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Authors: Arno Strobel

Pasillo oculto

BOOK: Pasillo oculto
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Un coche a toda velocidad, un brazo con un extraño tatuaje azul y el profundo dolor por el rapto de su hijo. Eso es todo lo que recuerda Sibylle cuando despierta en una fría y amenazadora habitación de hospital. Es entonces cuando descubre que lleva dos meses en coma, pero lo más sobrecogedor es que el personal del hospital le indica que, en realidad, ella nunca ha tenido hijo alguno.

Sabiéndose de algún modo en peligro, Sibylle consigue escapar y dirigirse a su casa, donde la pesadilla, lejos de desaparecer, se agudiza cuando su marido dice no conocerla. A partir de ese momento, se irá introduciendo en una espiral cada vez más enloquecida, dónde nada es lo que parece, ni siquiera ella misma: policías corruptos, empresas sin escrúpulos y un increíble hallazgo que amenaza la paz mental de Sibylle, quien sólo podrá contar para aclarar lo ocurrido con su maltrecha memoria y un par de desconocidos.

Una novela impactante, que se introduce en uno de los peores temores del ser humano: ¿Qué ocurriría si el mundo que conocemos hubiera dejado de existir?

Arno Strobel

Pasillo oculto

ePUB v1.1

Roy Batty
01.01.12

Título: Pasillo oculto

Autor: Arno Strobel

Título original:
Der Trakt

Año de publicación: 2010

ISBN: 978-84-96952-84-3

Para Heike

Capítulo 1

Sibylle presenció cómo su hijo era arrastrado al interior de aquel automóvil desconocido, pero fue incapaz de reaccionar. Tuvo la certeza de que su corazón dejaría de latir en aquel mismo instante. Alcanzó aún a oír el ahogado grito de Lukas antes de que un brazo tatuado procedente de las entrañas del vehículo cerrara la puerta con un fuerte golpe. Se percató de que el tatuaje azul cubría por completo el brazo y parte del dorso de una mano. Segundos después, el automóvil desapareció a toda velocidad con un chirriar de ruedas y sólo entonces Sibylle logró vencer su aturdimiento y echó a correr, gritando con todas sus fuerzas.

El automóvil se perdió con celeridad en la lejanía. Le ardían los pulmones y jadeó, intentando proporcionarles el aire necesario para respirar, creyéndose incapaz de introducir suficiente oxígeno al interior de su pecho. La imagen de la carretera por la que corría se tornó menos nítida al ser dividida por amplias estrías que, finalmente, transformaron su visión hasta convertirla en una amalgama de contornos indefinidos. Con un gesto brusco se frotó los ojos con un brazo, esforzándose por concentrarse únicamente en el rítmico pisar de sus pies sobre la calzada. Pocos segundos más tarde, el vehículo desapareció tras una curva, y, con él, también su hijo.

—Lukas...

Sibylle se detuvo. La tensión en su pecho era insoportable, así como la presión en su cabeza. Aunque ya no sentía ese ardor en los pulmones e incluso habían dejado de dolerle las piernas.

Todo parecía extrañamente irreal. Una especie de goma elástica tensada hasta el límite obligaba a su consciencia a apartarse de forma definitiva de aquella escena terrorífica. Durante unos breves instantes se sumergió en un mundo a caballo entre sueño y realidad.

Sibylle abrió los ojos, molesta, y sacudió la cabeza, intentando que su mente aturdida pudiese volver a ponerse en funcionamiento. Yacía tumbada en una habitación iluminada únicamente por un tenue resplandor verdoso.

Un sueño. Aunque sólo parecía tratarse de eso, un simple sueño, el alivio que debía acompañar a aquella revelación no acababa de imponerse, pues la sorda sensación de terror aún la mantenía atrapada entre sus afiladas garras. Y, además, ignoraba por completo dónde se encontraba.

Giró la cabeza a un lado. Su mirada recayó sobre dos monitores insertados en una especie de armazón metálico que había sido colocado justo al lado de la cama de hospital sobre la que yacía. Vivos puntos luminosos se desplazaban nerviosos de izquierda a derecha sobre un fondo verde, arrastrando tras de sí sus colas de cometa. De un lateral de aquellos aparatos nacía un grueso cable que, a los pocos centímetros, se desmembraba en incontables hilos delgados que desaparecían bajo las sábanas, a la altura de su pecho. Levantó la cabeza y volvió a sentir aquella tensión que la había llevado a despertarse. Exploró con cuidado su cráneo con los dedos y descubrió que varios de los cables se hallaban fijados precisamente allí. De repente, una mano invisible le rodeó el cuello y apretó. Respirar se tornó extremadamente dificultoso. Sintió el pánico efervescente pugnando por perforar su inconsciencia y salir a la superficie. Cerró los ojos, concentrándose en su respiración, controlando la regularidad de ésta, acompañando mentalmente al caudal de aire que inundaba sus pulmones, apreciando cómo el oxigeno inhalado llenaba su cuerpo de paz y fuerza.

La presión en el cuello remitió un poco.

¿Por qué me encuentro en un hospital? Monitores de vigilancia... ¿Por qué...? ¿Cómo he llegado hasta aquí...? ¿Y por qué? ¿Y...Lukas? ¿Qué ocurre con Lukas? ¿Estará bien?

Esperaba fervientemente que se encontrara a salvo, en casa, con su padre, fuera lo que fuera lo que le hubiera sucedido a ella.

Un accidente.

Había sufrido un accidente, era la única explicación posible.

Se levantó con sumo cuidado, desplazando con su gesto a uno de los múltiples cables que, como si de una estilizada y gélida sierpe se tratase, acarició la desnuda piel de su espalda en la franja que el delgado camisón del hospital no alcanzaba a cubrir, provocándole una desagradable sensación. Se estremeció y apartó las blancas sábanas. En sus piernas desnudas no se apreciaba herida alguna. Probó la movilidad de los dedos de sus pies, flexionó las piernas y las estiró de nuevo. Oteó por debajo del camisón e inspeccionó sus pechos, pequeños y desnudos, y las terminaciones ventosas de los cuatro cables fijados en las curvas inferiores de éstos. Tampoco ahí se advertía laceración alguna. La ropa interior que llevaba puesta presentaba un blanco inmaculado. Tras haber recorrido delicadamente con la punta de los dedos su rostro sin descubrir ninguna anomalía, se dejó caer de nuevo sobre la mullida almohada.

De acuerdo, Sibylle, nada de pánico. Sea lo que sea lo que te ha ocurrido, parece que lo has superado sin lesiones de importancia.

Pero, ¿qué...?

Le vino a la mente su terrible sueño, y de inmediato una abrasadora corriente eléctrica atravesó su cuerpo.
¿Y
si no se trataba de un sueño? ¿Y si había sucumbido al agotamiento después de correr tras aquel automóvil en el que un hombre tatuado secuestraba a su hijo?

Abrió bruscamente los ojos. En cuestión de segundos su frente se perló de sudor. El pánico que había anunciado su presencia poco antes se aproximaba a pasos agigantados.

Piensa, Sibylle, piensa. ¿Es posible eso?

Se esforzó por concentrarse y recordar todos los detalles. Sin embargo, las imágenes permanecían fragmentadas, difusas. Y había algo más ahí, algo que se afanaba por anteponerse a los restantes recuerdos y llamar su atención.

Fijando la vista en el techo, en aquel punto en el que se reflejaba la verde fosforescencia de los monitores, intentó de nuevo concentrarse y recordar los últimos instantes vividos antes de despertar en aquella habitación.

Yo...

Detectó el recuerdo ahí mismo, cercano y palpable, y supo también de algún modo que no estaba relacionado con Lukas.

Volvió a cerrar los ojos y por fin las imágenes de su interior lograron atravesar su consciencia, aunque aún no eran más que espectros en atropellada huida que se resistían a ser atrapados. Pero entonces, muy quedamente, algunos fragmentos cristalizaron hasta volverse reconocibles y se alinearon formando ciertas secuencias.

Es por la noche. He salido a cenar con Elke a un restaurante griego en Prüfeningy voy caminando a casa. Es casi medianoche y el tiempo es cálido, unos veinte grados. Elke se ha ofrecido a llevarme a casa, pero yo opto por dar un paseo.

Parpadeó.

Un atajo... aquel pequeño parque... los altos setos. La luz exigua que la luna en cuarto menguante proyecta, lechosa, a través de la delgada capa de nubes los convierte en negrísimos muros. A mis espaldas percibo el crujir de unos zapatos sobre el camino de piedra... me doy la vuelta...

La respiración de Sibylle se agitó mientras se esforzaba por ahondar en el recuerdo. Se oyó gemir y volvió a abrir los ojos.

¿Qué había ocurrido en aquel parque? ¿La habían asaltado? Tal vez incluso la habían... Con un movimiento apresurado sumergió su mano bajo las sábanas descendiendo por su plano vientre hasta aquel lugar más abajo, allí donde debía instalarse el dolor en el caso de que...

Todo parecía incólume.

Retiró su mano y sintió un dolor agudo donde la sábana le había rozado el dorso. Alzó la mano y observó el hematoma circular con aquel punto oscuro en pleno centro, una herida producida por una vía intravenosa mal aplicada.

De modo que se encontraba en un centro hospitalario, aunque sin lesiones de importancia, y se le había aplicado una vía intravenosa. No había nadie cerca a quien preguntar, ni siquiera Johannes. Además —si había padecido algún tipo de agresión o accidente —¿por qué Hannes no se encontraba sentado al pie de su cama, preocupado, por si desperta...?

Porque tenía que cuidar de Lukas, evidentemente. Lukas.

¿Y dónde se encontraban los médicos y enfermeras que debían estar cuidando de ella? ¿Qué hora sería?

El timbre. Junto a toda cama de hospital había siempre algún timbre. Buscó por un lado, por encima de su cabeza, detrás de la cama, intentando descubrir un botón o alguna estructura semejante. No halló nada y se dejó caer de nuevo sobre la almohada.

¿No era algo extraña esa cama de hospital sobre la que yacía? ¿Y aquella habitación sin ventanas y sin que el paciente contara con la posibilidad de comunicarse?

Estoy en una especie de cripta,
pensó, y gimió en un tono más elevado de lo que esperaba. La mano imaginaria volvió a cerrarse en torno a su cuello y en esta ocasión parecía aplicar todas sus fuerzas. El aire que Sibylle inspiraba a breves y precipitados intervalos no lograba penetrar en sus pulmones. Sintió el impulso de saltar de la cama, desprendiéndose del cableado que llevaba fijado a su cuerpo, de liberarse de todo aquel lastre adicional con la esperanza de volver a respirar con normalidad.

Debo...

La tenue protesta de una puerta al abrirse la hizo girarse precipitadamente. A su derecha, rodeada de un halo de luz, se destacaba, bajo el marco de la puerta, el oscuro contorno de una figura humana. Le resultó algo fantasmagórico, una silueta recortada que, sin embargo, la apaciguaba al comprender que no estaba sola. La presión sobre su garganta remitió, la sensación de ahogo se fue debilitando.

—Ha despertado usted, me alegro —oyó decir a una voz masculina agradablemente grave, y, simultáneamente, la oscura figura inició su acercamiento.

Apenas dos segundos después, Sibylle, cuyo corazón latía atropelladamente, distinguió el afilado rostro de un hombre que rondaría la cincuentena con una impresionante mata de pelo negro. Éste le dirigió una sonrisa.

Aquella figura casi delicada no parecía adecuada para albergar una voz tan bien timbrada; iba enfundada en una bata blanca de médico que parecía al menos dos tallas más amplia de la que le correspondía. Las costuras de los hombros le caían, informes, sobre los brazos, y las mangas llevaban varias vueltas a fin de no cubrirle las muñecas. De un bolsillo lateral sobresalía un fonendoscopio, en el de la pechera, un cartelito lo identificaba como el Doctor E. Muhlhaus.

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