Authors: Matthew Stover
Una oleada de fuego imparable surgió de ellos.
***
Las lanchas de descenso clase Jadthu que transportaba el
Halleck
eran lanzaderas Incom modificadas no muy diferentes de las que transportan pasajeros desde y hasta los cruceros de línea que surcan el Bucle Gevarno. Cada una de ellas, una vez sustituidos los asientos reclinables por bancos y el transpariacero por corazas blindadas, era capaz de transportar a sesenta soldados completamente armados. Eran cuadradas y con carga trasera, lo que les permitía acoplarse en bloques sólidos de cuatro naves por cinco, encajadas en el casco de un crucero y mirando hacia fuera.
Eran de diseño sencillo, baratas de construir y pensadas para ser transportadas con comodidad. Estaban fuertemente blindadas y eran capaces de soportar un castigo increíble.
Lo cual era bueno, ya que carecían de hiperimpulso, y su resistencia se pagaba con un cociente de maniobrabilidad que se había comparado, desfavorablemente, con la de un hutt sobre una mancha de aceite.
Su único armamento eran dos torretas con dobles cañones láser situadas a proa y a popa, y un cañón de escoria Arkayd Caltrop 5 que podía proyectar en cualquier dirección una nube de esquirlas de duracero distorsionadoras del radar. Los artilleros de las lanchas habían descubierto en su primer encuentro que la escoria dispersada por el Caltrop 5 era de por sí un arma muy efectiva a la velocidad con la que se libraba el combate con cazas, ya que se convertía en un campo de asteroides en miniatura que podía perforar desastrosamente cualquier nave lo bastante imprudente o desafortunada para atravesarlo volando. Y más con los cazas droides, que habían sido construidos haciendo énfasis en la maniobrabilidad, en detrimento del blindaje, y dependían sólo de los escudos de energía para su defensa, los cuales, por supuesto, no les servían de nada contra la escoria.
Cuando el
Halleck
, moviéndose a toda potencia y muy dañado por las nubes de cazas droides que giraban a su alrededor, soltó las sujeciones de amarre y saltó al hiperespacio, había diecinueve lanchas con un total de 977 soldados clon a bordo, incluyendo pilotos y artilleros.
Esas lanchas carecían de cobertura, ya que la escolta de cazas del
Halleck
había quedado destruida en los primeros minutos del enfrentamiento. Su única defensa, aparte de los cañones, eran cinco fragatas Rothana HR LAAT/I, incluidas en la misión como protección de las lanchas, en el supuesto de que se vieran forzadas a recoger tropas de tierra en una zona bajo fuego hostil. Si bien esas fragatas habían sido adaptadas con impulsores sublumínicos para uso orbital, no estaban construidas para enfrentarse a los reflejos electrónicos de los cazas droides.
No obstante, estaban tripuladas por soldados clon, cuyos reflejos no eran mucho menores. Por ese motivo, dieciséis de las lanchas y tres de las fragatas llegaron a la atmósfera del planeta.
Seguidas por un batallón completo de cazas droides o, dicho de otra forma, sesenta y cuatro unidades.
Catorce lanchas perseguidas por cincuenta y ocho cazas llegaron a la Meseta Korunnal.
Ninguna de las fragatas había sobrevivido.
Cuando avistaron el paso de Lorshan sólo quedaban doce lanchas, cinco de las cuales iban muy averiadas. Cuarenta cazas las seguían con incansable persistencia electrónica.
Y sobre la curva del horizonte que tenían frente a ellas, tres batallones más de cazas se acercaban con rumbo de intercepción.
El trío de fragatas prendió fuego a la ladera de la montaña. Un muro de llamas rodó ladera abajo, hacia el campo de batalla en la boca del túnel.
Los regulares de la milicia huyeron en todas direcciones, resbalando en la sangre y patinando en trozos de árboles y de carne de herboso. Los herbosos heridos chillaban y se removían: los perros akk ladraban, saltaban y mordían; y el ankkox abrió su enorme boca acorazada y liberó un rugido que derribó rocas sueltas de la montaña que tenían sobre sus cabezas. Varios de los regulares intentaron ponerse a cubierto bajo la concha del ankkox, pero se vieron convertidos en chorros de pulpa por la cola de maza del animal.
Chalk gruñía en la cresta de la concha dorsal, farfullando un torrente continuo de maldiciones mientras se esforzaba en mover el pesado cañón del repetidor para apuntar casi en vertical, una dirección para la que no estaba diseñado. Desde su posición, al cuidado del generador de fusión EWHN, Nick miró a Mace y señaló con un dedo acusador la inundación incineradora que bajaba hacia ellos.
—¿Eso era parte de tu plan?
—Por supuesto —Mace se guardó el sable láser en la cartuchera y miró hacia arriba, calculando la aproximación de las fragatas—. ¡Todo el mundo abajo! —gritó—. ¡Poneos a cubierto bajo la concha!
Depa se arrojó hacia delante por encima de la concha de la coronilla, giró en el aire y aterrizó junto a la inmensa cabeza de la criatura. Luego posó una mano en el pliegue de la nariz que tenía junto a la boca, al otro lado de Kar Vastor. Los guardias akk abandonaron sus agotados lanzatorpedos y se deslizaron por la curva de la concha para saltar desde el borde.
—Esta es la parte de la que no querías hablarme, ¿verdad? —dijo Nick.
—Ayuda a Chalk —repuso Mace.
Chalk seguía forcejeando con el pesado repetidor, tumbada de espaldas y con las piernas bajo el trípode. Nick tuvo que separarle los dedos y arrastrarla.
—¿Puedo limitarme a decir que odio tus planes? Todos ellos. ¿Cómo se te ocurrió que esto era una buena idea?
Mace hizo una seña hacia Kar, y la cola del ankkox se agitó sobre su lomo. Mace la cogió con ambas manos; justo debajo de la enorme concha blindada de su extremo.
—Porque si hubiera intentado esto cuando pasaban las fragatas —dijo con calma—, lo único que quedaría ahora de mí sería una mancha roja en la ventana de una carlinga.
Kar Vastor dio una orden en la Fuerza, y el ankkox agitó la cola en un amplio círculo, moviendo a Mace en el aire y haciéndolo girar una vez alrededor del borde externo de su concha para poder sentir bien su peso añadido. Entonces, con un latigazo que difuminó el mundo, lo lanzó hacia arriba como si hubiera sido disparado por un lanzatorpedos.
Mace, arrojado al camino de las fragatas que descendían, recurrió a la Fuerza para aferrarse al soporte que dividía el parabrisas de la fragata central, y tiró de él. Se retorció en el aire, trazando un arco y variando de posición, como si se agarrara al extremo de una cuerda. Sus botas aterrizaron con solidez a ambos lados del soporte, y se mantuvo allí, pegado mediante la Fuerza, mirando hacia delante y viendo entre sus botas las boquiabiertas expresiones gemelas del piloto de la fragata y su navegante.
El navegante se quedó mirando, incapaz de comprender esa inexplicable aparición. El piloto tenía mejores reflejos, y la fragata se sacudió cuando éste soltó el timón y se llevó una mano a la pistola, claramente dispuesto a sacrificar su vida y la de sus tripulantes a cambio de disparar al Maestro Jedi por el agujero que, supuso, estaba a punto de abrir en el parabrisas con el sable láser.
Pero Mace se limitó a negar con la cabeza, como si estuviera algo decepcionado. Agitó un dedo en señal de aviso, como si fueran colegiales pillados cometiendo una travesura.
El desconcierto que les causó esta actitud se despejó cuando oyeron un par de claros chasquidos producidos por las palancas de seguridad de sus asientos eyectores al pasar a la posición de "conectados". Apenas habían tenido tiempo para darse cuenta de lo que pasaba —ni el suficiente para reaccionar— cuando las placas activadoras de los dos asientos se apretaron solas, y descargas explosivas volaron el parabrisas de transpariacero un milisegundo antes de que lo hicieran sus cascos.
Mace captó un fugaz atisbo de las miradas idénticamente ultrajadas de sus rostros cuando las cápsulas de sus asientos eyectores giraron sobre la jungla, movidas por repulsores. Uno de ellos aulló alguna obscenidad. El otro sólo aulló.
Mace saltó desde el borde del techo y se dejó caer en la cabina vacía. Un gesto hacia la consola de navegación desactivó los lanzallamas Fuego Solar del vientre, y un gesto similar hacia la consola conectó el piloto automático para el aterrizaje. Entonces abrió la puerta de la cabina y entró tranquilamente en la bodega donde habían sido transportadas las tropas.
Estaba cubierta de hojas, barro y envoltorios de comida, además de una mezcla de objetos perteneciente a un equipo olvidado o desechado por los milicianos. Las escotillas de acceso a las torretas de babor y estribor estaban situadas una frente a la otra, ante la montura de las turbinas, a dos tercios de la popa.
Mace pasó entre ellas, y después se volvió y dobló los brazos.
Oyó débilmente el bocinazo de la alarma de eyección a través de las escotillas herméticas, y no necesitó usar la Fuerza para imaginar a los artilleros de ambas torretas desabrochándose frenéticamente los cinturones de seguridad que los ataban a las sillas de combate de las torretas. Los cierres manuales de las escotillas resonaron agudos, pero los desesperados artilleros descubrieron que las dos escotillas estaban inesperadamente atascadas, y empezaron a aplicar todo su peso, empujando con el hombro.
En ese momento, Mace dejó de emplear la Fuerza para mantenerlas cerradas y la usó para abrirlas de golpe, de modo que los dos artilleros prácticamente volaron hasta la bodega, chocaron casco con casco con un sonoro chasquido y se derrumbaron en el suelo. Uno de ellos, más resistente que su compañero, se aferró a la consciencia, forcejeando aturdido para ponerse en pie, hasta que la bota de Mace acudió a su encuentro.
Siendo precisos, hasta que la punta de la bota de Mace encontró, de forma crujiente, la punta de la barbilla del artillero.
El hombre cayó inconsciente encima del otro artillero. Mace cogió dos trozos de cable de entre la basura del suelo y les ató los pulgares de las manos el uno contra el otro. Luego pasó sobre ellos y volvió sin prisas a la cabina, justo cuando la fragata se posaba en la zona de batalla cubierta de cadáveres situada a diez metros del ankkox.
Afuera, las otras dos fragatas realizaban una pasada, ametrallando el terreno. Sus torretas echaron chispas cuando los cañones giraron para apuntar hacia él. Depa y Kar estaban agazapados ante la cabeza del ankkox, rechazando un chaparrón de disparos láser. Chalk y Nick estaban tumbados a la sombra de una de las enormes patas curvadas del animal, devolviendo los disparos con tableteantes rifles de asalto.
Mace empujó la palanca de las puertas de la bodega de carga. Cuando se abrieron, sacó la cabeza por el agujero del parabrisas desaparecido. Cuando los demás lo vieron, sus bocas se quedaron tan abiertas como las puertas.
—¿A qué estáis esperando? —el gesto inexpresivo de Mace era impecable—. ¿A que os envíe flores y una caja de bombones?
***
Depa salió al descubierto, moviendo su hoja a más velocidad de la que podía captar el ojo humano, conviniéndose así en un blanco fijo para atraer los disparos, que se encargaba de devolver a sus atacantes, mientras los demás se ponían en pie. Nick pasó corriendo por su lado, disparando el rifle de asalto desde la cadera. Kar se lanzó bajo el ankkox, rodó por el suelo y corrió, llevando a Chalk en sus enormes brazos como si fuera una niña. Los disparos procedentes de los árboles circundantes se apartaron de Depa y se centraron en el lor pelek.
Mace frunció el ceño.
—Ya he tenido bastante de eso —murmuró mientras buscaba en la Fuerza para bajar toda una serie de interruptores y teclear una secuencia de iniciación que desviara los servomotores de las torretas por la consola de navegación y le proporcionara el control de las armas.
Los cuádruples cañones gemelos Taim y Bak cobraron vida con un rugido, martilleando la jungla, atronadores. Los árboles explotaron como bombas, llenando el aire con una nube de astillas y serrín que formó una improvisada cortina de humo que cubrió la carrera de Kar y Chalk hasta la fragata, con Depa corriendo veloz detrás de ellos.
Nick apareció en la puerta de la cabina situada detrás de Mace.
—¡Estamos dentro!
—Bien. ¿Y los artilleros?
—¿Los tipos atados? —El joven se encogió de hombros—. Están fuera. Mace asintió.
—Agarraos.
Ese fue el único aviso que tuvieron antes de que la fragata saltara hacia arriba, elevándose como una bomba de volcán sobre sus chirriantes repulsores conectados a plena potencia. Los disparos de las otras dos fragatas barrieron el suelo donde había estado y ascendieron para impactar en el costado de la nave, arrancando esquirlas del blindaje.
Mace forzó la fragata en un giro ascendente, pero las otras dos naves le tenían en la mira y se acercaban desde ambos lados.
—¡La puerta! ¡Cierra la puerta! —oyó gritar a Nick a través del rugido de los impactos y el chirrido de los proyectiles al pasar de largo.
Mace se retorció para mirar por encima del hombro, y vio a Depa en pie, en medio de la bodega, meciéndose y con los ojos fuertemente cerrados, como si la batalla le hubiera provocado una de sus migrañas. Nick estaba encogido en la puerta de la cabina, con las manos en la cabeza. Kar tenía a Chalk resguardada en una esquina, y él se agazapaba ante ella, con los escudos en alto para rechazar los rayos perdidos que entraban por las puertas abiertas de la bodega y silbaban al rebotar desenfrenados por el compartimento.
—Depa —dijo Mace.
Ella abrió los ojos.
El sable láser de Mace saltó del bolsillo de su chaleco y se dirigió hacia ella como una bala.
La mano vacía de Depa lo cogió en el aire. Sus ojos vidriosos y doloridos se desenfocaron. Él la sintió en la Fuerza: se hundía en ella, rindiéndose como un nadador agotado al ahogarse ante una ola creciente.
Sumiéndose en el vaapad.
Volvió a cenar los ojos y asintió ligeramente.
Mace tecleó una secuencia en la consola del piloto. La primera puerta continuó abierta, y la otra, situada en el lado contrario, también se abrió. Rayos de partículas entraron en la bodega.
Las dos hojas refulgieron.
Las fragatas del exterior retrocedieron ante el impacto de sus propios disparos. El turbocohete de una de ellas se salió de su montura, se separó de la nave y rebotó montaña abajo, dejando un rastro de humo y chatarra al rojo. La nave se alejó dando vueltas sin control. La otra fragata recibió sus disparos directamente en la cabina de control.