Psicoanálisis de los cuentos de hadas (25 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

BOOK: Psicoanálisis de los cuentos de hadas
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Podemos encontrar algunas historias modernas semejantes, en las que el niño es más listo e inteligente que los padres, no en el país de nunca-jamás, como en los cuentos de hadas, sino en la realidad cotidiana. El pequeño disfruta con este relato porque está conforme a lo que le gustaría creer; pero las consecuencias son que acaba por desconfiar del padre, del que todavía depende, y sufre una gran decepción porque, contrariamente a lo que la historia le hace creer, los padres siguen siendo superiores durante algún tiempo.

Ni un solo cuento de hadas tradicional despojaría al niño de la seguridad que tanto necesita y que obtiene al convencerse de que sus padres saben más que él en todo, excepto en algo importante: cuando resultan estar equivocados en la opinión que tienen sobre la inteligencia de su hijo. El padre de muchos cuentos menosprecia a uno de sus hijos —a menudo llamado bobo— que, a medida que avanza la historia, acaba por demostrar que su progenitor estaba equivocado. En este sentido se puede asegurar una vez más que el cuento es verdadero desde el punto de vista psicológico. Casi todos los niños están convencidos de que sus padres saben más que ellos de todas las cosas, con una excepción: no los valoran lo suficiente. Estimular esta creencia es algo muy beneficioso porque sugiere que el niño debe mejorar sus capacidades, no para ser mejor que sus padres, sino para modificar la opinión que éstos tenían sobre él.

Respecto a la superación de uno de los padres, el cuento de hadas utiliza frecuentemente el recurso de disociarlo en dos personajes: el padre que menosprecia a su hijo y un anciano sabio o un animal con el que se encuentra el joven y que le da consejos sobre la manera de vencer, no al padre, lo cual le asustaría demasiado, sino al hermano favorito de éste. Algunas veces este personaje ayuda al héroe a llevar a cabo con éxito una empresa poco menos que imposible, con lo que se demuestra que la opinión del padre era errónea. Así pues, el progenitor se divide en un doble aspecto de desconfianza y de protección, saliendo victorioso este último.

El cuento de hadas expresa el problema de la rivalidad entre generaciones, del deseo del niño de superar a sus padres, cuando éstos creen que ha llegado el momento oportuno y mandan a su hijo (o hijos) al mundo para que demuestre así sus capacidades y su valor para ocupar el lugar del progenitor, para sustituirlo. La hazaña extraordinaria que el héroe realiza, aunque desde un punto de vista objetivo no se pueda creer, no resulta más fantástica para el niño que la idea de poder ser superior a sus padres y, por lo tanto, de reemplazarlos.

Los cuentos de este tipo (que pueden encontrarse, bajo distintas versiones, por todo el mundo) empiezan de manera realista, con un padre que está envejeciendo y tiene que decidir cuál de sus hijos merece heredar todas sus riquezas u ocupar su lugar. Al encontrarse ante la tarea que debe llevar a cabo, el héroe del cuento se siente exactamente como el niño: le parece imposible triunfar en su cometido. A pesar de esta convicción, el cuento de hadas demuestra que la empresa se puede cumplir con éxito, pero sólo gracias a la intervención de fuerzas sobrehumanas o de algún benefactor. Y, realmente, sólo una hazaña extraordinaria puede proporcionar al niño la sensación de que supera a su progenitor; creer en ello sin esta prueba sería una megalomanía sin contenido alguno.

«La guardadora de gansos»
El logro de la autonomía

El hecho de conseguir la autonomía gracias a los propios padres es el tema de un cuento de los Hermanos Grimm que llegó a ser muy famoso, «La guardadora de gansos». Con algunas variaciones, esta historia puede encontrarse en casi todos los países europeos e incluso en otros continentes. En la versión de los Hermanos Grimm, el relato comienza con estas palabras: «Érase una vez una reina viuda que tenía una hija muy bella… Cuando llegó la fecha de la boda y la muchacha tuvo que partir hacia el país de su prometido», la madre le regaló gran cantidad de joyas y tesoros. Salió en compañía de una doncella, montando sendos caballos. El de la princesa se llamaba Falada y sabía hablar.
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«Cuando llegó la hora de partir, la reina se dirigió a un rincón apartado de palacio y se hizo un corte en un dedo. Salieron unas gotas de sangre y recogió tres en un pañuelo. Al dárselo a su hija le dijo: "Guárdalo bien, hija mía, esto te ayudará a salir victoriosa de todos los apuros".» Después de varias horas de camino, la princesa tenía sed y le dijo a su criada que le cogiera agua de un arroyo en su copa de oro. Pero ésta se negó, diciéndole que bajara ella misma a beber porque ya no era su criada.

Más tarde ocurrió el mismo incidente y cuando la princesa se inclinó para beber perdió el pañuelo que su madre le había entregado; a partir de aquel momento se convirtió en una criatura indefensa. La doncella se aprovechó de la situación y obligó a la princesa a cambiar los vestidos y los caballos, haciéndole jurar que no hablaría de este cambio con nadie de la corte. A la llegada, el príncipe tomó a la criada por su prometida. Al preguntarle quién era su acompañante, pidió que le dieran algún trabajo, con lo que la princesa pasó a ayudar a un muchacho que cuidaba gansos. Poco después, la falsa novia le pidió a su prometido el favor de cortar la cabeza de Falada, porque temía que éste hablara y contara su secreto. Una vez cumplido este deseo, la princesa rogó que colgaran la cabeza del animal en un árbol del camino para verlo cada día al pasar.

Cada mañana cuando la princesa y el muchacho pasaban por allí para ir a cuidar de los gansos, la cabeza del caballo les saludaba tristemente:

Si tu madre supiera lo sucedido,

se le partiría el corazón.

Una vez en el campo, la princesa se soltó la cabellera. Como era igual que el oro puro, el muchacho tuvo la tentación de cogerlo, lo que la princesa evitó llamando a una ráfaga de viento que se llevó el sombrero del chico y éste tuvo que salir corriendo tras él. Lo mismo sucedió un día tras otro, hasta que el muchacho, harto de todo esto, se fue a quejar al rey. Al día siguiente, éste se ocultó detrás del árbol y lo observó todo. Por la noche, cuando la guardadora de gansos volvió a palacio, el rey le preguntó qué significaba todo aquel misterio, a lo que ella respondió que había prometido no contar sus penas a ningún ser humano. Tras mucho insistir, consintió en contárselo a una chimenea. El rey se escondió al otro lado y así pudo oír las palabras de la verdadera princesa.

Al descubrir la verdad, se le entregaron las vestiduras reales y se invitó a todo el mundo a una fiesta espléndida, en la que la verdadera novia se sentó a un lado del príncipe y la impostora al otro. Al final de la comida, el rey le preguntó a la falsa princesa qué castigo daría a una sirvienta infiel y embustera. La criada, sin sospechar que se refería a ella, contestó: «"Yo haría que la desnudaran, la metieran en una cuba llena de clavos y que dos caballos la arrastrasen por las calles hasta morir". "Eso es, pues, lo que voy a hacer contigo", respondió el rey. Y tras cumplirse esta sentencia, el príncipe se casó con su verdadera prometida y vivieron muchos años felices».

Al principio de esta historia, se expresa el problema de la sucesión de generaciones cuando la reina manda a su hija a casarse con un príncipe de tierras lejanas, es decir, a vivir su propia vida, independiente de sus padres. A pesar de las dificultades con que se encuentra, la princesa mantiene su promesa de no revelar a ningún ser humano lo que le ha ocurrido; así hace gala de una gran virtud moral, que encuentra su recompensa en el final feliz. En este caso, los peligros a los que la heroína debe enfrentarse son de tipo interno: no ceder a la tentación de revelar el secreto. Pero el tema principal de este relato es la usurpación del personaje del héroe a manos de un impostor.

La razón por la que esta historia y su tema principal se encuentran en todas las culturas es su significado edípico. Aunque el personaje principal suele ser femenino, también podemos encontrar alguna versión en que el protagonista es del sexo masculino, como en el cuento inglés «Roswal y Lillian». En este relato, se envía a un muchacho a la corte de otro rey para que sea educado, lo que demuestra que el tema se refiere al proceso del desarrollo, maduración y autonomía de la persona.
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Al igual que en «La guardadora de gansos», durante el viaje, el criado obliga al muchacho a intercambiar sus papeles. Al llegar a la corte del país lejano se toma al usurpador por el príncipe, el cual, aun siendo degradado al papel de sirviente, conquista el corazón de la princesa. Gracias a la ayuda de personajes benévolos, se desenmascara y se castiga duramente al usurpador, mientras que el príncipe recupera el lugar que le corresponde. El argumento de estos dos cuentos es esencialmente el mismo porque el usurpador pretende en ambos ocupar el lugar del protagonista en la boda, con la única diferencia del sexo del héroe, lo que nos hace pensar que este detalle no es muy importante. Al fin y al cabo, la historia trata de un problema edípico, que encontramos tanto en la vida de los niños como en la de las niñas.

«La guardadora de gansos» simboliza dos facetas opuestas del desarrollo edípico. En un primer nivel, el niño cree que el padre del mismo sexo es un impostor que ocupa equivocadamente su lugar en los sentimientos del progenitor del sexo opuesto, el cual preferiría tenerle a él como cónyuge. El pequeño sospecha que el padre del mismo sexo, gracias a su astucia (ya estaba allí antes de la llegada del niño), le ha engañado en cuanto a sus derechos y tiene la esperanza de que, mediante la intervención de un ser superior, las cosas se arreglarán y él llegará a ser el cónyuge del progenitor del sexo opuesto.

Este cuento constituye también una guía para que el niño supere el primer estadio edípico y pase al siguiente, en el que sus deseos se ven sustituidos por una visión más adecuada de su situación real durante la fase edípica. Al ir aumentando su madurez y capacidad de comprensión, el niño comienza a entender que la idea de que el padre del mismo sexo le haya arrebatado su lugar no concuerda con la realidad. Se da cuenta de que es
él
el que desea ser el usurpador, es
él
el que quiere ocupar el lugar del progenitor. «La guardadora de gansos» advierte de que es mejor abandonar estas ideas porque quien consiga, durante un tiempo, usurpar el lugar del verdadero cónyuge recibirá un terrible castigo. La historia demuestra que lo mejor es aceptar el papel que el niño desempeña antes que intentar usurpar el del progenitor por mucho que se desee hacerlo.

Podemos preguntarnos si para los niños hay alguna diferencia en el hecho de que el personaje principal de esta historia suela ser del sexo femenino. Lo que sucede en realidad es que este relato impresiona a todos los niños, sea cual sea su sexo, porque, a nivel preconsciente, comprenden que se trata de problemas edípicos que sienten muy próximos a sí mismos. En uno de sus poemas más famosos, «Alemania, un cuento de invierno» («Deutschland, ein Wintermärchen»),

Heinrich Heine habla de la profunda impresión que le causó «La guardadora de gansos». Dice:

Cómo latía mi corazón cuando mi vieja niñera me contaba

que la hija del rey, en tiempos remotos,

se sentaba junto a un solitario matorral

mientras resplandecían sus doradas trenzas.

Trabajaba de guardadora de gansos

y, al atardecer,

cuando devolvía los gansos y pasaba por la puerta del corral

sus lágrimas se deslizaban en un penoso llanto…
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«La guardadora de gansos» lleva implícita asimismo la moraleja de que el progenitor, incluso tratándose de un ser tan poderoso como una reina, no puede hacer nada para asegurar el desarrollo del niño hacia la madurez. Para convertirse en sí mismo, la criatura debe enfrentarse, por sí solo, a duras pruebas; no puede depender del padre para que éste acuda a salvarlo de las consecuencias de su propia debilidad. Puesto que ni los tesoros ni las joyas que la madre entrega a la princesa le sirven de mucho, esto nos puede hacer pensar que lo que los padres dan a sus hijos en términos de bienes materiales no constituye ayuda alguna si ellos no saben usarlo correctamente. Como último regalo, y más importante, la reina le entrega a su hija el pañuelo con las tres gotas de su propia sangre. No obstante, la princesa lo pierde también, a causa de su negligencia.

Más adelante, cuando hablemos de «Blancanieves» y de «La bella durmiente», discutiremos el hecho de que las tres gotas de sangre sean un símbolo del logro de la madurez sexual. Al partir la princesa para casarse, es decir, para dejar de ser doncella y convertirse en mujer y esposa, al dar su madre más importancia al regalo del pañuelo con la sangre que al del caballo que habla, no parece descabellado imaginar que estas gotas de sangre esparcidas sobre un pedazo de tela blanca simbolicen la madurez sexual, un vínculo especial forjado por una madre que prepara a su hija para la actividad sexual.
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Así pues, el hecho de que la princesa pierda la prenda mágica, la cual, de haberla conservado, la hubiera protegido del impostor, nos hace pensar que, en el fondo, no estaba preparada para convertirse en una mujer. Podríamos imaginar que esta pérdida negligente es un lapsus «freudiano» en el sentido de que evita lo que no desea: la pérdida inminente de la virginidad. Como guardadora de gansos, su papel pasa a ser el de una joven doncella, cuya falta de madurez se acentúa por el hecho de tener que ayudar a un niño a cuidar de los gansos. Sin embargo, la historia demuestra que el permanecer en un estadio de inmadurez cuando ha llegado el momento de superarlo puede ser origen de una tragedia para uno mismo y para los que están cerca, como ocurre con el fiel caballo Falada.

Las palabras que Falada pronuncia tres veces —como respuesta al lamento de la princesa cuando pasa junto al caballo: «Oh, Falada, tú que aquí cuelgas»— no son tanto un lamento por el destino de la muchacha como la expresión de la pena que sentiría su madre. Lo que implican estas palabras es que, no sólo por ella misma, sino también por su madre, la princesa tiene que dejar de aceptar pasivamente todo lo que le sucede. También es una acusación velada de que si la princesa no hubiese actuado tan irreflexivamente al dejar caer el pañuelo y al permitir que su criada la dominara, Falada no hubiera muerto: Todo lo malo que está ocurriendo es culpa de la princesa porque no consigue afirmar su propia personalidad. Ni siquiera el caballo que habla puede ayudarla a salir de su difícil situación.

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