Nada nos parece más terrible que la posibilidad de ser abandonados, de que nos dejen completamente solos. El psicoanálisis lo ha denominado —el temor más importante de toda persona— angustia de separación; y cuanto más pequeños somos, más acuciante es la ansiedad que sentimos al ser abandonados, puesto que el niño puede, incluso, morir si no recibe la protección y los cuidados suficientes. Así pues, el alivio más importante que se nos puede proporcionar es que nunca seremos abandonados. Hay una colección de cuentos turcos en los que los héroes se encuentran, una y otra vez, en situaciones increíbles, pero siempre consiguen huir o superar el peligro cuando encuentran un amigo. Por ejemplo, en un relato famoso, el héroe, llamado Iskender, provoca las iras de su madre, que obliga al padre a introducir a Iskender en una caja y a arrojarlo al océano. Un pájaro verde acude a salvarlo de este y de otros peligros cada vez más enormes. El pájaro hace renacer la confianza de Iskender en toda situación gracias a las palabras, «sabes que no serás abandonado».
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Este es, pues, el alivio más importante, el que está implícito en el final más corriente de los cuentos de hadas, «y vivieron felices para siempre».
La felicidad, que es el alivio principal que el cuento nos puede proporcionar, tiene sentido a dos niveles. Por ejemplo, la unión permanente de un príncipe y una princesa simboliza la integración de los aspectos dispares de la personalidad — psicoanalíticamente hablando, del ello, yo y super-yo— y el logro de una armonía de las tendencias, hasta entonces discordantes, de los principios masculino y femenino, como se discute en conexión con el final de «Cenicienta».
Desde el punto de vista ético, dicha unión es símbolo, a través del castigo y la eliminación del mal, de una unidad moral en el plano más elevado. Al mismo tiempo, simboliza que la angustia de separación se supera para siempre cuando se encuentra la pareja ideal, con la que se establece la relación personal más satisfactoria. Según el cuento de hadas de que se trate y del área de problemas psicológicos o el nivel de desarrollo al que la historia vaya dirigida, puede tomar formas diversas, aunque el sentido intrínseco sea básicamente el mismo.
Por ejemplo, los protagonistas de «Los dos hermanitos» no se separan durante la mayor parte de la historia; representan los aspectos animal y espiritual de nuestra personalidad, que tienen que llegar a separarse, aun estando bien integrados, para llegar a la felicidad humana. Sin embargo, la amenaza mayor se produce cuando la hermana se casa con el rey y es reemplazada por una impostora tras dar a luz un niño. La hermana regresa cada noche para cuidar del niño y de su hermano-ciervo. Su vuelta a la vida se describe como sigue: «El rey… se lanzó sobre ella y dijo: "No puedes ser más que mi amada esposa" a lo que ella respondió: "Sí, soy tu esposa", y en el mismo instante recobró la vida por la gracia de Dios». El alivio principal tiene que esperar hasta la absoluta desaparición del mal: «La bruja fue arrojada al fuego y se consumió hasta morir. Mientras se convertía en cenizas, el cervatillo recuperó su forma humana y los dos hermanitos vivieron juntos y felices para siempre». Así pues, el «desenlace feliz», el alivio final, consiste tanto en la integración de la personalidad como en el establecimiento de una relación permanente.
A nivel superficial, lo que sucede en «Hansel y Gretel» es muy distinto. Estos niños llegan a un estadio superior de desarrollo desde el momento en que la bruja es presa de las llamas hasta morir, lo cual está simbolizado por los tesoros que obtienen. En este caso, como ninguno de los dos está en edad de contraer matrimonio, la creación de relaciones humanas, que eviten la angustia de separación para siempre, no está representada aquí por el hecho de casarse, sino por el regreso feliz a casa del padre, donde —tras la muerte del otro personaje malvado, la madre— «se han esfumado todas las preocupaciones y pueden vivir juntos y felices para siempre».
Al compararlos con lo que estos finales alentadores, y que hacen justicia para todo el mundo, nos dicen acerca del desarrollo del héroe, los sufrimientos que éste padece en los cuentos de hadas modernos, aunque sean muy conmovedores, parecen plantearse menos objetivos porque no conducen a la forma perfecta de existencia humana. (Por ingenuo que pueda parecer, el hecho de que el príncipe se case con la princesa y herede un reino, gobernándolo en paz y con la máxima felicidad, representa la forma más perfecta de la existencia para el niño, puesto que esto es todo lo que desea para sí mismo: gobernar su reino —su propia vida— con éxito y en paz, y estar unido a la pareja más idónea que no lo abandonará nunca).
El hecho de no poder experimentar la superación y el alivio es algo que sucede con excesiva frecuencia en la realidad, pero que no alienta al niño a enfrentarse a la vida con la constancia que le llevaría a un nivel superior de existencia. El alivio es la mayor contribución que un cuento de hadas puede ofrecer a un niño: la confianza de que, a pesar de todos los problemas por los que tiene que pasar (como el miedo al abandono por parte de los padres en «Hansel y Gretel»; los celos del progenitor en «Blancanieves» y de los hermanos en «Cenicienta»; la cólera devoradora del gigante en «Jack y las habichuelas mágicas»; la perversidad de los poderes malvados en «La bella durmiente»), no sólo conseguirá vencer, sino que las fuerzas del mal serán eliminadas y no amenazarán nunca más su bienestar espiritual.
Cualquier niño que haya oído un cuento en versión original, lo rechazará en su forma embellecida o simplificada. No le parecerá adecuado, por ejemplo, que las hermanastras de Cenicienta no sufran castigo alguno, y aún menos que ésta acabe por ayudarlas. Tal magnanimidad no impresiona al niño en absoluto, y no se dejará convencer por un padre que simplifique la historia haciendo que tanto justos como pecadores reciban su recompensa. El niño sabe lo que necesita oír. Un adulto, al leer la historia de Blancanieves a un niño de siete años, y deseoso de no perturbar la mente infantil, terminó el relato con la boda de Blancanieves. Entonces, el pequeño, que conocía perfectamente la historia, preguntó: «¿Y qué pasó con los zapatos que mataron a la reina perversa?». El niño siente que el mundo funciona perfectamente y que se puede sentir seguro en él únicamente si sabe que las personas malvadas encuentran siempre su castigo.
Esto no significa que el cuento de hadas no tome en cuenta la gran diferencia que hay entre la maldad como tal y las consecuencias desafortunadas de una conducta egoísta. «Nabiza» nos sirve de ejemplo. A pesar del hecho de que la hechicera obliga a Nabiza a vivir en un desierto «con grandes penas y miserias», no se la castiga por ello. La causa se hace evidente con el resto de acontecimientos de la historia. Nabiza toma el nombre de la palabra alemana «Rapunzel», que significa nabiza (una verdura europea utilizada en las ensaladas), y este nombre es la clave para comprender lo que sucede. La madre de Nabiza tiene el deseo irresistible de comer las nabizas que crecen en el huerto de la hechicera, al estar embarazada de su hija. Convence a su marido para que entre en el jardín prohibido y consiga algunas nabizas. La segunda vez que lo intenta es atrapado por la hechicera, que amenaza con castigarle por su acción. Él se defiende aduciendo el deseo irresistible de su esposa, y entonces la hechicera, conmovida, le permite coger todas las nabizas que desee con la condición de que «deberás entregarme la criatura que tu esposa dé a luz. Estará bien conmigo y cuidaré de ella como si fuera su madre». El padre, al estar tan asustado, así se lo promete. Así pues, la hechicera pasa a ocuparse de Nabiza porque sus padres, primero, habían traspasado las puertas prohibidas de su huerto y, segundo, habían consentido en entregarle a Nabiza. Teniendo esto en cuenta, parece que la hechicera quería a la niña más que sus propios padres.
Todo va bien hasta que Nabiza cumple los doce años; es decir, se supone, hasta que llega a la madurez sexual. Entonces existe el peligro de que abandone a su madre adoptiva. Realmente es muy egoísta por parte de la hechicera el querer retener a Nabiza a toda costa encerrándola en la habitación inaccesible de una torre. Aunque es erróneo privar a Nabiza de su libertad, el deseo desesperado de la hechicera de no dejar escapar a Nabiza no parece un crimen grave a los ojos del niño, el cual desea, ardientemente, que sus padres lo retengan.
La hechicera visita a Nabiza en su torre trepando por sus trenzas, las mismas que le permiten establecer una relación con el príncipe. De esta manera se simboliza la transferencia de la relación con un progenitor a la persona amada. Nabiza debe saber lo importante que es ella para la hechicera madre-sustituta, puesto que en esta historia encontramos uno de los lapsus «freudianos» que se pueden ver raramente en los cuentos de hadas: Nabiza, culpable evidente de sus encuentros clandestinos con el príncipe, desvela su secreto al preguntarle a la hechicera: «¿Por qué me cuesta tanto subirte a la torre y, en cambio, al hijo del rey lo subo fácilmente?».
Incluso un niño sabe que no hay nada que enfurezca más a una persona que el amor traicionado, y Nabiza, aun pensando en su príncipe, sabía que la hechicera la amaba. A pesar de que el amor egoísta es erróneo y suele acabar mal, como en el caso de la hechicera, el niño puede comprender que si uno quiere a alguien en exclusiva, no desea que ninguna otra persona disfrute de ese amor ni le prive de él. Amar tan egoísta y absurdamente es algo erróneo pero no malvado. La hechicera no destruye al príncipe; todo lo que hace es disfrutar cuando él se ve privado de Nabiza al igual que
ella.
La tragedia del príncipe es el resultado de su propia acción: en su desesperación por la marcha de Nabiza, salta de la torre y los espinos se le clavan en los ojos, dejándole ciego. Por haber actuado egoísta y absurdamente, la hechicera es derrotada, pero, al haber sido motivada por su gran amor hacia Nabiza y no por su perversidad, nada malo le sucede.
Ya he comentado el alivio que obtiene el niño al decirle, de manera simbólica, que posee en su propio cuerpo los medios para conseguir lo que desea, del mismo modo que el príncipe conquista a Nabiza gracias a sus trenzas. Se llega al final feliz por otro recurso del cuerpo de Nabiza: sus lágrimas curan los ojos de su amado y con esto conquistan, de nuevo, su reino.
«Nabiza» ilustra la fantasía, la huida, la superación y el alivio, aunque otros muchos cuentos nos podrían servir igualmente. La historia se desarrolla cuando un acontecimiento se ve equilibrado por otro, siguiéndose con un rigor geométrico y ético: la verdura (Nabiza) robada regresa a su lugar de origen. El egoísmo de la madre, que obliga al marido a apoderarse de la nabiza prohibida, se ve equilibrado por el egoísmo de la hechicera, que desea retener a Nabiza para ella. El elemento fantástico es el que proporciona el alivio final: el poder del cuerpo se exagera con las trenzas excesivamente largas, por las que se puede trepar a una torre, y por las lágrimas, que pueden devolver la vista. Pero, ¿qué fuente de superación tenemos más fiable que nuestro propio cuerpo?
Tanto Nabiza como el príncipe actúan de manera poco madura: él espía a la hechicera y escala la torre a sus espaldas, en lugar de dirigirse abiertamente a ella expresándole su amor por Nabiza. Y ésta miente al no contarle lo sucedido tras su lapsus revelador. Esta es la razón por la que el traslado de Nabiza desde la torre y el poder que la hechicera ejerce sobre ella no conducen directamente al final feliz. Tanto Nabiza como el príncipe deben pasar primero por un período de pruebas y dificultades, de evolución interna a través de la desgracia, como sucede con muchos héroes de otros cuentos de hadas.
El niño no es consciente de sus procesos internos y, por ello, se externalizan en el cuento y se representan por medio de acciones que encarnan luchas internas y externas. No obstante, se requiere una gran concentración para lograr el desarrollo personal. Esto se simboliza frecuentemente en los cuentos de hadas por los años dedicados a acciones bien planeadas que sugieren desarrollos internos y silenciosos. De esta manera, la huida física del niño del dominio de sus padres cuenta después con un período prolongado de superación, de conquista de la madurez.
En este relato, después del destierro de Nabiza en el desierto, llega el momento en que la madre sustituta no debe cuidar más de ella, así como tampoco deben hacerlo los padres del príncipe con su hijo. Ambos tienen que aprender ahora a cuidar de sí mismos, incluso en las circunstancias más adversas. Su relativa inmadurez nos viene indicada por el hecho de que tienen que abandonar las esperanzas, puesto que no confiar en el futuro significa, en realidad, no confiar en uno mismo. Por esta razón, ni Nabiza ni el príncipe son capaces de buscarse mutuamente con decisión. Se nos dice que él «vagaba ciegamente por el bosque, no comía más que raíces y frutas y no hacía más que lamentarse y llorar porque había perdido a su amada». Tampoco se nos dice que Nabiza hiciera algo positivo; también ella vivía en la miseria y se quejaba y lamentaba constantemente de su destino. Sin embargo, debemos suponer que este período representaba un desarrollo para ambos, hasta encontrarse a sí mismos, es decir, una época de superación. Al final, ambos están preparados, no sólo para salvarse, sino también para hacerse felices mutuamente.
Para desarrollar al máximo sus cualidades de alivio, sus significados simbólicos y, por encima de todo, sus significados interpersonales, es preferible contar un cuento antes que leerlo. Sí así se hace, el lector debe vincularse emocionalmente, tanto con la historia como con el niño, sintonizando empáticamente con lo que la historia puede significar para el pequeño. Explicar cuentos es mejor que leerlos porque permite una mayor flexibilidad.
Ya hemos dicho antes que el cuento popular de hadas, como algo distinto a los cuentos inventados más recientemente, es el resultado de una historia a la que han dado forma varias clases de adultos tras contarla millones de veces a otros adultos y niños. Cada narrador, al contar la historia, le añadía sus propios elementos para que él mismo y los que le escuchaban, a quienes conocía bien, le encontraran un mayor significado. Cuando se le habla a un niño, el adulto responde a lo que capta en las reacciones infantiles. Por ello, el narrador permitía que su comprensión inconsciente de lo que el relato significaba se viera influida por la del niño. Otros narradores fueron adaptando el cuento de acuerdo con las preguntas que el niño hacía y con el placer y el temor que expresaba abiertamente o que indicaba, por la manera en que reaccionaba frente al adulto. El contar una historia al pie de la letra le priva de gran parte de su valor. El hecho de contar un cuento a un niño debe convertirse, para alcanzar la máxima efectividad, en un acontecimiento interpersonal, al que configuran los que participan en él.