Por qué fracasan los países (8 page)

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Authors: James A. Daron | Robinson Acemoglu

BOOK: Por qué fracasan los países
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En este libro se mostrará que, aunque las instituciones económicas sean críticas para establecer si un país es pobre o próspero, son la política y las instituciones políticas las que determinan las instituciones económicas que tiene un país. En última instancia, las buenas instituciones económicas de Estados Unidos fueron el resultado de las instituciones políticas que aparecieron gradualmente después de 1619. Nuestra teoría para explicar la desigualdad mundial señala cómo interactúan las instituciones políticas y económicas para crear pobreza o prosperidad y cómo las distintas partes del mundo acabaron con conjuntos de instituciones tan distintos. Nuestra breve revisión de la historia de las distintas zonas de América empieza a dar un sentido de las fuerzas que perfilan las instituciones políticas y económicas. Los distintos modelos de las instituciones actuales están profundamente arraigados en el pasado, porque, una vez que una sociedad se organiza de una forma concreta, ésta tiende a persistir. Mostraremos que este hecho procede de la forma en la que interactúan las instituciones políticas y económicas.

Esta persistencia y las fuerzas que la crean también explican por qué es tan difícil eliminar la desigualdad mundial y hacer que los países pobres sean prósperos. A pesar de que las instituciones sean clave para establecer las diferencias entre las dos Nogales y entre México y Estados Unidos, esto no significa que haya un consenso en México para cambiar las instituciones. No es necesario que una sociedad desarrolle o adopte las instituciones que son mejores para el crecimiento económico o el bienestar de sus ciudadanos, porque otras instituciones pueden ser incluso mejores para las personas que controlan la política y las instituciones políticas. Los poderosos y el resto de la sociedad a menudo están en desacuerdo sobre qué conjunto de instituciones deberían continuar en vigor y cuáles se deberían cambiar. Carlos Slim no se habría alegrado de ver cómo se esfumaban sus conexiones políticas y los obstáculos de entrada que protegen sus empresas (independientemente de que la entrada de nuevas empresas enriquecería a millones de mexicanos). Como no existe este consenso, las reglas con las que acaba la sociedad están determinadas por los políticos: quién tiene poder y cómo se puede ejercer. Carlos Slim tiene el poder de conseguir lo que quiera. El poder de Bill Gates está mucho más limitado. Por eso, nuestra teoría no trata sólo de la economía, sino también de la política, de los efectos de las instituciones en el éxito y el fracaso de los países y, en consecuencia, en la economía de la pobreza y la prosperidad. También trata de cómo se determinan y cambian las instituciones con el tiempo y cómo no cambian aunque creen pobreza y miseria para millones de personas. Por lo tanto, trata de la política de la pobreza y la prosperidad.

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Teorías que no funcionan

 

 

El estado de la cuestión

 

El objetivo de nuestro libro es explicar la desigualdad mundial y también algunos de los amplios modelos fácilmente visibles que anidan en su interior. El primer país que experimentó un crecimiento económico sostenido fue Inglaterra (o Gran Bretaña, como se conoce a la unión de Inglaterra, Gales y Escocia después de 1707). El crecimiento emergió lentamente en la segunda mitad del siglo
XVIII
con el desarrollo de la revolución industrial, que se basó en grandes avances tecnológicos y en su aplicación a la industria. La industrialización de Inglaterra pronto dio paso a la de la mayor parte de Europa occidental y Estados Unidos. La prosperidad inglesa también se expandió rápidamente a los «asentamientos de colonos» británicos de Canadá, Australia y Nueva Zelanda. En una lista de los treinta países más ricos actualmente, se incluirían éstos y Japón, Singapur y Corea del Sur. La prosperidad de estos tres últimos, a su vez, forma parte de un modelo más amplio en el que muchos países del este de Asia, incluidos Taiwán y más adelante China, han experimentado recientemente un rápido crecimiento.

La parte inferior de la distribución de la renta mundial dibuja una imagen tan marcada y distintiva como la parte superior. Si se hace una lista de los treinta países más pobres del mundo actualmente, se ve que casi todos se encuentran en el África subsahariana. Además, también aparecen otros como Afganistán, Haití y Nepal, que, aunque no estén en África, comparten algo crítico con los países africanos, como explicaremos más adelante. Si retrocediéramos cincuenta años, los países de la parte superior e inferior no cambiarían mucho. Singapur y Corea del Sur no estarían entre los más ricos, y habría varios cambios entre los treinta últimos, pero la imagen general sería notablemente parecida a la que vemos hoy en día. Si retrocediéramos cien años, o ciento cincuenta, encontraríamos prácticamente los mismos países en los mismos grupos.

En el mapa 3, se indica la situación en 2008. Los países que muestran el color más oscuro son los más pobres del mundo, con una renta media per cápita (denominada PIB, producto interior bruto, por los economistas) inferior a 2.000 dólares anuales. La mayor parte de África está pintada de este color, igual que Afganistán, Haití y partes del Sudeste asiático (por ejemplo, Camboya y Laos). Corea del Norte también se encuentra en este grupo. Los países en blanco son los más ricos, es decir, los que tienen una renta anual per cápita de 20.000 dólares o más. Aquí encontramos a los sospechosos habituales: Norteamérica, Europa occidental, Australasia y Japón.

Además, se puede percibir otro patrón interesante en América. Si se elabora una lista de los países del continente americano, del más rico al más pobre, se ve que los que aparecen en primer lugar son Estados Unidos y Canadá. A continuación, Chile, Argentina, Brasil, México y Uruguay, y quizá también Venezuela, en función del precio del petróleo. Luego aparecen Colombia, República Dominicana, Ecuador y Perú. Al final de la lista, otro grupo, mucho más pobre, que incluye a Bolivia, Guatemala y Paraguay. Si retrocedemos cincuenta años, veremos que la clasificación es idéntica. Cien años: lo mismo. Ciento cincuenta años: lo mismo otra vez. Por lo tanto, no es sólo que Estados Unidos y Canadá sean más ricos que América Latina, sino que existe una brecha definitiva y persistente entre los países ricos y pobres dentro de América Latina.

Por último, un modelo interesante es el de Oriente Próximo. Allí, encontramos países ricos en petróleo como Arabia Saudí y Kuwait, que tienen niveles de renta cercanos a los de nuestro «top treinta». Sin embargo, si cayera el precio del petróleo, rápidamente bajarían en la tabla. Los países de Oriente Próximo con poco o nada de petróleo, como Egipto, Jordania y Siria, se agrupan en un nivel de renta similar al de Guatemala o Perú. Sin petróleo, los países de Próximo Oriente también son todos pobres, pero como los de América Central y los Andes, no tan pobres como los del África subsahariana.

Aunque los patrones de prosperidad que vemos a nuestro alrededor hoy en día puedan parecer persistentes, estos patrones no son inalterables o inmutables. En primer lugar, como ya hemos señalado, la mayor parte de la desigualdad del mundo apareció a partir de finales del siglo
XVIII
, poco después de la revolución industrial. No solamente había brechas mucho menores en la prosperidad a mediados del siglo
XVIII
, sino que las clasificaciones, tan estables, hasta entonces, no son las mismas cuando retrocedemos en la historia. Por ejemplo, en América, la clasificación para los últimos ciento cincuenta años era completamente distinta hace quinientos años. En segundo lugar, muchos países han experimentado varias décadas de crecimiento rápido, como gran parte del este de Asia desde la segunda guerra mundial y, más recientemente, China. Muchos de estos países vieron posteriormente cómo se invertía la tendencia de este crecimiento. Por ejemplo, Argentina creció rápidamente durante cinco décadas hasta 1920 y se convirtió en uno de los países más ricos del mundo, pero después empezó una larga cuesta abajo. La Unión Soviética es un ejemplo todavía más destacable. Creció rápidamente entre 1930 y 1970, pero después se desplomó rápidamente.

¿Qué explica estas diferencias cruciales en la pobreza y la prosperidad y los modelos de crecimiento? ¿Por qué los países de Europa occidental y sus ramificaciones coloniales llenas de colonos europeos empezaron a crecer en el siglo
XIX
, sin apenas mirar atrás? ¿Qué explica la clasificación persistente de la desigualdad entre las distintas zonas de América? ¿Por qué los países de África subsahariana y Oriente Próximo no lograron el tipo de crecimiento económico observado en Europa occidental, mientras que gran parte del este asiático ha experimentado ritmos de crecimiento económico de vértigo?

Se podría pensar que el hecho de que la desigualdad mundial sea tan enorme y significativa y con modelos tan marcados querría decir que tiene una explicación bien aceptada. Sin embargo, no es así. La mayoría de las hipótesis que han propuesto los sociólogos para los orígenes de la pobreza y la prosperidad simplemente no funcionan y no explican convincentemente la situación.

 

 

La hipótesis geográfica

 

Una teoría ampliamente aceptada de las causas de la desigualdad mundial es la hipótesis de la geografía, que afirma que la gran brecha entre países ricos y pobres se debe a las diferencias geográficas. Muchos países pobres, como los de África, América Central y el sur de Asia, se encuentran entre los trópicos de Cáncer y Capricornio. En cambio, los países ricos suelen estar en latitudes templadas. Esta concentración geográfica de la pobreza y la prosperidad da un atractivo superficial a la hipótesis geográfica, que es el punto de partida de las teorías e ideas de muchos sociólogos y expertos. No obstante, no por eso está menos equivocada.

Ya a finales del siglo
XVIII
, el gran filósofo político francés Montesquieu observó la concentración geográfica de la prosperidad y la pobreza y propuso una explicación para ello. Afirmó que los habitantes de los climas tropicales tendían a ser holgazanes y a no ser nada curiosos. En consecuencia, no se esforzaban en el trabajo, ni innovaban, y ésa era la razón de que fueran pobres. También afirmaba que los individuos holgazanes tendían a estar gobernados por déspotas, lo que sugería que una ubicación tropical podía explicar no solamente la pobreza, sino también algunos de los fenómenos políticos asociados con el fracaso económico, como las dictaduras.

La teoría de que los países cálidos son intrínsecamente pobres, a pesar de contradecirse por el reciente y rápido avance económico de países como Singapur, Malasia y Botsuana, todavía es defendida enérgicamente por algunas voces, como la del economista Jeffrey Sachs. La versión moderna de esta idea hace énfasis no en los efectos directos del clima en el esfuerzo a la hora de trabajar o pensar, sino en dos argumentos adicionales: en primer lugar, que las enfermedades tropicales, sobre todo la malaria, tienen consecuencias muy adversas para la salud y, en consecuencia, para la productividad en el trabajo; en segundo lugar, que el suelo tropical no permite desarrollar una agricultura productiva. De todas formas, la conclusión es la misma: los climas templados tienen una ventaja relativa frente a las zonas tropicales y semitropicales.

Sin embargo, la desigualdad mundial no se puede explicar mediante climas o enfermedades, ni otras versiones de las hipótesis geográficas. Simplemente, pensemos en Nogales. Lo que separa a las dos partes no es el clima, la geografía ni las enfermedades medioambientales, sino la frontera entre Estados Unidos y México.

Si la hipótesis geográfica no puede explicar las diferencias entre el norte y el sur de Nogales, o Corea del Norte y del Sur, o entre las dos Alemanias antes de la caída del Muro de Berlín, ¿podría ser todavía una teoría útil para explicar las diferencias entre Norteamérica y Sudamérica? ¿O entre Europa y África? Sencillamente, no.

La historia ilustra que no existe una conexión sencilla ni duradera entre el clima o la geografía y el éxito económico. Por ejemplo, no es cierto que los trópicos siempre hayan sido más pobres que las latitudes templadas. Como vimos en el primer capítulo, en el momento de la conquista de América por parte de Cristóbal Colón, las zonas al sur del trópico de Cáncer y al norte del trópico de Capricornio, que hoy en día incluyen México, América Central, Perú y Bolivia, fueron los lugares en los que se desarrollaron las grandes civilizaciones azteca e inca. Aquellos imperios estaban centralizados políticamente y eran complejos, construyeron carreteras y eran capaces de aliviar las hambrunas. Los aztecas tenían dinero y escritura, y los incas, a pesar de carecer de estos dos elementos clave, registraron una cantidad ingente de información en cuerdas con nudos llamadas quipus. En cambio, en la época de los aztecas y los incas, el norte y el sur de la zona habitada por estos dos pueblos, que actualmente incluye Estados Unidos, Canadá, Argentina y Chile, estaban habitados en su mayoría por civilizaciones en la edad de Piedra que carecían de aquellas tecnologías. Por lo tanto, los trópicos de América eran mucho más ricos que las zonas templadas, lo que sugiere que el «hecho obvio» de la pobreza tropical ni es obvio ni es un hecho. Al contrario, la mayor riqueza de Estados Unidos y Canadá representa un cambio radical respecto a lo que había allí cuando llegaron los europeos.

Este cambio radical, sin duda, no tuvo nada que ver con la geografía, sino que, como hemos visto, estuvo relacionado con la forma en la que aquellas zonas fueron colonizadas. Además, no se trata de un cambio limitado a las distintas zonas de América. Los pueblos del sur de Asia, sobre todo los del subcontinente indio y China, eran más prósperos que la mayoría de los pueblos de muchas otras partes de Asia y, sin duda, más que los de Australia y Nueva Zelanda. Aquello también sufrió un cambio brusco cuando Corea del Sur, Singapur y Japón aparecieron como los países más ricos de Asia, y Australia y Nueva Zelanda superaron a prácticamente toda Asia en lo que respecta a la prosperidad. Incluso en el África subsahariana hubo un cambio similar. Más recientemente, antes del inicio del intenso contacto europeo con África, la zona sur de África era la que tenía asentamientos más dispersos y estaba más lejos de lograr Estados desarrollados con algún tipo de control en su territorio. Sin embargo, ahora, Sudáfrica es uno de los países más prósperos del África subsahariana. Si retrocedemos más en la historia, veremos que hubo mucha prosperidad en los trópicos; algunas de las grandes civilizaciones premodernas, como la angkor en la Camboya moderna, la vijayanagara en el sur de la India y la aksum en Etiopía, florecieron en los trópicos, así como las grandes civilizaciones del valle del Indo de Mohenjo-Daro y Harappa en el Pakistán moderno. Por lo tanto, la historia deja pocas dudas de que no existe una simple conexión entre una ubicación tropical y el éxito económico.

Evidentemente, las enfermedades tropicales causan mucho sufrimiento y altas tasas de mortalidad infantil en África, pero no son la razón de que este continente sea pobre. La enfermedad, en gran parte, es consecuencia de la pobreza y de que los gobiernos son incapaces o no tienen la voluntad de poner en marcha las medidas de atención sanitaria pública necesarias para erradicarlas. En el siglo
XIX
, Inglaterra también era un sitio muy poco saludable, pero el gobierno invirtió gradualmente en agua limpia, alcantarillado y tratamiento de las aguas residuales y, finalmente, en un servicio de salud efectivo. La mejora de la salud y de la esperanza de vida no eran la causa del éxito económico de Inglaterra, sino uno de los frutos de sus cambios políticos y económicos anteriores. Lo mismo sucede en el caso de Nogales (Arizona).

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