El incumplimiento de una orden desataba la ira de don Javier. A la cólera seguía la reprimenda furibunda, el arresto, el cese o todas las penas juntas.
Secretario de Seguridad y Vialidad años después, en tiempos del Presidente Carlos Salinas, tuvo a su lado a Miguel Nazar Haro. Policía de excepción, entrenado por los servicios de inteligencia de los Estados Unidos e Israel, instintivo, sabía de los criminales y sus pasos sigilosos lo que ningún otro investigador. Salió de la Secretaría por su fama turbia, represor, según se decía y aun torturador. No fue Heberto Castillo el único de sus acusadores constantes.
Contrastado su curriculum, trabajó al lado de Jesús Reyes Heroles como subsecretario de Gobernación. Decía don Javier de don Jesús, el titular, que era luminoso con el capote, de matemática perfección con las banderillas y gran señor con la muleta. No obstante, cargaba un defecto: no sabía matar.
Nunca se pusieron de acuerdo sobre Margarita López Portillo, directora de RTC. Don Jesús la combatió; don Javier se mantuvo a su lado. Más aún: fue su aliado.
Margarita, agobiada por renuncias y ceses en el canal 13, no sabía cómo deshacerse de su décimo o undécimo director, Ramón Charles, un español de puro inevitable.
Don Javier lo recibió en un salón profundo del PRI, Charles vio de lejos al presidente del Partido y antes de saludarlo, precavido, quiso saber:
—¿Le molesta el puro, señor?
—El puro, no. Me molesta usted.
En La herencia, José López Portillo y Jorge G. Castañeda sos tienen el siguiente diálogo:
—¿Cuándo conoció usted a Javier García Paniagua? —pregunta Castañeda.
—Lo conocí en mi campaña; si mal no recuerdo, lo conocí en Coyoacán.
—¿No lo conoció en la subsecretaría de la Presidencia con Martínez Manatou?
—No. Tal vez lo habré visto.
—¿Pero no tenía relación con él en aquella época?
—No, de ninguna manera.
—¿Por qué le tuvo tanta confianza tan pronto?
—Porque lo vi muy sólido; un hombre que sabía lo que quería; era un hombre apegado a la sabiduría popular, con una política muy sencilla, sin ninguna complicación intelectual. Y también un vínculo con cierto sector del Ejército que iba yo a utilizar y que me iba a hacer falta.
El pasado 24 de marzo tuve en mis manos los documentos y testimonios del que fue secretario de la Defensa Nacional en tiempos del Presidente Díaz Ordaz. El maletín que los contenía, café claro, de piel dura, de llave y combinación, estaba dividido en dos compartimentos. A la izquierda, hojas escritas a máquina y pliegos manuscritos; a la derecha los partes militares del general García Barragán y los informes correspondientes del jefe del Estado Mayor presidencial, general Gutiérrez Oropeza.
Javier García Morales, hijo de don Javier, me entregó el portafolio en mi casa.
Pronunció apenas unas palabras, una ceremonia su rostro impávido.
Me dijo que cumplía una cuestión de honor, una palabra empeñada. Aún lo escucho:
—Sé del aprecio de mi padre para usted. También de la estima de mi abuelo.
Hablé en su mismo tono:
—Les correspondí. Los quise mucho.
García Morales desprendió el reloj de su muñeca izquierda y me lo ofreció:
—Fue de mi padre. Me lo regaló hace poco, ya muy enfermo. Se lo regalo. El reloj es sencillo, de carátula redonda y delgados números romanos.
Me sentí turbado. Ahí estaba, sobre una mesa, el maletín abierto con el legado del general. Al lado, el reloj.
—Hábleme de su padre —le pedí a Javier. Poco había sabido de García Paniagua en un tiempo irrecuperable.
—No quería vivir.
—Desde hace mucho.
—Los médicos le recomendaron que se operara. Aún le quedaba trecho, le decían. No aceptó. «No quiero que me abran. ¿Para qué? Ya hice todo lo que tenía que hacer. Recuerda hijo, que así pensaba el general.» Murió en Guadalajara, con mi madre, amor que no se extinguió entre ellos. Mi padre le pidió que le llevara el desayuno a la cama, se disponía a probarlo y la cabeza se le vino abajo. Buscaba la muerte, ¿verdad?
—¿Para qué se interroga?
—Quisiera saber.
Marcelino García Barragán se formula preguntas que él mismo responde en una imaginaria entrevista de prensa. Las preguntas abarcan pliego y medio. Las respuestas, firmadas al calce una a una, rematan en la página número cinco, la última:
General de División.
MARCELINO GARCÍA BARRAGÁN.
La rúbrica, que sube y baja, toca el grado, el nombre y los apellidos del militar. Enlaza al hombre y a su vocación, inseparables.
La autoentrevista tiene su propia cadencia. Las preguntas iniciales son suaves y van subiendo de tono a medida que avanza el texto. Queda un tema sin respuesta. Alguna vez, quizá, conoceremos la respuesta. ¿Intervinieron los Estados Unidos en el 68?
Al azar había elegido el documento, sin fecha. Leí febril, dolorido, tantos años de espera y cierto de sorpresas amargas, duras. Pasé los ojos por un párrafo atroz, bloque sin puntos y aparte. Sentí la muerte, ser vivo, vivo como la vida.
«Permítanme enterarlos de lo siguiente:» («informa» el general a los periodistas. La metáfora asciende a un realismo brutal):
«Entre 7 y 8 de la noche el General Crisóforo Mazón Pineda me pidió autorización para registrar los departamentos, desde donde todavía los francotiradores hacían fuego a las tropas. Se les autorizó el cateo. Habían transcurrido uno s 15 minutos cuando recibí un llamado telefónico del General Oropeza, jefe del Estado Mayor Presidencial, quien me dijo: Mi General, yo establecí oficiales armados con metralletas para que dispararan contra los estudiantes, todos alcanzaron a salir de donde estaban, sólo quedan dos que no pudieron hacerlo, están vestidos de paisanos, temo por sus vidas. ¿No quiere usted ordenar que se les respete? Le contesté que, en esos momentos, le ordenaría al General Mazón, cosa que hice inmediatamente. Pasarían 10 minutos cuando me informó el General Mazón que ya tenía en su poder a uno de los oficiales del Estado Mayor, y que al interrogarlo le contestó el citado oficial que tenían órdenes él y su compañero del Jefe del Estado Mayor Presidencial de disparar contra la multitud. Momentos después se presentó el otro oficial, quien manifestó tener iguales instrucciones.»
¿Cuántos habrían muerto, enderezadas las metralletas contra la multitud? No tenía sentido la pregunta: No cabía en la tragedia la aritmética del crimen.
El general García Barragán ordenó por separado las preguntas y respuestas en su encuentro imaginario con los periodistas. Interroga —se interroga— como un reportero, la avidez por la verdad. Discurre la insólita entrevista.
«PREGUNTAS:
»1.- ¿Cuáles son las atribuciones del ciudadano secretario de la Defensa Nacional?
»2.- En la administración del Lic. Gustavo Díaz Ordaz, cuando usted fue secretario de la Defensa Nacional, ¿se registró algún intento de levantamiento armado por parte de grupos guerrilleros?
»3.- ¿Qué problemas graves ha confrontado el régimen de la Revolución Mexicana?
»4.-
»A) ¿A qué se debió la intervención del Ejército en el movimiento estudiantil de 1968?
»B) ¿Quién le solicitó a usted la intervención del Ejército en relación a los sucesos del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas?
»C) ¿Cuáles eran las órdenes que usted dio al ejército al participar en estos acontecimientos?
»D) ¿Existió predisposición en contra del gobierno por parte de algunos sectores de la población del conjunto habitacional de Tlatelolco?
»5.- ¿Cree usted que fue una trampa del Estado Mayor Presidencial o del Ciudadano General Luis Gutiérrez Oropeza la que se tendió mediante los francotiradores, buscando desestabilizar al país al provocar el caos económico?
»6.- ¿Fue entonces el secretario de Gobernación quien ordenó la intervención del ejército?
»7.- ¿Es culpable el C. Presidente de la República por los acontecimientos del movimiento estudiantil de 1968?
»8.- ¿Es verdad que el gobierno de Estados Unidos de América lo presionó a usted para tomar el poder mediante un golpe de estado?
»9.- Se habla de una división entre diplomados y tácticos. ¿Qué opina usted al respecto, mi general?
»10.- ¿Cree usted que se puedan repetir los sucesos del 68?
»11.- Finalmente ¿se siente usted responsable del desenlace del movimiento estudiantil?»
Las respuestas a su propio cuestionario calan la historia del 68. A García Barragán lo envolvió la muerte ajena y con ella descendió a la tumba. De aquí su legado. Y que la historia juzgue, sostiene invariable.
«RESPUESTAS:
»1.- Las atribuciones del Secretario de la Defensa Nacional están fijas, determinadas e inviolables en la ordenanza general del Ejército Mexicano.
»2.- Al iniciarse el periodo Gubernamental 1964-1970, se suscitó un ataque en el Estado de Chihuahua por un grupo de 30 elementos de filiación comunistas, encabezados por el profesor Arturo Gámiz, quienes asaltaron la partida militar en Madera, Chih., siendo rechazados y muertos, unos en este lugar y el resto cayeron, uno a uno, en los límites de los Estados de Chihuahua y Sonora.
»Ya para finalizar la misma administración, en el Estado de Chiapas el Ejército Mexicano hizo contacto con un grupo de Guerrilleros Centroamericanos, también de filiación comunista, entre los que se encontraban Mario Yon Sosa y 10 individuos más que fueron muertos por el personal de nuestro Ejército.
»3.- La Revolución Mexicana, que se consolidó en 1917, ha tenido, a mi juicio, los problemas siguientes:
»a).- El enfrentamiento de Carranza y Obregón.
»b).- La Rebelión Delahuertista.
»c).- La Rebelión Escobarista.
»d).-La Rebelión Cedillista, y
»e).-El conflicto estudiantil de 1968.
»4.-
»a).- A la información falseada y exagerada que recibió el entonces Secretario de Gobernación, motivándolo a asumir la responsabilidad histórica de solicitarme la intervención del Ejército la noche del 30 de julio de 1968, argumentando, sumamente alarmado, que la Policía Preventiva del Departamento del Distrito Federal era impotente para someter a los estudiantes que alteraban el orden en la Ciudad amenazando con asaltar las armerías del primer cuadro y mucho menos iban a controlar los que, según él me informó, venían procedentes en número aproximado de 10,000 de las ciudades de Puebla y Tlaxcala, encontrándose éstos en San Cristóbal Ecatepec y que, además, en la Ciudadela se encontraban de 5,000 a 10,000; en Tlatelolco de 6,000 a 8,000 y en la Preparatoria de Coapa de 2,000 a 3,000, todos ellos estudiantes.
»Al intervenir las Tropas en las Preparatorias 1, 2 y 3 se encontraron pequeños grupos de jóvenes que fueron desalojados sin dificultad, no disparándose un solo tiro. De igual manera se procedió con las escuelas antes mencionadas con idénticos resultados.
»En esta operación, como fue del dominio público, no hubo muertos que lamentar, quedando ocupados los planteles por el Ejército.
»Para justificar ante la opinión pública la intervención de las Fuerzas Armadas, el entonces Secretario de Gobernación, en mi presencia, le dio instrucciones al Rector Ing. Javier Barros Sierra, de organizar una manifestación de maestros y alumnos de la Universidad y el Politécnico; no imaginó, al inventar a este Héroe Civil, que las consecuencias serían trágicas para el País y su tranquilidad. El Sr. Rector Barros Sierra, preocupado, me preguntó si tendrían las suficientes garantías él y los manifestantes y si el Ejército no procedería a disolver la manifestación, a lo que contesté que no se saliera de las indicaciones recibidas, o sea, llevar a cabo la manifestación partiendo de la Ciudad Universitaria hasta las calles de Félix Cuevas para regresar nuevamente al punto de partida y que no habría problema. El Rector de referencia en el transcurso de la manifestación escuchó el canto de las sirenas comunistas y creyéndose un Héroe en verdad y tomando muy en serio su papel de Caudillo Prefabricado, cometió la insensatez de izar nuestra Enseña Patria a media asta como protesta por la supuesta agresión a la Autonomía Universitaria; procedió también a rodearse de elementos contrarios al régimen gubernamental y a planear un verdadero problema estudiantil que creció en forma alarmante hasta el desenlace del 2 de octubre de 1968.
»b).- Teniéndose conocimiento de que iba a celebrarse un mitin en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968, a las 17 horas y que en él se exhortaría a los asistentes a marchar al Casco de Santo Tomás y tratar de apoderarse de las citadas instalaciones, desalojando a las tropas que las ocupaban, el Secretario de Gobernación solicitó nuevamente que, en apoyo a la Policía Preventiva del Departamento del Distrito Federal, el Ejército interviniera para impedir que los concurrentes se trasladaran al Caso de Santo Tomás para efectuar un enfrentamiento de éstos con las Tropas que custodiaban las instalaciones y que, de llevarse a cabo, hubiera sido de graves consecuencias.
»c).- El Ejército, como en todas las intervenciones anteriores, recibió las órdenes siguientes:
»1.- Actuar con suma prudencia al hacer contacto con las masas.
»2.- Si el ataque es con piedras, varillas o bombas molotov, buscar el combate cuerpo a cuerpo sin emplear la bayoneta.
»3.- Aunque haya disparos de parte de los estudiantes, no se hará fuego hasta no tener 5 bajas causadas por bala.
»4.- Si atacaran con fuego aislado y sin consecuencias, contestar al aire, solamente oficiales.
»5.- Si la situación lo requiriera, contestar como sea necesario.
»d).- Sí. Los habitantes de Tlatelolco estaban predispuestos contra el Gobierno, en primer lugar por las repetidas veces que terroristas habían ametrallado la Vocacional 7, poniendo en peligro la vida de los habitantes de dicha unidad.
»Estos terroristas eran oficiales del Estado Mayor Presidencial, que recibieron entrenamiento para este tipo de actos, concebidos y ordenados por el entonces jefe del Estado Mayor Presidencial.»
La razón se nubla. A fuerza de leer y releer el párrafo, lo hice nauseabunda memoria.
Sigue la palabra de García Barragán, sin cuartel:
«Como consecuencias de esta animadversión hacia el Ejército, la tarde del 2 de octubre, al presentarse el Ejército a darle apoyo a la Policía Preventiva, surgieron francotiradores de la población civil que acribillaron al Ejército y a los manifestantes. A éstos se sumaron oficiales del Estado Mayor Presidencial que una semana antes, como lo constatamos después, habían alquilado departamentos de los edificios que circundan a la Plaza de las Tres Culturas y que, de igual manera, dispararon al Ejército que a la Población en general.»