Paciente cero (28 page)

Read Paciente cero Online

Authors: Jonathan Maberry

Tags: #Terror

BOOK: Paciente cero
12.32Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Quizá uno de los caminantes se liberó y el equipo del laboratorio entró en pánico —sugirió Rudy.

—No lo creo. —Tenía el portátil abierto sobre la mesa y lo giró para que todos pudiésemos verlo. Pulsó un botón y apareció una imagen del muelle de carga y del tráiler que utilizaban para la sala 12—. Esto es una grabación continua. Observen.

La imagen parpadeó y luego se desintegró convirtiéndose en nieve estática.

—¿Un fallo de la cámara? —preguntó Dietrich.

—No lo sabemos. Si es así, entonces todas las cámaras de esa parte del edificio se apagaron al mismo tiempo. —Levantó una mano—. Antes de que lo pregunten: ya vuelven a estar activas.

Grace se inclinó hacia delante, muy tensa.

—Parecen interferencias electrónicas.

—No lo entiendo —dijo Rudy.

—Todos los dispositivos de vigilancia son electrónicos y, por lo tanto, están sujetos a la sobrecarga o al bloqueo de la señal —le dijo Grace—. La tecnología no es nueva y en la actualidad hay equipos de interferencia electrónica de bolsillo.

—¿Entonces esto es un sabotaje? —dijo Rudy frotándose los ojos—. Ha sido un día demasiado largo.

Church detuvo el vídeo.

—Teniendo en cuenta la hora y la ubicación del fallo de la señal y lo que ocurrió posteriormente en la sala 12, actuaremos basándonos en la suposición de que hay una persona o personas desconocidas infiltradas. Tenemos que encontrarlo y neutralizarlo.

—O neutralizarla —dijo Grace, sugiriendo que podía tratarse de una mujer.

—O neutralizarlos —dije yo—. Últimamente han estado contratando de forma masiva. No podemos suponer que solo se les haya colado una manzana podrida.

—Estoy de acuerdo. Tenemos que evaluar el incidente, averiguar lo que podamos sobre él, tanto estratégicamente como en lo referente a nuestra propia seguridad. También tenemos que tener en cuenta los efectos que tendrá este incidente en la moral del personal.

—Joder, yo creo que está bastante claro —dijo Gus Dietrich a modo de ladrido— que esos cabrones querían que se liberase la plaga.

—Quizá —dijo Grace—, o puede ser que estuviesen explorando el terreno y abriesen la puerta equivocada.

—¿Le gusta esa teoría? —le pregunté.

—No mucho, no, pero habría que tenerla presente. Aunque creo que es más probable que quisiesen silenciar al prisionero.

Me bebí la mitad del café.

—Church, usted dijo que había una forma de obtener ese código de acceso. ¿Cómo?

—Solo existen tres posibilidades prácticas, dos de las cuales son muy improbables —dijo—. La primera es que lo hubiesen obtenido directamente de Grace, de Gus, de Hu o de mí. —Hizo una pausa para recibir comentarios, pero nadie dijo nada—. La segunda es que uno de nosotros se descuidase y dejase un descodificador por ahí. Hu estaba diciendo que no con la cabeza antes de que Church terminase. Sacó su descodificador y lo puso sobre la mesa.

—De ninguna manera. No después de la charla que me dio cuando me entregó esta cosa. Cuando me ducho está al lado de la bañera y cuando me voy a dormir lo llevo en el bolsillo del pijama. Sé donde está las veinticuatro horas al día y los siete días de la semana.

Grace y Dietrich sacaron también los suyos. Church no se molestó en hacerlo. Ya estaba hablado.

—¿Cuál es la tercera posibilidad? —pregunté.

—Que haya alguien más que tenga un descodificador o un dispositivo compatible, aunque eso es un poco difícil de aceptar. Esos aparatos todavía no han salido al mercado. A mí me lo entregó directamente el diseñador. Fabricó cinco y yo los compré todos.

—¿Quién tiene el otro?

—La Tía Sallie.

—¿Quién?

Grace sonrió.

—La Tía Sallie es la jefa de operaciones del DCM. Ella dirige el Hangar, nuestras instalaciones en Brooklyn.

—¿Y la llaman «Tía Sallie»? En cierto modo hace pensar en una dama de pelo azulado con demasiados gatos. ¿He de suponer que creen que esa Tía Sallie es de confianza y que no ha dejado su descodificador en la bolsa de la calceta?

Dietrich sonrió.

—Si tiene suerte, capitán, ella nunca se enterará de que ha dicho eso.

Grace esbozó una gran sonrisa que la hizo parecer más joven, quitándole de encima varias capas de tensión. Incluso Church parecía divertirse, aunque en él era más difícil de decir.

—Creo que los que la conocemos podemos responder por la integridad de Tía Sallie sin miedo a equivocarnos.

—¿Y qué hay de un robo? ¿Podrían haberle quitado el descodificador?

—La verdad es que me encantaría ver a alguien intentarlo —dijo Church. Dietrich sonreía desde el otro lado de la mesa y asentía para sí mismo, al parecer, al imaginarse la escena.

Sin embargo, las sonrisas y las risas desaparecieron. Miré a Rudy, que observaba en silencio a todo el mundo. Imagino que él, igual que yo, se dio cuenta de que la risa era una válvula de escape. La magnitud de lo que acababa de pasar en la sala 12 dominaba los pensamientos de todos.

Sonó el teléfono de Church y cuando miró el número que mostraba la pantalla, levantó un dedo, cogió la llamada y habló en voz baja durante un par de minutos.

—Gracias por llamarme tan rápido —dijo—. Por favor, manténgame informado. —Colgó el teléfono, lo dejó sobre la mesa y cualquier rastro de humor que hubiese en su cara desapareció por completo—. Era un contacto que tengo en la oficina de Atlanta del FBI. Henry Cerescu, el ingeniero que diseñó el descodificador, está muerto. Encontraron su cuerpo en su apartamento esta mañana y llevaba muerto unas treinta horas. La señora de la limpieza lo encontró y llamó a la policía. No hay sospechosos, pero el informe dice que el apartamento de Cerescu, que utilizaba también como taller, estaba patas arriba. Nos enviarán por fax un informe completo.

—Maldita sea —dije—. Siento lo de su amigo, Church, pero apuesto a que puedo adivinar lo que dirá ese informe. Lo más probable es que parezca un robo normal de un yonqui. La televisión y el DVD habrán desaparecido, habrá muchos destrozos y un gran desorden. La mejor manera de esconder un pequeño delito es hacer que parezca mayor. Apuesto a que Cerescu probablemente tenía los diseños de su descodificador por alguna parte, quizá en papel o en el ordenador. El disco duro también habrá desaparecido, así como la mayoría de la documentación.

—Es muy probable —dijo Church. Cogió otra galleta y me acercó el plato. Rebusqué y cogí un elefante y un mono.

—Entonces, ¿adónde nos lleva eso? —preguntó Grace.

—Nos lleva a estar seguros de que hay alguien infiltrado que sabe lo que es el DCM —dijo Church—; alguien que me conoce lo suficientemente bien como para saber dónde consigo los equipos.

—No puede ser una lista muy larga —sugirió Rudy.

—No lo es —dijo Church—, y le echaré un vistazo a esa lista en cuanto termine esta reunión.

—Eso todavía deja a una o más personas dentro del DCM —dije—. Dentro del edificio.

—Perdón —dijo Rudy—, pero supongo que si estamos en esta habitación no estamos en la lista de sospechosos, ¿no?

Church se recostó en la silla y estudió a Rudy durante un momento, dibujando al mismo tiempo y lentamente un círculo sobre la mesa.

—Doctor Sanchez, hay muy poca gente en la que confíe ciegamente y en todos los casos se basa en muchos años de experiencia, oportunidad y evaluación. En cuanto a la mayoría de la gente que está reunida aquí, mi confianza se basa en conocimientos más recientes. Usted y el capitán Ledger estaban en el laboratorio de ciencia conmigo y fueron escoltados hasta sus habitaciones. La comandante Courtland estaba conmigo y el sargento Dietrich acababa de terminar sus rondas con otros dos oficiales. Uno de ellos lo acompañó a su habitación.

—De acuerdo, pero eso no indica que no estuviésemos implicados en la apertura de la puerta. ¿Qué le hace estar tan seguro de que no somos cómplices?

Church mordió la esquina de una galleta y la mascó.

—Yo no he dicho que todos estén fuera de sospecha, doctor Sanchez, pero, como acaba de decir, puede suponer que si está en esta sala no está en lo más alto de la lista de sospechosos.

Aquello pareció satisfacer a Rudy, al menos en parte, porque hizo un gesto seco con la cabeza y volvió a sumirse en su silencio de observador.

—Durante los últimos dos días ha entrado mucha gente —dijo Dietrich—: los de la mudanza, los decoradores, algunos técnicos de laboratorio nuevos. —Hizo una pausa y me miró directamente a mí—. Y todo el equipo Eco.

—¿Qué fiabilidad tiene la investigación de antecedentes de toda esa gente? —pregunté.

Grace dijo:

—Tenemos a tres agentes del FBI cedidos trabajando en ello. Usted ya los conoce, Joe. Los agentes Simchek, Andrews y McNeill… los agentes que le fueron a buscar en Ocean City.

Cabezacubo y sus amiguetes, pensé.

—Vale, pero ¿quién investiga sus antecedentes?

—Yo —admitió Grace, y vi preocupación en sus ojos. Ella sabía que yo estaría pensando en su descuido con los registros de las fuerzas especiales con relación al segundo camión. Estaba soportando mucho estrés desde la masacre de St. Michael. El estrés no facilita un enfoque meticuloso y tranquilo. Me guardé aquello para mí y me pareció captar un gesto de agradecimiento por su parte.

—Sin embargo, yo he estado supervisando la criba —añadió Dietrich—. Si alguien se ha colado debido a un trabajo descuidado entonces es culpa mía. —Me gustó que no intentase poner excusas. Dietrich era la mascota de Church y parecía franco y honesto. Me gustaba y estaba bien abajo en mi lista de sospechosos.

—Otra pregunta —dije—. ¿Desde dónde se recluta? Usted me dio los archivos sobre los chicos del equipo Eco junto con un montón de papeles sobre posibles candidatos. Algunas son carpetas genéricas, pero otras eran del FBI, unas cuantas del Ejército y un par de ellas incluso estaban marcadas con las palabras «alto secreto». ¿Estoy en lo cierto al suponer que reclutan de todas las agencias militares y federales?

—Y de las fuerzas del orden —añadió Dietrich asintiendo en mi dirección.

—¿Cómo? Pensé que sus chicos eran secretos.

—El secretismo es relativo, capitán —dijo Church—. Todos tenemos que responder ante alguien y el DCM responde directamente ante el presidente. —Hizo una pausa y luego continuó—. Hace unos días me reuní con la Junta de jefes de Estado Mayor y con los dirigentes del FBI, CIA, ATF, ASN y otras divisiones. El presidente me pidió que hiciese una breve descripción del DCM y de su misión para luego hacer solicitudes a cada departamento o división para que me proporcionasen una lista de candidatos para incluir en el DCM. Nos enviaron los archivos y el agente Simchek y su equipo comprobaron los antecedentes y realizaron evaluaciones de cada candidato buscando en el MindReader. Se descartó a cualquiera que tuviese el mínimo problema en sus antecedentes. Sin embargo, he de admitir que hubo parcialidad con algunos individuos cuyas habilidades son apropiadas para la crisis actual y ese podría haber sido nuestro punto débil. Puede que Simchek y su equipo se equivocasen por la necesidad inmediata. Eso… o bien el traidor tiene un expediente intachable y no hizo saltar las alarmas.

—Si fuese un miembro de operaciones encubiertas o del Delta Force —dijo Grace—, su expediente podría haber sido alterado o estar sellado. Los nombres de los agentes de campo a menudo se borran de los registros de acciones, sobre todo cuando el agente es un militar en activo y la acción es técnicamente ilegal, como asesinatos e infiltraciones en las líneas enemigas. Todo es negación plausible, lo que significa que este hijo de puta podría esconderse incluso del MindReader.

—¿Qué tipo de persona estamos buscando? —preguntó Rudy—. ¿Un doble agente del Gobierno, un simpatizante de los terroristas…?

—No lo sabemos —dijo Grace—. Lo único que sabemos es que esta persona o personas abrieron la sala 12 por motivos que desconocemos.

Church asintió.

—Esto les influye sobre todo a ustedes, capitán. No sabemos cómo y ni siquiera sabemos si esto tiene relación con el asalto que había planeado a la planta de procesado de cangrejo. Antes de la reunión, la comandante Courtland me aconsejó que lo cancelase; el sargento Dietrich quiere atacar con todas las tropas y hacer una limpieza total. Sin embargo, la misión es suya.

—Jesucristo —dijo Rudy—. Acaba de salir de una situación de combate. De dos situaciones de combate…

Le puse la mano en el hombro para que no continuase hablando.

—No, Rudy. Ya me pondrás en el diván luego, pero ahora mismo estoy escuchando el reloj hacer tictac. Si lo que ocurrió en la sala 12 no está directamente relacionado con la planta de cangrejo entonces me comeré los calcetines de deporte del sargento Dietrich.

—Y yo se los cocinaré —dijo Dietrich.

—Church —dije—, en cuanto a lo de atacar la planta de cangrejo al amanecer…

—¿Sí?

—A la mierda. Quiero hacerlo ahora mismo.

Rudy respiraba con dificultad, pero Church asintió.

—Imaginaba que diría eso. Los helicópteros ya están preparados y mi equipo informático está poniendo a punto sus sistemas de comunicaciones.

Le sonreí.

—Joe —dijo Grace—, ¿está seguro de esto?

—¿Seguro? No. Preferiría atacar ese lugar con una bomba nuclear y borrarlo de la lista de tareas; pero ahora más que nunca necesitamos hacer las cosas con cuidado e intentar coger a algún prisionero. Sin embargo, creo que deberíamos preparar interrogatorios de inmediato.

—De acuerdo —dijo Grace—. Mi equipo estará listo para entrar por la puerta a la menor señal de problemas. Pero si quiere que todo el mundo permanezca a una distancia que no moleste, todavía tenemos entre cinco o diez minutos para atacar.

—Joe… ¡eso es un suicido! —gritó Rudy—. No hay forma de que puedas…

—Es mi decisión —dije con firmeza—. Y no se me ocurre ningún plan mejor ahora mismo. Cuanto más esperemos, más tiempo tendrá el espía de enviar un mensaje.

—Ahora mismo no puede salir de aquí ningún mensaje —dijo Church—. Tenemos descodificadores por todo el edificio. Sin embargo, todavía tenemos que pensar en la posibilidad de que hayan enviado mensajes e información antes del bloqueo.

Me recliné y miré de una cara a otra.

—Vale, pero vamos a necesitar un plan alternativo. Esto es lo que tengo en mente…

Tercera parte

Bestias

«Hasta el día de su muerte ningún hombre puede estar seguro de su valentía.»

Other books

The Prettiest Feathers by John Philpin
The Anatomy of Story by John Truby
The Damn Disciples by Craig Sargent
Getting Screwed by Alison Bass
Fahrenheit 451 by Ray Bradbury
El alienista by Caleb Carr