Parque Jurásico (31 page)

Read Parque Jurásico Online

Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Parque Jurásico
8.99Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Nada —dijo Tim, observando al tiranosaurio a través de las lentes—: Simplemente está de pie del otro lado de la cerca.

—No puedo ver mucho desde aquí, Tim.

—Yo puedo ver muy bien, doctor Grant. No hace otra cosa que estar ahí de pie.

—Bien.

Lex siguió llorando, sorbiendo por la nariz.

Hubo otro momento de silencio. Tim siguió vigilando al tiranosaurio: ¡la cabeza era inmensa! El animal miraba un vehículo, después el otro, después volvía al primero. Parecía tener la vista clavada en Tim.

Con las lentes, los ojos despedían un fulgor verde brillante.

Tim sintió escalofríos, pero después, mientras recorría hacia abajo el cuerpo del animal, desde las enormes cabeza y mandíbulas, vio que el miembro superior, más pequeño y musculoso, se agitaba en el aire y, después, aferraba la cerca.

—¡Jesucristo! —murmuró Ed Regis, mirando con fijeza a través de la ventanilla.

El más grande depredador que el mundo haya conocido. El ataque más aterrador de la historia humana. En alguna parte, en lo profundo de su cerebro de publicista, Ed Regis todavía estaba redactando la propaganda. Pero podía sentir cómo las rodillas le empezaban a temblar sin control, los pantalones le flameaban como banderas. ¡Dios, estaba aterrado! No quería estar allí. Sólo él entre todos los pasajeros de los dos coches, Ed Regis, conocía cómo era el ataque de un dinosaurio. Sabía lo que le ocurría a la gente. Había visto los cuerpos mutilados, resultado del ataque de un velocirraptor; se lo podía representar en la mente. ¡Y ése era un rex! ¡Mucho, mucho más grande! ¡El carnívoro más grande que jamás hubiera caminado sobre la Tierra!

¡Jesús!

Cuando el tiranosaurio rugía era aterrador, un alarido procedente de otro mundo. Ed Regis sintió el calor que se le extendía por los pantalones: se había orinado encima. Estaba avergonzado y aterrorizado al mismo tiempo. Pero sabía que tenía que hacer algo. No podía limitarse a permanecer allí. Tenía que hacer algo.
Algo
. Las manos se le sacudían, temblando contra el tablero de instrumentos.

—¡Jesucristo! —volvió a decir.

—Palabrotas —le dijo Lex, reprendiéndole con el dedo índice en alto.

Tim oyó el sonido de una portezuela que se abría y movió la cabeza en sentido opuesto a donde estaba el dinosaurio; las lentes deformaron la visión en sentido lateral, convirtiéndola en un veloz rayo de luz, justo a tiempo para ver a Ed Regis apeándose por la portezuela abierta, agachando la cabeza bajo la lluvia.

—Eh —dijo Lex—, ¿a dónde va?

Ed Regis no respondió: se limitó a alejarse y correr en dirección contraria a aquella en la que estaba el dinosaurio, desapareciendo en el bosque. La portezuela del coche eléctrico colgaba abierta; el panel interior se estaba mojando.

—¡Se ha ido! —gritó Lex—. ¿Dónde se ha ido? ¡Nos ha dejado solos!

—Cierra la portezuela —dijo Tim, pero su hermana había empezado a gritar:

—¡Nos ha dejado! ¡Nos ha dejado!

—Tim, ¿qué pasa? —Era el doctor Grant por la radio—. ¿Tim?

Tim se inclinó hacia delante y trató de cerrar la portezuela. Desde el asiento de atrás no podía alcanzar la manija. Volvió a mirar al dinosaurio cuando fulguró otra vez un relámpago, lo que hizo que, durante un instante, contra el cielo blanco por el destello se recortara la silueta de la enorme forma negra.

—¿Tim, qué está pasando? ¡Nos ha dejado, nos ha dejado!

Tim parpadeó para recuperar la visión. Cuando miró de nuevo, el tiranosaurio estaba erguido allí, exactamente igual que antes, inmóvil e inmenso. La lluvia le caía en gotas desde las mandíbulas. El miembro superior aferraba la cerca…

Y entonces Tim se dio cuenta: ¡el tiranosaurio estaba tocando la cerca!

¡La cerca ya no estaba electrificada!

—¡Lex, cierra la puerta!

La radio chasqueó.

—¡Tim!

—Estoy aquí, doctor Grant.

—¿Qué está pasando?

—Regis se ha escapado —dijo Tim.

—¿Que él ha hecho qué?

—Se ha escapado. Creo que vio que la cerca no está electrificada.

—¿La cerca no está electrificada? —repitió Malcolm por la radio—. ¿Es eso lo que dijo, que la cerca no estaba electrificada?

—Lex —repitió Tim—, cierra la puerta.

Pero Lex estaba gritando:

—¡Nos ha dejado, nos ha dejado! —con un quejido continuo y monótono, y a Tim no le quedó más remedio que apearse por la puerta de atrás, exponerse a la feroz lluvia, y cerrarle la portezuela a su hermana. Retumbaron los truenos y los relámpagos fulguraron otra vez. Tim alzó la vista y vio al tiranosaurio aplastar la cerca con una gigantesca pata posterior.

—¡Timmy!

El niño volvió a entrar de un salto y cerró la portezuela de un golpe; el ruido del portazo se perdió entre los truenos.

—¡Tim! ¿Estás ahí? —se oyó por la radio.

—Estoy aquí. —Se volvió hacia Lex—: Pon el seguro en las puertas. Ponte en medio del coche. Y cállate.

Fuera, el tiranosaurio volvió la cabeza y dio un desmañado paso hacia delante: las garras de sus patas se habían enganchado en la malla de la aplanada cerca. Lex finalmente vio al animal y se quedó muda, quieta. Observaba con ojos desorbitados.

La radio restalló:

—Tim.

—Sí, doctor Grant.

—Quedaos en el coche. Agachaos bien. Quedaos quietos. No os mováis y no hagáis ruido.

—Entendido.

—Estaréis seguros. No creo que pueda abrir el coche.

—Entendido.

—Quedaos quietos, así no atraeréis su atención más de lo necesario.

—Entendido. —Tim apagó la radio—. ¿Has oído eso, Lex?

Su hermana asintió con la cabeza, en silencio. No apartaba la vista del dinosaurio. El animal rugió. Al resplandor de los relámpagos, lo vieron liberarse de la cerca de un tirón y dar un salto hacia delante.

Ahora estaba erguido entre los dos coches. Tim no podía ver ya al del doctor Grant, porque el enorme cuerpo tapaba su visual. La lluvia caía por la piel rugosa de las musculosas patas traseras, formando arroyuelos al desviarse en las protuberancias epidérmicas. Tim no podía ver la cabeza del animal, que estaba muy por encima de la línea del techo del Crucero.

El tiranosaurio se desplazó, yendo hacia el coche de los niños. Fue hacia el sitio mismo en el que Tim había salido del Crucero. En el que Ed Regis había salido del Crucero. El animal se detuvo ahí, vacilante. La inmensa cabeza descendió hacia el barro.

Tim pensó: «Huele algo».

Miró al doctor Grant y al doctor Malcolm, que estaban en el coche de atrás: sus rostros estaban tensos, mientras contemplaban, a través del parabrisas, lo que ocurría delante.

La enorme cabeza volvió a subir, con las mandíbulas abiertas, y después se detuvo junto a las ventanillas laterales. Al resplandor de los relámpagos vieron el ojo redondo, sin expresión, de reptil, que se movía en la órbita.

Estaba mirando dentro del coche.

La respiración de Lex salía como jadeos entrecortados por el miedo. Tim extendió la mano y le apretó el brazo, con la esperanza de que la niña se mantuviera quieta. El dinosaurio siguió mirando un largo rato a través de la ventanilla lateral. A lo mejor no podía verles, pensaba Tim. Por último, la cabeza se elevó, volviendo a quedar fuera de la vista.

—Timmy… —susurró Lex.

—Está bien —susurró Tim—. No creo que nos haya visto.

Estaba mirando hacia atrás, al doctor Grant, cuando un impacto estremecedor sacudió el Crucero de Tierra e hizo añicos el parabrisas, convirtiendo el vidrio en una tela de araña, en el momento en que la cabeza del tiranosaurio chocó contra el capó del coche. Tim quedó planchado en el asiento. Las lentes para visión nocturna le resbalaron de la cabeza.

Se reincorporó con rapidez, parpadeando en la oscuridad, la boca tibia por la sangre.

—¿Lex?

No podía ver a su hermana por parte alguna.

El tiranosaurio estaba erguido cerca de la parte delantera del coche eléctrico, el pecho se le movía al respirar, los pequeños miembros anteriores se abrían y cerraban como garras en el aire, presa de la frustración.

—¡Lex! —susurró Tim. En ese momento, la oyó quejarse: estaba tendida en alguna parte del coche, debajo del asiento delantero.

Entonces, la cabeza gigantesca descendió, tapando por completo el destrozado parabrisas. El tiranosaurio volvió a golpear el capó del Crucero de Tierra. Tim se aferró al asiento, mientras el coche se balanceaba sobre las ruedas. El tiranosaurio golpeó dos veces más, abollando el metal.

Después se desplazó alrededor del coche. La gran cola levantada bloqueaba la visual en todas las ventanillas laterales. Cuando llegó a la parte de atrás del coche, el enorme animal resopló: un gruñido sordo que venía de lo profundo, y que se hacía uno con los truenos.

Hundió las mandíbulas en la rueda de recambio montada en la parte de atrás del coche y, con una sola sacudida de la cabeza, la arrancó de cuajo. Toda la parte posterior del Crucero se levantó un instante por el aire. Después cayó con un ruido sordo, salpicando barro alrededor.

—¡Tim! —dijo Grant con suavidad—. ¿Tim, estás ahí?

Tim aferró el micrófono de la radio:

—Estamos bien —aseguró. Se oyó el ruido penetrante de algo que raspa sobre metal, cuando las garras rasgaron el techo del Crucero. El corazón de Tim le galopaba en el pecho. No podía ver nada por las ventanillas del lado derecho, salvo carne correosa llena de protuberancias: el tiranosaurio estaba inclinado contra el coche, que se mecía adelante y atrás, acompañando cada respiración de la bestia; los muelles y el metal crujían sonoramente.

Lex se volvió a quejar. Tim dejó el micrófono y empezó a reptar hacia el asiento de delante. El tiranosaurio rugió y el techo metálico se hundió hacia abajo. Tim sintió un dolor agudo en la cabeza y se desplomó en el suelo, sobre la cobertura de la transmisión. Se descubrió caído al lado de Lex, y se sobresaltó al ver que todo el lado de la cabeza de su hermana estaba bañado en sangre. La niña daba la impresión de estar inconsciente.

Se produjo otro impacto estremecedor y trozos de vidrio llovieron alrededor de Tim. El niño sintió la lluvia: alzó la vista y vio que el parabrisas se había roto por completo: sólo quedaba un borde puntiagudo de vidrio y, más allá, la cabezota del dinosaurio.

Que le estaba mirando.

Tim sintió un súbito escalofrío y, en ese momento, la cabeza se lanzó violentamente hacia él, con las fauces abiertas. Se oyó un chirrido de metal chocando con dientes, y Tim sintió el aliento cálido y hediondo del animal, y una lengua gruesa penetró en el coche a través de la abertura del parabrisas; hurgando húmedamente por todo el interior del coche. El niño sintió la espuma caliente de la saliva del dinosaurio y, en ese momento, el monstruo rugió, un ruido ensordecedor dentro del coche…

La cabeza retrocedió en forma abrupta.

El niño logró apoyarse sobre manos y rodillas, evitando la gran hendidura que había en el techo. Todavía quedaba lugar como para sentarse en el asiento delantero, junto a la puerta del acompañante. Miró al dinosaurio, que estaba en pie bajo la lluvia, cerca del guardabarros anterior derecho: parecía estar confuso por lo que le había pasado. La sangre le fluía con abundancia de las mandíbulas.

El tiranosaurio miró a Tim, alzando la cabeza para contemplarlo con uno solo de esos grandes ojos. La cabeza se acercó al coche, de costado, y atisbo en el interior. Resoplaba ruidosamente mientras lo hacía. Su sangre salpicaba el abollado capó del Crucero de Tierra, mezclándose con el agua de la lluvia.

«No me puede alcanzar —pensaba Tim—. Es demasiado grande».

Entonces, la cabeza se fue hacia atrás y, bajo el destello de un relámpago, Tim vio que la pata trasera se levantaba. El mundo se ladeó de manera enloquecida, cuando el Crucero de Tierra volcó estrepitosamente sobre un costado, y las ventanillas quedaron chapoteando en el barro. Tim vio a Lex caer indefensa contra la ventanilla lateral, y él cayó al lado de su hermana, golpeándose la cabeza. Se sintió mareado. Fue entonces cuando las mandíbulas del tiranosaurio se cerraron como tenazas sobre el marco de la ventana y todo el coche fue levantado por el aire y sacudido.

—¡Timmy! —aulló Lex, tan cerca de la oreja de Tim que a él le dolió. Súbitamente había recuperado la conciencia y Tim la sostuvo, mientras el tiranosaurio volvía a lanzar el coche contra el suelo. Tim sintió un dolor lacerante en el costado, y su hermana le cayó encima. El coche volvió a subir, ladeándose en forma enloquecida. Lex gritó «¡Timmy!», y el niño vio que la portezuela cedía bajo el peso de Lex, y que su hermana caía del coche hacia el barro, pero Tim no pudo responder porque, en el momento siguiente, todo osciló desenfrenadamente: vio los troncos de las palmeras deslizándose hacia abajo…, desplazándose de costado por el aire… Tuvo una fugaz visión del suelo, que estaba allá abajo, muy lejos… Vio el otro Crucero de Tierra desde arriba…, el rugido caliente del tiranosaurio…, el ojo furibundo…, las copas de las palmeras…

Y entonces, con un alarido de metal rasgado, el coche fue liberado, para caer de las mandíbulas del tiranosaurio, una caída que daba vértigo, y el estómago de Tim se revolvió un momento antes de que el mundo se volviera totalmente negro y silencioso.

En el otro coche, Malcolm sofocó un grito:

—¡Jesucristo! ¿Qué le ha pasado al coche?

Grant entornó los ojos cuando el resplandor de los relámpagos se amortiguó. No podía creer lo que acababa de ver.

El otro coche había desaparecido.

Grant no lo podía creer. Atisbó el terreno que tenía delante, tratando de ver a través del parabrisas cruzado por vetas de lluvia. El cuerpo del dinosaurio era tan grande, que era probable que, simplemente, estuviera obstruyendo…

No. Cuando brilló el resplandor de otro relámpago, pudo ver con claridad: el coche había desaparecido.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Malcolm.

—No lo sé.

Débilmente, por encima del ruido de la lluvia, Grant pudo oír la voz de la niña que gritaba. El dinosaurio estaba erguido en la oscuridad, más adelante sobre el camino, pero podían ver lo suficientemente bien como para saber que ahora la bestia se estaba inclinando, olfateando el suelo.

O comiendo algo que había en el suelo.

—¿Puedes ver? —dijo Malcolm, entrecerrando los ojos.

—No mucho, no.

La lluvia castigaba el techo del Crucero de Tierra. Grant escuchó para ver si oía a la niña, pero no la oyó. Los dos hombres se sentaron en el coche, escuchando.

Other books

West Wind by Mary Oliver
Found Wanting by Joyce Lamb
The Day of the Nefilim by David L. Major
Dead Souls by Nikolai Gogol
Second Chance by Chet Williamson
The Muse by O'Brien, Meghan
Prince of Swords by Linda Winstead Jones