Authors: Matthew Stover
Chalk estaba sentado con las piernas cruzadas al otro lado de Besh, y con su propio pecho abultado por el vendaje nebulizado. Mantenía la cabeza gacha mientras limpiaba las excrecencias del pecho de Besh con un harapo húmedo. Mace captó un fuerte olor a alcohol y ámbar de portaak, inclusa a varios metros de distancia.
Nick se detuvo a un par de metros y dirigió a Mace una mirada significativa, haciendo una seña hacia los demás, como diciendo: "Esto ha sido idea tuya. Déjame al margen".
Mace se acercó despacio, permaneciendo en la cornisa inferior. Se detuvo cuando llegó hasta ellos, y se dirigió a Chalk en voz baja.
—¿Cómo está?
Ella no le miró.
—Muriéndose. ¿Cómo estás tú?
Mojó el harapo en el cubo, volvió a sacarlo, lo pasó por el pecho y lo devolvió al cubo con entumecida persistencia mecánica. Hacerlo era hacer algo, aunque no evidenciase tener alguna esperanza de que el gesto sirviera de mucho.
—Chalk, necesitamos que vengas con nosotros.
—No lo dejaré, a él. Me necesita, él.
—Nosotros te necesitamos. Chalk, tienes que confiar en mí...
—Confié en ti, yo. También Besh.
Mace no tenía respuesta para eso.
Nick se acercó al hombro de Mace.
—Los Archivos empiezan a parecer una buena perspectiva.
El Maestro Jedi le miró de reojo.
Nick se encogió de hombros.
—Oye, ésa es la única inmortalidad a la que puede aspirar cualquiera de nosotros, ¿verdad?
—¿Y cómo alcanzarás la inmortalidad —murmuró Mace—, si mi diario queda enterrado bajo una montaña de Haruun Kal?
—Ah, ya —Nick tenía aspecto de dolerle el estómago—. Eso podría ser un problema.
—Olvídate de la inmortalidad. Concentrémonos en no morir hoy.
Vastor tenía los ojos cerrados. La Fuerza vibraba a su alrededor. Mace podía sentir algo de lo que hacía el lor pelek; buscaba en el pecho de flash el aura esencial del hongo que lo estaba matando, concentrando su poder en él para quemarlo espora a espora.
Otra onda de choque hizo temblar la caverna. Cayeron rocas del techo.
—Kar —dijo Mace—, ésta no es la manera. No tenemos tiempo.
Vastor mantuvo los ojos cerrados. Su expresión apenas se alteró.
¿Acaso puedo hacer ahora algo mejor?
—A decir verdad, sí —dijo Mace—. Puedes.
¿Implica eso matar balawai?
—Probablemente no más de un millar. Quizá dos —repuso Mace con tono de disculpa.
Vastor abrió los ojos, llenos con la oscuridad del pelekotan. Chalk alzó la cabeza. El harapo colgaba olvidado de su puño.
—Bueno —dijo Mace Windu—. ¿Vamos allá?
***
El humo y el polvo nublaban la enorme caverna que apestaba al miedo almizclado de los herbosos, a excrementos, orina y sangre; y el olor empeoraba con cada nuevo ACOA.
La luz de las antorchas brillaba, relucía y volvía a apagarse. La apestosa niebla se agitaba entre las gigantescas formas: herbosos encabritados y atacándose tinos a otros; algunos, aterrados, cerraban las mandíbulas en extremidades ajenas o propias, o cargaban sin objetivo definido, golpeándose unos a otros y pisoteando a los heridos y a las crías. Los korunnai corrían entre ellos, apareciendo y desapareciendo entre el humo, y portando afilados aguijones y brillantes antorchas en las manos mientras forcejeaban para separar los grupos de bestias chillonas, aullantes y enloquecidas por el miedo.
Un remolino abrió un hueco. Un perro akk hizo una pausa para mirar a Mace a los ojos, calibrándolo con malicia reptil mientras un grueso hilo de baba ensangrentada colgaba de sus mandíbulas. Después se apartó pesadamente y se fundió con el turbio ambiente, agitando la cola de forma tan suave que pareció disolverse.
Mace se abrió paso entre el caos.
Le seguían dos korunnai que cargaban tina camilla con el EWHB y su generador. Dos más llevaban en otra camilla los lanzatorpedos de hombro y los tubos precargados. Chalk medio caminaba, apoyando el brazo en el hombro de Nick mientras éste la mudaba a desplazarse.
Cinco parejas más de korunnai trotaban por la circunferencia de la caverna, deslizándose entre la confusión y los disturbios. Un miembro de cada pareja llevaba un saco con cinco granadas de protones. Los demás llevaban antorchas. Cada pareja se metió por un pasaje de los cinco que se empleaban para sacar diariamente a los herbosos a pastar.
Impactos erráticos estremecían el aire. Eran más penetrantes y pequeños que los producidos por los impactos de los ACOA, pero seguían siendo lo bastante potentes como para hacer vibrar el suelo. Mace señaló al origen de los impactos. Una cueva lateral donde el gran ankkox se agitaba en inquieta furia. Los temblores eran originados por su cola de maza, que golpeaba con rabia las paredes y el suelo de su corral.
Los porteadores de la camilla korun más cercana vieron su gesto y se movieron en esa dirección, seguidos por Nick y Chalk.
Mace hizo una pausa y miró por encima del hombro. En la boca de un pasaje superior estaban Kar Vastor y sus guardias akk. Tras ellos se agazapaban los doce akk unidos a Vastor en la Fuerza. El lor pelek captó su mirada y asintió.
Mace devolvió el asentimiento, abriendo los brazos, como diciendo: "cuando quieras".
Vastor y sus akk descendieron con gesto grave hasta la caverna de los herbosos. Los akk se separaron dando enormes saltos, derribando de costado a los asustados herbosos, agazapándose sobre ellos y dejando que la baba cayera de sus afilados dientes para humedecer el pelo de sus cuellos. Los humanos permanecieron juntos, en formación de cuña, con Vastor en la punta, moviéndose para separar manualmente a los herbosos que forcejeaban, intimidando a los ganadores y matando a los que estuvieran demasiado malheridos para caminar.
Mace contempló todo ello con rostro inexpresivo. Era un desperdicio. Era brutal.
Era necesario.
Volvió a concentrarse en su propia tarea.
Hizo un gesto y la masa forcejeante de bestias y hombres se abrió ante él. El polvo y el humo se despejaron, y entonces la vio.
Estaba sentada en una cornisa que parecía una galería natural que recorriera la larga pared curvada de la caverna. Sus pies colgaban libres sobre el borde, como si fuera una niña sentada en una silla demasiado alta para ella. Enterraba el rostro en las manos, y Mace pudo ver, incluso desde el otro lado de la caverna, que tenía el pecho dolorido, en silencioso eco de sus sollozos.
Y cuando llegó junto a ella, seguía sin saber qué decirle.
—Depa...
Ella alzó la cabeza y la torció para mirarle a los ojos. Si Mace hubiera sabido qué decirle no le habría sentido de riada, porque no pudo hablar.
El harapo que había llevado los últimos días había desaparecido de su frente. Allí...
En su frente, allí donde debía estar la Marca Mayor de la Iluminación Chalactan...
Tal y como sucedía en la alucinación que tuvo días antes en el campamento de exploradores selváticos, en su frente sólo había una fea cicatriz queloide. Como si se hubiera arrancado del cráneo con un cuchillo embotado la Marca Mayor de la Iluminación. Como si la herida que había dejado se hubiera infectado, y no curado.
Como si siguiera infectada...
La Marca Menor, llamada la Buscadora, seguía brillando en el puente de su nariz. La Marca Menor se fija entre los ojos de alguien que aspira a ser un discípulo del Chalactan. Simboliza el yo centrado, la visión resplandeciente, el orden elegante que crea en el buscador el deseo de encontrar la Iluminación. La Marca Mayor se llama el Universo, y es una réplica exacta de la Buscadora, pero más grande. Se fija al hueso de la frente en una solemne ceremonia que tiene lugar durante la Convocatoria de Discípulos, para dar la bienvenida entre sus tilas a un nuevo miembro. Las dos, juntas, representan el principio fundamental de la filosofía Chalactan: sin nada, tan dentro. Los discípulos del Chalactan enseñan que el orden celestial, las leyes naturales que gobiernan el movimiento de los planetas y el girar de las galaxias, también regulan la vida de los Conversos.
Pero el universo había desparecido para Depa. Sólo quedaba la Buscadora.
Sola, en el vacío.
***
—Mace... —su rostro volvió a formar una mueca y a sumirse en lágrimas—. No me mires. No puedes mirarme. No puedes verme así. Por favor...
Se agachó a su lado, apoyando una rodilla en el suelo. Alargó una mano dubitativa y la posó en su hombro. Ella le cogió los dedos y le apretó la mano, pero apartó la mirada.
—Lo lamento tanto... —agitó la cabeza como para sacudirse las lágrimas de los ojos—. Lo lamento por todo. Lamento que las cosas no puedan ser diferentes. Mejores. Lamento no poder ser mejor...
—Pero puedes serlo —él le apretó el hombro—. Puedes serlo, Depa. Tienes que serlo.
—Estoy tan perdida, Mace —su susurro no podía oírse en el escándalo de la caverna, pero Mace pudo sentir su significado, como si la misma Fuerza le murmurara al oído—. Estoy tan perdida...
La Depa de su alucinación... ¿Qué le había dicho?
Se acordó.
—En la noche más oscura —dijo con ternura— es donde brilla con más fuerza la luz que somos.
—Sí. Sí. Tú siempre dices eso. Pero, ¿qué sabes tú de la oscuridad? —tenía la cabeza derrotada, con la barbilla pegada al pecho, como si no se le ocurriera ninguna razón para levantarla—. ¿Cómo sabe un ciego que las estrellas se han apagado?
—Pero no se han apagado. Siguen brillando tan luminosas como siempre. Y mientras la gente viva alrededor de ellas, los Jedi siempre serán necesarios. Como yo te necesito ahora.
—A mí no... Yo ya no soy Jedi. Lo he dejado. He dimitido. Me he retirado. Creía que lo habías entendido.
—Lo entiendo, pero no lo acepto.
—Eso no depende de ti.
Él apartó la mano de su hombro y se levantó, alzándose sobre ella.
—Levántate.
Ella lanzó un suspiro, y una vez más una sonrisa forcejeó en sus labios bañados en lágrimas.
—Ya no soy tu padawan, Mace. No puedes darme órdenes...
—¡Levántate!
Reflejos grabados en ella por más de una década de obediencia sin titubeos la pusieron en pie instintivamente. Se tambaleó mareada, y la boca le colgó floja.
—Dentro de pocos minutos, casi mil soldados clon de la República llegarán a esta posición.
Una nueva luz caldeó sus vidriosos ojos.
—El Halleck... Pueden salvarnos...
—No. Escúchame bien. Nosotros tenemos que salvarlos a ellos.
—No..., no lo entiendo...
—Van a llegar a una batalla. Todo este sistema es una trampa. Ha sido una trampa desde el principio. La retirada de los separatistas fue un cebo, ¿entiendes?
—No... No es verdad. ¡No es verdad! —la luz desapareció de sus ojos, y ella se hundió—. Pero sí que es verdad, claro. ¿Cómo pude pensar otra cosa? ¿Cómo pude llegar a creer que podría ganar?
—Con esa trampa han capturado un crucero. Sin mencionar a dos miembros del Consejo Jedi. Puede que ya hayan destruido el
Halleck
.. Los soldados clon llegarán en las lanchas que se salven. Vendrán perseguidos por los cazas droides de la Federación de Comercio, que son más rápidos, más maniobrables y están mejor armados que las lanchas. Nuestros hombres no tendrán ninguna oportunidad si se ven atrapados entre los cazas y la milicia. Cualquier oportunidad que puedan tener esos hombres tendremos que proporcionársela nosotros. Tendrás que proporcionársela tú.
—¿Yo? ¿Qué puedo hacer yo?
Mace se abrió el chaleco. El sable láser de Depa flotó fuera del bolsillo interior, oscilando suavemente en el aire, entre ellos.
—Puedes elegir.
Ella miró al sable láser y a los ojos de él, y de nuevo al arma. Miraba su mango como si su reflejo en la superficie manchada de ámbar de portaak pudiera susurrarle el futuro.
—Tú no lo entiendes —dijo débilmente—. Ninguna elección mía importa aquí...
—A mí me importa.
—¿Es que no has aprendido nada de este mundo? Aunque consigamos salvarlos no importará. No en la jungla. Mira a tu alrededor. Contra esto no se puede luchar. Mace.
—Claro que se puede.
—No es un enemigo, Mace. Sólo es la jungla. No puedes hacer nada al respecto. Así son las cosas.
—Creo —dijo Mace con gentileza— que eres tú quien no ha aprendido la lección de Haruun Kal.
Ella meneó la cabeza, desesperanzada.
—No me digas que no puedes luchar contra la jungla, Depa. Es lo que hacen los korunnai. ¿No te das cuenta? Es en lo que se basa toda su cultura. En su lucha contra la jungla. Emplean herbosos para atacarla y akk para defenderse de sus contraataques. En eso consiste la Guerra del Verano. Los balawai quieren utilizar la jungla, vivir con ella y beneficiarse de ella. Los korunnai quieren vencerla y someterla. Convertirla en algo que no intente devorarlos vivos. Y ahora piensa: ¿Por qué hacen eso los korunnai? ¿Por qué son enemigos de los balawai? ¿Por qué son enemigos de la jungla?
—¿Un acertijo para tu padawan? —repuso ella con amargura.
—Una lección.
—Ya no necesito lecciones.
—Nunca dejamos de necesitarlas. Depa. No mientras vivamos. Tienes la respuesta ante ti. ¿Por qué luchan los korunnai contra la jungla?
Él abrió la mano como si le ofreciera la respuesta en su palma.
Ella clavó los ojos en el mango del sable láser que flotaba entre los dos, y algo entró entonces en ellos: el suave atisbo de una brisa procedente de un lugar fresco y limpio, un soplo de aire que apaciguó su sofocante dolor.
—Porque... —su voz era apagada. Reverencial.
Sobrecogida ante la verdad.
—Porque descienden de Jedi...
—Sí.
—Pero..., pero... uno no puede luchar contra la manera en que son las cosas...
—Pero es lo que hacemos. Todos los días. Es lo que son los Jedi.
Las lágrimas brotaron de sus ojos enrojecidos.
—Nunca podrías ganar...
—Nosotros no tenemos que ganar —la corrigió Mace, amable—. Sólo tenemos que luchar.
—Tú no puedes... No puedes perdonarme...
—Como miembro del Consejo Jedi, tienes razón. No puedo. Como tu Maestro, no lo haré. Como amigo tuyo...
Notó un picor en los ojos. Quizás el humo.
—Como amigo tuyo. Depa, puedo perdonártelo todo. Ya lo he hecho.
Ella meneó la cabeza sin decir nada, pero alzó una mano.
Le temblaba. La cerró en un puño y se mordió el labio.