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Authors: James Wesley Rawles

Tags: #Ciencia Ficción

Patriotas (58 page)

BOOK: Patriotas
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—Ya me lo contarás luego todo con más detalle. Pero háblame de estos ultraligeros. Parece interesante.

Ian se dio la vuelta y pasó la mano por encima del fuselaje del avión pintado de color verde bosque que tenía a su espalda.

—Bueno, en primer lugar, desde el punto de vista técnico no son ultraligeros, pese a que compartan bastantes características en cuanto a lo que a diseño se refiere. Desde el punto de vista legal, se considera que estos trastos son experimentales ligeros. Los dos son Laron Star Streaks. El mío, nuevo, me costó un poco menos de treinta mil en la fábrica en Borger, Texas, en el año 1998. Para llevárnoslo a casa, enganchamos el remolque con el que me lo vendieron a nuestro Suburban. El Star Streak lleva un montón de artículos de serie: controles duales, una radio ICOM, un sistema de arranque y frenos eléctricos, tres posiciones de alerones y un juego completo de instrumental VFR. A este le añadí un navegador GPS y unos auriculares de reducción de sonido. En general, es como un avión para pobres, pero legalmente es un experimental ligero, ya que según la normativa de la FAA es demasiado pesado como para ser considerado ultraligero.

»Como lleva sellada la cabina, es uno de los mejores experimentales para hacer vuelos de larga distancia. De hecho, hubo un tipo que con un modelo similar de Laron voló desde Londres a Pekín, y luego escribió un libro sobre aquello. Como sabes, las principales ventajas de los ultraligeros y de los experimentales es que gastan muy poco combustible y que son capaces de aterrizar en un espacio extremadamente reducido (normalmente, en menos de setenta metros), y con una velocidad de pérdida de sustentación muy baja. El Star Streak, con el depósito vacío y sin carga, solo pesa unos ciento ochenta kilos. Otra ventaja de los Laron y de otros experimentales parecidos, y también de los ultraligeros, es que pueden funcionar con distintos tipos de gasolina aparte de la estrictamente producida para aviación. A los nuestros, por ejemplo, les puedes echar cualquier tipo de gasolina, hasta llegar a las de ochenta y cinco octanos. Ajustando un poco los chicles del carburador, creo que podrían funcionar también con etanol o con metanol. Por suerte aún no he tenido que intentar nada parecido.

Doyle se volvió hacia la esbelta mujer de tez aceitunada que estaba de pie a su lado. Debía de tener unos treinta y cinco años.

—Lo siento, me estoy embalando un poco. Esta es Blanca, mi mujer. Te escribí hablándote de ella. Como no nos vemos desde que estábamos en la universidad, no habíais tenido ocasión de conoceros.

La atractiva mujer, que llevaba un uniforme de combate del ejército (ACU) de camuflaje, le tendió la mano; Todd la estrechó con fuerza.

—Encantado
—dijo Gray en español y con tono suave.

—Es un placer conocerle por fin, señor Gray —contestó ella con un acento muy delicado.

—Como te conté en mi correo electrónico, conocí a Blanca cuando estaba destinado en Hondo —continuó diciendo Doyle—.Aquello fue durante la época de
Terry y los piratas;
yo era teniente, me había sacado los papeles para volar ultraligeros hacía poco tiempo. Ella trabajaba como civil en las operaciones de vuelo en Tegucigalpa. Cuando la conocí, Blanca ya era una experta piloto de monomotores. Así que lo nuestro fue amor a primera vista, ¿eh, Conchita? —Blanca sonrió, se sonrojó un poco y bajó la cabeza hasta juntar la barbilla con el hombro.

«Intercambiamos el Laron de Blanca poco después de que el mercado de valores descarrilara —dijo Ian señalando el otro avión—. Se lo cambiamos a un viejo pesado que pertenecía a la asociación de ultraligeros de la zona metropolitana de Phoenix. Cuando lo compró, parecía una cometa. Nos contó que se había pasado dos años dedicándole todo el tiempo libre que tenía. Lo terminó en 1999. Tenía muy pocas horas de vuelo. Había estado guardado en un remolque sellado parecido al mío. Se lo cambié por una pistola Sten, un supresor de marca Nomex, un montón de cargadores y mil cartuchos de 9 mm. Fue un cambio justo, supongo; las subametralladoras sin registrar no crecen en los árboles. Los dos vimos la oportunidad que teníamos delante de los ojos. Él sabía lo que yo necesitaba y yo supe ver lo que le hacía falta a él. Yo necesitaba más capacidad de transporte y él más potencia de fuego. Le pregunté que cómo es que no planeaba largarse de Phoenix. Me dijo que su mujer se negaba a mover un pie de allí. Tenía toda su vida metida en su casa. Como no iba a poder salir de ahí, no necesitaba el avión, pero lo que sí necesitaba era un buen arma de autodefensa.

Doyle fue caminando hacia la parte de atrás del fuselaje, pasó hábilmente por debajo del ala y continuó hablando.

—Cuando van al ochenta por ciento de su capacidad, los Star Streak superan los ciento noventa kilómetros por hora, lo cual no está nada mal para ser un experimental ligero. Bueno, cuando estás acostumbrado a llevar un F-16 es como si fueras a gatas, pero a mí me gusta. Incluso la distribución de la cabina de mando se parece a la de un Falcon. Aunque no tiene un sistema de controles de vuelo por cable. Este modelo tiene un Hirth F-30 de 85 CV. Es una maquinita estupenda; hace muy poco ruido y casi no chupa gasolina: cuando va al ochenta por ciento de potencia consume solo unos dieciocho litros por hora. Lo único que diferencia a estos dos aviones son las hélices: el mío usa una compuesta de cuatro palas, pero el de Blanca lleva una de las más antiguas, con tan solo tres.

»El Hirth es un motor pequeño pero potente. En su configuración normal, consigue que los Laron asciendan a doscientos cincuenta pies por minuto con solo un hombre a bordo, pero tal y como va de cargado ahora va a mucha menos velocidad. En principio estos aviones se supone que tienen una capacidad de carga de doscientos veinte kilos. Me temo que cuando salimos de Prescott superamos ese límite. Entre la sobrecarga y lo elevado del aeropuerto, nos costó muchísimo despegar, al menos para tratarse de un experimental ligero, pero por suerte teníamos un largo tramo de carretera a nuestra disposición.

—¿Hay algún sitio donde podamos meter nuestros aparatos sin correr el peligro de que nos los roben? —preguntó Blanca, mientras miraba intranquila a su alrededor.

—Los meteremos en el granero de los Andersen —contestó Mary—, está aquí cerca, siguiendo el camino. Allí estarán a salvo. Esperemos que las alas quepan por la puerta. Dejaron un lado abierto para poder meter la cosechadora de marca New Holland. Tiene forma triangular. No hay nadie en la granja y el granero está prácticamente vacío. Nos dieron permiso para que lo utilizáramos. No os preocupéis, si los metemos en la parte posterior nadie los verá. Además, para mayor seguridad, el granero queda a la vista del POE que tenemos colocado en lo alto de la colina.

—¿POE? —preguntó Blanca, sorprendida.

—Perdona, Blanca, me temo que nos hemos acostumbrado a hablar con siglas, y no con las mismas de la fuerza aérea a las que estarás acostumbrada. POE es un acrónimo del ejército de tierra para Puesto de Observación y Escucha. —Mary señaló en dirección a la colina cercana y siguió explicando—: En realidad, y pese a toda la parafernalia, no es más que un agujero en el suelo. Si observas con atención lo podrás ver en lo alto de la colina. Desde allí hay una vista muy buena de toda la zona. Se usa para observación durante el día y para escucha cuando llega la noche.

En cuestión de minutos los aviones estuvieron metidos dentro del granero. Consiguieron que entraran con el motor encendido durante los primeros siete metros, y a partir de ahí los empujaron a mano.

Al entrar, las alas, que tenían diez metros de largo, cruzaron el umbral dejando tan solo cincuenta centímetros a cada lado.

—¿Cuántos bidones de gasolina lleváis ahí? —preguntó Mary mientras empujaba el primer avión—. ¿Hasta dónde podéis llegar sin necesidad de repostar?

—En principio, al ochenta por ciento de potencia, los Star Streak tienen una autonomía de unos quinientos diez kilómetros —dijo Doyle señalando la parte posterior—. El depósito principal tiene cincuenta y cinco litros de capacidad, pero les añadí unos depósitos adicionales a los dos aviones. No están conectados directamente al sistema de combustible principal. Hice una pequeña trampa e instalé un par de bombas de mano junto a los asientos delanteros, con unos manguitos extralargos. Para trasvasar combustible del depósito adicional al principal, solo hay que ponerse el trasto ese encima de la pierna y darle. Con los depósitos adicionales, la autonomía aumenta hasta setecientos sesenta y ocho kilómetros sin necesidad de aterrizar a repostar, y todo eso yendo con el máximo de carga posible. Si voláramos con menos peso, podríamos incluso llegar hasta ochocientos ochenta kilómetros.

Dejaron el avión de Ian a menos de medio metro de la pared del fondo del granero. Pasó lentamente por el hueco que quedaba entre el morro y la pared y cruzó al otro lado del avión.

—Ahora los dos van bastante más ligeros —dijo mientras se iba caminando—, ya que nos movemos con menos combustible, y además tuvimos que intercambiar algunas de las cosas que llevábamos para conseguir justamente eso, combustible. —Luego dio unos golpecitos con el dedo índice sobre el plexiglás y dijo—: Llevo estas latas de dieciocho litros enganchadas a los asientos de atrás, pero también están casi vacías. Aparte de la ropa, los sacos de dormir, las herramientas y los mapas aeronáuticos, la mayor parte del peso que llevamos a bordo proviene del combustible, el lubricante, la munición, el agua y las raciones de combate. Nada, las cosas más importantes. Ahora mismo entre los dos aviones no sumamos más de treinta litros.

—No os preocupéis por eso —intervino Mary—. Todavía tenemos mil quinientos litros de gasolina sin plomo estabilizada en nuestro depósito. Le queda un año o dos de vida útil, así que tenemos que usarla. Creo que llegan a los noventa y dos octanos, pero no estoy del todo segura. Tendré que preguntarle a Terry, que es nuestra jefaza de logística, pero ahora mismo está en el POE.

—No os preocupéis por vuestras cosas —dijo Todd poco después de que metieran dentro el segundo avión—. Esta tarde vendremos con la camioneta y lo llevaremos todo a la casa.

Antes de marcharse y dejar allí los aviones, Doyle sacó las ruedas delanteras de los dos aviones con una llave de tubo y las enterró entre algo de paja que había en el enorme granero.

—Sin estas, no podrán ir muy lejos —dijo. Mientras salieron del granero, Ian se colgó su MAC-10 con supresor al hombro. Blanca hizo lo propio con un Mini-14 GB plegable de acero inoxidable. A Todd no le gustó ver que no llevaban cargadores adicionales. Tomó nota mentalmente de que debía corregir ese fallo clamoroso.

Blanca se quedó desconcertada al ver cómo los miembros de la milicia caminaban con cuatro metros de distancia los unos de los otros.

—¿Por qué vais tan separados? —les preguntó riéndose.

—Es la fuerza de la costumbre —explicó Mary—. En caso de emboscada, es mucho más peligroso si vamos todos juntos.

Siguieron charlando amigablemente mientras caminaban de vuelta hacia la casa de los Gray. Una vez en su interior, Rose sirvió un almuerzo consistente en zanahorias crudas, rodajas de manzana untadas con mantequilla de cacahuete y algo de pan recién hecho. Después de comer, Ian y Blanca comenzaron a relatar su historia. Mary conectó la TRC-500 en el modo de voz para que Terry Layton, que estaba arriba en el POE, no se sintiera excluida.

Ian comenzó a hablar mientras masticaba un pedazo de pan.

—La escuadra de cazas 56 había comenzado su turno de rotación en Arabia Saudí. Dos años antes de la crisis habíamos pasado de escuadra táctica de entrenamiento a ser una escuadra táctica de combate. Yo me enrolé unos meses antes del cambio. En fin, cuando empezó todo el follón, como yo era el oficial de mantenimiento de la escuadra, me quedé en Luke, poniendo al día un montón de papeleo. También estaba haciendo una tontería de curso obligatorio que llevaba por título «Diversidad, sensibilidad y acoso sexual». El maldito curso duraba una semana entera. Tenía órdenes de unirme a la escuadra a finales de noviembre.

»Pero después, cuando los disturbios alcanzaron un nivel serio, se organizó un despliegue de emergencia de prácticamente la totalidad de los efectivos de la Fuerza Aérea que se encontraban en Estados Unidos. La idea se le debió de ocurrir a algún listillo de la Casa Blanca. Nuestra escuadra se desplegó en Hurburt Field, en Florida. Por Dios santo. ¿Os lo imagináis, los F-16 y los A-10 contra los saqueadores? Y luego hablan de usar una fuerza desmesurada. No sé qué hizo nuestro escuadrón después de eso. Estaba demasiado ocupado resolviendo mis propios problemas, como encontrar agua para mí y para Blanca.

—¿Y vuestra hija? —preguntó Mary.

La emoción ensombreció el rostro de Doyle.

—Linda no consiguió sobrevivir—contestó, endureciendo el gesto—. Murió hace cinco años. Estaba en Detroit, fue durante las seis semanas que pasaba todos los años con su abuelo y su abuela, con mis padres. Era la primera vez que era lo suficientemente mayor como para volar ella sola en un vuelo comercial. Blanca quería quedarse en casa para descansar un poco, hacer algunos pasteles e investigar algunas cosas en internet. La estábamos educando nosotros mismos, así que Linda no seguía el calendario escolar habitual. A Blanca y a Linda les gustaba ir a Michigan en otoño; disfrutaban mucho de las tonalidades maravillosas que hay en el paisaje en esa época.

Ian se detuvo un momento y se quedó mirando al suelo.

—Cuando nos dimos cuenta de la gravedad de la situación, la mayoría de los vuelos habían sido cancelados, y en los pocos que seguían volando era imposible encontrar plazas. Pensándolo ahora, lo que debería haber hecho sería haberme jugado mis galones, haber requisado un Falcon modelo D y haber ido a por ella, pero en vez de eso decidí ser más prudente y confié en que los disturbios no durarían mucho y que no se propagarían más allá de la zona centro de Detroit. También pensé que si las cosas se ponían feas, la colección de armas que tenía mi padre sería suficiente para detener a cualquier saqueador que intentara asaltar su casa. Me equivoqué. Recibí una llamada de una vecina que consiguió salir con vida de Detroit. Me contó que cuando mi padre abrió fuego sobre ellos, los saqueadores se volvieron como locos. Le pegaron fuego a su casa y los mataron a todos. Todavía no entiendo cómo pude ser tan estúpido. Podía haber salvado la vida de mis padres y de mi hija.

—No digas eso, Ian —dijo suavemente Blanca mientras le estrechaba la mano—. Ya no podemos cambiar nada.

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