Parque Jurásico (24 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
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John Arnold era un ingeniero de sistemas que había trabajado en el proyectil dirigido del submarino
Polaris
, a finales de la década de 1960, hasta que tuvo su primer hijo y la perspectiva de construir armas se hizo demasiado desagradable. Mientras tanto, «Disney» había empezado a crear juegos vehiculares de gran complejidad tecnológica para parques de diversiones, y para eso empleaban a mucha gente procedente de la industria aeroespacial. Arnold ayudó a construir «Disney World», en Orlando, y continuó con la construcción de parques de importancia en Magic Mountain, en California; Old Country, en Virginia, y Astroworld, en Houston.

El haber estado empleado continuamente en parques le había conferido, con el paso del tiempo, una visión algo torcida de la realidad: argüía, bromeando sólo a medias, que todo el mundo se podía describir, cada vez más, con la metáfora del parque que es tema de conversación.

—París es un parque tema de conversación —proclamó una vez, después de pasar sus vacaciones allá—, aunque es demasiado caro y los empleados del parque son desagradables y hoscos.

Durante los dos últimos años, el trabajo de Arnold había sido conseguir que el Parque Jurásico estuviera en pie y funcionando. En su calidad de ingeniero estaba acostumbrado a los programas de trabajo a largo plazo: a menudo se refería a «la inauguración de setiembre», con lo que quería decir setiembre del año venidero y, a medida que la inauguración de setiembre se aproximaba, Arnold se mostraba más insatisfecho con los progresos alcanzados. Por experiencia sabía que, a veces, se necesitaban años para suprimir los defectos de un solo paseo vehicular de un parque… por lo que ni hablar de conseguir que todo un parque funcionara de manera adecuada.

—Usted siempre se está preocupando por cosas sin importancia —dijo Hammond.

—No lo creo así. Usted debe comprender que, desde el punto de vista de la ingeniería, el Parque Jurásico es, de lejos, el parque tema de conversación más ambicioso de toda la Historia. Los visitantes nunca pensarán en ello, pero yo sí lo hago. —Se tocó las yemas de los dedos, como para enumerar algo—: Primero, el Parque Jurásico tiene los problemas de cualquier parque de diversiones: el mantenimiento de los juegos vehiculares, el control de las colas de visitantes, el transporte, la administración de la comida, las instalaciones destinadas al público, la eliminación de desperdicios, la seguridad.

»Segundo, tenemos todos los problemas de un zoológico de importancia: el cuidado de los animales; su salud y bienestar; su alimentación y limpieza; la protección contra insectos, plagas, alergias y enfermedades; el mantenimiento de vallas y todo lo demás.

»Y, por último, tenemos los problemas, sin precedentes, de atender una población de animales a la que nunca nadie trató antes de mantener.

—¡Oh, vamos, no es tan malo como lo pinta!

—Sí, lo es. Sencillamente ocurre que usted no está aquí para verlo: los tiranosaurios beben el agua de la laguna y, a veces, enferman; no estamos seguros del por qué. Las hembras de triceratops se matan entre sí en luchas por el predominio, y hay que separarlas en grupos de menos de seis especímenes. No sabemos por qué. Los estegosaurios frecuentemente presentan ampollas en la lengua, así como diarrea, por motivos que nadie entiende todavía, aun cuando ya hemos perdido dos. Los hipsilofodontes contraen exantemas. Y los velocirraptores…

—No empecemos con los velocirraptores —dijo Hammond—. Estoy harto de oír hablar de los velocirraptores, de que son los seres más malignos y feroces que se haya visto.

—Lo son —dijo Muldoon, en voz baja—. Había que destruirlos a todos.

—Usted quiso ponerles collares con un equipo radiolocalizador —dijo Hammond—. Y acepté.

—Sí. Y pronto se quitaron los collares cortándolos a mordiscos. Pero, aunque los raptores nunca consiguieran liberarse, creo que tenemos que admitir que el Parque Jurásico es intrínsecamente peligroso.

—¡Oh, fantástico! —dijo Hammond—. Dígame, ¿de qué lado está usted?

—Ahora tenemos quince especies de animales extinguidos, y la mayoría de ellos son peligrosos. Nos vimos forzados a retrasar el Paseo por el Río de la Jungla debido a los dilofosauros y el Pabellón Pteratops, en el sector de las aves ancestrales, porque los pterodáctilos son tan impredecibles. No se trata de retrasos de ingeniería, señor Hammond. Hay problemas en el control de los animales.

—Usted ha tenido muchos retrasos de ingeniería. No culpe a los animales.

—Sí, los tenemos. En verdad, es todo lo que pudimos hacer para conseguir que la atracción principal, el Viaje por el Parque, funcionara de manera correcta; para conseguir que los «CD-ROM» que hay dentro de los coches eléctricos sean controlados por los sensores de movimiento. Supuso semanas de ajuste conseguir que funcionase adecuadamente… ¡y ahora las cajas de cambio de los coches se están portando mal!, ¡las cajas de cambio!

—Mantengámoslo en perspectiva —sugirió Hammond—. Usted consiga que la ingeniería funcione bien, y los animales encajarán en el esquema. Después de todo, se les puede entrenar.

Desde el principio, ésa había sido una de las creencias fundamentales de quienes planearon el parque, que los animales, no importaba cuan exóticos fuesen, se comportarían, en lo esencial, como los animales de todos los zoológicos del mundo. Que aprenderían las regularidades de su cuidado, y que reaccionarían en consecuencia.

—Mientras tanto, ¿cómo anda el ordenador? —preguntó Hammond. Le echó un vistazo a Dennis Nedry, que estaba trabajando en una terminal situada en la esquina de la sala—. Este maldito ordenador siempre ha dado dolores de cabeza.

—Ya estamos llegando —contestó Nedry distraídamente.

—Si lo hubiera hecho bien al principio… —empezó Hammond, pero Arnold le puso una mano moderadora sobre el hombro: sabía que no tenía sentido provocar la hostilidad de Nedry mientras éste se hallaba trabajando.

—Es un sistema grande —dijo Arnold—. No se puede evitar que aparezcan defectos.

De hecho, la lista de defectos llegaba a más de ciento treinta indicaciones, y comprendía muchos aspectos extraños. Por ejemplo:

El programa de alimentación de los animales se auto colocaba en la posición inicial cada doce horas, no cada veinticuatro, y no registraba los suministros de alimento de los domingos. Como resultado, el personal no podía calibrar con exactitud cuánto estaban comiendo los animales.

El sistema de seguridad, que controlaba las puertas operadas con tarjetas de seguridad, se interrumpía cada vez que había una interrupción en el suministro de corriente desde la fuente principal, y no se reactivaba cuando se suministraba alimentación auxiliar. El programa de seguridad sólo funcionaba con alimentación central.

El programa de conservación física, cuyo propósito era amortiguar las luces después de las 22:00, sólo funcionaba en días alternos de la semana.

El análisis automatizado de la materia fecal (llamado autocaca), cuyo propósito era investigar la existencia de parásitos en las heces de los animales, invariablemente registraba que todos los especímenes tenían
Phagostomum venulosum
, aunque ninguno lo tenía. Entonces, y en forma automática, el programa suministraba medicación en el alimento de los animales. Si los cuidadores descargaban de golpe la medicina de los tanques alimentadores, para evitar que se la suministrara, se activaba una alarma que no se podía apagar.

Y así proseguía la lista, una página tras otra de errores.

Cuando llegó, Dennis Nedry tuvo la impresión de que él mismo podría hacer todos los arreglos durante el fin de semana. Se puso pálido cuando vio la lista completa. Ahora estaba hablando con su oficina de Cambridge, para decirles a los programadores de su equipo que iban a tener que cancelar sus planes de fin de semana y prepararse para trabajar tiempo extra hasta el lunes. Y le comunicó a John Arnold que necesitaría utilizar todo enlace telefónico que hubiese entre Isla Nubla y tierra firme, nada más que para transferir, de ida y de vuelta, datos de programa a sus programadores.

Mientras Nedry trabajaba, Arnold ordenaba la apertura de una nueva ventana en su monitor. Eso le permitía ver qué estaba haciendo aquél en la consola de la esquina. No es que no confiara en él, sino que, simplemente, quería saber qué estaba pasando.

Observó la representación de gráficos que aparecía en la consola que tenía a la derecha, que mostraba el avance de los Cruceros de Tierra: estaban siguiendo el río, justo al norte del sector de aves ancestrales y la dehesa de los ornitisquios.

—Si miran hacia su izquierda —dijo la voz—, verán la cúpula del sector de aves ancestrales del Parque Jurásico, que todavía no está terminada para los visitantes.

Tim vio luz solar reflejándose en puntales de aluminio, allá a lo lejos.

—Y, directamente por debajo de nosotros, está nuestro río de la jungla del mesozoico donde, si tienen suerte, puede ser que tengan una fugaz visión de un carnívoro insólito. ¡Mantengan los ojos abiertos todos ustedes!

Dentro del Crucero, las pantallas mostraron una cabeza parecida a la de un pájaro, rematada por una cresta fulgurante. Pero todos los pasajeros del coche de Tim estaban mirando por las ventanas. El vehículo estaba desplazándose a lo largo de un cordón elevado, a la vista de un río de aguas rápidas que había abajo. El río estaba casi encerrado entre un follaje denso en ambos lados.

—Ahí están ahora —dijo la voz—. Los animales que ven se llaman dilofosaurios.

A pesar de lo que decía la grabación, Tim solamente vio uno: el dilofosaurio estaba agachado sobre sus patas traseras junto al río, bebiendo. Su estructura obedecía al modelo básico de carnívoro, con cola pesada, miembros posteriores fuertes y cuello largo. Su cuerpo, de unos tres metros, presentaba manchas en amarillo y negro, como un leopardo.

Pero fue la cabeza lo que atrajo la atención de Tim: dos amplias crestas curvas corrían a lo largo de la parte superior, desde los ojos hasta la nariz. Las crestas se encontraban en el centro, formando una V sobre la cabeza del dinosaurio; esas crestas tenían bandas rojas y negras, que traían la reminiscencia de un loro o de un tucán. El animal emitió un suave grito ululante, como el de un búho.

—Son bonitos —opinó Alexis.

—El dilofosaurio —decía la cinta— es uno de los primeros dinosaurios carnívoros. Los científicos creían que los músculos de las mandíbulas eran demasiado débiles como para matar la presa, e imaginaron que estos animales eran, primordialmente, carroñeros. Pero ahora sabemos que son venenosos.

—¡Eh! —sonrió Tim—. Muy bien.

Una vez más, el ulular característico del dilofosaurio les llegó a través del aire de la tarde.

Lex se movió, inquieta, en su asiento;

—¿Son verdaderamente venenosos, señor Regis?

—No te preocupes por eso —contestó Ed Regis.

—¿Pero lo son?

—Bueno, pues, sí, Lex.

—Junto con reptiles vivientes como los monstruos de Gila y las víboras de cascabel, el dilofosaurio secreta una hematotoxina por unas glándulas que tiene en la boca. Minutos después de la mordedura sobreviene la inconsciencia. Entonces, el dinosaurio remata la víctima a su gusto y conveniencia, lo que convierte al dilofosaurio en un agregado hermoso, pero letal, a los animales que ustedes ven aquí, en el Parque Jurásico.

El Crucero de Tierra dio la vuelta en un recodo, dejando el río a sus espaldas. Tim miró hacia atrás, con la esperanza de echar un último vistazo al dilofosaurio. ¡Eso era asombroso! ¡Dinosaurios venenosos! Deseó haber podido detener el coche, pero todo era automático. No tenía la menor duda de que el doctor Grant también quería detener el vehículo.

—Si miran el farallón que está a la derecha, verán Los Gigantes, el sitio en el que se encuentra nuestro magnífico comedor de tres estrellas. El chef Alain Richard les saluda desde el mundialmente famoso
«Beaumanière»
de Francia. Hagan sus reservas marcando por teléfono el cuatro, desde la habitación de su hotel.

Tim miró hacia arriba, pero no vio nada:

—No por un tiempo, empero —aclaró Ed Regis—; la construcción del restaurante no se iniciará hasta noviembre.

—Continuando con nuestro safari prehistórico, a continuación llegamos hasta los herbívoros del grupo de los ornitisquios. Si miran hacia su derecha, probablemente los puedan ver ahora.

Tim vio dos animales erguidos, inmóviles, a la sombra de un árbol grande. Triceratops: el tamaño y el color gris del elefante, con la postura belicosa del rinoceronte. Los cuernos que tenían encima de cada ojo se curvaban un metro y medio hacia arriba, lo que casi les daba la apariencia de colmillos invertidos de elefante. Un tercer cuerno, parecido al del rinoceronte, estaba situado cerca de la nariz. Y esos animales tenían el hocico picudo de un rinoceronte.

—A diferencia de otros dinosaurios —decía la voz—, el triceratops serratus no puede ver bien. Es miope, como los rinocerontes actuales, y tiene tendencia a sorprenderse ante objetos en movimiento: ¡vendría a la carga contra nuestro coche, si estuviera suficientemente cerca como para verlo! Pero relájense, amigos… aquí estamos suficientemente seguros.

El triceratops tiene una cresta en forma de abanico, situada detrás de la cabeza. Es de hueso sólido y muy fuerte. Estos animales pesan alrededor de siete toneladas cada uno. A pesar de su apariencia, en realidad son muy dóciles. Conocen a sus cuidadores y permiten que se les acaricie; en particular, les gusta que les rasquen en los cuartos traseros.

—¿Por qué no se mueven? —preguntó Alexis. Bajó su ventanilla y gritó—: ¡Eh! ¡Dinosaurio estúpido! ¡Muévete!

—No molestes a los animales, Lex —dijo Ed Regis.

—¿Por qué? Es estúpido. Solamente están sentados ahí, como el dibujo de un libro. De todos modos, deberían ser más grandes para dar miedo.

—¡Qué idiota! —comentó Tim.

La voz estaba diciendo:

—… Plácidos monstruos de un mundo ya desaparecido, que contrastan netamente con lo que veremos a continuación. El más famoso depredador de la historia del mundo: el poderoso lagarto tirano, conocido como
Tyrannosaurus rex
.

—Bien,
Tyrannosaurus rex
—completó Tim.

—Espero que sea mejor que estos grandotes —dijo Lex mientras se alejaban de los triceratops.

El Crucero de Tierra arrancó con un ruido sordo.

Gran Rex

—Los poderosos tiranosaurios surgieron tarde en la historia de los dinosaurios. Los dinosaurios dominaron la Tierra durante ciento veinte millones de años, pero sólo hubo tiranosaurios durante los últimos cincuenta millones de años de ese período.

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