En la entrada del lugar de reunión colocan la lista de morosos, como para que no quede duda, pero la duda se convierte en desconcierto al corroborar que el peor de los mala pagas es el señor Forero, ese que acosa a las mujeres viudas, divorciadas o solteras que se han atrevido a vivir solas aunque sea porque no les quedó más remedio. El tal Forero las vigila, contabiliza cuántas bolsas traen del mercado, si llevan zapatos nuevos o gastados, si hay quien las visite o las apoye. Cuando detecta alguna debilidad económica en su presa, toca el timbre a deshoras y hace una oferta: tres lochas por tu apartamento. Sabes que no puedes aceptar, pero sabes también que estás medio ahorcada con las deudas, tres lochas no, eso es un abuso, cinco por lo menos, nada, tres lochas y el pago de los recibos de condominio atrasados, lo toma o lo deja. Muchas, pobrecitas lo han tomado y Forero ha ido tomando el edificio sin mostrar ni un ápice de piedad. Ahora, por ser accionista mayoritario pretende ser presidente.
Hay tensión política en el ambiente, los vecinos decentes se oponen a la tiranía de Forero. Otro vecino, cuñado del administrador, pretende el cargo para participar en la comisión de chanchullos y desfalcos y quedarse con una buena tajadita para remodelar la cocina y poner piso de parquet. Y una viuda que siempre llevó los pantalones en su casa, que sabe sumar y restar y que no se deja joder mientras jode a sus anchas a todo el vecindario con sus quejas y sus órdenes.
La mesa está servida, los cuchillos afilados, en sus marcas listos fuera. ¿Cómo que no hay quórum? ¿Es que no se avisó a los vecinos?¿Cómo que una nueva convocatoria? ¿No podemos aunque sea votar para botar al conserje, o al menos para bajarle el sueldo o aumentarle sus obligaciones? Que gentuza tan indolente esta que nos ha tocado. Le dices a Joel que corte el agua por dos horas para que se jodan toditos.
Es que la mayoría de los vecinos queremos vivir en paz, es que, como sucede con la política en muchos países, no hay por quien votar por lo tanto me quedo en mi casa y que Dios nos coja confesados. ¡Coño, cortaron el agua y me quedé enjabonada!
Ganó la viuda. Sin saber lo que nos esperaba, propietarios e inquilinos respiramos aliviados. En solo cuatro días la señora Gladys, convirtió un edificio clase media en un cuartel militar. Con razón dicen, quienes asistieron al funeral de su marido, que el cadáver del pobre Toño parecía tener una sonrisota de alivio.
Gladys, en ejercicio del poder otorgado por los votos, tocaba la puerta y te ordenaba apagar la luz de la sala y dejar encendida solo la del comedor, así gastas menos. Que no ladre el perro, que no llore el niño, que mi nieto llora pero no molesta y mi perro muerde pero no ladra, que no me replique carajo que yo soy la presidenta y tu una simple inquilina. ¡Ay, Forero! ¿Por qué te dejaste ganar?
No sé por qué a las niñas nos enseñan a soñar desde pequeñitas con el día que caminemos del brazo de nuestro papá hasta el altar. En verdad es un sueño un poco tonto si tenemos en cuenta todas las cosas que se pueden soñar.
Una boda es uno de esos sueños extraños que transitan sobre la borrosa línea fronteriza que según donde se pise acaba en pesadilla. Un estornudo, una basurita en el ojo, una mirada a destiempo, cualquier pequeño detalle puede arrasar con una ilusión cultivada durante toda una vida. Son tantos los detalles y tan delicados todos, que planear una boda y llevarla a cabo es como caminar sobre una cuerda floja borracho y con los ojos vendados.
La soñada pesadilla comienza con una formal y acartonada pedida de una mano que hace tiempo fue tomada, junto con otras partes del cuerpo más comprometedoras, sin permiso de nadie. Es terrible ese momento en que se juntan dos familias nada tienen en común exceptuando el hecho de que uno de sus hijos tuvo el mal gusto de enamorarse del hijo de la otra.
El padre de la novia mira al parásito que engendró el padre del parásito. Éste a su vez está convencido de que esa treintona malcriada estaba destinada a vestir santos hasta que el imbécil de su hijo le dio por desvestirla, alborotarla y, para colmo, preñarla.
Las madres, que se convierten en suegras, son un tema pavoroso de relatar y puede llegar a ser muy difícil de leer. Tomemos aire profundamente e intentemos ser adultos al respecto. Madre hay una sola y me vino a tocar a mí, dice el dicho. Pero en este caso hay dos, recién convertidas en suegras y futuras abuelas, lo que agrava mucho la situación.
Hay que comprender que estas mujeres están abatidas por el hecho de que les están amputando un apéndice y lo están haciendo sin anestesia. Pedirles que se comporten a la altura de la situación es pedirles que griten, aúllen, digan groserías que jamás sus labios osaron pronunciar, que muerdan, pataleen y que descarguen su ira con la única persona responsable de este doloroso desmembramiento: «La puta que parió a semejante cabrón(a)».
Se miden las señoras con sonrisas antárticas, se miran de arriba a abajo deseando que sus pupilas tengan rayos láser que perforen y duelan, se acercan y se dan un beso tan falso que más que beso parece un escupitajo. Y siguen escupiendo a los futuros consuegros y a la mosquita muerta esa que de virgen tiene lo que yo tengo de checoslovaca, y al descerebrado mantenido que es incapaz de conseguir un trabajo serio para darle a mi Lilita la vida a la que ella está acostumbrada.
Preguntas, risas nerviosas, respuestas vagas, discursito cursi, brindis, lágrimas y fuera. El noviazgo sobrevive este embate, se quieren y juran amarse para toda la vida y se consuelan diciéndose que se casan el uno con el otro y no con sus familias.
Pobres pajarillos enamorados. ¿Quién va a organizar la boda? ¿Quién va a sugerir con autoridad hitleriana qué tipo de flores han de decorar la iglesia? ¿Quien va a meter la cuchara en cada caldo, sopita o consomé que se la ponga por delante o por detrás? Madre hay una sola, pero ahora hay dos.
Y ¿quién va a pagar el whisky, la champaña, los pasapalos y el
buffet
? Y las flores, el vestido de Lilita, el apartamento, el parto, porque ni seguro tenían los inconscientes esos. Humberto José, tú te callas y pagas, no vayan a decir «ésos» que somos unos miserables, eso es lo único que me falta para que me termine de dar un soponcio.
Elaborar una lista de invitados con la que todos estén conformes es muy difícil, pero si ambas familias deciden pagar la boda a partes iguales ya la cosa se hace imposible. Esto es un abuso, están invitando hasta a los primos terceros de Maturín, si vamos a pagar «mitimiti» pues que inviten el mismo número de personas que nosotros. A mí qué me importa que tú seas hijo único y yo también, allá ellos que tienen ese familión. Y ese amiguero, tú me vas a decir que con lo insoportables que son tienen todos esos amigos. A ésos los invitan para echárselas de muy muy.
Los pobres tórtolos aguantan el chaparrón maternal con el falso consuelo de que será el último. Mientras, van poniendo al día documentos de todo tipo, descubriendo sacramentos que no hicieron, suplicando a un cura que los case en una iglesia que nunca han pisado pero que es la que está de moda porque queda cerquita del Country Club. Hay que encontrar cupo en la sala de fiestas, hay que sobornar, empujar, suplicar, llorar, llorar y llorar y alquilar otra sala si te quieres casar este año, porque lo que es aquí, estamos copados hasta el dos mil diez.
Para el año dos mil diez el fruto de su amor prematrimonial ya no usará pañales y será mucho más complicado esconderlo bajo una amplia falda tipo imperio, elaborada en raso de seda con delicados detalles bordados con cristales de Swarovsky y delicadas perlitas color champán.
Alquilado el salón no tan fino, como náufragos de un temporal, llegan queriéndose mucho al día soñado. Desde la cinco de la mañana comienzan las carreras. A las ocho a la peluquería con la madre, la madrina y las damas de honor. Después a correr con un moño y un tocado que deben estar intactos a las ocho de la noche. Uñas postizas, depilación con cera en esos sitios que jamás se depilan porque duelen, maquillaje a las cuatro, no sudes hasta las ocho, no comas que te dan gases, no bebas que te haces pipí.
El vestido no me cierra, las tetas se me desbordan, mete la barriga, la tengo metida, metida tienes la pata por eso esta vaina no cierra. Y tú que pareces una morcilla con ese traje vino tinto, ¿morcilla llamas a tu madre? ¿La madre que te parió? Sí la madre que me parió…
El novio espera en el altar al lado de la otra morcilla, ésta de rosa pastel, color más juvenil que en lugar de rejuvenecer recuerda a quien la mire que está bien vieja para la gracia.
La novia llega a la iglesia en un Rolls Royce alquilado, su padre se siente más pobre que nunca dentro de tanta opulencia. Su hija, debajo de aquel mosquitero carísimo, piensa en la vida que deja atrás. Antes de dejar el nido desangró su chequera, hipotecó su jubilación, se lo lleva todo su muchachita, se lleva sus esfuerzos, sus anhelos, sus ilusiones, pero deja el cuarto lleno de peluches polvorientos y fotos del parásito en las paredes. Y que no me toquen nada, que lo dejen así mismito para que cuando vuelva de visita me sienta como una niña de nuevo. Papá sonríe con ternura aparente, pero en el fondo de sus ojos se ve la pira incendiaria donde arderán Fluffy, Cuchi, Chichi y todos esos peluches rosados y cursis que ha tenido que soportar durante años.
Entra la novia a una iglesia medio vacía, ni los primos vinieron a presenciar el sacramento, hay que llegar temprano al salón de festejos para sentarse en la mejor mesa. Los indeseables amigos del novio sí llegan puntualmente, llevan semanas tratando de hacerlo reconsiderar y lo intentarán hasta el último momento. Si pierden la batalla, arruinarán la fiesta con una borrachera vikinga que incluye desnudos fugaces e intentos de rapto de la recién desposada.
El cura, que sufre de una incapacidad congénita que le impide sonreír o por lo menos ser jovial, se ensaña con los asistentes a la misa. Los acusa de pecadores lujuriosos, señalando con el dedo al padrino y clavando sus ojos lascivos en el escote de la madrina. Después de una hora de amenazas y condenas, de invitados que abandonan el templo indignados o por ganas de fumar, de pajecitos llorando y un tío roncando como un león, el cura bendice a los novios y les advierte sobre los pecados húmedos y otros pecados sabrosos que no se deben cometer.
Marcha nupcial, granitos de arroz que se deslizan dentro del escote de la novia y una noche repleta de pecados por cometer. Se suben los recién casados en el Rolls desplazando el parásito al padre de la novia, quien tiene que regresar por donde vino en el carro de cada día con la morcilla, sus hermanas y el tío que ahora no sólo ronca, sino que también babea.
«La sobriedad y el buen gusto reinaron en todo momento, en un salón decorado bajo una modalidad romántica en matices malva, perla y beige, donde candelabros bañados en plata, abundante iluminación con velas y hermosas flores naturales lograron otorgarle al encuentro un claro toque de distinción. Durante el evento los invitados, además de compartir entre la degustación de exquisitos bocadillos y selectas bebidas, disfrutaron de buena música a cargo de una orquesta y un DJ, cabe mencionar que se dispuso de un área tipo lounge para disfrute de la juventud, donde predominaban los puffs y lámparas de lava años setenta», reseñó el periódico local.
Como ya estamos acostumbrándonos a leer mentiras en los periódicos sé que debo contarles lo que en verdad pasó: la sobriedad y el buen gusto reinaron mientras no había llegado nadie, después la cosa fue más complicada. Todo fue culpa del aire acondicionado o quizás de la larga cola, con carácter obligatorio, que tuvieron que hacer los invitados al ágape con la única finalidad de saludar a unos novios que bien podían ser saludados un poquito después.
El hecho es que la mayoría de los asistentes no había comido desde el desayuno para que les cupiera más del salmón y langostinos que habían prometido servir los anfitriones. Sumado a esto, las mujeres estaban ataviadas con hermosos vestidos de cortes elegantemente atrevidos muy adecuados para el clima tropical que reina en nuestras cálidas latitudes. Pero la calidez de la latitud era reducida a ventisca siberiana por un aparato de aire acondicionado que alguien había programado a punto de congelación para preservar a los asistentes como se preserva el pescado.
La escasa reserva calórica con la que contaban los pacientes invitados venció su paciencia y a empujones atropellaron a los novios, a sus padres, a los mesoneros y se abalanzaron sobre una hermosa mesa que parecía una cascada rosa de salmón canadiense y langostinos de Tailandia.
La morcilla rosada gritó con desespero: «¡La cascada es para la hora del
buffet
!» y sufrió el primer soponcio de la noche cayendo tendida, cuan ancha era, sobre una elegante chaise longue de estilo tapizado en tonos malva con madroños oro viejo. La morcilla restante, cual campeona de rugby, se abrió paso entre la multitud que amenazaba con linchar a un mesonero que, con irracional valentía, se interpuso entre los hambrientos y el salmón.
—Se me sientan ya y se me dejan de vainas —dijo cortésmente la anfitriona a la vez que hacía señas a los mesoneros para que sirvieran el champán. Los que no estén sentados no beben, fue la orden inflexible de la implacable mujer, cuya agitada respiración estaba a punto de hacer saltar los hermosos botones forrados que adornaban su vestido de shantung y organza con delicadas aplicaciones de hilo de plata y fina pedrería.
Obedientes se sentaron a cambio de poder degustar la exquisita bebida traída especialmente para la ocasión desde las remotas pero hermanas tierras del Cono Sur. Sorbían al son de un trío de cuerdas que interpretaba magistralmente a Bach, mientras el salón se impregnaba con el suculento aroma de fritanga de tequeños, el pasapalo rey.
Una vez aplacada el hambre comienzan a sonar los acordes de un valse. La novia y su padre tieso, giran y giran surcando la pista de baile mientras la cola bordada se enreda en los pies de la pareja. Ante tal torpeza caen las inhibiciones del resto de los asistentes quienes se lanzan a la pista a disputarse el honor se enredarse en la blanquísima cola y trastabillar un poco también.
El valse se convierte en merengue y la noche se vuelve parranda. Los copetes se despeinan, el aire acondicionado ya no es frío, los tacones sobran pero nadie se los ha quitado aún, apretujados se menean los distinguidos invitados, con cara de sabrosura abrazan a su pareja y le meten una rodilla entre las piernas, así, así, así me gusta a mi…