún grande. El que refunfuña puede sentirse aún más a la defensiva; no obstante existe todavía una gran agresividad suficiente para explotar en un verdadero ataque de un momento a otro.

Cuando el equilibrio se desnivela ligeramente del puro ataque y el miedo avanza un poco más hasta tomar la delantera, los refunfuños empiezan a alternarse con ladridos. El grave gruñido se «expansiona» de repente hasta un profundo ladrido. Esto se va repitiendo: gruñido-ladrido, gruñido-ladrido. El mensaje procedente de un perro así es el que sigue: «Me gustaría atacarte (gruñido), pero creo que pediré refuerzos (ladrido)».

Si el elemento miedo aumenta cada vez más y comienza a dominar la agresión, en el interior del cerebro del can, el gruñido de la exhibición desaparece y sólo se oye el ladrido, muy alto y repetidamente. Esto puede continuar durante un rato irritadamente prolongado, hasta que, o bien se desvanece el elemento extraño que lo ha causado, o la «manada» humana ha acudido a investigar qué ocurre.

La característica principal del ladrido del perro doméstico es que se produce en explosiones tipo ametralladora: gua-gua-gua…, guau-guau-guau-guau-guau…, guau…, guau-guau-guau, etc., en una excitada corriente de potentes ruidos. Esto es algo que se debe a diez mil años de cría selectiva de los perros, y no a los antepasados salvajes de nuestros animales domésticos. Los lobos ladran, pero el ruido que hacen resulta mucho menos impresionante. La primera vez que se oye ladrar a una manada de lobos, se reconoce de inmediato de qué se trata; pero resulta difícil creer que sea algo tan modesto y tan breve. El ladrido del lobo no es alto, ni muy frecuente, y es casi siempre monosilábico. Se puede describir mejor como un sonido en staccato. Por lo general se repite cierto número de veces, pero nunca evoluciona hasta el ruidoso sonido de ametralladora tan típico de sus descendientes domésticos.

Y lo que es aún más curioso, se ha informado de que los lobos que hoy permanecen bastante cerca de los perros acaban aprendiendo, al cabo de algún tiempo, a emitir su largo ladrido. Por ello, resulta claro que no es tan difícil la transición desde un gañido a un superladrido. A pesar de esta habilidad para aprender, parece muy probable que, en los primeros siglos de la domesticación del perro, se produjera una selección bastante rápida por parte de los primitivos dueños de perros para que un «ladrador» mejorado actuase como una alarma contra los ladrones. Partiendo del modesto gañido del lobo, seleccionaron en las camadas a los cachorrillos de un ladrido más persistente y alto, hasta que se desarrollaran los perros de guarda actuales en extremo ruidosos. Hoy, casi todas las razas de perros conservan las cualidades genéticas que les confirieron un ladrido mejorado, aunque, en este aspecto, algunas razas tienden a ser más impresionantes que otras. Sólo el basenji, o perro africano silencioso, parece haber escapado por completo a esta tendencia. Esa raza particular se desarrolló de un pequeño y silencioso perro cazador en el antiguo Egipto, hace ya más de cinco mil años y, al parecer, en su ya larga historia doméstica jamás se le han encomendado misiones de guardián.

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